—La ejecución será mañana, capitán —dijo el comandante—. Puesto que los cargos son graves no será preciso consejo de guerra.
—¿Pública, señor? —inquirió Ida.
—Debería ser así, pero creo que podemos prescindir del reglamento para no exaltar más los ánimos entre los soldados y navegantes —gruñó Regan—. Lanzaremos al reo en privado.
Garh participaba de los temores del comandante, pero se rebelaba ante la idea de tener que admitir que las circunstancias les obligaban a ceder a causa de un vago temor hacia los soldados.
—Sería un error, señor —dijo pausadamente, mientras observaba atentamente las reacciones de su superior—. Los castigos siempre se han hecho en esta nave públicamente, para escarmiento de todos. Si ahora cambiamos las normas podemos evidenciar una debilidad que a la larga sería perniciosa.
—¡No quiero más problemas! Tenemos al saboteador que al mismo tiempo ha arengado a las tropas instándolas a la desobediencia.
—Señor, estoy segura que Lars Nolan pretendió convertirse en una especie de trasnochado cabecilla político, pero él no fue quien saboteó nuestros alimentos.
—Es igual. Se confesó culpable de ambos delitos y pagará por ellos —contestó Regan nerviosamente.
—Está bien —suspiró la capitán—. Pero no podemos lanzarlo al espacio mientras navegamos a supervelocidad lumínica, señor.
—Se hará dentro de veinte horas, cuando salgamos del hiperespacio.
Ida no pudo disimular su asombro.
—Llevo algunos días sin tener guardia en el puente, pero no había supuesto que estuviéramos tan cerca de Kasartel.
—Surgiremos del espacio normal en los límites del sistema planetario de Kasartel, capitán. Además del crucero allí nos esperarán dos acorazados del tipo del «Visnú».
—Eso indica que la situación en Kasartel es mucho peor de lo que habíamos imaginado.
—Eso pienso yo también. Al parecer, el mando supremo, a la vista de la situación, ha procedido al envío de dos grandes unidades con fuertes dotaciones de tropas de asalto.
—¿Quién estará al mando de todas las unidades, señor? Regan adelantó el mentón y dijo altaneramente, evidenciando gran orgullo:
—Yo. Acabo de recibir la confirmación de mi ascenso a coronel apenas hace unas horas.
Ida sonrió con amplitud.
—Entonces debemos celebrar que hayamos desechado la posibilidad de regresar a la base, ¿no? —en el tono de sus palabras flotó una profunda ironía, que no pasó desapercibida a Regan.
—Es posible —replicó éste con acritud—. Si está pensando que debo darle las gracias por haber insistido usted tanto en seguir adelante, se las daré, capitán.
—Oh, no, señor. No es preciso. Me alegro de haberle servido.
—Puede retirarse, capitán. ¿Desea algo más?
—Creo que no. Solamente pedirle que deseo ser yo misma quien mande el pelotón de ejecución. Con gran placer veré el lanzamiento de Lars al espacio y presenciaré cómo explota allí.
—Desde luego. Dispóngalo todo.
* * *
Todos los howarnianos estaban aquella noche agrupados en el comedor. Aunque el resto de los soldados ocupaban sus respectivas literas, nadie dormía.
El escamoso ser de Casiopea se acercó a ellos y dijo:
—Tengo noticias.
Cuando estuvo seguro de que todos estaban pendientes de sus palabras, prosiguió:
—Dentro de cuatro horas saldremos del hiperespacio. La reunión con otras naves se producirá antes de lo previsto. Apenas estemos a velocidad planetaria ejecutarán a Lars Nolan.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Lorimer al de Casiopea, que sabían se llamaba Silormú y parecía simpatizar con ellos.
—Eso no importa —Silormú se humedeció sus escamosos labios—. También hemos averiguado que hay alimentos sanos y abundantes para cinco días. Y mañana estaremos junto a otros acorazados, los cuales nos pueden suministrar vituallas en abundancia. Todo el mundo se pregunta por qué siguen dándonos carne corrompida y legumbres contaminadas.
—¿Es que no conocéis la respuesta? —preguntó despectiva Diana.
—Sí, desde luego. La capitán Garh y muchos oficiales quieren castigarnos, humillarnos. Casi todos los soldados de asalto estamos cansados de esta situación, de que se nos trate como a parásitos.
Gorgolei cruzó una mirada de inteligencia con Lorimer.
—¿Todos piensan como tú? —preguntó.
—Casi todos. Sólo los componentes de la primera y segunda compañía serán fieles hasta la muerte al imperio. Son fanáticos. Escuchad. Dentro de tres horas nos despertarán para darnos el desayuno. A continuación nos llevarán para asistir al lanzamiento al espacio de Lars Nolan. Si la gente está para entonces lo suficientemente alterada, enfurecida por la comida que nos darán en el desayuno, podemos alzarnos contra esos malditos oficiales.
—¿Quieres decir que podernos apoderarnos de la nave?
—Sí. Sería factible si no existiera un problema.
—¿Cuál?
—Ninguno de nosotros sabe conducir una nave. Todos procedemos de reclutas forzosas y carecemos de conocimientos. Los exámenes que os hicieron hace unos días indican que algunos de vosotros tenéis conocimientos de navegación, aunque los negasteis para estar siempre unidos, ¿no es así?
Los howarnianos permanecieron un instante en silencio, pero Gorgolei acabó meneando la cabeza y dijo, cansado:
—Silormú quiere ayudarnos. Debemos confiar en él —miró al casiopeano y agregó—: Sí, amigo. Nosotros podríamos conducir esta nave. Sólo tenemos que decidirnos a elegir un destino.
—Podéis llevarnos a los Mundos Libres del Saco de Carbón. Allí el imperio no tiene ningún poder. Luego cada uno de nosotros se las arreglaría para regresar a sus mundos de origen. Entonces vosotros podéis ir a Howarna. ¿Qué os parece?
—Estamos dispuestos —sonrió Lorimer tendiendo la mano a Silormú.
—Magnífico —asintió el de Casiopea—. Ahora tracemos un plan de acción…
* * *
Entre cuatro soldados armados pertenecientes a la primera compañía, Lars Nolan fue conducido, esposado, hasta la esclusa situada en el centro de la explanada de ejercicios.
Un grupo de oficiales, con Garh al frente, aguardaba a la derecha de la esclusa.
Lars echó un vistazo a las demás compañías, formadas en hiriente silencio, que parecía caer sobre ellos pesadamente.
Descubrió a sus amigos y trató de dirigirles una sonrisa, pero apenas pudo conformar una mueca. En seguida pensó que veía en ellos una actitud extraña.
Los soldados que le conducían le hicieron detenerse a pocos metros de la esclusa. Sobre ésta habían instalado una gran pantalla visora, por la cual, sin duda, todos los asistentes podrían ver cómo él reventaría al hallarse en el vacío.
Como un lejano murmullo, escuchó al oficial Lahmer leer la sentencia de muerte. Al acabar, la capitán Garh, no pudiendo ocultar su satisfacción, caminó unos pasos hacia él y le preguntó:
—¿Tienes algo que decir, soldado Nolan?
—Sí, mujerzuela, que te pudras en el infierno —le escupió Nolan.
Garh palideció intensamente primero y luego enrojeció.
Respirando con dificultad, dijo al sargento Ugarga:
—Que se cumpla la sentencia.
Los soldados empujaron a Lars hacia la esclusa y la pantalla se encendió, mostrando el negro vacío estelar. Apenas hacía veinte minutos que se había salido del hiperespacio y el acorazado, después de contactar con la flota que le aguardaba, navegaba a una décima de velocidad lumínica hacia el encuentro.
La primera compañía estaba formada a un lado, con las armas descansando sobre sus hombros. Todos miraron con ansiedad la pantalla, como saboreando con antelación el espectáculo que iban a presenciar.
La primera compuerta de la esclusa empezó a abrirse. Como si aquello fuera un aviso, de las formadas compañías surgieron gritos de aviso. Antes de que nadie saliera de su sorpresa, una riada de soldados, con dagas en sus manos, se abalanzaron contra la compañía de servicio.
Los howarnianos eran expertos lanzadores de cuchillo y los soldados que pretendían empujar a Lars al interior de la esclusa cayeron al suelo con varios puñales clavados en sus cuerpos.
Lorimer saltó y se situó al lado de Lars. De un tajo desconectó las esposas magnéticas, tomó un par de lásers del suelo y tendió uno a su amigo, al tiempo que le gritaba:
—¡Vamos, que esto se va a poner al rojo vivo!
Lars quitó el seguro del arma y en seguida disparó contra dos oficiales que se dirigían hacia él mientras intentaban desenfundar sus pistolas.
Pasó por encima de los dos cadáveres y trató de descubrir a Garh. Pero la capitán se retiraba protegida por un grupo de soldados de la primera compañía que habían conseguido eludir el asalto masivo de los sublevados.
Muchos de éstos ya disponían de armas y conseguían anular la tímida réplica de oficiales y guardias de servicio.
Mientras tanto, Silormú, seguido de varios de sus más adictos compañeros, corría hacia la armería.
Allí les salieron al encuentro los centinelas, quienes lograron abrir fuego contra los amotinados. Cayeron algunos, pero los que llegaban atrás los abatieron.
Varios disparos en los cierres codificados hicieron que las pesadas puertas de acero se abriesen. Una riada de armas salieron de allí y en menos de cinco minutos todos los amotinados disponían de armas y abundancia de recargas energéticas.
La gran explanada era un caos. Los miembros de la primera compañía seguían resistiendo, prácticamente para proteger la retirada de sus oficiales, aunque muchos de éstos habían caído en manos de los amotinados y pronto fueron despedazados.
Los suboficiales que no lograron ponerse a salvo corrieron peor suerte, encontrando una muerte terrible a manos de los enfurecidos soldados, que descargaron sobre ellos todo el odio acumulado a lo largo de muchos años de mal trato.
—¿Cómo habéis conseguido esto? —preguntó Lars a Lorimer.
—Ni yo mismo me lo creo —contestó Lorimer riendo.
—Pues ya que estamos metidos en esto creo que debemos actuar sensatamente y no volvernos locos.
—¿Qué sugieres?
—Conquistar los puntos claves de la nave. El puente de mando, el módulo de comunicaciones, dominar al comandante y demás oficiales. Sobre todo, debemos impedir que pidan ayuda a las otras naves del imperio.
—Tienes razón —asintió Lorimer—. Además, la segunda compañía no se sumará a la rebelión y nos presentará combate.
Llamó a Silormú y le dijo que debían destacar grupos de soldados a los diversos puntos claves de la nave.
—Esos esclavos de la segunda compañía están en el nivel de los oficiales, defendiéndolos seguramente.
—¿Dónde están los transbordadores?
—En los niveles de popa.
—Entonces es preciso conquistarlos cuanto antes. Tenemos que evitar que huyan.
—No te inquietes, humano —rió Silormú estruendosamente—. Lo último que queremos es que esos oficiales escapen.
Al frente de un grupo de insurgentes, con casi todos sus compatriotas integrados en él, Lars corrió por pasillos y niveles en dirección al puente de mandos. Antes de llegar allí destacó a varios hombres y mujeres al módulo de comunicaciones.
Diana desbordó la débil defensa y se apoderó de él. Allí vio el cadáver de un oficial y detrás de unas consolas de comunicaciones descubrió al teniente Garnord, de mantenimientos, con una fea herida. Impidió que varios sublevados lo rematasen. Mientras ella pudiera impediría que el salvajismo de los soldados se abatiese sobre los prisioneros.
Muchos navegantes se unieron a los rebeldes. Cuando Lars entró en el puente ellos mismos habían acabado con sus oficiales y dijeron que el comandante Regan y la capitán Garh, así como otros, se dirigían a la popa de la nave.
—Quieren escapar —masculló Lars—. Debemos impedirlo.
Antes de salir del puente recibió una llamada de Diana. La chica le dijo que nadie había alertado a las otras naves del imperio, según le había asegurado Garnord.
* * *
Ida Garh se volvió y efectuó un largo disparo con su láser, hasta que la pistola agotó la carga. Entonces la arrojó y tomó un rifle perteneciente a un soldado caído. Por el otro lado del pasillo no se asomaron más amotinados y ella apremió al comandante a seguir adelante, en dirección a los hangares.
Apenas les quedaban una docena de fieles soldados pertenecientes a la segunda compañía. Todos eran humanoides de ínfima escala y morirían antes que rendirse al enemigo. El sargento Ugarga la miró con ojos muy abiertos.
—Ugarga, destaque varios hombres, al hangar. Usaremos el transbordador mayor.
—Sí, capitán.
Luego prosiguieron el avance, pasillo arriba. Al lado de Garh caminaba, como un autómata, el comandante Regan. Sus ojos parecían desvaídos, como ausentes de vida.
Garh incluso tuvo que empujarlo, con rabia, para que caminase aprisa. Volvió el sargento diciendo que el camino estaba libre. Luego se dirigieron hacia una pequeña nave, que Garh sabía era la más veloz. A bordo de ella podrían alcanzar en poco tiempo la flotilla imperial y regresar rápidamente para impedir la huida de los amotinados.
El gesto de Garh se descompuso, cuando recordó que entre los oriundos de Howarna había algunos con conocimientos de navegación, que pese a todo habían seguido incluidos en las tropas de asalto, ya que ella misma ocultó las evidencias de sus conocimientos para que el comandante no ordenase su traslado a las secciones técnicas.
De todas formas confiaba en que los amotinados no podrían poner en velocidad superlumínica el acorazado en muchas horas y tal vez tendrían que dirigirse hacia el único planeta habitable del sistema, el planeta rebelde Kasartel.
El sargento sugirió que utilizasen los transbordadores mayores, para que todos pudiesen escapar, pero ella le dijo que usarían el pequeño y hacia él empujó al alelado comandante.
—Pero… Capitán, ahí no podremos ir todos…
—Hay sitio para cuatro —replicó señalando al capitán Ombur, quien renqueante les seguía, pese a su herida en la pierna derecha.
Abordaron la pequeña nave y antes de que los aturdidos soldados que les seguían pudieran reaccionar, Garh la condujo por el túnel de salida. Desde el interior accionó el sistema de compuertas e instantes después estaban en el espacio, alejándose velozmente del acorazado.
Entonces masculló en voz baja:
—Volveremos a encontrarnos, Lars Nolan.