—¿Por qué no te comportaste más sensatamente con esa bruja? —le interpeló Diana.
—Ahora me doy cuenta que fui inconsciente, pero entonces no pude contenerme —repuso Lars—. No podré soportar esto mucho tiempo, amigos.
—Conseguirás que te maten antes de entrar en combate —gruñó Lorimer.
—Lo extraño es que a Lars no lo hayan echado al espacio ya —dijo Gorgolei—. No me explico cómo no lo han castigado.
La cola para recoger comida avanzó un poco. Cada uno sostenía su bandeja de metal. Los soldados pasaban por su lado con la comida recién recogida. Empezaron a escuchar las primeras protestas.
—¿Qué pasa? —preguntó Diana—. Los veteranos no parecen contentos con el rancho de hoy. Creí que estaban acostumbrados a todo…
Los rumores de protestas arreciaron y los suboficiales gritaron demandando silencio, blandiendo sus fustas en el aire y surcándolo de trazos de chispas.
Cuando Lars llegó hasta el mostrador y el surtidor automático le arrojó la comida a la bandeja frunció el ceño y comprendió el malestar que cundía.
La bazofia de la bandeja olía mal. Era una pasta verduzca de vegetales y un trozo de carne con pésimo aspecto. Incuso la dosis de agua presentaba un tono oscuro.
Lentamente, Lars ocupó su sitio de costumbre en la mesa. Poco a poco se le fueron uniendo sus compañeros. Gorgolei arrojó con rabia la bandeja y parte de la comida salpicó el tablero.
Un sargento apareció a su lado y le golpeó con la fusta. Gorgolei cayó de la silla, lanzando un grito de dolor. Lorimer tuvo que sujetar a Lars para impedir que atacase al suboficial, que sin más se alejó para aplastar otro foco de protestas.
Diana ayudó a Gorgolei a sentarse. El muchacho tenía una línea roja que le cruzaba toda la mejilla derecha.
—Calmaos todos —pidió Lorimer—. La cosa se pone fea y los sabuesos están tan nerviosos que no me extrañaría que dejasen las fustas y amartillasen las pistolas.
Llamaban sabuesos a los sargentos. El peor de todos era Ugarga, quien en aquel momento, a la vista del cariz que estaban tomando las cosas en el comedor, ordenó a sus sicarios que se replegasen hasta la entrada, formando a su alrededor un apretado grupo, defendido éste por la sección armada de servicio.
—¡Esta carne está llena de gusanos! —gritó alguien.
Ugarga había tomado un rifle y disparó contra el que había gritado. El soldado, un veterano, se desplomó a causa de la descarga síquica. Cuando despertase, lo haría con un gran dolor de cabeza y los huesos le temblarían durante varias horas.
El sargento mayor tomó el micrófono y dijo, rugiendo su voz por encima del griterío cada vez más tumultuoso:
—¡Silencio! No quiero escuchar una queja. Esa es la comida que hay y también la que os merecéis. No hay otra. Alguno de vosotros ha provocado esta situación. Y así seguirá hasta que lleguemos a nuestro destino. Supongo que si alguien sabe quién ha sido el causante no dudará en comunicarlo a los oficiales para que sea castigado quien os obliga a comer esto.
Todos callaron. Los soldados de la guardia aprestaron sus armas. Y éstas no eran de castigo, sino mortíferos lásers. Ugarga sonrió burlonamente. Frente a él había casi tres mil soldados, cada uno con una bandeja delante con pestilente comida.
—¡Comed! —gritó Ugarga—. Quiero veros a todos comer.
Lars tomó su bandeja y la arrojó al pasillo. Ugarga se y miró en dirección adonde había sonado el estrépito, de que pudiera localizar al autor, cientos de bandejas arrojadas al suelo. Los que quedaron vencieron sus temores y también hicieron lo mismo. Ni un solo soldado quedó con su bandeja.
Rojo de ira, Ugarga abrió y cerró la boca varias veces. Se sentía incapaz de reaccionar. ¿Cómo empezar a castigar a aquellos hombres y mujeres que se atrevían a desafiarle? No Trataba de un caso aislado, sino de una demostración masiva de desobediencia.
Protegido por los guardias, Ugarga y los demás sargentos salieron del comedor seguidos de un brutal abucheo.
Lars saltó encima de una mesa y pidió atención y silencio, alzando los brazos. Cuando lo hubo conseguido, dijo:
—Amigos, los oficiales no carecerán de buenos alimentos. Seguro que las deficiencias han sido provocadas por su negligencia y quieren achacarnos a nosotros los problemas que ellos deben solucionar. Estoy seguro que todo es una excusa. Además, por lo que he averiguado, vosotros ya habéis combatido bastante y, os merecéis un descanso. ¡Esta nave debe volver a su base inmediatamente y no proseguir su periplo hacia otro mundo para combatir a enemigos del emperador!
Estallaron algunos murmullos aprobatorios, pero los más veteranos fruncieron el ceño, al parecer no muy contentos con las palabras de Lars, un recién llegado que intentaba convertirse en una especie de líder de la totalidad.
—No pueden obligarnos a comer carne putrefacta —siguió diciendo Lars, hablando con rapidez, consciente de que no sería perder la pequeña ventaja que había logrado—. Sé que existen reservas para regresar a un mundo civilizado y conseguir comida además de reparar las averías. Para unos pocos días podemos comer decentemente, pero no sería posible hacerlo a lo largo del tiempo que precisamos para alcanzar nuestro destino. Los jefes deben saber que no somos animales y nuestros estómagos no están hechos para tragar porquerías. ¡Debemos negarnos a comer! Así comprenderán que no somos chivatos y no tendrán más remedio que ordenar el regreso.
Muchos gritaron alborozados, pero las compañías de élite seguían permaneciendo calladas. La mayoría eran humanoides, de mente abotargada, fanáticos. Hacia ellos les dirigió Lars la próxima oratoria.
—Queremos luchar por el imperio, por el emperador. Y para brindarles victorias debemos estar en óptimas condiciones para combatir. ¡El comandante debe conocer la actitud de los sargentos y el estado deleznable de la comida! ¡Viva el imperio!
Ahora nadie dejó de corearle y gritarle con entusiasmo, incluso los más recalcitrantes veteranos se pusieron de parte de Lars. Desde un rincón alguien le preguntó qué debían hacer.
—Seguir negándonos a tomar alimentos en malas condiciones.
Añadió que debían observar más disciplina que nunca luego terminó recomendando que cada compañía se acuartelase, que aquella jornada nadie intentase salir de sus áreas.
Mientras se dirigían a los dormitorios, todos los aborígenes de Howarna rodearon a Lars. Gorgolei dijo:
—Muchacho, no te suponía con tanto atractivo político. ¡Te los has metido en el bolsillo!
Lars resopló, ahora más sereno.
—Lo he pasado fatal. Sobre todo por culpa de las compañías de élite. Creí que iban a saltar sobre mí para hacerme añicos.
—Sí, debemos tener cuidado con ellos. Son fieles al emperador —asintió Diana—. ¿Qué te propones, Lars?
—Si está en mis manos voy a provocar una revuelta. Y creo que podremos conseguirlo —se detuvo y echó un vistazo a sus compatriotas—. Quien tuvo la idea de sabotear las reservas de comida merece nuestra gratitud. Por cierto, ¿quién de vosotros fue?
Ante el silencio de todos, Lars soltó una carcajada y dijo:
—Vamos, siempre he estado seguro de que alguno de vosotros lo hizo. No me explico cómo los oficiales no han sospechado de nosotros antes que nada.
—Creo que ninguno de Howarna ha sido, Lars —dijo Lorimer—. Aquel día estábamos todos juntos. Sólo faltabas tú y acababas de salir con el sargento al ser llamado por la capitán Garh.
Perplejo, Lars miró a sus compañeros. Se encogió de hombros.
—Bien, entonces otro habrá sido. Pero seguro que ha sido alguien de las tropas de asalto.
Se acomodaron en sus literas y Lorimer preguntó:
—¿Qué pasará ahora?
—No estoy muy seguro, pero espero que los oficiales sigan cometiendo una torpeza detrás de otra y los ánimos estén cada vez más alterados.
* * *
Ante el informe de lo sucedido, el comandante golpeó rabiosamente con su puño la mesa y miró iracundo a la capitana Garh.
—Además, me han dicho que un soldado se dirigió a la tropa en el comedor, apenas se marcharon los suboficiales y guardias. ¡Los arengó y dio ánimos para seguir desobedeciendo! Desgraciadamente no ha podido ser localizado, pero esto es intolerable.
—Así es, señor —repuso muy tranquila Ida—. Por lo tanto solicito su permiso para imponer la disciplina cuanto antes.
—¿Cómo? Si esto no se arregla pronto vamos a entrar en combate con una baja moral en las tropas. Están previstos desembarcos inmediatos y sería una locura llevarlos adelante en tales condiciones.
—Admito que estoy desagradablemente sorprendida, señor —dijo con evidente malestar la capitán—. Mis hombres están habituados a obedecer sin rechistar. Estaba convencida de que hubiesen comido lo que se les sirvió, aunque revolviese el estómago, y luego se habrían puesto de acuerdo para entregar al saboteador. Pero…
—Se equivocó, capitán —se burló el comandante Regan—; Debimos haber regresado cuando aún era tiempo. Ahora ya es tarde para hacerlo. Estamos más cerca de Kasartel que de la base. Y ese cabecilla está ahí soliviantando los ánimos…
—Todos han visto a ese loco, señor. Me dirán quién es.
Regan asintió con la cabeza.
—Haga eso al menos: castigue al aficionado a mítines. Tiene mi permiso, capitán. ¿Cómo piensa conseguir que le delaten? ¿No teme que todos callen?
Garh sonrió con crueldad.
—Creo que él mismo se delatará. Si ha ganado prestigio con sus palabras lo perderá al callar, cuando vea que castigamos a diez soldados elegidos al azar.
Regan razonó:
—Ojalá no se equivoque ahora.
* * *
En la gran explanada de ejercicios estaban formados todos los soldados de asalto, excepto la compañía elegida para mantener el orden. Delante se habían colocado unos postes de acero.
Lars no sabía a qué se debía todo aquello y un veterano le informó:
—Es un castigo horrible. Atan al soldado al poste y éste despide radiaciones que van aumentando lentamente. Primero se quema la piel del que está junto al poste, luego llega a la carne y así hasta que lo mata, si el proceso no es detenido. Pero el daño no tiene remedio y el desgraciado que sea sometido a ese castigo está condenado a muerte.
Lars arrugó el ceño, preocupado. En aquel momento entró la capitán Garh, seguida de los oficiales de tropas de asalto. Los soldados de servicio se situaron estratégicamente bajo las órdenes de los sargentos.
Garh se situó sobre una plataforma y dijo hablando por el micrófono:
—Se elegirá a uno de vosotros y lo colocaremos en el poste. Ya conocéis los veteranos cómo funciona esto. A los nuevos les diré que dudo exista otra forma de morir más terrible. Sólo detendré el castigo cuando dé un paso adelante quien ayer se atrevió a arrojar primero la comida, que es quien luego se dirigió a sus compañeros instándoles a seguir desobedeciendo. También quiero que el causante del sabotaje tenga el valor de mostrarse. En caso contrario irán sufriendo el proceso del poste hasta diez soldados. Eso será hoy. Mañana se repetirá lo mismo, y así hasta que yo conozca los rostros de los miserables cobardes que permanecerán callados mientras mueren sus compañeros.
Hizo una señal y un teniente se adelantó y gritó un nombre.
Nadie salió de entre las filas, y a una indicación de Ugarga, los guardias sacaron a rastras al llamado. Era un humanoide de piel de reptil y se debatió con todas sus fuerzas. Acudieron más soldados y entre más de media docena consiguieron reducirle y atarlo con las bandas magnéticas al poste.
El castigo no se hizo esperar y la misma Ida apretó el botón que permitía la salida de las radiaciones del poste.
El desgraciado comenzó a gritar, al mismo tiempo que su verdosa piel empezaba a desprender diminutas columnas de tumo y un pestilente olor a cuero quemado se esparcía.
Sin que sus compañeros que estaban cerca de él pudieran Impedirlo, Lars salió de la fila y se plantó delante de la capitán.
—Yo soy quien arrojó la comida y habló a los soldados —dijo con desafiante mirada.
Garh hizo una mueca y le escupió.
—Debí figurarme que se trataba de ti —alzó la mano para detener las radiaciones del poste—. Ahora quiero que salga el saboteador.
—También fui yo —sonrió Lars.
Ida le miró furiosa.
—No podías ser tú.
—¿Por qué no? —sonrió Lars desafiante, sabiendo que ella no se atrevería a añadir que él había estado en su habitáculo—. Me confieso culpable de haber hecho esos sabotajes. ¿Cómo puede usted negarlo?
La capitán asintió.
—Está bien. Como tú quieras —miró al sargento—. Ugarga, condúcele a una celda. Informaré al comandante y él decidirá el castigo.
Cuando Lars pasó ante sus compañeros, se detuvo un instante.
—¿Por qué lo has hecho? —preguntó Lorimer—. Nadie te habría delatado.
Ugarga le amenazó con la fusta, pero debió asustarse de la animosidad de los soldados y la bajó, gritando a continuación a los soldados que conducían a Lars para que se lo llevasen de allí cuanto antes. Ames de alejarse, Nolan respondió:
—Es mejor así; pero no debéis ceder. Seguid rechazando la bazofia, que se la coman ellos.
Del fondo de las formaciones surgieron rugidos de descontento y Garh palideció ligeramente, al mismo tiempo que sintió un poco de miedo.
Incluso cuando cruzó delante de los soldados que estaban de servicio percibió en ellos miradas hasta ahora extrañas. Salió rápidamente del nivel de las tropas y corrió prácticamente para presentar el informe al comandante.
* * *
Rena Lante miró a sus compañeros. El corpulento Archer limpiaba su arma, con su a veces irritante tranquilidad. Curghan, alto y delgado, de cabellos tan rubios que parecía prematuramente canoso, mostraba en cambio un poco de nerviosismo.
Al lado de Rena permanecía Torganet, que al final había logrado convencer a la chica para acompañarla.
—Quiero daros las gracias una vez más por acompañarme —dijo Rena—. Como sabéis, vamos a salir en seguida del hiperespacio. La operación es arriesgada, porque tendremos la superficie de Kasartel a menos de cien mil kilómetros. Es la única forma de burlar las posibles naves del imperio que están orbitando el planeta. Confío en lograr descender y ponernos en contacto en seguida con los rebeldes.
Tomó unos papeles de la mesa y consultó unos datos.
—Pude averiguar antes de partir que las fuerzas de Kasartel son bastantes y bien armadas, aunque no disponen de naves espaciales y mucho menos de estelares. Corremos el riesgo de que nos consideren espías, pero espero convencerles de lo contrario.
—Necesitamos de ellos para conocer la situación. Una vez logrado esto es posible que tengamos tiempo de situarnos en el lugar adecuado para esperar la aparición del acorazado "Visnú".
—Estamos de acuerdo en todo contigo, Rena —dijo Torganet—. ¿Por qué insistes en justificarte?
Ella sonrió.
—Arriesgo vuestras vidas, amigos míos.
—Lo sabemos, Rena —dijo Archer, guardándose la pistola.
—También pensamos en los demás amigos que se llevaron esos perros imperiales —añadió Curghan—. Debemos intentarlo todo para conseguir su rescate.
Ella asintió con la cabeza, emocionada. En realidad se sentía un poco miserable. No estaba allí para salvar a los que se llevaron, sino sólo porque estaba obsesionada en rescatar a Lars.
—Magnífico —dijo—. Disponemos de dos proyectores láser. Con esas armas los rebeldes accederán a ayudarnos. Será un intercambio beneficioso para todos.
—Creo que debimos acceder a que vinieran con nosotros todos los que se ofrecieron voluntarios, Rena —dijo Curghan.
—No podía ser. Necesitamos espacio para alojar a los cincuenta y seis compatriotas nuestros que nos secuestraron —le recordó Rena.
Y ella se preguntó si conseguirían salvarlos a todos. Tal vez era demasiado optimista, pero quería seguir creyendo que no iban a enfrentarse posteriormente con un doloroso fracaso.
Se dirigió al módulo de mando y se sentó en el sillón de pilotaje. Empezó a llevar a cabo las maniobras pertinentes para salir del hiperespacio.