Capítulo IV

EL COMETOIDE, nombre que York y Vera le habían dado a la nave, sobrepasó la órbita de Marte y se acercó a la zona de los asteroides. Pronto se alejó de allí. El Cometoide flotó en el espacio frente a Ceres, el más grande de los asteroides cuyo diámetro era de unos ochocientos kilómetros de diámetro. Tiempo atrás se había fundado una colonia de mineros, pero York los había recogido de acuerdo con el plan trazado de antemano, dejando a Ceres desierto de toda vida humana.

El hombre que se encontraba al frente de la nave dio órdenes que fueron transmitidas por micrófonos a todas partes del vehículo. Al instante, un millar de hombres se movilizaron para cumplir con sus deberes. El Cometoide se alineó con Ceres y una cadena invisible los unió en cuestión de segundos. Se puso la nave en movimiento arrastrando consigo ese mundo en miniatura. Al poner proa hacia Venus, aceleró imprimiéndole mayor velocidad.

Ceres fue movido de sitio 400,000,000 de kilómetros para entrar en una órbita suficientemente cercana a Venus, como para permitir que sus reflejos brillantes se filtraran a través de la atmósfera nublada. De esta manera, York entregó a Venus una Luna, para alegría de sus habitantes.

El grandioso éxito de la ingeniería macrocósmica le proporcionó a York el mismo sentimiento sublime que tuvo mil años antes, cuando se dio cuenta de que era inmortal. Ése fue el principio de la reestructuración del sistema solar.

Los astro-ingenieros llevaron al Cometoide al cinturón de los asteroides y capturaron a Pallas. Este asteroide, de 400 kilómetros de diámetro, le fue dado a Marte, como satélite, para que complementara los dos diminutos que ya tenía.

York intentó algo más. Amaba las bellezas majestuosas del espacio. Y conocía el valor de la belleza en la vida del hombre. El brillante espectáculo del cometa Halley, que durante innumerables siglos ha aparecido cada sesenta y seis años, fue la fuente de inspiración de su titánica tarea. Si un cometa al pasar cerca de la Tierra o de cualquier otro planeta constituía un espectáculo arrobador, ¿por qué no engrandecer ese espectáculo y hacer que se repitiera más frecuentemente?

Tan pronto como York expuso su plan, procedió a su ejecución. Con su experiencia científica hizo los cálculos certeros para una órbita que acercara a la Tierra, a Venus y a Marte al próximo cometa que apareciera.

Comparativamente hablando, no era tan complicado en sí asegurar el extremo del rayo de fuerza al del núcleo del cometa y llevarlo a su nueva ruta alrededor del Sol.

Desgraciadamente, el primer cometa con que se hizo la prueba se perdió en el Sol. Pero los siguientes ocho cometas fueron cometas con los que se experimentó, conducidos más cuidadosamente hasta encauzarlos dentro de las órbitas que se les había calculado de antemano.

De esta manera, todos los habitantes de los planetas interiores que formaban el imperio solar disfrutaron de aquellos brillantes espectáculos por lo menos una vez al año.

El imperio aplaudió aquellas extraordinarias empresas que servían para reestructurar el universo y ávidamente esperó los siguientes acontecimientos.

York estaba orgulloso de su obra. Dirigió su nave hacia Júpiter y procedió a ordenar la evacuación de los colonos del satélite más cercano a dicho planeta. Una vez evacuado, lo arrastró hasta una distancia dos veces mayor que el diámetro de Júpiter. Dudaba de obtener buen resultado, pero finalmente las fuerzas de gravitación del enorme planeta, obedeciendo las leyes inmutables del espacio, destruyeron el pequeño satélite convirtiéndolo en diminutas partículas, las que se fueron dispersando en forma lenta hasta formar un anillo que circundaba el ecuador de Júpiter. Fue así como tuvo su origen el halo de luz semejante al que Saturno había disfrutado durante miles de millones de años con el brillo de sus anillos.

La siguiente tarea de York fue la de darle a Mercurio un período definido de rotación. Hundió en el planeta, a gran profundidad, el extremo de un rayo de fuerza, a manera de ancla, y desvió hacia el otro lado del planeta la tremenda fuerza de gravedad del Sol. La nave de York actuaba sólo como el medio transmisor de la energía, no como la verdadera impulsora. Semejante a los conductores de cobre que llevan la energía eléctrica a un motor, las máquinas de York extraían de los depósitos cósmicos la fuerza capaz de mover un mundo, para vaciarlos después en el campo de operación.

De manera lenta pero segura, Mercurio inició un movimiento rotativo bajo los rayos del Sol. Finalmente, después de dos años se logró que las noches y los días fueran de cuarenta horas cada uno en ese planeta. Una distribución más uniforme del calor solar y del frío del espacio en los dos hemisferios, anteriormente inmóviles, hizo que el planeta fuera habitable. Dejó de ser un mundo con dos zonas perpetuas de luz y de obscuridad. El triunfo pasó a formar parte de los anales de la historia del imperio como el acontecimiento mayor de todos los tiempos. Fue entonces cuando York reveló por primera vez que contaba con fuerza nuclear en su nave, la forma de energía que los esfuerzos del hombre habían intentado descifrar tercamente, tratando de desprenderla del centro de la materia.

¡El que tuviera ese poder, debía parecer un verdadero dios!

York se enfrascó en la preparación de la segunda parte de su super proyecto: formar paisajes interplanetarios. La mayor parte de la superficie de Mercurio recibió la carga de un fuego extraordinario. Las áreas que hasta entonces habían sido sólo ásperas y yermas rocas, fueron transformadas por los rayos pulverizadores de fuerza nuclear en planicies de tierra fértil.

Más tarde, variedades de plantas robustas se esparcieron en abundancia, a fin de ablandar la dureza del suelo de las vastas planicies calcinadas.

Después, York se trasladó a Venus, clarificó su atmósfera humeante y extrajo por medios químicos dióxido de carbono de sus millones de toneladas de vapor de agua, así como el polvo de granito que levantaban sus violentas tormentas. La nave quedó estacionada muy por encima de la atmósfera y allí permaneció durante cinco años diseminando por el espacio los productos que extraía, a una gran velocidad, para evitar que cayeran de nuevo al planeta.

Los mares de Marte que habían estado vacíos durante millones de años, fueron inspeccionados cuidadosamente con el propósito de llenarlos. Se separaron y extendieron sus monumentales sistemas de canales; los colonos encauzaron el agua de los polos hacia el ecuador del planeta. Pero sólo se consiguió hacer llegar unas cuantas gotas hasta el fondo de esos mares. York mandó evacuar a todos los que trabajaban en las regiones polares y enfocó el calor de un potente rayo sobre los gruesos casquetes que cubrían los polos.

De un toque maestro, produjo una gran descarga fluvial que se deslizó serpenteando sobre las plantas tiernas para ir a precipitarse finalmente en las viejas cuencas en las que millones de años atrás alguna vez flotaron los barcos de alguna civilización perdida. Repitió el procedimiento en el polo opuesto y llenó el fondo de los mares hasta que éstos tuvieron una profundidad, y duplicó a escala en miniatura los océanos de la Tierra.

Todas esas hazañas en la escala planetaria, fueron medidas en años. Hubo ocasiones en las que el Cometoide tuvo que ser llevado a sitios sólidos para que lo repararan y abastecieran con provisiones y hombres. A los que con el correr de los años morían, había que reemplazarlos con fuerzas jóvenes y frescas… Pero York y Vera, eternamente jóvenes, no sabían nada del paso del tiempo, excepto como una matemática de la mente humana. Para ellos, la reconstrucción del sistema solar sólo llenaba el espacio de un día en sus largas vidas.

Viró nuevamente la tosca proa de su nave hacia los planetas mayores, y limpió de gases la atmósfera venenosa de Júpiter, con unos enormes aparatos de succión semejantes a aspiradoras eléctricas, que solidificaban las moléculas nocivas convirtiéndolas en precipitados sólidos que caían en la superficie del planeta. A causa de las dimensiones gigantescas de Júpiter y a su atmósfera tan extensa, esa labor de limpia llevó diez años. Para las épocas futuras, la gente podría caminar libremente por esa superficie tan grande, con sus zapatos de levitación.

Los hongos venenosos y tenaces fueron destruidos con una lengua de fuego protónico.

Al cabo de dos años, se logró neutralizar el amoniaco de la atmósfera de Saturno mediante unas descargas de cloruro de hidrógeno que lanzaban unas cámaras de gas de gran tamaño. Todas las substancias químicas que utilizaba York, las producía transformando las materias primas que a menudo encontraba en los mundos que los rodeaban.

El intenso frío de la superficie congelada de Urano se logró aminorar considerablemente, perforando pozos profundos para hacer que subiera por ellos el calor de las entrañas del planeta. Para poder realizar esas gigantescas excavaciones utilizó unidades de energía nuclear, las que desintegraban la materia como si se estuviese aplicando directamente la energía del Sol.

Neptuno presentó un problema especial, pues estaba cubierto de una capa de gases líquidos solidificados de unos treinta metros de espesor, pero eso no había sido obstáculo alguno para impedir que los atrevidos seres que vivían en aquel medio hostil hubieran construido arcas que flotaban sobre aquellos mares amargos. York no pasó por alto ese reto, y después de que se les advirtió a los habitantes que evacuaran el planeta, dejó caer un gran número de bombas de llamas nucleares en aquellos páramos gélidos.

Durante dos años, las llamas nucleares que despedía Neptuno y que se disipaban en el espacio, lo hacían rivalizar en brillantez con el Sol. Por vez primera en un número incalculable de eras, se reveló la verdadera superficie del planeta, la cual se convirtió en terreno útil para habitarse por las futuras hordas incontenibles de colonos terrestres.

York llevó sus poderosos instrumentos basta el remoto Plutón, situado a seis mil millones de kilómetros de distancia del Sol. Quizá en el futuro, el hombre que pudiera llevar consigo aire y calor, encontraría algún motivo poderoso para habitar ese planeta obscuro y frío. Allí confirmó York la superficie que había sido convertida violentamente en bordes desiguales y dentados debido a la acción recíproca de su masa fundida y del enfriamiento repentino del espacio.

Cuando aquello quedó terminado, elevó York el Cometoide por encima de Plutón y contempló su obra, aquí y en el resto del sistema solar. Sintió entonces un profundo y justificado orgullo. En seguida dirigió su mirada más allá de Plutón, hacia la distante inmensidad del espacio interestelar.

En sus ojos apareció una mirada extraña, un anhelo por una libertad mayor del macrovoide.

—Nuestra obra aquí ha terminado —le dijo a su esposa.

—Sí —contestó Vera—. Y maravillosamente bien realizada.

También ella tenía la mirada fija en el infinito espacio insondable por el cual habían viajado ellos durante mil años, período que igualaba un segundo de magnificencia en la eternidad.

—Estaremos allá muy pronto —dijo York—. Y a propósito, ¿cuánto tiempo hemos empleado en las últimas faenas?

—Cincuenta años —respondió Vera, y los dos sonrieron ante la insignificancia de aquel lapso de tiempo.

La gigantesca y tosca nave se alejó de Plutón; majestuosa y con gracia, puso York proa hacia la tenue y distante luz del Sol. En Ganímedes hizo escala a fin de efectuar algunas reparaciones. Y fue allí en donde se enteró de que Masón Chard había escapado de la prisión.

—Sabía que eso iba a ocurrir —les dijo a los concejales—, debieron haberlo ejecutado. Ahora los tendrá a ustedes nuevamente en sus manos, y les causará serios problemas durante los próximos mil años, igual que lo hizo en el milenio anterior. Pero ése es problema de ustedes. Si supiera cómo localizarlo, iría gustoso en pos de él, pero con toda seguridad Masón Chard será lo bastante astuto para no cruzarse de nuevo en mi camino.

AL PRINCIPIO, a Masón Chard le había parecido imposible la escapatoria. Lo habían mandado al exilio a un laboratorio situado en el subsuelo de la sexta luna de Júpiter y unos guardias armados lo vigilaban día y noche. Las salidas estaban protegidas y una patrulla del espacio se mantenía constantemente en guardia para prevenir que trataran de rescatarlo algunos de los cómplices de Masón Chard.

Pero Chard nunca había tenido cómplices. En algunas ocasiones había llegado a contratar unos cuantos hombres sin escrúpulos para que ejecutaran determinados proyectos, pero nunca les había confiado la totalidad de sus planes. Como Masón Chard estaba engreído de su inmortalidad, se sentía completamente desligado de todo lazo humano y desconocía el significado de la palabra amigo. Se había abierto camino y como un lobo solitario deseaba continuar así hasta que llegara su fin.

Durante cincuenta años aguardó la oportunidad de escapar. La investigación científica que les había prometido a sus captores que llevaría a cabo para salvar su vida, no constituyó gran cosa. Chard no poseía una inteligencia científica. Ésta más bien se le clasificaba en un término medio. Al final de cuentas a Chard se le podía considerar como un hombre común a quien se le había concedido la inmortalidad. Durante los mil años anteriores de su vida se había divertido de la manera como un hombre común y corriente lo hubiera hecho, tratando de desempeñar el papel de un dios ante la gente a quien sobrevivía siglo tras siglo.

La escapatoria de Chard fue un ejemplo típico de su rudeza. Montó subrepticiamente, parte por parte, un modelo en miniatura de la misma arma que había él perfeccionado para su nave espacial. Una vez que quedó armada, la cargó con energía procedente de los rayos cósmicos y la dispuso de manera tal que la pudiera disparar en distancias cortas y que arrojara descargas concentradas de neutrones explosivos, descargas que ningún ser humano podía resistir.

Chard mató sin ninguna consideración a sus guardianes. Ya con un traje espacial puesto, se abrió paso hasta la salida y calcinó a los tres hombres que lo custodiaban. Cuando los miembros de la patrulla del espacio se presentaron a investigar lo que ocurría, el alcance superior del arma de Chard los derrotó, y la propia nave de la patrulla le proporcionó el medio para huir del sexto satélite.

Chard lanzó una gran risotada para dar rienda suelta a la amargura que se había acumulado en su cuerpo durante los cincuenta años que había permanecido encarcelado, al ver que desaparecía de su vista el satélite donde había estado preso.

¡Aquellos individuos pagarían bien caro las humillaciones que le habían causado!

Chard actuaría cuando York se alejara del sistema solar para remontarse nuevamente al espacio exterior.

El inmortal no perdió el contacto con los eventos que se desarrollaron en el sistema solar durante los años de su prisión, pues se le había permitido tener en su prisión un aparato radiorreceptor y uno de televisión. Gracias a ello pudo observar con ávido interés la reestructuración del sistema solar que había efectuado York.

Chard se fue a refugiar en el más profundo de los cráteres de la Luna, en el mismo lugar secreto que había utilizado con anterioridad para esconderse, y que no había sido descubierto durante los cincuenta años de cautiverio. Desde allí, contempló las ceremonias de recibimiento que le hacían a York después de haber cumplido con su misión.

«¿Por qué habría hecho él todo eso?», se preguntaba Chard. «¿Acaso está planeando York congraciarse con la gente del imperio a fin de que le ofrezcan un trono? ¿Ha regresado él de los espacios remotos para despojarme del sueño que he abrigado durante diez términos de vida normal?».

Siempre dramático en sus pensamientos debido a la inflamación que había recibido su ego durante mil años, Chard concluyó:

«¿Se librará acaso alguna batalla entre los dioses por este reino de mortales? Si así llegara a ser, que esté prevenido York. Ya me derrotó en una ocasión valiéndose de una triquiñuela, ¡pero aún no he probado todas mis fuerzas!».

No obstante su fanfarronería, Chard sintió una sensación profunda de intranquilidad cuando vio en el aparato receptor de televisión a York, quien estaba de pie en una alta plataforma de mármol, ante un mar de rostros en la Ciudad Sol, y decía:

—Habitantes del sistema solar: de la misma manera que un diseñador de ciudades nivela el terreno para construir una ciudad, así he preparado el sistema solar para el futuro imperio de la humanidad y las razas que ha subyugado. Pero cuando el diseñador ha dado fin a su trabajo, no acepta ni busca el gobierno de la ciudad que ha concebido. Eso lo deja a la ciudad misma. El Consejo Supremo ha ofrecido despojarse de su autoridad y ustedes me han pedido que los gobierne. Se me ha ofrecido la corona, pero tengo que rechazarla, aunque ella represente el imperio más grande que haya existido en la historia de la humanidad. Mi esposa y yo partiremos nuevamente hacia los espacios insondables. ¡Ése es nuestro destino!

Los ojos de Chard brillaron de satisfacción. Aquello simplificaba enormemente las cosas para él.

Después de que cesó el murmullo de descontento que produjo la multitud, York señaló con la mano la enorme masa del Cometoide, y habló de nuevo:

—Les dejo ese legado. Es un aparato que puede tener mayor utilidad para ustedes. He dejado instrucciones amplias y completas para manejarlo y la manera en que funciona la cámara de control. Sólo les pido que tengan sumo cuidado cuando hagan uso de él. Puede ser una máquina poderosa de destrucción si es que la usan errónea o descuidadamente. Su fuerza es comparable a la de Titán, el satélite joviano. Por otra parte, si se aplica correctamente, puede ser de una utilidad incalculable, en algunas formas comparable a lo que hice con ella en los últimos cincuenta años.

Los ojos de Chard se entrecerraron cuando se quedó mirando al Cometoide. Los pensamientos que se acumularon a su mente fueron tan intensos que no le permitieron escuchar las últimas frases de despedida que pronunció York. De repente, se dio cuenta del cambio de escenario en la pantalla de su televisor, en donde aparecía una diminuta nave esférica que se elevaba hacia el espacio. Un millón de rostros asombrados observaban aquel punto que brillaba con la luz del sol y que se iba perdiendo paulatinamente de vista.

La pareja inmortal estaba absorta con sus pensamientos mientras la nave en que viajaban se alejaba de la Tierra con la velocidad de un rayo. Finalmente, Vera rompió el silencio:

—Realizaste un trabajo grandioso, Tony —le dijo besándolo impulsivamente—. Ellos no lo olvidarán jamás en las épocas venideras —frunció ligeramente el ceño y continuó—: Pero ¿crees que fue prudente dejar en sus manos el Cometoide? ¡Es algo tan poderoso y ellos a veces actúan como niños!

—Sí, sí fue prudente —le dijo York suavemente—. Es la única manera.

Al cabo de un poco de tiempo, Plutón se pudo apreciar desde las ventanillas de la nave. Habían dejado atrás el imperio de nueve mundos del hombre, y delante de ellos tenían el vasto espacio.