Una luz muy intensa brillaba frente a su cara, y alcanzó a oír una serie de ruidos alrededor. Pensó: He muerto, y estoy en un lugar extraño. Casi tenía miedo de abrir los ojos.
—Está viva —oyó que decía una voz. Reunió el coraje suficiente para abrir los ojos. Estaba tendida sobre la vereda, bajo la lluvia. Alguien le había colocado una chaqueta debajo de la cabeza. Había como una docena de hombres de pie, alrededor de ella. Y todos parecían hablar al mismo tiempo.
Akiko trató de incorporarse.
—¿Qué… qué sucedió? —preguntó. Y de pronto lo recordó. Todavía le parecía sentir la cuerda áspera que se le incrustaba en el cuello, y ver a ese hombre malvado que le sonreía. Había tratado de gritar… y de pronto todo fue oscuridad.
Un joven muy apuesto ayudó a Akiko a ponerse de pie.
—¿Se siente bien? —le preguntó.
—Yo… no sé —contestó ella con voz temblorosa.
—Me llamo John Di Pietro. Trabajo en Scotland Yard.
Akiko lo miró con temor.
—¿Dónde está el hombre que trató de matarme?
—Me temo que escapó —respondió John—. Usted es una jovencita muy afortunada. Un taxi acertó a pasar justo cuando él trataba de matarla. Y cuando el chofer del taxi vio lo que ocurría, frenó el auto. El asesino entró en pánico y huyó. El chofer del taxi llamó a la policía, y aquí estamos.
Akiko hizo una inspiración profunda.
—Pensé que moriría.
—Estuvo a punto de hacerlo —dijo John.
Miró a la muchacha con atención. Era joven y absolutamente hermosa. John se preguntó si estaría casada.
Akiko miraba al sargento Di Pietro, y pensaba: Qué joven tan apuesto. Y parece tan agradable y atento. Se preguntó si estaría casado.
John estaba impaciente por interrogarla, por conseguir una descripción del asesino. Pero vio que ella estaba próxima a la histeria, y decidió esperar hasta la mañana. Entonces la interrogaría.
John examinó el lugar con la vista por si el asesino, en su apuro, había dejado algunas pistas. Nada. Vio los comestibles que se habían caído de la bolsa de compras. Estaban diseminados por el suelo.
John frunció el entrecejo.
—¿Esos comestibles son suyos?
A Akiko le sorprendió la pregunta.
—Sí.
John recordó el tomate que había visto en la escena del último crimen y, de pronto, la cara se le iluminó.
—¿Dónde los compró? —preguntó.
Akiko lo miró, intrigada.
—¿Que dónde los compré?
—Sí. Los comestibles. ¿Dónde suele comprarlos?
—En el Supermercado Mayfair. Pero no veo qué…
—No tiene importancia —mintió John. Estaba seguro de que ya tenía su primera pista. Sería tan sencillo para el homicida elegir una mujer en el mercado, ofrecerse a ayudarla con los paquetes de compras, y después asesinarla. Estaba seguro de que se encontraba en camino de atrapar al asesino. Sabía que lo encontraría.
Pero no le dijo nada de eso a Akiko ni al detective Blake, ni a ninguna de las otras personas. Uno de los hombres había recogido los comestibles de Akiko.
—¿Cómo se llama usted? —preguntó John.
—Akiko. Akiko Kanomori.
John lo escribió.
—¿Y su dirección?
Ella se la dio.
—Haré que uno de mis hombres la lleve a su casa.
Akiko había tenido la esperanza de que John la acompañara. Se sintió decepcionada.
John tenía prisa por alejarse de allí e ir al Supermercado Mayfair. Estaba convencido de que ése era el lugar desde donde operaba el asesino. Se sentía muy excitado.
Oyó el ruido de un auto que frenaba y levantó la vista. El vehículo estaba lleno de periodistas.
Billy Cash se encontraba entre ellos con su cámara.
—¿Qué ocurrió? —preguntó Billy Cash a los gritos—. He oído decir que hubo aquí un homicidio.
—Todo está en orden —dijo John—. Así que pueden despejar el lugar.
Billy Cash miró a Akiko y vio las marcas que tenía en el cuello.
—Usted ha sido atacada. El estrangulador trató de matarla, ¿no es así? Usted es la primera persona que logró escapar de sus manos con vida.
Levantó su cámara y le sacó una fotografía a Akiko.
El sargento John Di Pietro se puso furioso.
—¡Suficiente! No quiero que publique esa fotografía. Podría poner en peligro la vida de esta mujer. ¿Lo entiende?
—Sí, claro —dijo Billy Cash y se dirigió a Akiko—. ¿Cómo se llama?
—Eso no es asunto suyo —saltó John—. Ahora, mándese a mudar.
Vio que, de mala gana, Billy Cash y los otros periodistas se iban.
—Lamento lo ocurrido —se disculpó John—. Ese hombre es una amenaza.
Akiko sonrió.
—Entonces son dos las amenazas que he recibido esta noche.
John le hizo una seña a uno de sus hombres.
—Por favor, lleve a la señorita Kanomori a su casa, y vea que llegue allí sana y salva.
—Sí, señor.
John miró a la hermosa joven.
—¿Se siente bien?
—Bueno, todavía me siento un poco trastornada, pero estaré bien —dijo y se estremeció—. Jamás volveré a acercarme a ese supermercado.
Y John pensó: Pero otras mujeres sí irán, y también el asesino y, cuando él lo haga, lo pescaremos. Observó a Akiko que subía al patrullero policial.
Ella se asomó por la ventanilla y dijo:
—Gracias. Buenas noches.
El sargento John Di Pietro se dirigió primero a su oficina, donde obtuvo una fotografía de Nancy Collins, la última víctima del estrangulador. Su siguiente destino fue el Supermercado Mayfair.
El supermercado estaba repleto de gente cuando John entró. Permanecía abierto las veinticuatro horas, lo cual permitía que los hombres y mujeres que no podían hacer sus compras durante el día las hicieran por la noche.
Un empleado le dijo a John:
—¿En qué puedo servirlo?
—Quisiera hablar con el gerente, por favor.
Algunos minutos después, John hablaba con el gerente.
—¿Puedo hacer algo por usted?
John le mostró su identificación policial. Después sacó la fotografía de Nancy Collins.
—Me pregunto si alguien podría decirme si esta mujer suele hacer las compras aquí. ¿Es clienta habitual de este supermercado?
El gerente se encogió de hombros.
—Señor, son muchos miles las personas que hacen compras aquí, así que dudo de que alguien pueda contestarle esa pregunta.
—¿Le importa que lo intente? Alguno tal vez la reconozca.
—De acuerdo —dijo el gerente—. Tratemos de averiguarlo.
Recorrieron ese enorme local y les mostraron la fotografía a los empleados ubicados detrás de los mostradores.
—No, no la he visto.
—Estoy demasiado ocupado como para mirarles la cara a los clientes.
—Jamás la vi antes.
—¿No es la mujer que acaban de asesinar?
—No, yo no… aguarde un momento. Sí, seguro, ¡yo la atendí la otra noche!
El sargento John Di Pietro se encontraba reunido con el inspector West en Scotland Yard.
—El empleado la identificó como una clienta en el mismo mercado donde Akiko Kanomori hizo las compras.
—Esa no es una prueba suficiente como para seguir adelante —dijo el inspector West.
—Estoy seguro de que estoy en lo cierto —dijo John Di Pietro con obstinación—. Ese tomate en el homicidio de Nancy Collins debe de habérsele caído de su bolsa de compras. El estrangulador recogió todos los demás comestibles y se los llevó. Estoy seguro de que si el taxi no hubiera aparecido esta noche, no habríamos encontrado ningún comestible en la calle. Mi teoría es que el individuo merodea el Supermercado Mayfair con un paraguas, elige a una mujer que no tiene paraguas y se ofrece a acompañarla a su casa. En el camino, la mata. Esas marcas que encontramos bien podrían provenir de la punta del paraguas; lo más probable es que se la clave en la espalda. Entonces ella deja caer su bolsa con las compras, él saca una cuerda del bolsillo, la estrangula y después desaparece.
El inspector West permaneció allí sentado un momento, observando al joven que tenía adelante.
—Es una teoría muy interesante —dijo—. ¿Qué desea hacer al respecto?
—Me gustaría que me asignara una media docena de hombres —contestó John—. Los necesitaré sólo las noches de lluvia. Los ubicaré en el supermercado disfrazados de empleados. Nos mantendremos alertas con respecto a cualquier hombre con un paraguas que se ofrece a escoltar a las mujeres que están por salir a la calle.
El inspector West suspiró.
—Es un riesgo, pero supongo que es lo único que tenemos en este momento. Está bien, de acuerdo. Tiene los hombres que necesita.
John sonrió.
—Gracias, señor.
—¿Cuándo quiere empezar?
—Esta noche.
Los policías estaban diseminados por el supermercado, con delantales, tratando de parecer empleados que trabajaban siempre allí.
John les había dicho:
—Manténganse atentos. Estamos buscando a un hombre que entra aquí simulando estar de compras. Lo más probable es que no compre nada. Lo único que puedo decirles sobre él es que llevará paraguas. Estará a la pesca de una mujer a punto de abandonar el mercado con sus compras y sin paraguas. Así se acerca a sus víctimas. Cuando ellas salen, él también lo hace y se ofrece a acompañarlas a su casa. Quiero que todos mantengan los ojos bien abiertos y se concentren en la puerta principal. Cuando vean a alguien que responde a la descripción que acabo de darles, procederemos. ¿Entendido?
Todos asintieron. Al cabo de cuatro horas de estar en el supermercado la lluvia continuaba, pero no había señales del hombre que buscaban.
El detective Blake dijo:
—Esta noche estuvo cerca de que lo atrapáramos. No creo que vuelva aquí.
—No estoy de acuerdo —dijo John—. Esta noche es la primera vez que falla. Creo que debe de estar muy enojado. Tratará de volver y de conseguir otra víctima. No tiene idea de que estamos atrás de él.
—Espero que tenga razón. Me gustaría terminar con esto.
—También a mí.
John pensó en la hermosa Akiko. Me alegro de que el estrangulador no la haya matado. Me alegro de que esté a salvo. Cuando se le pase el shock, iré a verla y le pediré que me describa al asesino.
De vuelta en su departamento, Akiko Kanomori cerró con llave todas las puertas y ventanas. Seguía un poco alterada por eso tan espantoso que estuvo a punto de ocurrirle.
El detective le había dicho:
—¿Está usted bien, señorita Kanomori? ¿Quiere que me quede aquí con usted un momento?
—Estaré bien. Muchísimas gracias.
Ya no tenía apetito. Sólo susto, mucho susto. Al menos, pensó, el estrangulador no sabe quién soy. Y no tiene manera de encontrarme jamás.
En la oficina del London Chronicle, Billy Cash hablaba con su editor.
—Conseguí su fotografía —dijo—. Podemos publicarla en la primera plana del periódico de mañana.
—Estupendo. Les ganaremos a las demás publicaciones de la ciudad. Ella es la única que consiguió huir del estrangulador con vida. ¿Tienes su nombre y dirección?
—No. Ese maldito detective estaba allí. Me lo impidió. Pero no importa, seguro que alguien la identificará.
A la mañana siguiente, Akiko se despertó de golpe, sobresaltada. Había tenido una pesadilla. Soñó que un hombre intentaba matarla con una cuerda, y de pronto comprendió que no había sido un sueño, que realmente había pasado. Había estado a punto de morir.
Se estremeció.
Tengo que superar esto, pensó. No puedo seguir viviendo muerta de miedo. De todos modos, estoy segura de que atraparán a ese individuo. El joven policía parecía un hombre muy capaz.
Se levantó de la cama y se vistió. Sorprendentemente, de pronto, sintió hambre. De modo que la muerte le abre el apetito a uno. Decidió bajar al pequeño restaurante de la esquina y desayunar allí.
Cuando salía del edificio, vio a la señora Goodman.
—Buenos días, Akiko —dijo la señora Goodman—. ¿Disfrutaste ayer de tu visita a la Torre de Londres?
Akiko la miró, sorprendida. Y enseguida cayó en la cuenta: por supuesto, ella no sabe que el estrangulador trató de matarme. Nadie lo sabe. Por eso estoy a salvo. Él no podrá encontrarme jamás.
Akiko echó a andar hacia el restaurante de la esquina. Frente a él, había un puesto de diarios. Akiko se frenó en seco, estremecida. En la primera plana del periódico había una gran fotografía suya con el titular:
¡TESTIGO MISTERIOSA CON VIDA!
LA VÍCTIMA ESCAPA DE LAS MANOS
DEL ESTRANGULADOR