Después de recorrer la nave, Lars se sintió asqueado y también un poco culpable.
Todos los oficiales, excepto el teniente Garnord, habían muerto. Unos luchando por defender sus vidas, pero el resto asesinados salvajemente por las enfebrecidas hordas de amotinados. Con los sargentos aún fueron más crueles y murieron de forma horrible.
Silormú le confió a Lars:
—Debes librarte de ese oficial cuanto antes, amigo.
Lars frunció el ceño. Sabía que debía la vida a los amotinados, pero le desagradaba que el humanoide le llamase amigo.
—¿Cómo sabes que lo mantengo con vida?
—Esa humana, Diana, lo sacó herido del módulo de comunicaciones protegiéndolo de las iras de mis compañeros.
—Es un prisionero —protestó Lars—. Y defenderé su vida.
—Todos están como locos, Nolan. Si se enteran que aún queda un oficial vivo pasarán incluso por encima tuyo. A mí particularmente me da igual, pero te aconsejo que lo mantengas oculto.
—Así lo haré. Gracias por el consejo.
—Oh, no lo agradezcas —rió el de Casiopea—. Este es el momento más crucial para todos. Si empezamos a pelearnos entre nosotros no quedará uno vivo para contar la gesta o locura que hemos hecho. Todos te admiran en cierto modo y tú puedes convertirte en nuestro jefe. Pero si se enteran de lo de Garnord te perderán el respeto. Necesitamos un líder para no devorarnos los unos a los otros.
Lars soltó un gruñido. En todos los niveles, estancias y pasillos de la nave el espectáculo era deprimente. Había cadáveres por todas partes y regueros de sangre sobre los que tenían que chapotear.
Lars consiguió que algunas agrupaciones se dedicasen a recoger los muertos y lanzarlos al espacio. Le obedecieron de mala gana, sólo cuando él les previno que podía desatarse una epidemia a bordo.
Cuando le informaron ya era tarde para impedirlo. Los hombres se habían lanzado ferozmente sobre las reservas alimenticias en buen estado y en pocos minutos acabaron con ellas. Aquello le exasperó.
Dijo a Silormú que reuniese a todos los amotinados para dentro de una hora. En el ínterin él revisaría el puente, confiando que los daños producidos allí durante los combates y posterior saqueo no fuesen irreparables.
Afortunadamente sus compatriotas guardaban el puente. Lorimer, sucio y cubierto de sangre, le salió al encuentro. Le manifestó su preocupación ante el desorden que cundía en la nave.
—No te preocupes —gruñó Lars—. Les meteremos en cintura. ¿En qué condiciones está esto? —y abarcó con un ademán el puente.
—Aceptable. He distribuido a nuestros hombres en cada puesto que pueden atender con eficacia. Diana sigue manteniendo libre de energúmenos el módulo de comunicaciones, y el teniente Garnord está seguro. Alguien intenta curarle.
Lars le contó lo que le había dicho Silormú y Lorimer envió un mensajero al habitáculo donde tenían al teniente para prevenir a los que le cuidaban que por ningún concepto debían permitir que nadie, excepto los de Howarna, supiera que estaba allí.
—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó Lorimer cuando Lars hubo terminado de revisar el puente, de lo que quedó bastante satisfecho.
—Supongo que Silormú ya habrá terminado de sanear un poco el acorazado y tendrá a todos los soldados concentrados en la explanada de entrenamiento —Lars sonrió torvamente—. ¿Qué hay de los técnicos?
—Han quedado pocos —se lamentó Lorimer—. Esos salvajes también se dedicaron a matarlos. Si estás interesado en saber si podemos disponer de todas las armas defensivas y ofensivas del acorazado lamento decirte que sólo podemos contar con las que podamos manejar los howarnianos. Los demás no tienen el menor conocimiento. Digamos que escasamente un treinta por ciento del poder del «Visnú» podríamos utilizarlo en un combate en el espacio.
—No es mucho, pero es algo. Los hombres y mujeres que estén libres de algún trabajo que vengan conmigo.
Le siguieron veinte y Gorgolei. Con ellos, Lars entró en la explanada. Allí el espectáculo le sobrecogió. Casi tres mil hombres, mujeres y humanoides de ambos sexos, se hallaban en el preludio de una descomunal orgía. Se había asaltado la bodega de a bordo y los licores empezaban a correr desmesuradamente.
Lars subió al estrado y fue rodeado de sus compatriotas. Silormú le vio y se colocó a su lado. Le dijo que no sería fácil hacerse escuchar allí. Pero Lars, sin replicar, tomó su arma y disparó un largo trazo de luz sobre las cabezas de aquellos seres.
Sobrevino un seco silencio y entonces él se aproximó al micrófono y dijo lentamente, inundando con tonante voz todo el recinto:
—Compañeros todos. Escuchadme bien y atentamente. Hemos vencido, pero si perdemos la serenidad pronto terminará nuestra alegría y nos pasarán a cuchillo. Recordad que cerca hay naves enemigas, que sin duda se lanzarán contra nosotros, apenas el comandante Regan y otros oficiales que consiguieron escapar lleguen a ellas.
»Querrán vengar nuestra rebelión justa, pero no la comprenderán. Están obligados a dar un escarmiento, que sirva de advertencia a todas las unidades imperiales. Está en nuestras manos evitarlo. Y para ello debemos comportarnos como seres conscientes. Todos nosotros queremos regresar a nuestros planetas de origen o a los Mundos Libres del Saco de Carbón. ¿Estáis de acuerdo?
Hubo una unánime manifestación de conformidad. Cuando se aplacaron los nerviosos gritos de entusiasmo, Lars prosiguió:
—Esta nave ha de recobrar su disciplina —al notar cierta reacción negativa a sus palabras, se apresuró a añadir—: Nadie será superior a nadie, pero alguien debe asumir el mando. Si todos estáis conformes yo seré vuestro jefe provisional, pero si no me queréis, otro puede serio. Yo sólo deseo que consigamos escapar satisfactoriamente y ser libres.
»Los cabos y jefes de escuadra organizarán pelotones. Se formarán grupos de mantenimiento, ya que casi todos los técnicos han muerto. Luego nos dirigiremos a Kasartel.
Al pronunciar aquellas palabras, Lars sabía que iba a necesitar de toda su persuasión y de mucha suerte para salir airoso de la situación. Como habla esperado, se alzaron voces de protestas. Nadie quería ir al planeta rebelde. Uno gritó con voz alterada:
—¿Es que pretendes bajar a Kasartel para ayudar a los rebeldes? A nosotros nos traen sin cuidado sus problemas. ¡Queremos escapar cuanto antes, no seguir arriesgando nuestras vidas!
Sólo con la ayuda de Silormú consiguió Lars hacerse oír.
—Está bien —dijo mordaz—. Si queréis podemos irnos ahora mismo, pero que alguien sea el jefe, que yo no lo seré. No de una nave condenada a la muerte. Porque será la muerte lo que nos espera. ¿Es que no recordáis que carecemos de comida? Vosotros, en pocas horas, habéis acabado con las escasas reservas sanas que quedaban. Claro que siempre queda la alternativa de continuar comiendo la misma bazofia por la cual nos hemos alzado contra la opresión de nuestros jefes.
El siguiente silencio fue gélido. Los dos millares y pico de seres quedaron paralizados, observando cabizbajos a Lars.
—Bien —asintió éste—. Veo que habéis comprendido la situación. Sólo en Kasartel podremos solucionar nuestro problema, consiguiendo alimentos suficientes para la larga travesía que nos espera.
—Será como meternos en la boca del lobo… —insinuó alguien.
Lars lo localizó y dijo, mirándolo fijamente:
—Es posible, pero si tienes una solución más sencilla me gustaría escucharla —viendo que el otro callaba, agregó—: Y quiero advertiros que los kasartelianos es posible que no estén dispuestos a darnos lo que queremos a cambio de nada. Pienso que nos pasarán la factura. Es decir, que nos exigirán cierta colaboración.
—Somos fuertes —exclamó el mismo tipo que antes había protestado—. Podemos tomar lo que necesitamos a la fuerza.
—No digas más estupideces —le reprendió Lars—. En lugar de tener un enemigo tendríamos dos. Antes de seguir quiero que me deis vuestra confianza y acatéis mis órdenes sin rechistar.
Puso los brazos en jarras y esperó unos instantes. Viendo que nadie hablaba, sonrió y dijo:
—De acuerdo. Se hará como he dicho. Ahora todo el mundo a trabajar. Quiero que devolváis el licor. Tiempo habrá para festejar nuestro éxito, pero cuando éste sea sólido.
Mientras los amotinados se retiraban de la explanada, Silormú sonrió a Lars, diciendo:
—Has sabido manejarlos. Tienes pasta de político, amigo.
—En mi planeta, Howarna, no los hay. Y me alegro —echó una mirada a los últimos contingentes que salían, añadiendo—: Ni tampoco soldados.
* * *
Ida Garh planteó la situación sin dilaciones. Con voz dura, mirando a los tres comandantes reunidos en la sala del acorazado «Siva», les dijo:
—El comandante Regan no está en condiciones de asumir el mando de la flota y dirigir el ataque a Kasartel y al acorazado amotinado. Como todos sabéis, su estado síquico está bajo los niveles permitidos. Por lo tanto, yo asumo el mando del «Visnú». De hecho, lo ostento desde el momento en que tuve que sacarle de la nave.
Saleum, comandante del «Siva», mostró su disconformidad.
—Pero usted no es un jefe, sino sólo capitán.
—Así es —añadió Eerkel, comandante del acorazado «Anión».
Y el jefe del crucero «Andreopos» permaneció en silencio, no queriendo meterse en aquella disputa.
Ida golpeó la mesa alrededor de la cual estaban sentados.
—Les aconsejo que lean el reglamento. Un oficial asciende automáticamente cuando su superior está fuera de poder asumir el mando. Y la orden del mando supremo dice que el comandante del «Visnú» debe ser el jefe supremo de la flotilla. Por lo tanto, mientras que el mando supremo no ordene lo contrario, me encuentro capacitada legalmente y en mis facultades para ponerme al frente de las tres naves.
—Podríamos consultar al mando supremo, pero eso nos llevaría demasiado tiempo —comentó Karrigan, del «Andreopos».
—Exactamente —asintió Ida—. Cuando se hubiese solucionado esta crisis de opinión los rebeldes serían más fuertes y los amotinados estarían lejos. Por lo tanto, necesito una decisión ahora mismo.
De mala gana, los comandantes asintieron y Garh exigió que todo quedase grabado. Entonces ellos insistieron en que Ida afrontase todas las posteriores responsabilidades. Aquello hizo que la capitán titubease un instante, pero terminó consintiendo y realizó la declaración jurada con sus demás compañeros.
En posesión de la jefatura suprema de la flotilla, Ida pidió que la informasen.
Saleum la hizo pasar a la estancia siguiente. Allí había una gigantesca reproducción holográfica del planeta rebelde. Con un puntero luminoso marcó una zona del continente central de Kasartel.
—Suponíamos que los rebeldes tuviesen sus guaridas en esta parte, comandante Garh —la voz de Saleum sonó algo irónica al darle a Ida por primera vez aquel tratamiento—. Como ve es una extensión demasiado grande para permitirnos enviar las tropas de desembarco. Pero hace pocas horas ha ocurrido algo interesante Tenemos algunas patrullas compuestas por cazas cerca de la superficie. Dos de los cazas avistaron un carguero que pretendía descender. Seguramente lleva vituallas o armas a los rebeldes. Lo siguieron y estuvieron a punto de alcanzarlo, cuando desde le superficie los derribaron. Al conocer la procedencia de los disparos estamos seguros de que los rebeldes están en este perímetro. Ahora podemos atacarlos conociendo su situación.
—¿Cómo han sido tan estúpidos que se han delatado? —preguntó Ida observando la reproducción holográfica.
—Tal vez no suponían que rastreábamos la trayectoria de nuestros cazas desde tan lejos —intervino Eerkel—. Desde que conocimos este hecho nos dirigimos hacia la zona donde estamos seguros están los rebeldes, para atacarlos cuanto antes. Por supuesto, éste era nuestro plan. Usted tiene ahora que confirmarlo o plantear otro.
Ida miró duramente a Eerkel. Aquel comandante parecía disfrutar al crearle aquel problema. Por otro lado, estaba el acorazado amotinado. Tenía que decidir si reducir a los sublevados del «Visnú» o cumplir con la primordial misión de la flotilla, que era acabar con la resistencia de los rebeldes de Kasartel.
De pronto recordó algo y dijo serenamente:
—Atacaremos Kasartel.
Los otros jefes fruncieron el ceño y se miraron entre sí.
Saleum carraspeó y preguntó:
—¿Está segura que sería lo mejor? Pienso que el mando supremo no recibirá muy alborozado su informe exponiendo que dejamos escapar al «Visnú» y los amotinados librándose del castigo de que son merecedores.
Alegre por humillarlo, Ida replicó mirando fijamente a Saleum:
—Esa nave no escapará. Estoy segura. No creo que los amotinados estén tan locos como para emprender el viaje en las condiciones que tienen ahora. Carecen de alimentos para dos o tres días más.
Paseó entre ellos y cogió el puntero de la mano de Saleum.
—Ahora discutiremos su plan, señores. ¿Con cuántos cazas podemos contar?
—Veinte —contestó, muy pálido, Eerkel—. Ocho mil hombres forman las tropas de asalto. También podemos poner frente a los rebeldes cien plataformas con triples proyectores láser.
—Magnífico —asintió Ida—. Será suficiente para arrollar a los rebeldes en pocas horas. Tengo entendido que aunque están bien armados no disponen de muchos hombres aptos para el combate. Inmediatamente después de aplastarlos rodearemos el acorazado amotinado y conminaremos a esos perros a rendirse.
—Lógicamente se negarán —dijo Karrigan—. Saben que les espera la muerte.
—Lucharán hasta morir y en última instancia volarán la nave con ellos.
—Es posible. Pero podemos rendirlos por hambre. Y también podemos prometer el perdón para aquellos que nos faciliten la conquista del «Visnú» sin muchas pérdidas por nuestra parte.
—¿No ha pensado que ante nuestra aproximación pueden escapar?
—No lo creo. No podrían llegar muy lejos. El único lugar en muchos parsecs a la redonda donde pueden obtener alimentos es en Kasartel. No se alejarán de aquí. Esos bastardos pretenderán ocultarse al otro lado del sol o cerca de algunos de los planetas sin vida de este sistema planetario.
—Entiendo —rezongó Karrigan—. Ellos ignoran que los acorazados emiten constantemente en una frecuencia que sólo otra nave imperial puede captar y nosotros sabremos siempre dónde se oculta.
—Me alegra que sea agudo, Karrigan —rió Ida—. Pero eso ellos no lo saben. No conocen el mecanismo secreto que emite la frecuencia sin interrupción. Los cazaremos como alimañas cuando queramos.