CAPITULO IV

Ya había empezado a notar algo extraño.

Cuando Lan dobló el recodo, y se enfrentó a los hombres vestidos con los trajes espaciales blancos, llevando en una mano los cascos y en la otra largas armas, se detuvo al mismo tiempo que ellos.

Apenas se dio cuenta de que algunas armas se alzaron, apuntándole.

Lan sólo veía los rostros sorprendidos de los aduaneros. Reconoció al hombre que habló con el capitán por la pantalla. Tenía abierta la boca, como si no diese aún crédito a lo que estaba viendo.

—Esto no me gusta nada, jefe —dijo uno de los aduaneros—. ¿Dónde está el capitán? No hay comité de recepción.

El jefe aduanero se acercó a Lan, le tomó la mano derecha y aproximó a sus ojos la pulsera. Lan reaccionó instintivamente, y se libró de la mano enguantada.

—Es él. No puedo creerlo. ¿Por qué así de sencillo? Volkar debería tenerlo guardado en la cámara fuerte.

Los demás hombres se desperdigaron, atisbando por los pasillos. Uno se apostó cerca de un ascensor, vigilándolo de forma que parecía temer que de éste surgiese un peligro indefinido.

El jefe señaló a Lan, y dijo a sus hombres:

—Dadle un traje y conducidlo a la nave.

—La tripulación, jefe —le recordó alguien—. Nos ordenaron llevarnos a Volkar también.

—La tripulación va a tener suerte —masculló el jefe—. Y Volkar también. Esto me gusta cada vez menos —preguntó a Lan—. ¿Te ordenaron entregarte para salvar su pellejo?

—No entiendo nada. ¿Qué quieren ustedes?

Por toda respuesta, un traje espacial le fue arrojado a Lan, mientras quien lo hizo le decía:

—Póntelo. No nos hagas perder más tiempo.

Una nube oscura pasó por delante de los ojos de Lan no comprendía nada, pero pensó que aquellos hombres eran sus enemigos. Querían sacarlo de allí por la fuerza, llevarlo a su nave y luego… Recordó sus tiempos de esclavo. No estaba dispuesto a volver a serlo.

Antes que permitir volver a tener un collar de hierro rodeándole el cuello, prefería morir.

Lan tomó el traje. Pesaba bastante. El casco estaba sujeto, y era de plástico y titanio, muy duro. Lanzó un grito, había tomado el traje por los pantalones, y el casco lo usó como maza para golpear a los hombres que tenía delante.

Los aduaneros no esperaban la súbita reacción de Lan. El jefe y dos hombres más, cayeron al suelo. Los demás corrieron hacia el joven. Aunque llevaban las armas, algo le hizo saber a Lan que no pensaban dispara contra él. Estaba seguro de que le querían vivo, aunque no le era posible conocer las motivaciones.

En aquel momento, ocurrió algo inesperado. Lan dejo de pesar setenta kilos, y flotó en el aire, en el preciso instante en que los hombres estaban próximos a él. También los aduaneros iniciaron el salto, y se quedaron flotando en el centro de la estancia.

Lan ya había probado los efectos de la caída libre Lorena le había llevado en varias ocasiones al sollac donde ciertos alimentos precisaban ausencia de gravedad y él había aprendido a moverse en gravedad cero La espalda de Lan tocó una pared o techo, encogió sus piernas y las proyectó con todas sus fuerzas contra el enemigo más próximo. El hombre salió impulsado, choco contra dos compañeros y los tres se estrellaron contra la mampara contraria. En seguida, Lan supo que alguno debió quedar inconsciente, y los otros restantes estarían fuera de combate por algún tiempo.

Pero la situación no era adecuada para sostener una lucha. Miró a los demás, y los vio girando sin sentido, mientras intentaban orientarse. Tal vez estaban buscándole. Lan se asió a los salientes que encontró, y trató de buscar una salida. Intuyó que el corredor que conducía al nivel siguiente estaba cerca. Al encontrarlo, se impulsó a través de él, y respiró tranquilo al doblar la esquina y perder de vista a los hombres de los trajes espaciales.

Pero no debía perder tiempo, sino aprovechar aquellos segundos preciosos para poner la mayor distancia posible entre él y sus enemigos. Escuchó ruidos, imprecaciones de éstos a sus espaldas.

Lan sudaba, intentando buscar un punto para impulsarse. Se sentía un poco mareado, y temía cometer un error, volver a encontrarse con los aduaneros, si elegía mal el camino, No recordaba muy bien cuál era el pasillo que había dejado atrás.

Entonces se escucharon varios disparos secos, ululantes. Se volvió para mirar. Había temido que sus enemigos le hubieran encontrado, y estuvieran disparando contra él. Pero no veía a nadie.

Volvieron a sonar más disparos.

Lan, corroído por la curiosidad, guiándose por los estampidos, decidió regresar, y ver lo que estaba sucediendo.

—No seas loco, Lan —le gritó la familiar voz de Lorena.

Se volvió, sin dejar de sujetarse a la pared, y parpadeó, al ver a la muchacha de pie, boca abajo.

Ella se rió. Caminó hacia él.

—Intenta girar sobre ti mismo. Estás sobre el techo por si lo sabes. Lan dejó a Lorena acercarse a él, y ayudarle. Entonces se fijó en que la muchacha tenía unas botas imantadas.

Resopló y comentó:

—Estaba hecho un lío tremendo —Lan se agarraba al brazo de Lorena para no volver a flotar.

—Creo que todo está dominado.

—¿Qué está pasando en el otro nivel? —preguntó el joven.

—Volkar nos aseguró que eran unos falsos aduaneros… Y no se equivocó, según parece. Cortamos, hace, unos instantes, la gravedad en toda la nave, para poder sorprenderles.

—Me querían a mí —jadeó Lan.

—Lo sé.

—¿Por qué?

Lorena se encogió de hombros.

—Me gustaría saberlo. Pero Volkar puede explicártelo.

—Tendrá que explicarme muchas cosas.

* * *

Cuando regresaron al nivel donde estaba la esclusa por la que penetraron los falsos aduaneros, la situación estaba bajo control de los hombres del Oriente.

Volkar aún sostenía una enorme pistola de calor. Estaba arrodillado sobre los cadáveres de los hombres tumbados en el suelo. Eran cinco, y tres de ellos resultaban irreconocibles. Varios tripulantes del carguero estaban recogiendo las armas abandonadas. El capitán Lagnon daba instrucciones a su lugarteniente.

Al verlos entrar, Volkar sé volvió hacia ellos, mirando severamente a Lan.

—Estuviste a punto de estropearlo todo, muchacho. Nosotros estábamos preparados para disparar tan pronto la gravedad fuese anulada. Te felicito por tu arrojo, pero nos hiciste perder unos instantes preciosos, esperando que te alejases para abrir fuego. ¿Quién te mandó hacerte el héroe y luchar?

—¿Quiénes son? —preguntó Lan, señalando los muertos.

—¿Qué más da? Piensa que son enemigos de tu padre. Tuyos, por lo tanto, también. De no haber sido por tu causa, hubiéramos cazado a todos los que entraron en esta nave, e incluso, con un poco de suerte, a los que esperaban en la otra.

—¿Qué ha pasado con los demás? Creo que eran doce o trece.

—Escaparon por la esclusa —dijo Lagnon, acercándose—. Acaban de informarme, desde el puente de mando, que el falso navío aduanero se está alejando.

—Pueden atacarnos —dijo Lorena, alarmada.

Volkar escupió y replicó:

—No lo harán. Ya no pueden lograr lo que pretendían.

—¿Por qué está tan seguro de que no dispararán con los dardos o un proyectil? —preguntó Lagnon.

—Lo último que harían sería poner en peligro la vida de Lan.

Después de decir estas palabras, Volkar entregó su pistola a un tripulante y se alejó por el pasillo, sin dar tiempo a Lan de interrogarle, como hubiera deseado.

—Ese hombre me produce una extraña sensación —dijo Lorena—. A veces, me da miedo.

—Tarde o temprano, tendrá que hablarme claro. O tendrá que hacerlo mi padre —sentenció Lan.

* * *

El carguero no tuvo ningún nuevo incidente hasta su arribada a la Tierra. Descendió en un pequeño campo, rodeado de espesos bosques. Las instalaciones eran las mínimas, pero eficaces. Al descender de la nave, Lan vio a lo lejos una casa de dos plantas relucir al sol del mediodía.

—Ese será tu futuro hogar… por algún tiempo, Lan —Lorena se había acercado al muchacho.

—Me gusta —Lan aspiró profundamente el aire—. Esto huele bien. Cuando alguien contaba algo de la Tierra, siempre decía que éste era un planeta viejo, casi inhabitable.

—Está siendo regenerado. De hecho, el proceso está terminando. Son pocos los millones de personas que viven en él. Hace siglos, quedó despoblado. Todo el mundo; se marchó a vivir a la Sede, cuando terminaron de ensuciarlo por completo.

Se alejaron de la nave, del pequeño bullicio que se había formado a su alrededor. Caminaron despacio por un sendero de grava, que comenzaba al terminar la pista de hormigón. El capitán Lagnon les gritó:

—Decidle a mamá que iré a casa en seguida.

Lorena se volvió, y le agitó una mano, dándole a entender que le había escuchado.

—Durante muchos siglos, la Tierra fue la residencia de los emperadores. En varias ocasiones, se cortó la polución heredada de épocas más tenebrosas. La peor fue la que sucedió a la conquista del sistema solar. Cuando el Imperio se fue creando a medida que se colonizaban las estrellas, ya era imposible vivir aquí. Los emperadores levantaron ciudades en medio del océano, huyendo de las macrópolis. Se fomentó la emigración, en un intento de evitar la superpoblación. La Tierra ya ni producía nada. Todo lo importaba. Era imposible hacer crecer una patata o beber agua de un río. Sólo la técnica pudo conseguir que se siguiera viviendo aquí.

»Hace casi dos siglos se estableció un ambicioso plan de regeneración. Pese al despotismo de algunos emperadores, la nostalgia era excesiva, y la Tierra se consideraba como un símbolo de poder, al que todo el Imperio y sus enemigos respetaban.

»Todo comenzó cuando la Corte Imperial se trasladó a un enorme satélite artificial que se construyó cerca del Cinturón de Asteroides. Entonces se comenzó a obligar a la emigración a la masa no noble de la población. Los cortesanos y nobles se fueron mudando a la Sede Imperial. Aquella esfera de acero fue creciendo, a medida que el incremento de población iba exigiendo. De apenas tres kilómetros de diámetro, alcanzó más de cien, que es lo que creo que tiene actualmente. Allí existen todas las comodidades para el Emperador y su numerosísima corte, para los almirantes, mariscales y sus ejércitos privados, etc. Las pocas personas que conozco que han estado allí, afirman que dispone de grandes lagos, bosques con plantas y árboles más exóticos y… muchas cosas más. Vivir en la corte es gozar de ún constante placer en todos, los sentidos, según dicen los rumores.

Las últimas palabras de la muchacha fueron pronunciadas en un tono de pesar, que Lan notó fácilmente.

—Háblame de la Tierra actual. No se parece en nada a lo que me contaron. Yo la encuentro hermosa, limpia.

—El abuelo del actual Emperador empezó la labor que heredó de sus antepasados. Dioroto XVIII ordenó en firme el comienzo de los trabajos para devolver a este planeta agotado todo su antiguo esplendor. Hasta entonces, se había trabajado muy poco. Las continuas guerras defensivas o de expansión, habían impedido dedicar una mayor atención a esta obra gigantesca. Sólo unos miles de desheredados vivían entonces aquí, cuando un ejército pacífico de obreros, máquinas, ingenieros, técnicos y robots arribaron, por cientos de miles. Los océanos se limpiaron, se rejuveneció la tierra estéril, se plantaron bosques en los llanos y montes, y se recrearon los viejos ríos, según los antiguos planos. Dicen que ahora está todo según el siglo xix. Incluso algunos historiadores dicen que mejor. Pero lo peor no tardará en suceder.

—¿Qué es ello?

—Los ingenieros del Emperador Dioroto XX están eligiendo el lugar más idóneo para construir la nueva Sede Imperial. Al parecer, están cansados de vivir en el espació; por muchas comodidades que les depare esa bola de acero, la Corte ansia gozar de verdaderos prados, bosques, mares, etc. Dentro de algunas décadas, toda la belleza existente comenzará a desaparecer, como hace siglos. Esto dejará de ser agradable.

—¿Por qué?

—Es sencillo. Las imponentes defensas que rodean la Sede Imperial serán trasladadas aquí para defender al Emperador y sus sicarios. Llegarán los soldados con su séquito de gentes sucias, prostituidas; centros de diversión. En pocos años, volverán a crecer las inmundas ciudades, a contaminar los ríos y viciar el aire, miles de naves comerciales y de guerra.

—No lo comprendo. Tu padre dispone de un campo de aterrizaje. ¿Cómo fue que pudierais vivir aquí?

Estaban llegando a la casa. Lan la consideró muy bonita. Distinguió en el pórtico a una mujer que les observaba acercarse.

Lorena dijo:

—Cuando se estaban terminando los trabajos de acondicionamiento, mi padre obtuvo una licencia para importar alimentos. Aún no se criaban en la Tierra, y era preciso dar de comer a los cientos de miles de trabajadores y agricultores. Se le permitió, al igual que muchos navegantes, vivir aquí y tener su propio campo, porque así la distribución era más rápida. Pero no consintió el Comité en crear grandes centros urbanos. Todo está calculado para evitar la contaminación. Aquí vivimos como en un paraíso, cuando terminamos nuestros viajes. Ahora no traemos alimentos porque aquí se produce lo suficiente para el autoabastecimiento e incluso enviar a la Sede Imperial. Pero siempre faltan algunas clases de comidas exóticas, que son apreciadas por los administradores de la Tierra y por la Corte. Así nos ganamos la vida. Y me pregunto si esto podrá durar mucho tiempo.

Habían llegado al pórtico, y Lan observó a la mujer que en él, les había estado esperando. Se trataba de la madre de Lorena. Era aún joven, y guardaba mucho de su hermosura juvenil. El parecido con la muchacha era asombroso. Vestía unos pantalones ajustados, y podía vanagloriarse de tener una figura tan esbelta como la de su hija.

Lorena hizo las presentaciones, y la mujer, sonriendo, dijo:

—Llámame Diane, hijo.

Les hizo pasar al vestíbulo. Allí, sentado sobre un sillón, estaba Volkar, quien había descendido antes que ellos de la nave, alegando que quería inspeccionar en seguida las habitaciones que Lagnon le había asegurado que ya estaban dispuestas para él y Lan.

—¿Lo ha encontrado todo a su gusto, conde Volkar? —preguntó irónica Lorena.

Volkar no quiso darse por enterado del tono burlón de la muchacha y asintió, aunque se apresuró a añadir:

—De todas formas, creo que voy a necesitar un par de habitaciones más. No dudo que podrán disponerlo para antes de dos días. Son varias las personas que estoy esperando.

—Pues nosotros no vamos a mudarnos, señor —sonrió Diane—. Esos caballeros tendrán que encogerse un poco, o montar unas viviendas provisionales en el exterior. Sin estropear mis flores, por supuesto.

—Procuraremos arreglarnos, señora Lagnon —replicó muy serio Volkar—. Ahora desearía retirarme a descansar.

El conde parecía esperar que le condujesen a su habitación, pero Diane, ante la sonrisa divertida de su hija, replicó:

—Ya sabe que su habitación está arriba, señor. ¿No recuerda que es la tercera puerta del pasillo?

Volkar hizo una inclinación de cabeza, y dijo a Lan, antes de subir las escaleras:

—Nos veremos mañana, Lan. Comenzaremos cuanto antes.

Apenas había desaparecido escaleras arriba el conde cuando el capitán Lagnon entró, resoplando.

—Mañana terminaremos de descargar la mercancía. Tenemos tiempo. Hasta dentro de dos días, no llegarán los distribuidores —dijo—. ¿Y nuestro insigne huésped?

—Se ha retirado a descansar —le informó su esposa. Tenía las cejas fruncidas, y un enfado bien visible, que había aumentado ante la llegada del capitán—. Ahora me explicarás los motivos que te han impulsado a aceptar este trabajo. ¿Desde cuándo admitimos realquilados?

Lagnon se desplomó en el primer asiento que encontró y aceptó con una sonrisa de agradecimiento la bebida que le entregó su hija.

—A mí me gusta menos que a ti —afirmó—. No se trata del dinero que me han prometido, por tenerlos aquí. Volkar sabe que mis hombres nunca dirán a nadie que los alojo en mi casa. Se sabe seguro.

—¿Qué teme ese tipo?

—Ya te lo explicaré todo más tarde.

—Desde que recibí tu mensaje diciéndome que lo preparase todo para que una docena de personas vivieran aquí unas semanas, la cabeza no cesa de darme vueltas.

El capitán la tomó de la mano y la hizo sentar a su lado, besándola.

—Este no es el recibimiento que merece un marido al que no se le ve desde hace semanas, cariño. ¿Puedes esperar a que estemos en la intimidad para contártelo?

Diane terminó riendo.

—Entonces, no confío en enterarme de nada hasta mañana por la mañana.

—Por favor, tenemos visita —censuró él, mirando a Lan.

Lorena se alzó de hombros y dijo:

—Voy a enseñar a Lan el resto de la casa.

Al quedarse solos, Diane dijo:

—No me gusta nada.

—¿El qué?

—La actitud de Lorena hacia ese muchacho.

—¿Te desagrada?

—No, todo lo contrario. Y por eso mismo me inquieta conocer ciertas respuestas. Es demasiado atractivo.

Y a Lorena parece gustarle.

—No me había dado cuenta.

—Nosotras, las mujeres, sí solemos darnos cuenta de esas cosas. ¿Qué pasó entre ellos en la nave?

Lagnon bebió un trago y pareció pensar.

—Nada, que yo sepa. No noté nada anormal.

—Tú estabas demasiado ocupado con tu trabajo, como siempre.

—No seas boba. Lorena es una chica juiciosa. Tiene los suficientes años para saber lo que hace. Además, tiene derecho a vivir su vida.

—No es una aventura lo que me preocupa, sino que se haya enamorado.

—Algún día tenía que suceder. E incluso marcharse de nuestro lado. No va a estar siempre viviendo con nosotros —Lagnon terminó con el contenido del vaso. Había puesto el gesto adusto porque en su interior, le desagradaba pensar que algún día Lorena, su única hija, se marchase, aunque conociera lo inexorable de aquel hecho.

—Lan no es hombre para ella —aseguró la mujer.

—¿Porque fue esclavo?

—No es eso. Es hijo de Ich Denfol. Su padre nunca aceptaría a Lorena, ni como simple pasatiempo para su hijo. Y mucho menos, como esposa legal.

—No pienses en eso —gruñó el capitán.

—Debiste haberte negado a tenerle como huésped.

—No podía. Volkar me lo pidió como un favor, pero si yo me hubiese negado, los problemas que nos hubiera podido ocasionar, habrían sido enormes. Y ya sabes que se habla de anular un buen número de viviendas estables en la Tierra.

—Sí, es posible que tengas razón. Al Emperador parece haberle entrado mucha prisa por trasladar su Sede de nuevo a la Tierra. Pero para eso aún falta mucho tiempo. Años.

—De todas formas, no debemos descuidarnos. Contar con el agradecimiento de Ich Denfol será conveniente.

—No a costa de Lorena, capitán —dijo Diane, enfadada.

—Ella no parece encontrarse a disgusto con Lan. Yo nunca me atrevería a obligarla a mostrarse amable con él. Deja que las cosas sucedan tal como tienen que suceder.

—¿Olvidas que corremos también peligro?

—No, desde luego —asintió el capitán. Antes de llegar a la Tierra, sostuvo con su esposa una larga conversación desde el carguero. No había querido contarle todo lo referente al asalto de la falsa nave aduanera, pero ella, al final, le obligó a hablar.

—Si se atrevieron a asaltaros en pleno espacio, también pueden llegar hasta aquí. Ya saben que Volkar ha usado tu nave para traer a Lan Dioh. ¿Por qué los enemigos del Duque Rojo no pueden pensar que tú continúas siendo su anfitrión?

—Ese es mi temor, pero Volkar me ha asegurado que Ich Denfol ha sido puesto al Corriente de todo, y éste decidirá. Es posible que Lan sea llevado a otro lugar antes de lo que pensamos.

—¿Por qué entonces todos estos preparativos? De un momento a otro llegarán los instructores…

—Volkar me insinuó que su primo puede estar preparando una estratagema que desoriente a sus enemigos, haciéndoles creer que Lan está en otro lugar.

—La verdad es que todo esto no me gusta nada.

—A mí tampoco, demonios —masculló el capitán—. Pero no puedo hacer otra cosa.

—Sólo me gustaría saber una cosa.

—¿Qué es? Si está en mis manos…

—¿Tan importante es Lan Dioh? Aunque, el Duque Rojo lo reconozca como su hijo, y como tal lo presente ante el Emperador, eso no quiere decir que algún día Lan pueda heredar el cargo de su padre. Todo el mundo sabe que el duque tiene muchos enemigos, pero respecto a eso nada tienen que temer, a no ser que pretendan secuestrarle para conseguir algo de él, debido a su alto cargo.

—Yo también quisiera conocer las respuestas, querida.