La mujer, la nueva moral sexual y la prostitución
Quien hable de un odioso desorden de la moral en la Unión Soviética dice una calumnia; también peca de optimismo quien vea en la Rusia soviética el surgimiento de una nueva moral sexual; y quien, aquí en el país, luche contra las viejas convenciones sociales sirviéndose de los argumentos del bueno de Bebel, como por ejemplo la señora Kollontai, es todo lo contrario de un revolucionario, es decir que es banal.
El discurso de la supuesta «inmoralidad» y de la «nueva moral sexual» no va más allá de una reducción del amor a un apareamiento higiénicamente intachable entre dos personas de distinto sexo instruidas en materia sexual a base de conferencias en la escuela, películas cinematográficas y folletos. En la mayoría de los casos, el apareamiento no aparece precedido por un «cortejo», una «seducción» u otro tipo de embriaguez anímica. Por eso en Rusia el pecado es tan aburrido como entre nosotros la virtud. La naturaleza, privada de todas las hojas de higuera, hace valer inmediatamente sus derechos, ya que el ser humano, orgulloso de lo que acaba de averiguar, que desciende del mono, se sirve de los usos y costumbres de los otros mamíferos. Esto lo protege tanto de los excesos como de la belleza; lo mantiene devoto y naturalmente virtuoso, y así conserva la doble castidad de un bárbaro médicamente asesorado, tiene la moral de las medidas sanitarias, el decoro de la prudencia, y la satisfacción de haber cumplido, con gusto, un deber higiénico y social. Todo ello es, según el mundo «burgués», altamente moral. En Rusia, los menores de edad no son seducidos ni son objeto de abusos sexuales, ya que todas las personas obedecen a la voz de la naturaleza y los menores de edad que no se sienten ya menores de edad entregan libremente sus cuerpos, con una seriedad total y conscientes de su función social. Las mujeres que han dejado de ser cortejadas pierden su encanto no a consecuencia de la total igualdad de derechos ante la ley, sino a consecuencia de su actitud complaciente, políticamente fundada en la falta de tiempo para el placer y la multitud de deberes sociales, en su trabajo incesante en oficinas, fábricas y talleres, en su incansable dedicación a los clubes, a las asociaciones, a las asambleas, a las conferencias. En un mundo en el que la mujer se ha convertido hasta tal punto en un «factor público», y en el que parece encontrarse tan contenta, no hay, naturalmente, ninguna cultura erótica. (Por lo demás, el erotismo ha tenido siempre, entre las masas rusas, un regusto áspero, campesino y utilitario). En la Rusia actual se comienza allí donde, entre nosotros, estuvieron Bebel y Grete Meisel-Hess y todos aquellos otros publicistas de la misma época y de convicciones similares.
En Rusia uno se cree extraordinariamente «revolucionario» con solo obedecer, al pie de la letra, los mandatos de la naturaleza y las demandas de la simple inteligencia. Pero lo cierto es que por algunas de las reformas culturales «revolucionarias» no ha pasado el gran espíritu de Voltaire, sino únicamente la somera sombra de Max Nordau. En lugar de la hipocresía tradicional apareció la pedantería teórica; en el de la moral complicada, una naturalidad banal; en lugar del sentimentalismo, el simple racionalismo. Se abrieron de par en par todas las ventanas… para dejar entrar un aire enrarecido…
Parece que no se quiere entender que el amor siempre es sagrado, que el momento en el cual dos personas se unen siempre entraña una bendición. Se hacen esfuerzos en simplificar manifiestamente el Registro Civil. Se ha incorporado a la policía local, y se compone de tres mesas, una para los matrimonios, otra para los divorcios y la tercera para los nacimientos. La formalización del matrimonio es un trámite más sencillo que el registro en la policía. Se tiene un miedo grotesco a las formas. Durante un corto período de tiempo, el «bautismo comunista» contó con una cierta solemnidad ceremonial, pero luego fue suprimido o, al menos, se ha convertido en muy extraño. El casamiento estándar se reduce a una cena colectiva a última hora de la tarde (después de la habitual asamblea o conferencia, el «parte informativo» o el «curso») y algunas horas de sueño. Marido y mujer trabajan y van a conferencias todo el día en establecimientos separados. Y si ocurre que, casualmente, un domingo o en una manifestación conjunta, descubren que no son el uno para el otro, o bien un tercero le gusta más a alguno de ellos, se divorcian. Marido y mujer se conocen el uno al otro aún menos que los cónyuges en el capitalista matrimonio con dote. Dado que los matrimonios se contraen «más a la ligera» y con menos reflexión, los divorcios son más frecuentes que entre nosotros. También es más raro el engaño; y la claridad, por tanto, es mayor. Pero no porque el ethos del matrimonio sea muy profundo, sino por la inconsistencia de la relación y la sencillez de la forma. Todos nosotros somos mamíferos. Nos distinguimos de los cuadrúpedos por estar sexualmente ilustrados.
Todo ello no excluye la persistencia de una «moral» antigua, filistea. Pues el ser humano constituye, en Rusia, una parte integrante de la calle, y esta mira en su dormitorio. Y dado que se puede cerrar un ojo, pero no mil, la calle es más pequeñoburguesa, filistea y avinagrada que cualquier carabina.
Mucho más revolucionaria que las costumbres es la ley. Ésta no establece diferencia alguna entre madres casadas o no casadas, y entre hijos producto del matrimonio o extramatrimoniales. Determina que no es lícito despedir a una trabajadora embarazada; que deben dársele dos meses de permiso antes del parto y otros dos después; que el mes del parto la paga se duplique; determina que el padre (si no carece de ingresos) se encargue de la alimentación, que, eventualmente, si la madre prefiere señalar como padres posibles a varios hombres, que estos compartan la carga alimentaria; permite el aborto voluntario, dispone la disolución del matrimonio incluso aunque solo una parte quiera separarse, equipara totalmente el llamado «concubinato» al matrimonio formalizado en el Registro Civil; en determinadas circunstancias, capacita teóricamente incluso al hombre para que reclame su derecho a un subsidio material; no reconoce ninguna comunidad de bienes en el matrimonio; fomenta la existencia de multitud de hogares maternos e infantiles, la creación de comisiones de protección, de instituciones dedicadas al cuidado de los lactantes. Se trata de una ley humana, en el sentido moderno del término, la cual, no obstante, puede llevar en la práctica tanto a una serie de dificultades como a situaciones cómicas. Los juzgados que hasta hace poco estaban sobrecargados con procesos sobre pensiones alimentarias siguen en la actualidad igual de ocupados. También en este campo del derecho matrimonial, como en los otros ámbitos del derecho, se llega a las reformas de fondo poco a poco. Si existe la teoría es, justamente, para adaptarse a la vida, mientras que son las personas quienes llevan camino de adaptarse ellas mismas a las leyes. Por eso se pospone el derecho legítimo a una sentencia definitiva ante la necesidad de limitarse a un cúmulo de consideraciones y observaciones. Europa occidental puede aprender mucho de las nuevas leyes rusas, y todo de la protección social que dispensan, pero nada en absoluto de su supuesta nueva moral sexual. Pues es una moral anticuada y, en ocasiones, reaccionaria. Por ejemplo, es reaccionario mofarse del beso en la mano por miedo a que pudiera degradar a la mujer a la condición de dama. Es reaccionario que, con tantos vendedores de flores como hay en las calles de todas las ciudades rusas, solo las muchachas vayan a comprar flores para regalárselas a sus compañeras, mientras que sus jóvenes acompañantes esperan fuera con impaciencia, sintiéndose, con su orgullo komsomol, por encima de tales «sensiblerías burguesas». Es reaccionario transformar a la mujer, mediante la equiparación con el hombre, en algo neutro; sería revolucionario dejar que siguiera siendo femenina a la vez que se la respeta. Es reaccionario hacerla únicamente libre, sería revolucionario hacerla libre y bella. La auténtica degradación no es la que convierte a un «ser humano» en «mujer», sino la que convierte a un ser humano libre, eróticamente cultivado y dotado de la capacidad de amar en alguien que funciona, sexualmente, como un mamífero. El «darwinismo» es más reaccionario de lo que creen estos buenos revolucionarios rusos, y lo metafísico, a lo que temen tanto como los burgueses a la expropiación de su capital, es más revolucionario que el filisteísmo ateo. Una «mentira convencional» puede ser mil veces más revolucionaria que una franqueza plana, banal. Y si la comparamos con una libertad sexual avinagrada que se funda en las ciencias de la naturaleza, hasta la prostitución, objeto de odio tanto por parte de las reinas prusianas como de muchos comunistas, es una institución humana y libre.
La prostitución constituye en Rusia un capítulo breve. La ley la prohíbe. Se detiene a las mujeres que hacen la calle —en Moscú, oficialmente, unas doscientas; en Odesa, aproximadamente cuatrocientas—, se las lleva a comisaría, y después se las interna en lugares de trabajo. En algunas ciudades rusas más o menos grandes, un par de casas de lenocinio arrastran una existencia amenazada, pobre y primitiva, provinciana. El proxenetismo se castiga con severidad. En consecuencia, mucha gente se ve obligada a desproveer el ventajoso tráfico de la estación de los pocos automóviles que hay en Moscú. A los taxistas les va bien así, un servicio estatal de alquiler de automóviles tiene eternamente ocupado el teléfono por la tarde, y hay una ligera ironía en el hecho de que también se abuse de este servicio. Una hora de viaje en esos automóviles sin taxímetro cuesta seis rublos. (Mientras escribo esto me entero de una nueva normativa según la cual los automóviles por la tarde han de estar siempre iluminados en su interior).
Rusia no es, en modo alguno, inmoral, solo es higiénica. La moderna mujer rusa no es una libertina; al contrario, desempeña una seria función social. La juventud rusa no es desenfrenada; lo que pasa es que, en estos asuntos de sexo, está desmesuradamente ilustrada. Las relaciones matrimoniales y amorosas no son inmorales, únicamente públicas. Rusia no es una «ciénaga de pecados», sino un libro de ciencias de la naturaleza…
Aunque esta situación sea apoyada y mantenida por una ferviente propaganda, es también, en parte, una reacción natural contra aquel tiempo perdido con la mendacidad, exaltada en demasía, sentimental y cursi, propia de las relaciones amorosas. Si los nuevos reformadores creen que este estadio de desarrollo del erotismo, que a mí me gusta llamar «científico-natural», representa una sana transición hacia una forma de amor sano, nuevo, natural, entonces habrá que esperar con ellos. Pero si creen que puede haber un amor natural entre seres humanos sin eso que ellos temen como «metafísico», se engañan. La relación erótica que se limita únicamente a los cuerpos y a la conciencia presenta el aspecto que antes hemos descrito. Por suerte, el ser humano tiene la capacidad de emanciparse de esa edad púber de la ilustración sexual y de la ingenuidad de un materialismo recalentado. Y aunque yo no crea en absoluto en el «alma», ésta se hace sentir un buen día, en un punto: en el amor.
Frankfurter Zeitung, 1 de diciembre de 1926