Los restos de los tres acorazados y el crucero cayeron lejos de las instalaciones rebeldes, sin ocasionar víctimas.
Cuando a Lars le informaron de que el teniente Garnord había escapado en un transbordador apenas comenzó la batalla, pensó que tal vez volvería a verlo más tarde, que se entregaría al no tener adonde huir. Se equivocó. Nunca lo vio y tampoco supo que gracias a él la tragedia no se abatió sobre los rebeldes.
La destrucción del acorazado encolerizó a Silormú, pero lograron aplacarle a él y a sus compañeros amotinados cuando Salet les prometió que apenas regresasen las naves con nuevos colonos las pondría a su disposición para llevarles a sus mundos de origen.
Tomaron más de mil prisioneros de soldados de asalto, lo que les supuso un problema.
—Los dejaremos en algún mundo del Saco de Carbón —dijo Salet encogiéndose de hombros—. Si quieren pueden quedarse allí o volver a enrolarse en el ejército imperial.
—Pueden volver —dijo Lars—. Quiero decir que nunca estaréis en paz.
Salet negó con la cabeza.
—No lo creo. Las cosas van mal para el imperio. Ocultará a todo el mundo la derrota que ha sufrido aquí. Cuando no tengan noticias de las naves que nos enviaron borrarán de sus registros el nombre de Kasartel —rió—. Incluso tendrán la osadía de pregonar que nos han destruido. Todo antes que perder más prestigio, del cual cada vez les queda menos.
Regresaron lentamente a la aldea, mientras pasaban ante ellos los primeros grupos de prisioneros imperiales, custodiados por kasartelianos.
—¿Qué haréis vosotros? —preguntó Sara Benton.
Lars estrechó a Rena, diciendo:
—Volver cuanto antes a Howarna.
—¿No será peligroso? El imperio puede volver allí a efectuar nuevas levas.
—Dudo que lo hagan —afirmó Lorimer—. Este sector de la galaxia no les es propicio. Partiremos mañana mismo, si es posible. Pero antes desmantelaremos el carguero de sus armas.
—¿Por qué no las conserváis? —sugirió Salet—. Podéis necesitarlas. A nosotros, con las que hemos ocupado al enemigo, nos sobrarán.
—Será mucho lastre. Recuerda que seremos sesenta personas.
—Como queráis —miró a Rena y le preguntó si cuando ella salió de Howarna confiaba en regresar al hogar con todos los que Garh secuestró.
—No lo sé. Creo que no pensé en nada definitivo. Sólo en Lars.
Y él, tomándola por la cintura, se alejó rápidamente.
Salet suspiró y volviose hacia Torganet.
—Tengo entendido que usted es el gobernador de la pequeña colonia de Howarna.
—Así es.
—Quiero decirle algo, señor.
—Dígame, señor Salet.
—Si alguna vez tienen problemas con el imperio no duden en acudir a nosotros. Pueden venirse todos a Kasartel. Aquí hay sitio para todo el mundo y nos sentiríamos muy honrados teniéndoles como vecinos.
Torganet soltó una carcajada.
—Transmitiré su propuesta a mis compatriotas y tal vez algún día la aceptemos.
FIN