En cierto modo, Sara Benton sorprendió a Rena con sus conocimientos de navegación. Ella le ayudó a pilotar el carguero, que partió cuando fue fuertemente artillado en un tiempo récord. Varios hombres de Kasartel se unieron a los howarnianos y todos confraternizaron rápidamente.
—La flotilla imperial compuesta por tres naves está ahora a unos quinientos mil kilómetros —dijo Sara después de consultar el ordenador—. El acorazado solitario está un poco más lejos, en el lado opuesto del planeta. Antes de partir nuestros observatorios comprobaron que un par de docenas de cazas se han adelantado al grueso del enemigo.
—¿Qué dirección llevan esos cazas?
—Sobrevolarán la vertical de nuestras posiciones —replicó Sara con marcada preocupación—. Me temo que de alguna forma el enemigo ha averiguado dónde están nuestros refugios.
—¿Es posible eso? Me habéis dicho que lleva mucho tiempo intentándolo, sin conseguirlo.
—Así es. Y gracias a eso logramos mantenernos firmes. Pero si las tropas de asalto desembarcan cerca de los poblados… Pueden vencernos.
Rena le sonrió con intención de animarla.
—Todo saldrá bien.
Horas después, cuando volaban por encima de la atmósfera, Torganet, que vigilaba el equipo de detección, gritó:
—Se acercan naves por la popa, coordenadas cinco, ocho, uno. Se trata de cinco naves pequeñas.
—Cazas imperiales —masculló Sara.
Inmediatamente pasó la alerta a los artilleros y pidió a Rena que siguiesen adelante durante algún tiempo. Cuando menos lo esperasen los cazas, confiados éstos en la poca potencia que supondrían al carguero, se revolverían y los sorprenderían con un fuego abundante.
De pronto, de nuevo aulló la voz de Torganet al advertir:
—Una gran nave a proa. Nos ha descubierto. Creo que… Un momento… La persiguen varios cazas. Vamos a cruzarnos dentro de cinco minutos.
Rena y Sara se miraron confundidas.
—Al parecer la noticia que captamos es cierta. Algo ha sucedido en esa nave imperial. Quizá es verdad que ha habido una revuelta.
La mujer de Howarna se mordió los labios. Allí estaba Lars y los demás compatriotas. Preguntó a Torganet si podía establecer contacto con la que ellos suponían se trataba del «Visnú».
—Lo intentaré —replicó el gobernador.
En una pantalla oscura apareció un punto rojo, que era el carguero. A pocos centímetros había otro punto, verde. Ambos se dirigían a encontrarse a mitad del camino, seguidos de varios puntitos blancos, como estaban representados los cazas. Rena dijo que el punto verde, el acorazado, no parecía estar dispuesto a cambiar de rumbo.
—Si no lo hace se encontrará con los cazas que nos siguen, porque nosotros saldremos de la actual trayectoria —añadió.
—Rena, contestan desde el acorazado. ¡Y es Diana! —gritó alborozado, Torganet.
—… Diana, de Howarna. ¿Quién es? Responde, responde. ¿Quién es? ¿Por qué utilizan la clave de Howarna? —se escuchó la ansiosa voz de la muchacha—. Soy Diana, de Howarna. ¿Quién usa nuestra clave?
—Diana, soy Rena Lante. Te escucho. ¿Está contigo Lars?
—… Clave. ¿Por qué no contesta quien usa nuestra clave…?
Repetidas veces. Rena gritó diciendo que la escuchaba. Preguntó furiosa a Torganet por qué no podía oírla Diana.
—No lo sé, Rena —sé disculpó Torganet—. Quizá los cazas producen interferencias. —Hubo una pausa y agregó—: Lo siento, ya no puedo conectar con el acorazado. ¿Qué vamos a hacer ahora?
Ella no dudó un segundo en responder:
—Atacaremos a los cazas.
* * *
—Muchacho, vamos a pasarlo mal —masculló Gorgolei viendo en las pantallas cómo además de los cazas que tenían detrás otras naves surgían por la proa—. Y no podemos maniobrar para escapar.
—Podríamos intentarlo saltando al espacio, alejándonos del planeta —sugirió Silormú, nervioso.
—Sería una locura —replicó Lars—. Estamos demasiado cerca de la superficie. Saltaríamos en pedazos. Y no pensemos en escapar por el hiperespacio por el momento. Antes tendríamos que alejarnos más de un millón de kilómetros de Kasartel. Creo que no tenemos otro remedio que hacerles frente.
—Esas moscas espaciales nos destrozarán, sin duda. Apenas tenemos un treinta por ciento de capacidad de fuego.
—Pues tendrá que ser suficiente —Y Lars comunicó a las cabinas de proyectores láser que disparasen.
—¡Eh! ¿Qué pasa? —exclamó Gorgolei, indicando cómo una de las naves que avanzaban por la proa iniciaba una brusca maniobra y se alejaba del grupo que llegaba detrás de ella.
—No lo sé. Quizá pretende situarse para atacarnos desde otra posición.
Los escasos proyectores situados a popa dispararon y las descargas averiaron ligeramente uno de los cazas, pero que siguió volando. En la siguiente andanada lograron abatir dos. Lars sonrió. Al parecer los novatos artilleros mejoraban su puntería.
De pronto comenzaron a disparar las baterías de proa. La escuadrilla que les atacaba de frente sufrió una baja y en seguida se abrió en amplio arco. Comenzó a disparar y el casco del acorazado resistió perfectamente la primera acometida. Pero el suministro de energía al escudo protector era deficiente y Lars se preguntó cuánto tiempo podrían resistir en semejantes condiciones.
De repente saltaron unas luces sobre una consola. Lars sabía que indicaban que dos niveles de la nave estaban seriamente tocados. Unos segundos más bajo el fuego enemigo y tendrían que abandonar aquellas secciones. Ordenó que todo el personal las abandonase. Segundos después, cuando se aseguró de que no quedaba nadie en ellas, las selló.
Podían seguir navegando, pero al neutralizar aquellos niveles habían perdido dos importantes baterías de babor.
—Y cuando esa nave que se alejó regrese nos freirá con toda impunidad —murmuró Lars.
—Pues ahí llega, amigo —le avisó, lúgubremente, Gorgolei, mientras llamaba la atención de Lars para que echase un vistazo a los detectores.
Lars tomó el interfono y advirtió a los artilleros de estribor para que disparasen contra la nave que se acercaba. No le respondieron. Silormú le dijo:
—Esa batería ha sido desmantelada, Lars.
Lars se encogió de hombros. Al parecer todo había acabado. Aquellos cazas iban a acabar con ellos, y no por falta de capacidad de fuego del acorazado, sino porque no disponían de personal adecuado para el manejo de las baterías.
No podrían llegar a la superficie de Kasartel, ni tampoco esperar ayuda de los rebeldes, pese a que Diana constantemente lanzaba mensajes explicando que el «Visnú» no estaba bajo el mando de oficiales imperiales, sino que por el contrario estaban dispuestos a colaborar con ellos a cambio de comida.
No apartó los ojos de la pantalla que mostraba el avance de la nave, que sin duda no era un caza, ya que era de mayor tamaño.
De pronto la nave empezó a disparar, justo en el momento que él la identificaba como un carguero, aunque fuertemente artillado.
Los cazas empezaron a estallar en medio de cárdenas bolas de fuego, uno tras otro. Los dos últimos intentaron escapar, pero fueron finalmente alcanzados, cayendo hacia la superficie del planeta como sendos aerolitos incandescentes.
Lars y Gorgolei se cruzaron una mirada de asombro.
—¿Qué ha pasado?
—Tal vez esa nave sea rebelde y han acudido a ayudarnos, aunque pensé que estaban de parte de los cazas.
—Nada de eso. Por el contrario, los cazas la seguían —dijo Lars.
La voz de Diana sonó sobre ellos.
—Un comunicado para ti, Lars. Te lo paso.
—¿Quién es?
—Escucha primero —rió Diana.
—… Lars, cariño. ¿Me oyes al fin?
Lars pensó que deliraba, pero no había duda que aquella voz era la de Rena.
—¡Rena! Te escucho. Pero, ¿qué demonio estás haciendo aquí?
—Vaya forma de saludarme. ¿No tienes otras palabras más afectuosas?
—Lo siento. La sorpresa ha sido demasiado grande. Estoy deseando poder abrazarte.
—Pues entonces sígueme. No perdamos más tiempo.
—¿Adonde vamos?
—No puedo decírtelo. Nos pueden intervenir la comunicación. Pero dime si es cierto que las tropas de asalto se han sublevado. ¡Seguro que es cosa tuya!
—Mejor decir que de todos. Ya te contaré. Por cierto, ¿es ése el carguero que debías conducir a Howarna?
—Sí, pero ahora es una nave de guerra. ¿De cuántos hombres disponéis?
—Cerca de tres mil.
—Bien. Serán bienvenidos. Creo que daremos una sorpresa a las naves que se dirigen hacia los refugios rebeldes. Estoy casi segura que ningún caza ha tenido tiempo de emitir ningún mensaje contando cómo acabamos con ellos.
—Dudo que el enemigo tenga alguna sorpresa.
—No estés tan seguro, cariño. Pensamos que la flotilla os supone lejos de aquí, escondidos por algún lugar del sistema de Kasartel.
—Está bien, Rena. Guíanos.
—Hasta pronto, cariño.
Cesó la comunicación y Lars notó sobre su cogote la respiración de Silormú. El humanoide le mostró una extraña sonrisa cuando él volvió a mirarlo.
—Humano, eres un granuja. Creo que desde antes del motín ya habías pensado que podrías utilizarnos para ayudar a los rebeldes.
Estupefacto, Lars fue a protestar. ¿Cómo podía haber pensado él semejante cosa si ni siquiera sabía que Rena estuviera allí? No tenía ningún interés ni simpatía por la causa de los rebeldes de Kasartel. Si habló de la posibilidad de ayudarlos fue porque comprendió que así podría pagarles la comida que necesitarían para el regreso.
Pero Silormú soltó una carcajada.
—Me gustas, Lars Nolan. Me place enfrentarme a esos piratas del imperio. Les daremos una buena lección. ¡Y luego a casa!
Lars se encogió de hombros. ¿Para qué molestarse en explicar nada al ser de Casiopea?
Dedicó toda su atención en seguir el carguero que pilotaba Rena.