El buey
El asno es un poeta, un literato, un charlatán. El buey no dice nada. Es un rumiante, un meditativo, un taciturno. No dice nada, pero eso no quiere decir que no piense. Reflexiona y recuerda. Imágenes inmemoriales flotan en su cabeza, pesada y maciza como una roca. La más venerable viene del antiguo Egipto. Es la del Buey Apis. Nació de una ternera virgen a la que fecundó un trueno. Lleva una media luna en la frente y un buitre sobre el lomo. Bajo su lengua está oculto un escarabajo. Le alimentan en un templo. Después de eso, ¿verdad?, un pequeño dios nacido en un establo de una doncella y del Espíritu Santo no va a sorprender a un buey.
Recuerda. Se ve a sí mismo como novillo. En el centro del cortejo formado para la fiesta de las cosechas en honor de la diosa Cibeles, se adelanta, coronado de racimos de uva, escoltado por jóvenes vendimiadoras y viejos Silenos panzudos y encarnados.
Recuerda. Los trabajos negros de otoño. El lento trabajo de la tierra hendida por la reja del arado. Su hermano de labor sujeto al mismo yugo que él. El establo cálido y humeante.
Sueña con la vaca. El animal-madre por excelencia. La suavidad de su vientre. Los tiernos cabezazos del ternerillo contra ese cuerno de la abundancia vivo y generoso. Las arracimadas ubres de color rosa, de donde brota la leche.
El buey sabe que es todo eso, y que su masa tranquilizadora y firme ha de velar por el parto de la Virgen y el nacimiento del Niño.