CAPÍTULO 3

Alan Simpson sintió la suave lluvia y su corazón se llenó de gozo. Dios le estaba diciendo que había llegado el momento de librar al mundo de otra mujer malvada. Un cosquilleo de excitación le inundó el cuerpo.

Echó a andar debajo de la lluvia y se apresuró hacia el lugar donde siempre encontraba a sus víctimas. El periódico había asegurado que no existía ninguna relación entre las víctimas. Pero, desde luego, la había. La policía era demasiado tonta para advertirla. Jamás descubrirían cuál era.

El Supermercado Mayfair estaba en el corazón mismo de Whitechapel. Allí había encontrado a sus víctimas. Cuando Alan Simpson llegó al supermercado, entró en él.

Lentamente, caminó por los pasillos mientras observaba a las mujeres que llenaban sus bolsas de compras. Eran prostitutas, todas lo eran. Simulaban ser esposas fieles y les preparaban la cena a sus maridos o novios, quienes ni siquiera sospechaban de ellas. Bueno, él no era ningún ingenuo. Las conocía por lo que eran. Y una de ellas moriría esa noche.

Las observó bien para decidir cuál sería. Había una mujer mayor, de pelo entrecano, que elegía verduras. Había una mujer joven frente al mostrador de la carnicería, comprando bifes, y después Alan vio lo que realmente buscaba.

Tenía alrededor de treinta años, estatura mediana, usaba anteojos. Vestía blusa y falda ajustada. Tú eres la elegida, pensó. Dentro de algunos minutos estarás muerta.

Se llamaba Nancy Collins. Era enfermera y trabajaba en un hospital ubicado a pocas cuadras de su casa. Nancy, por lo general, trabajaba por las noches, pero ése era su día franco, y tenía una cita con su novio.

El hombre con el que estaba comprometida era un viajante de comercio, y por eso no podían verse con tanta frecuencia como deseaban. Nancy esperaba con impaciencia estar con él esa noche.

Pensaba prepararle una cena muy rica. Todos sus platos preferidos: carne asada, puré de papas, ensalada, y una torta de chocolate que había comprado. Sí, sería una velada maravillosa. Después de cenar, escucharían música en el departamento, cómodamente sentados.

Cuando terminó sus compras, salió con los brazos llenos de paquetes y vio que llovía. ¡Maldición!, pensó. Espero que esto no nos arruine nada. No había llevado impermeable y su departamento quedaba a cuatro cuadras.

Y, bueno, no había más remedio, se mojaría. Cuando echó a andar por la calle, un joven de aspecto muy agradable apareció junto a ella. Llevaba un paraguas.

Le sonrió y le dijo con tono cordial:

—Buenas tardes. Parece que se va a mojar. ¿Por qué no me permite ayudarla? —Levantó el paraguas y lo sostuvo sobre la cabeza de ella.

—Muy amable de su parte —dijo Nancy. Eso demostraba que algunos hombres todavía seguían siendo caballeros.

—¿Tiene que ir muy lejos?

—A cuatro cuadras de aquí —respondió Nancy.

—Bueno, yo no tengo apuro. ¿Puedo acompañarla hasta su casa?

La conmovió ese generoso ofrecimiento. Comenzaba a llover más fuerte.

—Se lo agradecería mucho —dijo ella.

—Sería una pena que se le mojara ese vestido tan bonito.

Es un encanto, pensó Nancy.

—Me llamo Nancy Collins.

—Y yo, Alan Simpson. —No era peligroso decirle su nombre porque no viviría lo suficiente para contárselo a nadie.

Echaron a andar por la calle, ahora casi desierta por la lluvia.

—¿Usted vive por aquí? —preguntó Nancy.

—No muy lejos —contestó el desconocido. Habían llegado a una esquina.

—Por aquí —le indicó Nancy.

Doblaron y siguieron por la otra calle. Estaba completamente desierta. Todo parecía inocente mientras los dos caminaban por la calle. Nada indicaba que un horrible asesinato estaba a punto de ocurrir.

El hombre dijo:

—¿Quiere que le lleve los paquetes?

—No, gracias. Yo puedo hacerlo. Estoy acostumbrada.

—¿En qué trabaja? —preguntó el hombre.

—Soy enfermera.

—Ah, entonces debe de trabajar en el hospital que está aquí cerca.

—Sí. ¿Qué hace usted?

El hombre sonrió.

—Trabajo en una funeraria.

Ella se volvió y lo miró.

—¿En una funeraria?

—Sí. En el fondo, los dos trabajamos en el mismo negocio, ¿no es verdad? Los dos nos enfrentamos con la muerte.

Hubo algo extraño en la forma en que él lo dijo. Nancy comenzó a sentir miedo. ¿Se había equivocado al aceptar la ayuda de ese desconocido? Parecía inofensivo y, sin embargo… Comenzó a caminar un poco más de prisa. Él se apresuró para mantenérsele a la par y sostener el paraguas sobre su cabeza.

Ella había pensado invitarlo a tomar una taza de té como agradecimiento a su ayuda, pero decidió que no era una buena idea. Después de todo, era un completo desconocido. No sabía nada de él.

Habían avanzado dos cuadras. El departamento de Nancy quedaba a sólo dos cuadras más.

—Estas calles están muy oscuras —dijo el desconocido, y tenía razón. A los chicos les gustaba tirar piedras contra los faroles de las calles como diversión. Ella había presentado muchas quejas en ese sentido, pero ninguna autoridad municipal había hecho nada al respecto.

Llovía cada vez más fuerte y había un viento terrible.

Dentro de uno o dos minutos estaré de vuelta en casa, pensó Nancy.

El desconocido parecía tener problemas con su paraguas. Se detuvo y se colocó detrás de ella por un instante. De pronto, Nancy sintió un golpe fuerte en la espalda. Le dolió tanto que gritó y soltó los paquetes. El hombre le había clavado la punta filosa del paraguas en la espalda.

—¿Qué está …?

Pero él ya había sacado un trozo de cuerda y se lo pasaba alrededor del cuello.

—¡No! —gritó ella, pero no había nadie para oírla. La cuerda se ajustó alrededor de su cuello y ella comenzó a ahogarse y a no poder respirar. Trató de luchar, de resistirse, pero el estrangulador era demasiado fuerte.

Ahora él le sonreía y apretaba la cuerda cada vez con más fuerza. Y Nancy comenzó a perder el sentido. Él vio cómo la luz se apagaba en sus ojos. Entonces la soltó y dejó que su cuerpo se desplomara en el suelo.

Con mucho cuidado, le levantó la cara hacia arriba para que la lluvia le lavara los pecados.

Tomó la cuerda y se la puso de vuelta en el bolsillo. A continuación, el estrangulador hizo una cosa muy extraña: levantó las bolsas con artículos de almacén, recogió lo que se había caído y volvió a ponerlo en las bolsas y luego se perdió en la noche.

Mantuvo el paraguas bien alto para no mojarse. Diez minutos después estaba en su departamento y colocaba las bolsas en la pileta de la cocina.

Lo había planeado todo con mucho cuidado. Después de cada homicidio, siempre recogía las compras de sus víctimas y se las llevaba, para que la policía no tuviera ninguna pista con respecto a de dónde venían sus víctimas. No cabía ninguna duda: ¡él era mucho más astuto que la policía!

Se puso a sacar las cosas de las bolsas. Le resultaba divertido ver lo que las mujeres habían planeado preparar para la cena. Esta vez era un trozo de carne, papas, lechuga y tomate, y una torta de chocolate. Le encantaba la torta de chocolate.

Alan Simpson comenzó a prepararse la cena.

El cuerpo de Nancy Collins fue hallado por un hombre que regresaba de su oficina y se dirigía de prisa hacia su casa. Cuando vio que la mujer estaba muerta, enseguida buscó un teléfono. Estaba tan alterado que casi no podía hablar.

—¿Policía? Yo… quiero informar de un asesinato. Al menos, creo que es un asesinato. La mujer está muerta.

—¿Quién está muerta?

—Esa mujer. Su cuerpo está tendido en la calle. ¡Apúrense!

—Cálmese, por favor, y deme la dirección.

El sargento John Di Pietro llegó quince minutos después en un patrullero policial. Ordenó que los agentes acordonaran el área. Observó bien el lugar y los alrededores en busca de pistas, pero no encontró ninguna.

John vio la marca de la cuerda alrededor del cuello de la muerta.

—Fue estrangulada —dijo—, pero falta la cuerda.

Llegó una furgoneta del médico forense para llevarse el cadáver. Parecía que no había nada más que John pudiera hacer en la escena del crimen. De pronto, vio un tomate en la calle. John lo recogió y lo observó con atención, como si pudiera decirle algo.

—¿Eso es una pista? —preguntó el detective Blake.

John no estaba seguro. ¿El tomate pertenecía a la mujer muerta, o se le había caído en la calle a alguna otra persona? ¿Y qué podía estar haciendo la víctima con un único tomate? ¿Alguien saldría en pleno aguacero para comprar un solo tomate? No tenía sentido.

Mientras John reflexionaba sobre esto, oyó el ruido de automóviles que llegaban y levantó la vista. Vio periodistas de medios de prensa y de televisión, con cámaras y micrófonos. ¿Cómo se enteraron tan rápido del homicidio?

Comenzaron a gritarle preguntas a John:

—¿Se trata de otro crimen del estrangulador?

—¿Conoce el nombre de la víctima?

—¿Esta vez tiene algunas pistas?

—¿No admite que el estrangulador es demasiado inteligente para ustedes?

Ese último comentario lo hizo un periodista llamado Billy Cash, que trabajaba para un periódico sensacionalista llamado The London Chronicle. Billy Cash no hacía más que escribir artículos sobre la ineficiencia del Departamento de Policía. Era un hombrecito pequeño y feo, vestido con un traje gris viejo y arrugado.

El sargento John Di Pietro controló su furia.

—El público puede tener la tranquilidad de que estamos haciendo todo lo que está a nuestro alcance para atrapar al asesino.

—Eso significa que no tiene ninguna pista — gritó Billy Cash.

John no dijo nada sobre el tomate. Después de todo, ¿cómo saber si era o no una pista? Una cámara de televisión lo enfocaba.

—Sargento, ¿qué está haciendo el Departamento de Policía para proteger a las mujeres de esta ciudad de futuros homicidios?

Era una pregunta con trampa. Él no podía decir demasiado ni demasiado poco. Si prometía que las mujeres estarían a salvo, y se producía otro estrangulamiento, haría el papel del tonto. Si reconocía que las mujeres de Londres no estaban a salvo, provocaría pánico.

—No tengo libertad para decirle lo que estamos haciendo —dijo John Di Pietro—, porque eso podría ayudar al homicida.

—¿Quiere decir que espera atraparlo pronto? —dijo Billy Cash.

—Saquen ustedes sus propias conclusiones, damas y caballeros —dijo el sargento John Di Pietro, se metió en el patrullero policial y se alejó con el detective Blake.

A John Di Pietro no le gustaba nada la forma en que se estaban desarrollando los acontecimientos. Sentía pena por la pobre mujer que acababan de asesinar, y deseaba fervientemente encontrar a su asesino. Quería detener al loco que merodeaba por las calles y mataba víctimas al azar.

Eran muchas las cosas que John se preguntaba:

¿Cómo elegía ese individuo a sus víctimas? ¿Cómo hacía para acercarse lo suficiente sin que ellas gritaran o huyeran? Era muy extraño. ¿Usaba alguna clase de uniforme para no despertar sospechas? ¿O vivía en el vecindario y conocía a sus víctimas? No tenía respuestas a esas preguntas.

—¿El informe de la autopsia ya está listo? — John había estado impaciente por leer ese informe.

—Aquí está, sargento. Pero no hay nada nuevo. Es igual a los otros. El hombre tenía razón.

Era exactamente igual a los otros informes que John había leído. Esta última víctima también había muerto por estrangulación. Tenía marcas rojas en el cuello, producidas por la cuerda que la había estrangulado. Había un detalle muy extraño que aparecía también en todas las otras autopsias: una pequeña magulladura en la espalda. La piel no estaba desgarrada, de modo que habían golpeado a la víctima con algo a través de la ropa. De todos modos, no era un golpe suficientemente fuerte como para matar a la víctima.

—Eso es muy desconcertante —dijo John—. ¿Por qué tienen todas las víctimas la misma marca en la espalda? ¿Y qué produjo esa marca? —Él no tenía la respuesta. Otra cosa que preocupaba a John era la razón por la que los homicidios siempre tenían lugar cuando llovía. Había oído hablar de lunáticos que daban el golpe cuando había luna llena. Se suponía que la Luna afectaba sus sentidos. Pero, ¿por qué habría de matar, un hombre, cuando llovía? ¿Podría ser porque la lluvia lo deprimía, o existiría otra razón?

El sargento John Di Pietro durmió muy mal esa noche.

Cuando John despertó a la mañana siguiente, lo primero que hizo fue abrir el periódico y fijarse en el pronóstico meteorológico. Se le oprimió el corazón cuando lo leyó.

HOY, NUBLADO. PROBABILIDAD DE CHAPARRONES ESTA NOCHE

¿El asesino volvería a dar un golpe tan pronto?