Es un deber muy grato para mí concluir transmitiéndole al apreciado lector que quizás haya cambiado la situación de los judíos en la Unión Soviética que les he descrito en el último apartado. No dispongo de números y cifras. Los datos del texto precedente los recopilé en el transcurso de un viaje de estudios a Rusia. Si he de presentar testimonios según mi leal saber y entender, no me es lícito utilizar las indicaciones, ciertamente poco fiables, por tendenciosas, que pudiera obtener en Moscú. Pero estoy seguro de que, en lo referente a los principios de la postura de la Rusia soviética respecto a los judíos, nada ha cambiado. Es de este principio de lo que se trata; no de cifras.
Quizá se me permita aludir aquí al acontecimiento más terrible del año pasado, relacionado, por cierto, con mis manifestaciones en torno al anatema que los rabinos pronunciaran tras la expulsión de los judíos de España: la guerra civil española. Probablemente pocos lectores conocerán la versión según la cual el plazo de vencimiento del gran anatema —el herem— debía cumplirse en estos años. Naturalmente, no puedo atreverme a establecer una nítida relación entre lo metafísico y una realidad tan horrible, pero me veo capaz de asumir la responsabilidad de llamar la atención de los lectores sobre estos hechos sorprendentes.
No es mi intención dar por válida una formulación del tenor de la siguiente: justo cuando el anatema cumplió su plazo comienza la mayor catástrofe que España haya jamás conocido. Lo único que quiero es hacerles reparar en esa simultaneidad —por cierto, mucho más que curiosa—; y en aquella sentencia de los Padres, que dice: «El tribunal del Señor celebra sus sesiones a toda hora, aquí abajo y allá arriba».
A veces pasan siglos, pero el juicio es inevitable.
Junio de 1937
JOSEPH ROTH