Capítulo V

SIN EMBARGO, la nave de York vencía la gravedad y ésta no era nada que causara risa. Un grupo de científicos se reunió a toda prisa. Finalmente aprobaron que lo que York proponía, era en teoría una cosa extraordinaria. Al mismo tiempo, llegaban noticias de que los inmortales habían obtenido una victoria completa en Europa, y en esos momentos arrasaban el continente asiático. Si Japón caía, continuarían con América, considerada como la única fuerza de oposición que quedaba.

Las ruedas de las industrias se pusieron en movimiento para fabricar a toda prisa y como nunca antes lo habían hecho, los aparatos que York necesitaba. Su laboratorio se instaló en forma secreta en Pittsburg. El arma terrible que York había planeado cuidadosamente durante más de un siglo, comenzó finalmente a tomar forma.

En dos semanas estaba casi terminada; durante ese tiempo los inmortales habían dominado el hemisferio oriental y dirigían su mortífera y minúscula flotilla hacia el occidente.

Durante el primer encuentro, la defensa aérea de los Estados Unidos fue destruida por los rayos devastadores del enemigo. Los rayos tenían la potencia de una bomba de dos toneladas a corto alcance; sin embargo, eran invisibles y silenciosos.

«Habrá que rendirnos».

El eco del grito llegó hasta las altas esferas del gobierno.

—¡Esperen! —Ordenó York—. ¡Aguarden!

Casi hipnotizados, lo obedecieron.

Los inmortales, después de lanzar un ultimátum, empezaron vertiginosamente a destruir las ciudades hasta sus cimientos. Las reservas de combustible y de armas que tenían, parecían inagotables. San Francisco, Denver y San Luis fueron los primeros en sucumbir ante los furiosos ataques.

«¡Ya tenemos bastante! ¡Tenemos que ceder!», fue el clamor horrorizado de los gobernantes y de los estadistas.

—¡Esperen! —Gritó York—. ¡Sólo tres días más! Esperen.

Durante aquellos tres días, Chicago, Cincinnati y Filadelfia quedaron convertidas en ruinas humeantes. ¡Y la flota invencible enfiló a la ciudad de Nueva York!

Pero también en aquellos tres días, York terminó sus preparativos. El arma fue montada en su nave. En la parte superior sobresalía un largo cañón de fibra de vidrio que podía ser manejado por York haciéndolo girar en todas direcciones desde el interior de la minúscula nave. Había varios alambres de conexiones que penetraban temerariamente en el casco de la nave. Con un rápido cambio, York había acondicionado su aparato contra la gravedad, a fin de utilizar las tremendas fuerzas del campo de gravitación, de la Tierra, como si fuera un proyectil lanzado por el cañón.

Por medio de la radio entró en contacto con los inmortales y los desafió, instándolos a que no continuaran hacia Nueva York, y regresaran para enfrentarse con él. Podrían haberlo tomado como un alarde desesperado para salvar a la ciudad, pero fue York quien en persona lanzaba el reto, directamente al doctor Vinson.

—¿York? —Se oyó la voz inconfundible de Vinson—, ¿Anton York? Imposible, él…

—No morí, Vinson. Sobreviví al cianuro y había estado esperando a que apareciera usted en la escena. Casi lo había olvidado durante los siglos que han transcurrido Pero la moneda falsa siempre salta a la vista. Ya ha causado usted innumerables daños, Vinson, pero eso se terminó. Me enfrentaré a la flotilla en donde usted quiera y ofreceremos un gran espectáculo. Si rehúsa enfrentarse conmigo a la mitad del camino, le daré caza hasta los más apartados confines de la Tierra, o hasta el último rincón del Universo si es necesario.

Se escuchó la voz de Vinson al hablar atropelladamente por la radio. Era la primera vez que los invasores que rodeaban a su jefe veían el miedo reflejado en su rostro.

Se preguntaban intrigados qué clase de hombre podía ser ese York para que hasta su maestro, tan seguro, le temiera.

Entonces Vinson volvió a hablar nuevamente:

—Espere, York. Yo no sé de qué armas disponga usted para que con tanta confianza pretenda hacerle frente a mi flotilla, pero escuche lo siguiente: usted es inmortal como nosotros. Usted es de los nuestros, York. Seremos los amos de la Tierra. No le guardo ningún rencor. Únase a nosotros y terminemos todo. ¿Por qué habríamos de tener problemas?

—Usted gobernará la Tierra sin mí, o no la gobernará nunca —la voz penetrante de York se dejó escuchar por el micrófono.

—Antes tendrá que apartarme de su camino. ¡Escoja el lugar! Que sea sobre las cataratas del Niágara —la voz de Vinson, incierta al principio, se había vuelto arrogante y confiada—. ¿Qué puede usted hacer contra la flota que ha destrozado al mundo entero?

Para aquellos ojos afortunados que presenciaron la batalla, ésta debió parecerles una pelea entre dioses, especialmente para los que escucharon las palabras que intercambiaron York y Vinson.

La nave de York era como una esfera brillante de metal y de vidrio. Se precipitó desde las nubes a varios kilómetros de la flotilla de los inmortales. Un grupo de diminutas figuras negras se alcanzaba a distinguir alrededor de la base giratoria del cañón de fibra de cuarzo. Sujetos a los asientos de resorte, estaban los artilleros de York; eran hombres con nervios de acero que no conocían los detalles científicos del arma, pero que sabían que cuando se apuntaba el largo cañón del arma y se tiraba de una palanca, algo que se libraba causaba la destrucción. Fuera de esto no tenían más que su inquebrantable determinación y un valor sin límites.

Como un zumbido de furiosas avispas, la flotilla de Vinson se lanzó tras de la nave solitaria. La nave de York, volando sobre las aguas del lago Erie, estaba suspendida como un águila dispuesta a caer sobre su presa. El largo tubo delgado de fibra de cristal giró hasta apuntar hacia donde venían las naves. El cañón escupió una cosa azulosa que vibraba, lanzando una ráfaga de rayos violáceos a unos tres kilómetros, distancia que lo separaba de los inmortales.

¿Qué inconcebible fuerza era aquello? Nadie lo entendería jamás. York podía haberlo descrito brevemente, como una combinación de vibraciones sónicas de átomos armonizados y vibraciones de rayos gamma de electrones armonizados, los cuales en conjunto eran capaces de destruir la materia en delgadísimos filamentos, sin revelar su secreto. Era un tipo de onda existente en el estadio de transición del audio éter que se encontraba en el límite de lo conocido y lo desconocido, de acuerdo con lo catalogado por la ciencia.

Pero sus efectos no eran misteriosos. El armazón de una docena de naves enemigas quedó retorcido extrañamente, estallando en pequeñas burbujas de vapor y convirtiéndose en gigantescas nubes de polvo negro que cayeron lentamente en las aguas del lago Erie. El resto de la flotilla se desplazó hacia un lado, alejándose de aquella pavorosa arma. Sin embargo, antes de que se hubieran retirado completamente, otras doce naves quedaron convertidas en simples espirales de hollín negro.

York sonrió irónico. Había preparado deliberadamente el radio de acción de los rayos del arma. Cada vez que lanzara su poderosa carga, la acompañaba la liberación de una gran energía, debida ésta a la fuerza de gravedad que utilizaba el arma.

El alcance de las armas de los inmortales era algo semejante, pero ellos nunca pensaron que tendrían que usarlas contra esa nave solitaria a cinco kilómetros de distancia. Momentos más tarde se escuchó el ruido monótono que ocasionaba la violenta conmoción de la atmósfera al ser rasgada por las corrientes invisibles que producían los rayos potentes de los inmortales.

Los rayos eran radiaciones catódicas amplificadas, de electrones de millones de vatios lanzados a la mitad de la velocidad de la luz.

A York no lo sorprendieron distraído. Su nave se había desplazado hacia lo alto, formando un ángulo de los noventa grados con respecto a la posición del enemigo. Y ofrecía un blanco que se desplazaba a una velocidad de 16,000 kilómetros por hora. York consideraba que era una crueldad emplear las descargas de su arma destructora en aquellos hombres, pero también pensaba que era necesario; y llevó su nave más arriba de las nubes.

Los inmortales parecían confundidos. Se dispersaron formando un gran círculo y lanzaron sus rayos hacia lo alto, con la esperanza de dar a ciegas en el blanco. Cuando York apareció, estaba muy lejos de su posición anterior y anunció su presencia con la destrucción de ocho unidades más de la flotilla de Vinson. ¡La mayoría de las naves enemigas habían sido destruidas cuando en realidad comenzaba la pelea!

La parte inferior del escenario estaba formada por las aguas del lago Ene, que hervían y se levantaban en grandes nubes de vapor. Aunque York trató de evitarlo, las cataratas del Niágara recibieron la mayoría de las descargas de sus rayos, quedando en menos de un minuto convertidas en una masa de aguas agitadas y nubes de vapor negro.

Los inmortales huyeron derrotados y tomando distintas direcciones. Pero la ligera y devastadora espada de destrucción de la nave de York las fue aniquilando una por una. Su alcance era ilimitado. Después de una breve persecución, destruyó hasta la última nave. ¡La terrible amenaza de los inmortales había pasado a la historia!

El mundo tuvo que conformarse con rendir homenaje a tres de los cinco hombres que habían manejado el cañón de York. A los otros dos que murieron a consecuencia de la terrible prueba a que fueron sometidos, se les enterró con los honores que merecen los héroes.

York los dejó en tierra y partió velozmente, sin hablar una sola palabra con nadie; sin esperar muestras de agradecimiento ni recibir alabanzas. Había llegado como un dios, y como un dios se había retirado.

Poco tiempo después se internó en el vacío, dejando tras él la herencia de los viajes espaciales; Vera lo acompañó. El secreto de la super arma se lo llevó consigo, pero el de la inmortalidad nunca más lo consideró suyo. Tomó la determinación de no volver a confiarlo a nadie.

La Tierra había conocido a un hombre que estuvo a punto de destruirla y York la había salvado. Un hombre que marcó el camino hacia otros mundos y exhibió un arma aterradora para advertir a la humanidad hasta dónde podría llevarlos una nueva guerra. Un hombre acerca del cual se tejerían muchas leyendas; unas falsas, otras verdaderas.

Pero el hombre se había ido para siempre. Una vez que les dio la suprema libertad del vacío, no pudo regresar a la estrechez de la Tierra. Tampoco quiso volver a intervenir, ya fuera altruístamente, o en alguna otra forma que afectara el curso normal de los asuntos terrestres.

Siguió y siguió adelante, él y su compañera inmortal. Sus conocimientos y sabiduría alcanzaron proporciones cósmicas. Visitaron muchos mundos y muchos soles. El tiempo no significó nada para ellos. Descubrieron el secreto del estado de suspensión animada voluntaria, en la que no se requería tomar alimentos ni regresar el aire. Se convirtieron en verdaderos dioses.

Algún día, en un futuro impredecible, tendría que morir ese semidiós hecho por el hombre. Algún día, cuando las alabanzas del tiempo hayan disminuido suficientemente la cantidad de radiaciones cósmicas que dan vida a los dioses.