La mujer rusa de hoy
En el viejo mundo, toda cultura de la mujer guardaba relación con el culto a ésta. En la Rusia posrevolucionaria no se tiene tiempo, ni ganas, ni interés por una cultura erótica. La mujer como centro de atención ha pasado a la historia. Ya no es el centro de una casa ni de un círculo social ni del corazón de un hombre. La Revolución, que le ha otorgado todos los derechos, le ha quitado todos los privilegios. La mujer, convertida en un miembro necesario y útil de la sociedad, renuncia a toda clase de lujos. Ya no es objeto de galanterías, sino de igualdad ante la ley. No tiene que temer ya ningún prejuicio moral, pero tampoco puede esperar ninguna muestra de caballerosidad. Ha dejado de ser, propiamente, «una dama». Y cuando aparece, no es sino un resto de la vieja época o de la vieja psicología. La pobreza de bienes de consumo que padece todo el país sustenta esta teoría. La mayoría de las mujeres puede vestirse bien, pero no engalanarse como antes. En el viejo mundo, cada vestido femenino es también un adorno de la mujer. Cada vestido femenino tiene la finalidad de subrayar, elevar, incrementar o simular la hermosura de su portadora. En la Rusia actual se carece de vestidos así. En consecuencia, se va perdiendo, poco a poco, la afición a tales cosas. No hay revistas de moda, ningún código de lo que es la moda ni lo social. Las pocas mujeres ricas de la Rusia de hoy viajan al extranjero. Siguen la moda parisina. Se traen vestidos de Francia. Si no pueden viajar, se hacen enviar modelos extranjeros. Las que no tienen dinero presentan un aspecto muy provinciano. Ante fenómenos como el pelo corto o el vestido corto, novedades de la moda occidental, en la Rusia actual dominan una serie de prejuicios más fuertes que en los círculos europeos más conservadores. En cambio, las mujeres de los nuevos ricos, los hombres NEP (que, por cierto, presentan los rasgos característicos de nuestros «oportunistas»), tienden, a la ligera, a exagerar, sin gusto y sin efecto alguno, cualquier moda procedente de Occidente. Vemos, por tanto, mujeres con una espesa capa de pintura en los labios y con un velo de esmalte igual de exagerado en sus uñas. Parece como si los dedos hubieran estado agarrando trozos de carne cruda, como si la boca fuera un fruto sacado de un tarro de naranja en conserva. Por cierto: la exageración es aquí no solo un signo de falta de gusto, sino también de aquel tren de vida que es más fácil de llevar en los hoteles para extranjeros, con ayuda de los probos padres de familia que vienen a Rusia con motivo de las concesiones que les han sido otorgadas. La gran masa de las mujeres rusas trabaja demasiado y dispone de medios demasiado escasos para prestar atención especial a su aspecto. Dado que la mujer ya no es objeto de cortejo, su vanidad natural no tiene con qué alimentarse. Vive en una atmósfera de objetividad política, de actividad pública, de necesidad general, de ética social, de obligación colectiva. Como todos en Rusia, ya no es un ser humano erótico, es un ser humano social. Los tipos representativos de las mujeres rusas actuales son: la mujer política, la trabajadora de oficina, la funcionaria social, la obrera de fábrica y la productora intelectual, es decir, escritora o artista. El tipo nacional de mujer va desapareciendo a medida que el carácter social y profesional se imponen. De momento, solo la campesina sigue conservando las características de mujer nacional. El tipo de mujer elegante solo lo representa la actriz. Pero tampoco sus honorarios alcanzan ya para una auténtica elegancia. La consigna, el objeto de la propaganda, es la «mujer trabajadora», un imperativo moral y una necesidad material. El lujo no solo es sospechoso, sino también inalcanzable. A la mujer, a la que se le permite cualquier actividad de índole pública y política, se le niega cualquier actividad erótica. Solo un exiguo círculo de mujeres se dedica con celo a la tarea de causar sensación con su belleza. Son las mujeres burguesas y las de la antigua nobleza. Claro que éstas no se ocupan de ninguna otra cosa. Sueñan con hacer un viaje al extranjero. Hablan de nuevos perfumes y nuevas modas. Les gustaría aprender el charleston. En cada extranjero que aparece en su campo de visión ven un maestro de baile perfecto. Lo invitan y agasajan con discos de gramófono. Quien pretenda «tener suerte con ellas» la hallará solo por ser extranjero. Quien lleve un cuello blanco y, en el restaurante, no pueda entenderse con el camarero, tiene grandes posibilidades en todas las mesas de alrededor. Un honrado hombre de negocios se convierte con facilidad en un Casanova. ¿Qué tienen aquí que hacer los Casanova? Va emergiendo, en las asociaciones de pioneros y del Komsomol, un nuevo tipo de mujer, iniciada en lo sexual, sin misterios, velos ni sentimientos, con un sentido muy realista de lo sexual y carente de toda comprensión con respecto al amor, que exige artes complicadas y sutiles. La realidad física (de las ciencias naturales) se presenta, para estas mujeres, como un laboratorio al que se entra para llevar a cabo una serie de experimentos. Hace ya mucho que conocen las causas. Hace ya mucho que prevén los efectos. No puede suceder nada embrollado, nada sorprendente.
Todavía no ha medrado en Rusia el delgado «tipo juvenil» de la mujer europea y americana, ya internacionalmente extendido. En los raros casos en que se da, la elegancia tiene aquí una nota específicamente rusa. La indumentaria de la mujer rusa, fuerte y ancha, se contradice abiertamente con el vestido moderno, corto y angosto. Esa contraposición ha sido tan hábilmente ocultada, o, al menos, atenuada, recurriendo a una categoría muy particular, a un compromiso determinado etnográficamente, que hace de la necesidad una virtud y un incentivo de la situación peligrosa. No se puede establecer ninguna regla: el cabello corto que la mujer rusa llevara hace cuarenta, treinta, veinte años como protesta contra el aburguesamiento, y que le daba el encanto de la revolucionaria, hoy en día le otorga un aspecto mundano. Actualmente, esto ha adquirido, de nuevo, un carácter de protesta: una protesta contra los mandamientos de la Revolución triunfante, que recomienda una ética demostrativa, prohíbe el baile público y querría ver en la vida rusa un claro antagonismo respecto a la vida decadente, capitalista-burguesa, de Occidente. La influencia de lo rural sigue siendo notable. El elemento aldeano marca con fuerza el rostro de cualquier mujer urbana de Rusia, cada uno de sus movimientos recuerda lo joven que aún es el grado de civilización conseguido. Eso que los románticos, los esnobs y los cursis tienen por «demoníaco» no es sino la relación de inmediatez que se ha tenido con la tierra, lo cual asoma, en esta etapa y repentinamente, a través de las convenciones, adquiridas de una forma acelerada y con un espíritu dócil. En realidad, la mujer rusa no es, en absoluto, algo tan «demoníaco» como lo pueda ser, por ejemplo, el hombre ruso. Solo tiene un temperamento muy natural y elemental, y, por ello, difícilmente explicable. Su pasión es de naturaleza material, está condicionada por lo material, y le gusta desarrollarla con rodeos. Es proclive a una sinceridad totalmente directa, no seduce ocultándose, más bien vence por sorpresa. Tiene sangre de jinete y ritmo en los ataques. Su sentimentalidad, sí, y hasta su tendencia a las lágrimas, no resulta cursi, porque proviene de la gran melancolía eslava, no de la exageración de un sentimiento pasajero. Pero, como todo el país, también la mujer rusa va cambiando. También ella se «industrializa», se civiliza, se americaniza. Como el resto del país, también ella ha de alcanzar el nivel de desarrollo del resto del mundo. Deberá aprender la independencia, la igualdad de derechos, el foxtrot y el charleston. Yo le desearía que por el gran honor de haberse convertido en un «factor social» no perdiera el placer de ser mujer.
Frankfurter Zeitung, 19 de diciembre de 1926