CAPITULO VII

Rena Lante contuvo la respiración cuando el carguero surgió del hiperespacio escasamente a cien mil kilómetros de la superficie de Kasartel.

Luego parpadeó y pudo respirar tranquila. También hicieron lo mismo sus compañeros. La maniobra había sido muy arriesgada. Aparecer en el espacio normal tan próximo de un mundo suponía un gran peligro.

Archer y Curghan la felicitaron y ella les correspondió con una sonrisa alterada. Detrás, Torganet se secó el sudor de la frente. Pero cuando había empezado a relajarse, el detector la obligó a fruncir de nuevo el ceño.

—¿Qué sucede? —preguntó Archer.

—Unas naves se acercan a nosotros —murmuró ella—. Creo que son dos, no muy grandes. Por su volumen diría que son cazas imperiales.

—¿Cómo es posible que nos estuvieran esperando?

—No creo que nos aguardasen, sino que hemos tenido la mala fortuna de toparnos con ellas, porque debían estar por aquí patrullando.

—El planeta está muy cerca —dijo Curghan—. ¿Podremos escabullimos dentro de la atmósfera?

—Demonios, no lo sé. Son veloces y podrían alcanzarnos, pero intentaré despistarlos.

Pidió a todos que volviesen a asegurarse en los asientos y Rena anuló el piloto automático para tomar ella misma la dirección del carguero. Envió a Archer y a Curghan que se hiciesen cargo de los proyectores láser y que no dudasen en disparar contra los cazas apenas los tuviesen bajo el punto de mira de los computadores.

—¿Tenemos alguna posibilidad, Rena? —le preguntó Torganet.

—Muy pocas, si he de ser sincera. Sólo podemos confiar en descender tanto que rocemos las copas de los árboles de Kasartel, si es que ahí abajo existen bosques.

Rena aceleró cuanto pudo y el carguero rugió al penetrar violentamente en la atmósfera. Los indicadores de la temperatura del casco subieron alarmantemente y ella temió por un instante que no resistiesen mucho tiempo aquella dura prueba.

A unos cuarenta kilómetros de la superficie estabilizó el vuelo y deceleró. Los detectores seguían indicando que los cazas seguían tras ellos, acortando distancias.

Echó un vistazo a las pantallas. La imagen ampliada les mostró densas selvas que discurrían velozmente bajo ellos. Vio algunas líneas plateadas que eran ríos, luego pasaron por encima de un mar o un lago muy grande, de nuevo las selvas y así siguieron.

—¡Nos disparan, Rena! —le gritó Archer desde su cabina.

Rena golpeó la dirección del carguero y éste se desplazó bruscamente a la derecha. Los rayos calóricos pasaron a pocos metros de ellos. Notó las vibraciones en la nave al disparar sus compañeros los proyectores lásers.

—Sus armas tienen más alcance que las nuestras en esta atmósfera, Rena —le gritó Archer—. ¿Es que no puedes quitártelos de encima?

Rena apretó los dientes y encendió la pantalla de popa. Con los aumentos a tope distinguió los dos cazas que les seguían. Vio los destellos intermitentes en sus proas. Disparaban sin cesar y ella no podía arriesgar continuamente la estabilidad del pesado carguero pretendiendo maniobrar en la atmósfera como si de un ligero caza se tratase.

De pronto parpadeó cuando el detector de largo alcance captó un haz guía a cien kilómetros. Procedía de un macizo montañoso. Voló hacia allí y luego surgió otro haz que parecía querer indicarle el camino hacia las llanuras que se extendían al otro lado de la cordillera.

Apenas hubo rebasado los últimos picachos y los cazas estaban aún sobre los montes cuando de la llanura surgió una cortina de rayos calóricos.

Por un momento Rena temió que les atacaban desde la superficie, pero los disparos iban dirigidos hacia los cazas, que incapaces de maniobrar, entraron en la zona cubierta por los rayos.

Uno tras otro, los cazas estallaron al ser alcanzados sus propulsores de plasma atómica. Mientras las bolas de fuego caían pesadamente, Rena localizó otro haz guía, que le indicaba claramente donde debía tomar tierra.

Vio una extensa planicie a la izquierda, deceleró y anunció a sus compañeros que iba a descender.

—¿Crees que se trata de los rebeldes? —preguntó, preocupado, Torganet.

—Espero que sí. Nos invitan a aterrizar, y creo que si no les obedecemos pueden acabar con nosotros fácilmente. Ya habéis visto lo que han hecho con nuestros perseguidores.

Curghan y Archer dejaron sus puestos de combate y entraron en el puente de mando. El primero dijo:

—Bueno, habíamos venido para entrar en contacto con los rebeldes, ¿no? Pues ahí abajo los tenemos.

* * *

Rena quedó sorprendida ante la organización de los rebeldes. El campo de aterrizaje sólo podía ser localizado desde el aire si desde él lo consentían lanzando los haces guía. Estaba muy bien camuflado y lejos de él se alzaba, entre abruptos montes, todo un poblado autosuficiente, con factorías, campos de cultivo, escuelas, hospitales y demás servicios.

Los kasartelianos recibieron con poco entusiasmo a los recién llegados. Mientras escondían el carguero debajo de unos cobertizos cuyo tejado simulaban el mismo tono seco del terreno, condujeron a los howarnianos al poblado.

Los rebeldes disponían de vehículos eléctricos, amplios y funcionales. Eran en su totalidad humanos y su aspecto era saludable. Hablaban poco y Rena consideró que debían ser prudentes, por lógica, con ellos.

Vieron gran actividad en la aldea y muchos grupos armados, que vigilaban grandes dispositivos defensivos.

El vehículo se detuvo delante de un edificio de dos plantas. En la puerta había un hombre montando guardia y en el vestíbulo les recibió una mujer joven y hermosa, que preguntó quién de los howarnianos hablaba en nombre de sus compañeros.

Rena se adelantó, presentándose, y luego fue diciendo los nombres de sus compañeros. Cuando iba a empezar a explicar los motivos que les habían llevado a Kasartel, la mujer la interrumpió.

—Un momento. Me llamo Sara Benton y sólo soy una ayudante de nuestro líder, Romano Salet. Les recibirá en seguida y a él deberán contárselo todo. Por favor, síganme.

El edificio estaba lleno de funcionarios, máquinas y comunicadores. Subieron por una amplia escalera y tras cruzar un corto pasillo penetraron en un despacho. El hombre que hasta entonces había estado sentado tras una mesa se levantó. Tendría unos cincuenta años, alto y delgado. Su duro rostro intentó dulcificarse cuando estrechó las manos de los howarnianos.

—Bienvenidos a Kasartel —les dijo y mostró unas sillas.

Cuando estuvieron acomodados, agregó:

—Les descubrimos cuando surgieron del hiperespacio. Al principio pensamos que serían enemigos, pero cuando les siguieron los cazas imperiales sólo lo dudamos un poco antes de decidirnos a ayudarles.

—¿Lo dudaron incluso?

—Sí. Tenemos que ser prudentes. Hace poco se unieron al crucero enemigo dos acorazados más. Y creo que pronto llegará un tercero. Entonces tendrán tanta fuerza los imperiales que nos atacarán.

—El tercer acorazado es el «Vísnú» —dijo Rena.

—¿Cómo lo sabe?

—Por desgracia esa nave ha estado en nuestro planeta, Howarna, en donde secuestró a, cincuenta y seis de nuestros conciudadanos para enrolarlos en sus tropas de asalto.

—¿Y qué hacen ustedes aquí?

—Queremos ayudar a nuestros amigos.

Romano Salet la miró entre admirado y asombrado. No sabía qué decir, si llamar locos a aquel grupo o felicitarles por su fidelidad hacia sus amigos.

—Lamento decirles que su aventura es una quimera —dijo, resoplando, Romano.

—No pensamos así. Habíamos puesto nuestras esperanzas en que ustedes nos ayudasen.

—No sé cómo… En la superficie de Kasartel hasta ahora hemos sido invulnerables, pero carecemos de naves capaces de salir del planeta.

—El imperio puede destruirnos, pero al mismo tiempo dejará inhabitable este mundo. Y eso no lo quiere, pero tampoco puede consentir que nosotros nos salgamos con la nuestra.

—¿Cómo consiguieron expulsarlos?

—En realidad nunca estuvieron aquí. El imperio nunca se posesionó de Kasartel. Era un planeta desierto cuando nosotros llegamos procedentes de los Mundos Libres de Saco de Carbón. Pensamos que pasarían siglos antes de que fuésemos descubiertos, pero no sucedió así. El marido supremo supo que nos estábamos asentando aquí y envió una pequeña expedición para someternos, a la cual vencimos. Entonces trajo un crucero y envió desde otros puntos los acorazados.

—¿Y las naves estelares que les trajeron aquí?

—Regresaron a Saco de Carbón. Volverán dentro de unos meses con otras remesas de colonos —el semblante de Romano se ensombreció por un instante—. Somos casi un millón, dispuestos a vender caras nuestras vidas y la libertad de que disfrutamos. El imperio no puede soportar una nueva derrota, pero tampoco mantener una constante guerra en un lugar tan alejado de sus bases. Si logramos frenar este ataque obtendremos la victoria definitiva. Se marcharán con el rabo entre las piernas y nos dejarán en paz para siempre.

—¿Así de sencillo?

—Sí. El Gran Imperio se tambalea y si no es tonto el mando supremo actuará lógicamente. Tiene otros frentes a los que atender, más vitales para ellos porque suponen nudos importantes de comunicación. La única preocupación para nosotros es obtener la victoria antes que regresen las naves con más colonos. Si el enemigo las descubriese podrían usarlas para conminarnos a rendirnos.

—Pero ahora son fuertes y dispondrán de muchas tropas de asalto —apuntó Torganet—. Incluso podrían vencerles en tierra…

—Sí, claro. Pero antes tendrían que localizarnos. Y nuestra situación es un secreto. Calculamos que entre los tres acorazados podrán disponer de más de diez mil combatientes, más que los que nosotros podríamos enfrentarles.

—Dijo antes que eran casi un millón. ¿Cómo disponen de tan pocos hombres para el combate?

—Carecemos de armas para todos, la mayor parte de nuestra población son mujeres y niños. Nuestro ejército apenas suma cinco mil hombres, aunque tenemos proyectores de calor y muchos lásers.

—Entonces deberían dejar de pensar en defenderse y pasar al ataque —dijo Rena.

Salet se acarició el mentón, pensativo.

—¿Podrían ustedes patrullar los espacios cercanos a Kasartel? Instalaríamos en su carguero mejores armas que las que llevan y un equipo de eficientes artilleros nuestros podrían acompañarles. Su pacífica nave se convertiría en una peligrosa unidad de combate.

—Señor Salet, nuestro propósito primordial es rescatar a nuestros compañeros. No queremos engañarles. ¿Al proponernos convertirnos en vigilantes de su mundo quiere decirnos también que están dispuestos a ayudarnos?

—Desde luego, aunque lo veo difícil. Me temo que sus compañeros serán incluidos entre los soldados que serán desembarcados para atacarnos. ¿Saben lo que quiero decirles?

—Sí —respondió Rena, deglutiendo—. Que es posible que tengamos que enfrentarnos a ellos, ignorando que los tenemos delante.

—Así es. ¿Es que tienen algún plan?

Rena, aturdida, abatió la cabeza. En aquel momento se percataba de lo fantástico que le parecían sus propósitos. ¿Cómo pudo ella esperar que podía rescatar a los raptados con una sola nave, un carguero, y enfrentarse a un poderoso acorazado del imperio?

Romano se levantó y les dijo calmosamente:

—En pocas horas podemos disponer su nave, amigos. Les sugiero que acepten ayudarnos. Mientras tanto podemos idear algún sistema eficaz para ayudar a sus amigos.

—Creo que el señor Salet tiene razón. Rena —dijo Torganet—. Hemos viajado muchos parsecs para volvernos con las manos vacías.

Ella se revolvió furiosa para mirar al gobernador de Howarna.

—No he pensado en rendirme. ¡Nunca volveré sin Lars!

En aquel momento entró la muchacha llamada Sara Benton. Hizo una indicación a Salet y ambos dialogaron en voz baja cerca de la puerta, durante un rato. Cuando la chica se marchó, el líder de Kasartel regresó al lado de los howarnianos y les dijo, preocupado:

—Me acaban de informar que uno de los acorazados ha rehusado el encuentro con las otras naves del imperio que esperaban para reunirse con él. Por supuesto, es el «Visnú» y se dirige hacia aquí.

—¿Qué puede significar eso, señor Salet? —inquirió Rena.

—No lo sé. Estoy desconcertado. Pero las otras naves se aproximan también hacia aquí por el lado contrario y llegarán antes que el «Visnú». Se podría pensar que intentan atacarnos por dos flancos, pero es que también hemos captado un mensaje dirigido a los acorazados imperiales. Lo firmaba una tal capitán Garh y decía que ha estallado una revuelta en el «Visnú». Y esa capitán viajaba en un veloz transportador, con el que, al parecer, había escapado de la nave amotinada.

Torganet salió de su asiento como impelido por un resorte. Exclamó:

—¡Esa mujer fue la que desembarcó en Howarna y se llevó a nuestros amigos!

—No sé qué pensar —murmuró Salet meneando la cabeza—. Temo que todo se trate de una estratagema enemiga. Antes de un día podríamos tener encima el ejército de invasión, si por desgracia somos descubiertos. Pudiera ser que el enemigo intente simular un amotinamiento en el acorazado para que nos confiemos y les dejemos acercarse, incluso que les llamemos alentándolos a pasarse a nuestras líneas. Así nos descubriríamos y…

—¿Por qué duda de la veracidad de los mensajes captados? —le preguntó Rena.

—Porque nunca en mil años se ha producido una revuelta en una nave imperial.

—Pero a bordo iban nuestros amigos y ellos han podido ocasionar el motín.

Salet sonrió condescendiente.

—No sueñe, muchacha. Seamos lógicos. No pensemos en milagros. Lo cierto es que dos acorazados, acompañados de un crucero, se acercan y pronto nos lanzarán sus tropas de asalto, si son capaces de descubrir nuestra localización.

—Señor, entonces ordene el artillado de nuestra nave y nos pondremos en seguida en acción.

—¿Qué está pensando ahora? —le preguntó Salet, mirándola preocupado.

—Salir al encuentro de ese acorazado y saber de una vez si se ha producido el motín o no.