EL DOCTOR Vinson salió por fin de la sala de York y se dirigió al laboratorio en donde había obtenido el elixir. Hizo una fogata en el piso con las notas de Matthew York, grabó en su memoria el gran secreto, y después, obedeciendo a un pensamiento repentino, tomó un recipiente que contenía varios litros de alcohol y lo dejó rodar hacia los papeles que se quemaban. Esperó a que rompiera el vidrio el calor, e hizo que el fuego cundiera sobre el resto del piso. Las llamas empezaron a trepar por los bancos de trabajo, pronto llegaban al techo.
Vinson se volvió. Una negra sonrisa ensombreció su cara.
—De estas cenizas nacerá mi imperio inmortal —gritó a voz en cuello, y salió del lugar.
Las llamas devoradoras convirtieron en holocausto amarillo el gran edificio en el que estaban el laboratorio y la casa de Anton York. Pero el destino no había dado fin a la representación de la historia de Romeo y Julieta. En el cuarto en donde parecía haber ocurrido una doble tragedia, había señales de vida.
Vera abrió los ojos y trató de sentarse en el sofá. El cuerpo de su esposo se deslizó por encima del suyo y rodó lentamente hasta el suelo. Vera lo vio aterrorizada y lanzó un grito, cayendo nuevamente de espaldas, pálida como muerta.
Pero Vera no había muerto por herida de daga como le ocurrió a Julieta.
Estaba sólo desmayada. Cuando York abrió los ojos momentos más tarde, no podía coordinar sus pensamientos, hasta que los recuerdos, atropellándose, lo hicieron que se pusiera de pie. Por un momento permaneció tratando de explicarse cómo había escapado a la muerte. No podía imaginar que la misma cualidad super eléctrica de su cuerpo que resistía las enfermedades y abastecía la energía de su juventud, también era capaz de luchar contra el efecto que producen los venenos.
Un grito de asombro se le escapó al ver que su esposa respiraba. Había dos manchas rojas que daban color a sus mejillas de mármol.
¡La muerte no los había tocado! Nuevamente otro enigma se aclaró: el poderoso suero producía un estado de coma temporal, igual al que antecede a la muerte, y finalmente aleja la constricción del corazón y los pulmones para permitir que la vida continúe latiendo como en el cuerpo de Vera.
Una espiral de humo que se colaba por debajo de la puerta, advirtió a York el peligro. Abrió y cerró la puerta tan rápido como pudo. Una densa nube de humo penetró en la sala. Levantó a su esposa con sus fuertes brazos y salió del edificio. Sintió un ligero desmayo ante la inminente pérdida de su laboratorio, pero se sobrepuso inmediatamente, experimentando un intenso goce al pensar que los dos estaban vivos. ¡Vivos e inmortales! ¡Los dos!
Un mes más tarde, en un hospital, los ojos de York se iluminaban.
—El peligro ha pasado, Vera —le dijo—. Pasaste por el mismo período de enfermedad por el cual atravesé yo de niño, cuando mi padre me inyectó el suero. Ha sido como la fiebre que resulta como reacción a una vacuna. Pero ya todo pasó, y podremos ver pasar los siglos tú y yo, juntos.
En el hotel en que se habían alojado, Vera le preguntó por Vinson tres meses más tarde.
—El doctor Vinson desapareció en el fuego —le contestó York—. Aún estoy preocupado por él. No descansaré hasta saber en dónde se encuentra. Es la única persona que tiene los secretos de mi padre, ya que posiblemente las notas originales y las copias fueron destruidas por el fuego. ¿Qué hará con el elixir? No puedo dejar de preocuparme. Vinson no es un hombre que vaya a utilizar el secreto sabiamente.
YORK buscó a Vinson incansablemente, y transcurrido un año, le dijo a su esposa:
—Creo que no tiene objeto continuar tratando de averiguar su paradero. He empleado a los detectives más capaces, pero no han encontrado el menor rastro. Adondequiera que haya huido Vinson, lo ha hecho sin dejar huella alguna. Eso es abominable. Tal vez intentó experimentar con el suero y murió. Quisiera creer que así ha ocurrido.
Dos años más tarde, York, orgullosamente, recorría con la mirada su laboratorio ubicado en una parte alta de las montañas. Allí podría realizar otro de sus inventos. Una importante empresa industrial había patentado su super imán que había obtenido de sus anteriores experimentos relacionados con los fenómenos de la gravitación.
—Aquí descubriré el secreto de la fuerza gravitatoria —se dijo para sí.
Cinco años más tarde había llegado a la conclusión de que la fuerza de gravedad formaba líneas de fuerza, muy semejantes a la de un imán.
«¿Qué tiene de extraña la analogía de convertir el movimiento de la energía cinética en electricidad por medio del corte de las líneas de fuerza magnética? —se preguntó—. Si fuera posible cortar el campo de la fuerza de gravedad de manera similar, pero ¿con qué?».
Diez años después, aparecía un nuevo e inesperado obstáculo en sus experimentos. York lo recibió frunciendo el ceño.
Diez años más tarde, Vera y él planearon cuidadosamente cambiar sus nombres para evitar explicaciones acerca de su permanente juventud.
Una década después, habían logrado obtener una perfecta armonía entre la continuidad de su existencia, y la mortalidad les parecía el sueño de su pasado.
Transcurría el tiempo. Su paso implacable no cambiaba a la pareja. Vivían en su casa-laboratorio de las montañas y aún parecían tener treinta y cinco años, tanto exteriormente como en su vigor físico. Vivían en un estado completo de alejamiento en relación con el resto del mundo. Observaban desde lejos la marcha calidoscópica de la historia, sucesos, del desarrollo, huelgas, hambres, elecciones, cambios sociales, movimientos de los linderos de las naciones, invenciones nuevas, etc… Su aparato receptor de televisión los mantenía informados de todo.
Los experimentos de York lo hicieron penetrar en un campo de acción nunca antes abarcado: el fenómeno de las líneas de fuerza de gravedad. Un campo tan virgen como la escala electromagnética, antes de que Newton y sus sucesores la exploraran. Habían transcurrido más de dos siglos y se había necesitado el concurso de un gran número de sabios para comprender el comportamiento de las ondas de radio y la radiación cósmica que era, hasta entonces, el límite máximo del descubrimiento en ese campo. York trabajó solo y pudo completar su exploración empleando dos siglos más.
En cierto modo, York era igual a la infinidad de científicos que perseguían una sola meta. De vez en cuando se le presentaban dificultades serias y tenía que resolverlas de la mejor manera posible. York era como un nuevo trabajador que se hacía cargo de la obra que alguien había dejado inconclusa antes de morir. Pero en cambio, tenía la ventaja de que siempre se conservaba en perfectas condiciones, tanto físicas como mentales.
Esto daba por resultado que una tarea en la que normalmente se hubiera requerido todo un millar de años de ciencia, se realizaba sólo empleando una quinta parte del tiempo abreviada por su empuje irresistible.
—¡He cortado las líneas de fuerza de la gravedad! —dijo un día triunfante—. Utilizo rayos convexos de luz como abastecedores de energía. Los hago pasar a través de unas bobinas de cuarzo, exactamente como a la electricidad en una hélice de alambre de cobre, al crear un campo magnético. El campo magnético se usa en sentido opuesto en relación con otro, para producir la energía cinética. El campo cuarzo con el que trabajo produce un campo de gravedad en oposición a la gravitación terrestre al producir movimientos cinéticos. ¡Un movimiento ilimitado de energía cinética, obtenida directamente del campo de gravedad de la Tierra!
La voz de York se convirtió en un himno de entusiasmo.
—Ésta es la respuesta a los viajes espaciales, si yo pudiera perfeccionar mi aparato hasta el punto en donde un simple rayo directo de luz solar active rotores de cuarzo. También tengo que hacer una batería que se cargue con la luz solar para que haga girar los rotores; de esa manera una nave en el espacio necesitaría sólo de la perpetua luz solar para ser activada. ¡Vera, estoy muy cerca de obtenerlo! —gritó.
Realmente York estaba muy cerca y sin embargo todavía le tomó un cuarto de siglo realizarlo. Casi habían transcurrido ya cien años desde que había inyectado el suero a Vera. York sometió su nave a la primera prueba. Era un globo de tres metros de diámetro construido con un metal ligero, y provisto de varias ventanillas de cuarzo sumamente grueso. Dos espejos convexos en la parte alta habían sido instalados para que proyectasen la luz del sol sobre unos botones de selenio extremadamente sensitivos. Un milagro de la ciencia de York hacía pasar la radiante energía de la luz solar hacia el interior de las baterías de la nave, como el agua cuando entra por un túnel.
York subió y puso a trabajar la máquina, al principio se movía torpemente, tuvo que hacer un cambio en los campos de gravedad artificial. Entonces fue posible mover la pesada nave esferoidal con una velocidad relampagueante. Daba la impresión de una bomba de acero brillante que procediera de algún cañón gigantesco.
Después del aterrizaje, saltó del interior de la nave, alborozado.
—¡No puedo decirte lo emocionado que estoy! —Le dijo a su esposa—. Piensa en esto: podemos almacenar en la nave lo que necesitemos y lanzamos al espacio a explorar otros planetas.
Ese mismo año, hicieron un viaje a la Luna. Después de la experiencia, York tuvo oportunidad de perfeccionar su aparato todavía más. Efectuaron viajes a Marte y a Venus. Más tarde comenzó a planear viajes hacia las estrellas. Eso requeriría una nave más grande para almacenar mayor cantidad de abastecimientos. Los motores tendrían que ser impulsados solamente por la luz de las estrellas y la fuerza de gravedad más tenue. Considerando esos nuevos problemas, comenzó a construirla. Si su cualidad de inmortal lo había hecho sentirse como un dios, la facultad de poder explorar el éter era aún algo más que un atributo reservado a los dioses.
Pero un día pudo reflexionar y se dio cuenta de que esto lo había embriagado; de la misma manera le ocurrió cuando se convenció de su inmortalidad. Entonces, entusiasmado, se sentó a escribir los planes completos de su unidad anti gravitacional. Y pensó enviarlos a todas las instituciones científicas del mundo entero.
Terminaba de detallar su larga y complicada explicación cuando llegó Vera a informarle acerca de las noticias inquietantes que transmitían por la radio. Durante todo el año anterior, habían estado sucediéndose misteriosas invasiones en los distantes sectores del mundo. Misteriosas pero de poca importancia, ya que envolvían sólo regiones obscuras. Los invasores siempre habían llegado en pequeñas y veloces naves equipadas con armas de destrucción increíbles. Se habían recibido muchos informes de los lugares afectados, pero parecía que nadie podía explicar de dónde provenían tales invasiones, o quién las dirigía.
Aquella noche las noticias eran alarmantes:
«Roma acaba de ser objeto de un terrible bombardeo por una flota de naves aéreas rapidísimas», informó al mundo un locutor exaltado. «Pueden haber sido las mismas naves que han tenido aterrorizada a la Tierra por más de un año. Todos se han levantado en protestas. ¿Cuál ha sido la nación que ha sido tan cobarde de atacar en forma tan artera?».
Los ojos de York reflejaron nuevamente las dolorosas experiencias que había sufrido durante la guerra mundial.
¡Guerra! La más absurda de todas las atrocidades humanas.
—¿Acaso no han tenido bastante? —gritó—. Pelearon como bestias durante una década hace sólo un siglo.
Estuve tentado de revelarles mi super arma, y dejarlos que se hicieran pedazos hasta destruirse en forma total.
Ahora nuevamente siento deseos de hacerlo.
Al día siguiente Berlín fue bombardeado. Después París, Londres y Moscú. El mundo se sobrecogía. ¿Qué nación se atrevía a desafiar a Europa? Más tarde se recibieron noticias de que Tokio había sufrido un impacto terrible, después de Washington. ¿Qué fuerza podría desafiar al mundo entero? Una nueva ola de terror apareció cuando una gigantesca flota de naves aéreas alemanas e italianas, había sido aniquilada por unas cuantas pequeñas naves invasoras. El enemigo parecía estar dotado de un arma poderosa de largo alcance, que hacía la victoria ridículamente fácil.
York esperaba que la fuerza desconocida se manifestara abiertamente, para actuar. Después de una sucesión de bombardeos, que no habían tenido otro objeto que dar una exhibición de poderío, el mundo quedó consternado. York decidió actuar inmediatamente.
«Al fin el enemigo se ha descubierto», se anunció en forma alarmante por la televisión. «Esta tarde se captó un mensaje en las principales estaciones oficiales. Los invasores que han bombardeado las principales ciudades del mundo, se llaman a sí mismos “los inmortales”. Exigen una conferencia en la que participen todas las naciones y anuncian que deberán ser aceptados como únicos gobernantes de la Tierra. En pocas palabras, “los inmortales”, quienesquiera que sean, demandan el dominio del mundo. ¡O son aceptados por todas las naciones, o el mundo se enfrentará a la amenaza de continuos bombardeos y la destrucción total que hará la flota invencible de sus naves!”».
York y Vera se enteraron también.
—¡El doctor Vinson! —Murmuró York—. Es Vinson y una banda de demonios sin alma en su afán de conquistar la Tierra. Durante cuatrocientos años lo han venido planeando. Nunca pensé que llegaría a tales extremos. En algún lugar recóndito él y su grupo, todos ellos inmortales, deben de haber estado trabajando hasta llegar a alcanzar este día. Sin duda alguna que todos ellos son técnicos o científicos. Hombres que en lapso de un siglo pudieron hacer importantísimos descubrimientos. Naves inmensamente superadas, super-armas y planes cuidadosamente elaborados. Es un juego en grande y han hecho preparativos en gran escala.
Anton York le comunicó a Vera su enojo.
—¿Por qué no pensé esto? Todo estaba tan claro. Durante el año anterior, hicieron impulsiones experimentales para medir sus fuerzas y efectividad. Debí sospecharlo y prepararme. ¡Ahora ya han asestado los nuevos golpes y el fin se acerca! ¡Verdaderas armas científicas contra el armamento anticuado del mundo! ¡La lucha de la avispa contra el oso! Puede aguijonear una y otra vez, sin objeto, siendo demasiado rápida y pequeña para ser aplastada por el poderío de la bestia.
Fatales noticias fueron transmitidas por televisión, anunciaban la terrible crisis a que debía hacer frente el mundo. Secreta y apresuradamente se había formado la mayor y más selecta flota aérea de combate que jamás se había tenido en la Tierra; incluía elementos de las naciones más importantes y no tenía otro fin más que hacer frente a los inmortales. El reto había sido rápidamente aceptado.
La increíble noticia daba cuenta, por boca de los aterrorizados corresponsales, de que, mientras las flotas de las naciones después de contrarrestar un furioso ataque, habían logrado acabar sólo con tres naves del enemigo, éste había sufrido, en cambio, la destrucción de una tercera parte de sus naves; las restantes habían sido dispersadas.
Vera se alarmó al ver la palidez que invadió la cara de York al escuchar la noticia.
—¡Yo soy el único responsable! —murmuró ásperamente—. ¡Yo dejé que el peligroso secreto de la inmortalidad cayera en manos de Vinson! —Continuó, tomando un tono severo de fatal amenaza—, ¡tengo que actuar antes de que sea demasiado tarde!
Era el clímax del super período de vida de Anton York.
Sin más armas que unas cuantas hojas de papel llenas de diagramas y cifras, York descendió en Washington, de su silenciosa nave. Allí anunció que podía luchar contra la potencia enemiga. Más que reírse de él, lo escarnecieron; la situación no estaba para risas.