—No debías utilizar esa palabra. No se asesina cuando se actúa defendiendo el bien común —replicó secamente el Duque—. Y debo decirte ya que tú eres quien llevará a cabo ese acto de justicia.
Lan recordó la conversación que sostuvo con Aljel. La actual situación se estaba pareciendo mucho a aquélla.
—¿Por qué voy a convertirme en un asesino? Si pretendes librarte del Emperador y su hijo, dispones de miles de soldados bajo tus órdenes. Y estoy seguro de que muchos jefes de la Armada te seguirán.
—No dudes de eso. Todo está dispuesto. Los jefes de los ejércitos sólo me piden que elimine al Emperador y al Príncipe.
—Y tú serías coronado Emperador…
—Exacto. Y tú mi heredero. Como mi hijo que eres, deberías estar contento de lo que te propongo.
—¿Por qué tengo que ser yo?
—Te lo explicaré brevemente. Tu madre era una humana perteneciente a una raza dotada de grandes poderes mentales, que tú heredaste. Ya conoces la historia, la parte en que fuiste capturado por unos esclavistas, y ella murió. El Emperador vive en unos aposentos, en donde es imposible entrar con armas. Dispone de una guardia muy bien entrenada, ayudada por medios científicos, que hacen imposible cualquier clase de atentado. Además, necesito que todo el mundo crea que él y el Príncipe mueren bajo causas normales. Yo estaré a tu lado cuando el poder de tu mente provoque en ellos un ataque al corazón, capaz de evitar cualquier reactivación científica. Tendremos docenas de testigos, entre enemigos y amigos míos. Nadie podrá decir que no fue una muerte natural. Como no existen herederos, nadie se opondrá a que yo sea nombrado Emperador.
—Lo pones muy fácil, pero yo no creo ser capaz de hacer tal cosa —sonrió Lan—. Nunca supe que tuviera poderes especiales.
—Los tendrás tan pronto te liberes de esa pulsera —dijo Volkar—. Siempre quisiste saber por qué la has llevado siempre y librarte de ella.
Lan se la acarició.
—No pienso hacer tal cosa.
—Di tus razones. No creeré nada si empiezas a decir que te puede remorder la conciencia. Durante años has estado privado de todo, viviendo como…
—Termina. He estado viviendo como un esclavo. Pero repito, no mataré a nadie.
Volkar y el Duque se miraron. El primero, inquieto, y el segundo, enfurecido.
—Eres un desagradecido, muchacho —escupió Volkar—. Durante años te busqué por cientos de mundos, mientras tu padre sufría tu ausencia. Nunca pudo esperar esta ingratitud.
Lan soltó una carcajada.
—Estuviste buscando la persona idónea para llevar a cabo el doble homicidio. Ya es tiempo de dejarnos de fingimientos. —Lan abandonó su apariencia divertida y su gesto se trocó en viva ferocidad—. Estoy cansado de este juego.
Y diciendo esto, se liberó de la pulsera, que arrojó a los pies de los dos hombres, quienes retrocedieron como si ella pudiera convertirse en una venenosa serpiente.
—Aljel me contó una historia que tampoco creí y me cambió la pulsera por otra falsa, que me ha permitido leer hace unos instantes vuestros pensamientos y conocer que realmente no soy hijo de Ich Denfol.
El Duque reaccionó antes que su primo. Recobró en seguida la compostura, cruzó los brazos sobre el pecho y dijo:
Ya me contó Volkar que la nave de Aljel estuvo merodeando la casa de ese capitán mercader. Y Aljel aprendió en Khrisdall algunos trucos simples, como el de la teleportación. Pero cualquier gesto de esos lo agota en seguida. Es sólo un simple aficionado.
—Está bien, muchacho. Has puesto las cartas boca arriba y me alegro. A mí también me desagradan los fingimientos. Volkar y yo podemos evitar un ataque mental tuyo porque estamos preparados, y dudo que aún hayas aprendido a utilizar todos tus poderes. Por lo tanto, no temo decirte lo que quiero que hagas. Matarás al Emperador y al Príncipe, tal como quiero. Luego, te dejaré marchar en una nave, junto con suficiente dinero para que puedas comprarte un planeta entero… y llevarte lo que quieras.
—Ya me negué ante Aljel y lo vuelvo a repetir ahora: no mataré a nadie por mandato. Es posible que no consiga salir vivo de aquí, pero tú te verás en un aprieto, al tener que contar a la Corte que tu hijo ha desaparecido.
El Duque se encogió de hombros.
—Tengo mil excusas a mi disposición. Lo único que lamentaré es haber perdido muchos años en este plan. Desde que te encontré, y supe lo que podía esperar de ti, toda mi vida, mis esfuerzos, se encaminaron a conseguir eliminar al Emperador, sin que nadie pudiera acusarme de nada. Comprenderás que ahora no voy a abandonarlo todo, Lan.
—No podrás obligarme a hacerlo. Ni aunque utilices drogas o medios científicos para doblegar mi voluntad conseguirás nada. Soy un nativo de Khrisdall.
—Sí, sí, lo sé —admitió el Duque—. Pero existen otros medios para obligarte a obedecerme. Por supuesto, descarto las amenazas de torturarte. Sé que puedes preparar tu mente para hacerte inmune a los dolores.
La muerte sería un placer para ti, si te lo propones. Pero aún dispongo de esto.
Ich anduvo hasta el fondo de la habitación, y encendió una pantalla visora. Tan pronto como surgió en ella la imagen, Lan se tambaleó.
Veía a Lorena sentada en una butaca de metal, con las manos y piernas atadas por flejes de acero. Parecía dormida, sumida en un profundo y dulce sueño. Detrás de la muchacha se veían algunos soldados, vestidos de escarlata.
Lan avanzó unos pasos hasta llegar a tocar el frío cristal, como si quisiera palpar el cuerpo de Lorena.
—¿Qué has hecho con ella? —preguntó, intentando controlar su ira. Sentía deseos de emplear todo su poder, aunque muriese agotado, y fulminar a ambos hombres.
—Está bien —dijo Volkar, adelantándose—. Ella será nuestra garantía, lo que nos asegurará que tú cumplirás lo que te pedimos.
—Os destruiré.
—No lo intentes —recomendó Volkar, palideciendo—. Si nos ocurriese algo a nosotros, la chica moriría. Su cuerpo se volatilizaría.
—Ni pienses llegar hasta ella porque en lugar de conseguirlo, sólo lograrías precipitar su muerte —dijo Ich, más tranquilo que su primo. Ambos sabían que estar junto a un irritado Lan era como permanecer al borde de un volcán, a punto de entrar en erupción—. La tenemos retenida en algún lugar que tú no puedes averiguar. Si nuestros hombres saben que morimos o peligramos, tienen órdenes de ejecutarla. Por el momento está bien. ¿Recuerdas que te dije que si colaborabas te permitiría marchar con dinero y lo que deseases? Esa chica puede ser añadida al lote.
—¿Cómo os habéis apoderado de ella? ¿Está en la Tierra? ¿Y sus padres? —preguntó Lan.
—El carguero del capitán Lagnon llegó hace unas horas trayendo mercancías. Lorena preguntó por ti —explicó Volkar—. Insistió tanto, que los vigilantes la condujeron hasta mí. Entonces me di cuenta de que podía servir para nuestros planes. Pedí a Lorena que dijese a su padre que debía marcharse, que ella estaba contigo, y decidida a permanecer en la Sede. El capitán protestó, pero terminó siendo convencido por su hija. Se marchó refunfuñando, pero lo hizo. Luego rogué a Lorena y ordené que la dispusieran en esa especie de silla capaz de desintegrarla.
—Así, ella está en la Sede.
—Sí, pero no pretendas saber dónde. Ahora volvamos al asunto que interesa —dijo Volkar—. Yo conté a Ich que sientes bastante afecto por ella y es posible que ante la idea de que pueda morir, accedas a colaborar con nosotros. ¿Qué respondes?
Lan aspiró hondo.
—Antes de entrar —dijo—, logré saber que Ich no es mi padre. Por unos segundos, bajó su guardia mental. Podría fulminaros ahora mismo e incluso temo que mi subconsciente trabaje por mi cuenta, tan grandes son mis deseos. Pero no puedo consentir que Lorena muera. Temía algo de esto y recomendé al capitán Lagnon que se marchase de la Tierra. Estaba seguro de que vosotros intentaríais eliminar testigos. Y así ha sido. ¿Qué garantías puedo tener de que si os obedezco admitáis mi marcha y la libertad de Lorena?
—No existen más garantías que nuestras palabras… Deberás fiarte de ellas —dijo el Duque.
—No es mucho. Vuestra palabra está tan podrida como vuestros cuerpos. Pero no tengo otra alternativa. Haré lo que queráis.
—Eso está mejor. Después que muera el Emperador y su hijo, se producirá una inevitable confusión. Aprovecharemos ese momento para anunciar más tarde tu muerte a manos de un seguidor del difunto anciano monarca. En ese mismo instante, una nave te conducirá al lugar del Universo que desees junto con tu amada.
—Quiero que aviséis a los padres de Lorena para que se marchen de la Tierra. Que Lorena les envíe un mensaje, diciendo que está bien conmigo, y que nos veremos cuando podamos. No deseo que los viejos estén más tiempo a vuestro alcance —dijo Lan.
—Eso lo podemos hacer. ¿Por qué no? Al capitán Lagnon y su esposa parece no agradarles vivir en el paraíso terrestre. Realmente, no me gusta matar sin necesidad —sonrió Ich.
Lan no dejaba de observarle. Sin tener que penetrar en la mente del Duque, estaba seguro de que éste cumpliría con su palabra. Pero no podía estar seguro de si también lo haría con la segunda parte de su promesa. No confiaba en que le dejasen libre. Y si él no conseguía salir de la Sede, tampoco lo lograría Lorena.
* * *
Lan había permanecido el resto de la noche tumbado en su cama sin poder conciliar el sueño. El Duque le había explicado detalladamente lo que esperaba de él cuando se celebrase su presentación oficial al Emperador. Una vez que conocía los detalles comprendía por qué Ich le necesitaba por sus poderes mentales, capaces de producir la muerte en una persona a distancia.
El cuarto estaba en tinieblas y suavemente se fue iluminando. El mecanismo automático había actuado para anunciarle que el día estaba comenzando en la Sede. Faltaban pocas horas para la presentación ante el Emperador. Lan estaba sintiéndose un poco nervioso.
Se levantó y entró en la ducha. Mientras el agua perfumada corría por su cuerpo, escuchó como la puerta del dormitorio se abría, penetrando dos sirvientes. Como todas las mañanas, le traían el desayuno. Salió de la ducha, y desde el secador, observó como el criado depositaba una enorme bandeja sobre una mesita, y su acompañante, una muchacha, se quedaba de espaldas al cuarto de baño.
Después de colocarse una túnica, Lan entró en el dormitorio. Entonces la criada se volvió y el joven no pudo evitar el abrir la boca, lleno de estupefacción.
Lorena corrió a arrojarse a sus brazos. Se besaron y Lan tocó repetidamente el juvenil cuerpo de su amada para convencerse de que no sufría alguna alucinación.
—¿Qué significa esto? No puedo creer que el Duque te haya liberado. Es imposible que tenga confianza en mí.
Entonces el sirviente se acercó. Se trataba de un hombre joven, de apenas veintidós o veintitrés años. Sus facciones nobles sonrieron al decir a Lan:
—No alborotes tanto, amigo. Corremos peligro que nos descubran. Por supuesto, el Duque no sabe que ya no cuenta con su rehén para obligarte a matar al Emperador y su hijo.
—¿Quién eres y cómo sabes lo que el Duque desea que yo haga?
—Es Dorden, Lan. El Príncipe —dijo Lorena, mirando respetuosamente al joven falso criado.
Lan parpadeó repetidas veces.
—No es posible…
—Sí, así es —dijo Dorden—. Tenía que hablar contigo y, forzosamente, traer conmigo una prueba de mi buena voluntad. Para eso mis fieles servidores y yo hemos libertado a Lorena del lugar donde el Duque la tenía sentada a un sillón desintegrador.
—Entonces, el que estéis aquí es una locura. El Duque sabrá pronto que ya no tiene a Lorena y la buscará por todas partes.
—No. Hemos dejado a otra muchacha en su lugar. Ahora los soldados escarlatas que la guardan son hombres míos, y el Duque no sospechará nada. La chica no corre el menor peligro y se ofreció voluntaria para esa misión. Y no temas porque el Duque o su primo descubran que no es Lorena. Te asombrarías si vieras a la sustituta, Lan. —El Príncipe terminó riendo.
—Exacto —asintió Lorena—. Yo creí estar ante un espejo cuando la vi tomar mi puesto en aquel horrendo sillón.
Lan miró, intranquilo, las paredes del dormitorio.
—Debemos charlar en otro lado. Pueden estar oyéndonos e incluso viéndonos.
—No temas. Sabemos que estas habitaciones están bajo el campo interferidor de espionajes. Es una medida impuesta por el Duque, que ahora nos favorece.
—Entonces debemos marcharnos tan pronto me vista —dijo Lan.
—Nada de eso —dijo firmemente Dorden, tomando a Lan de un brazo—. Tenemos que establecer un plan.
Lan respiró ruidosamente.
—Estoy cansado de que me propongan planes para asesinar gentes. Todo el mundo quiere lo mismo. Y yo sólo deseo marcharme de una vez de este maldito lugar.
—Pensé que accederías a colaborar conmigo —dijo Dorden, frunciendo* el ceño—. No esperaba menos después de liberar a tu novia.
—Habla —dijo Lan.
—Sería imposible que pudieras escapar con Lorena de la Sede en estos momentos. Lamentablemente, el Duque controla las salidas con sus hombres de confianza. Debes seguir adelante, como si estuvieras dispuesto a obedecerle en todos sus deseos.
—¿Quieres decir que debo permitir ser presentado ante el Emperador? Creí que sabías que el Duque quiere que le mate a él y a ti.
—Sólo se cambiarán al final los planes trazados. Desde luego, no quiero morir yo. Ni tampoco que mi padre muera. Pero deberás dirigir contra nosotros tus poderes mentales.
—¿Sabes lo que estás diciendo?
—Sí. Tenemos que engañar al Duque. Yo quedaré ileso porque soy joven, y mi padre sólo sufrirá un desvanecimiento que engañará a todos los presentes haciéndoles creer que ha muerto. Así, yo seré Emperador.
—Entiendo —dijo Lan, sintiendo asco de todo aquello. Había intentado penetrar en la mente del Príncipe, y se sintió rechazado poderosamente. Penetrar en la mente de alguien debía hacerse con cierta delicadeza, algo muy distinto a querer provocar su muerte.
—No, no entiendes nada aún. El Conde Aljel trabaja para mí. Fue a proponerte a la Tierra que sólo matases al Emperador. A él también tenemos que hacerle creer que mi padre muere bajo tus manos. Yo ya me encargaré de conducirlo a un lugar tranquilo, donde pueda vivir en paz los últimos días de su existencia. En realidad, es lo que él desea. Sabe todo lo que quiero hacer y está conforme.
—¿Y por qué no abdica, entonces?
—Eso, viviendo el Duque Rojo, sería un suicidio. Ich domina a mi padre y él sabe que no puede sustraerse a su voluntad. Además, necesitamos que en la Sede se crea que el Duque intentó hacerse con el poder por medio del asesinato doble. Eso pondrá a los indecisos a mi lado. Lo harán cuando comprueben que no soy tan débil como piensan.
—No sabía que Aljel fuese tan maquiavélico.
—Ha sido un hombre paciente durante años. Ha esperado que yo creciese, cuidando a mi padre y pensando cuáles podían ser los planes definitivos del Duque. Cuando supo que había perdido un joven del planeta Khrisdall, que el Duque destinaba para una secreta misión, empezó a atar cabos. Luego pudo saber que Volkar marchó a Ergol en busca de un esclavo. Entonces no tuvo la menor duda de lo que Ich pensaba hacer. Aljel, como quizá sepas, conoce bastante tu planeta nativo, Lan. Tal vez tanto como Ich Denfol. Entonces, Aljel decidió actuar. Primero intentó eliminar a Volkar y hacerte prisionero a ti utilizando un falso navío aduanero. Al fracasar aquel intento por tu causa, precisamente, fue a la Tierra e hizo lo único que podía: cambiarte el brazalete que te impedía el uso de tus poderes. Así conseguiste descubrir al Duque y saber que no es tu padre. Pero aún queda algo, Lan. Él brazalete que tienes y que tú supones es falso, no te quita el uso de los poderes, pero sí los disminuye lo suficiente para impedirte matar a nadie, aunque lo desees.
Lan pulsó con rapidez el resorte para quitárselo. Se asombró un poco al ver que salía fácilmente.
—¿Creías que no ibas a poder librarte de él como el anterior? —inquirió, burlón, el Príncipe—. Nosotros no somos tan malvados como el Duque y los suyos, Lan. Supongo que aceptarás ayudarme.
—Lo estoy pensando.
—No hay mucho tiempo, lo siento. Debes decidirte pronto. Hemos podido entrar, haciéndonos pasar por sirvientes, pero no debemos tentar la suerte. Lorena y yo tenemos que marcharnos pronto. Dentro de poco, las dependencias del Duque se llenarán de gentes, y alguien puede descubrir quién soy. —Dorden agitó la cabeza, impaciente—. Pero ¿no puedes tener fe en alguien, Lan? Comprendo que en poco tiempo han sucedido muchas cosas, que puedes sentir asco por las intrigas en las que te has visto sumergido. Pero quizá te ofuscas y no razones lógicamente. ¿Acaso no corro un gran riesgo viniendo hasta aquí y trayéndote a Lorena como muestra de mi buena voluntad? Te prometo que apenas salga de esta habitación la conduciré a una nave donde ella te esperará. La tripulación es de toda mi confianza y tiene órdenes de llevarte a donde desees. Sólo te pido que confíes en mí y hagas lo que te pido.
—Desde hace muchos días, desde que dejé de ser esclavo, sólo escucho mentiras, propuestas de asesinato, rumores de intrigas —estalló Lan—. ¿Cómo podré saber cuándo alguien me habla diáfanamente?
—Está bien. Solo hay un medio —suspiró Dorden—. Te abro mi mente. Averigua en ella si te he mentido.
Lan se envaró ante aquella inesperada propuesta. A su lado, Lorena se apretó a su cuerpo y le dirigió una sonrisa de confianza.