CAPITULO II

—Esa visita sólo nos traerá complicaciones, gobernador —masculló Lars Nolan, arrojando el resto del cigarrillo lejos, sobre el polvo del astropuerto.

Dio unos pasos, nervioso, delante de Torganet, gobernador electo de Lamba, única ciudad del planeta Howarna. Luego miró la lisa explanada que ellos llamaban ampulosamente astropuerto. Allí sólo existía un sencillo edificio con una torre metálica en cuya cúspide giraban los rudimentarios detectores. A la derecha se alzaban los cobertizos donde guardaban las mercancías para la exportación y también los suministros vitales que recibían una vez al mes del carguero que procedente del más cercano planeta les proporcionaba cuanto necesitaban y que ellos aún no podían suministrarse.

Torganet tampoco estaba muy tranquilo aquella mañana. Se pasó la pipa al otro extremo de la boca y dijo:

—Estoy de acuerdo contigo, Lars, pero no tenemos otra alternativa que recibirles como se merecen.

—Oh, si así fuera deberíamos recibirlos a tiros —rió Lars sordamente.

—Seguro, pero ellos representan al emperador y nosotros estamos aquí bajo su protección. No olvides que Howarna pertenece al imperio.

—¿Cómo puedo olvidar algo semejante? Ni siquiera poseemos la más ínfima calificación dentro del imperio. Carecemos de los más mínimos derechos ciudadanos. Esas fieras que esperamos pueden hacer con nosotros lo que les venga en gana.

El gesto ya preocupado del gobernador se tornó grave.

—Cuando anunciaron su visita sólo explicaron, como motivo, una escala técnica. Al parecer ese acorazado imperial ha padecido averías y estará unos días orbitándonos. Creo que sólo descenderán un par de naves.

—Sospecho algo, Torganet. Nuestros padres consiguieron licencia imperial para colonizar este mundo y durante más de treinta años hemos vivido tranquilos, aunque trabajando duro para hacer confortable Howarna. Con el imperio sólo tenemos un contacto anual, cuando el recaudador nos visita. ¡Y ya es bastante!

Torganet trató de sonreír y le palmeó amistosamente la espalda, diciendo:

—Te preocupas excesivamente, muchacho. Ya verás cómo tú mismo te reirás de tus aprensiones dentro de poco, cuando esa nave se marche dejándonos tranquilos.

—Ojalá sea así.

Un hombre llegó hasta ellos. Salió de la modesta torre de control, diciendo que las naves de desembarco del acorazado «Visnú» estaban a punto de descender.

—¿Cuándo regresa Rena, Lars?

—Supongo que mañana. Espero que cuando llegue con el carguero estas alimañas se hayan largado.

El gobernador asintió.

—Estoy seguro que ha sido una buena idea la de adquirir, el carguero, así no tendremos que depender del único vuelo estelar que tenemos una vez al mes. Podremos llevar nuestros productos a otros puntos y conseguir mejores precios en las ventas, así como no pagar demasiado por las materias que necesitamos.

Lars replicó que sí con un vigoroso movimiento de cabeza. La idea de adquirir entre toda la comunidad de Howarna un moderno carguero estelar había sido de él, y de Rena Lante, su prometida.

—Rena es tan buena navegante como yo —dijo con orgullo.

—Será porque tú la enseñaste —rió el gobernador.

—De todas formas me gastaría que se retrasase un poco, que llegase cuando el acorazado se haya ido.

Lars miró en su entorno con preocupación.

—Quizá, el tipo que baje se sienta un poco defraudado ante el pobre recibimiento que vamos a dispensarle.

—Demonios, Lars, no tenemos banda de música; y casi todos los hombres y mujeres están trabajando en la recolección. Confiemos que sepan comprender que no podemos dejar esa labor para formarles un coro de alabanzas…

Calló porque en aquel momento se escuchó un lejano rugido. Alzaron las miradas al cielo claro de Howarna. De pronto, de entre las nubes surgieron dos puntos brillantes que fueron aumentando de tamaño rápidamente.

Instantes más tarde, a unos centenares de metros de la torre, dos naves de unos cien metros de eslora se posaban en la reseca tierra del astropuerto, levantando una gran polvareda.

Lars y Torganet se miraron y ambos se encogieron de hombros.

Acudió un hombre conduciendo un vehículo, montaron en él y se dirigieron hacia las naves, lentamente, confiando que cuando llegasen hasta ellas el polvo hubiese desaparecido.

Se pararon a pocos metros de la más cercana de las naves, Lars se fijó en el llameante emblema imperial, situado junto a una esclusa, la cual empezó a abrirse.

Saltaron de la nave una docena de soldados, con sus armaduras de combate brillando al sol y grandes rifles láser en prebenda. Formaron un pasillo y se pusieron firmes justo en el momento en que un oficial con rutilante uniforme de capitán de las tropas de asalto surgió por la esclusa.

—Una mujer —susurró Torganet cerca del oído de Lars.

—En el ejército imperial hay muchas. Y ésa tiene cara de pocos amigos, Torganet —le replicó Lars cuchicheando.

La capitán Garh les miró y caminó hacia ellos. Se detuvo a dos pasos del gobernador y dijo secamente:

—Soy el capitán Ida Garh, comandante de las tropas de asalto del acorazado «Visnú». Represento al comandante Brad Regan, de la Armada Imperial.

Torganet deglutió, tosió y procuró hablar sin el menor síntoma de nerviosismo:

—Eh… En nombre de la comunidad de Howarna le doy la bienvenida, capitán. Soy el gobernador Torganet.

Ida Garh le contempló un rato, preguntando al cabo:

—¿Es un título con refrendo imperial?

—No… bueno, aún no disponemos de estatuto definitivo, capitán. Mi cargo es electo.

—¿Electo? —inquirió la capitán sorprendida.

—Sí, por unanimidad de todos los miembros de la comunidad —añadió Lars.

Garh le dirigió una seca mirada y Lars se preguntó si era porque él se había interferido en la conversación.

—¿Quién es usted?

—Me llamo Lars Nolan, colono de Howarna. Poseo unas tierras que cultivo cerca de Lamba, nuestro poblado. También soy ingeniero positrónico y navegante, capitán.

—¿Algún cargo político?

—Ninguno. Bueno, a veces ayudo al gobernador cuando se le acumula él trabajo. También pertenezco al consejo local.

Ella hizo una mueca que transformó en una ligera sonrisa irónica diciendo:

—¿Me equivoco si pienso que su cargo también ha sido elegido democráticamente?

—Oh, no. Al consejo puede asistir todo el que quiera, capitán. Lo que pasa es que muchos están siempre muy ocupados y delegan en otros su representación.

—No me agradan los sistemas de gobierno de este planeta —dijo Garh.

—La verdad es que no entiendo, capitán… —empezó diciendo, abrumado, Torganet.

Empezando a irritarse, Lars dijo:

—La capitán Garh no comparte ciertas ideas políticas, amigo. Para ella todo lo que no sea asignado por el emperador o por alguno de sus colaboradores es… ilegal.

La capitán le fulminó con la mirada.

—Más o menos —dijo abruptamente—. Pero no estoy aquí para inmiscuirme en sus asuntos internos.

—¿Podemos saber entonces a qué debemos el honor de su visita?

Al notar el marcado tono irónico de las palabras de Lars, el gobernador entornó los ojos, asustado y temiendo escuchar a continuación una réplica exaltada de la capitán.

Pero ésta se limitó a sorber aire, a balancearse sobre las punteras de sus botas y a tomarse unos segundos para calmarse. Entonces dijo lentamente:

—En el momento preciso conocerán el motivo que ha traído hasta este mundo una nave del imperio, señores. Ahora quisiera ir hasta su núcleo urbano. Supongo que tendrán algún edificio perteneciente a la comunidad donde existan registros de todos los habitantes.

—¿Para qué los quiere?

—Eso es asunto mío. Digamos que tenemos que informar del estado político y sanitario de esta comunidad.

—Le advierto que anualmente recibimos la poco agradable visita del recaudador de impuestos —apuntó Lars, sonriendo.

—Guárdese sus ironías para más tarde, señor Nolan. Ahora necesito un vehículo apropiado para que me lleven a su aldea, a Lamba, si mal no recuerdo —dijo mirando con desagrado el coche que estaba aparcado cerca, con el nervioso conductor todavía ante los mandos.

—No tenemos otro, capitán —dijo Lars—. Actualmente los tenemos todos en los campos. Pero creo que usted podrá venir con nosotros.

—Si no hay otra alternativa… Bien, esperen un momento. Daré unas órdenes y les acompañaré.

Vieron cómo la capitán subía a la nave. La docena de soldados seguían en posición de firmes y Lars sintió admiración y pena por ellos al no descubrir ni la más mínima oscilación en sus cuerpos.

Los miró detenidamente y descubrió a través de las defensas transparentes de los cascos las facciones de mujer en algunos de ellos.

—¿Qué piensa de todo esto, Torganet? —preguntó al gobernador.

—Que empiezo a preocuparme como tú, muchacho.

—Desde luego. Esas gentes han venido por algo en concreto y creo que ya lo he adivinado.

—¿De veras? Pues dime lo que es.

Aún no estoy seguro, pero sería prudente prevenir a los nuestros que trabajan en los cultivos.

—¿Cómo?

—Advirtiéndoles para que no vuelvan a Lamba mientras los imperiales estén aquí.

—Ahora no te entiendo…

—¿Es que nunca ha oído hablar de las levas que a veces llevan a cabo los oficiales imperiales para procurarse soldados? Últimamente no les sobran voluntarios. Recluían incluso humanoides que tienen más de monstruos que otra cosa. El oficio de soldado está estos días muy mal visto.

Asustado, Torganet miró a Lars, como si no pudiese dar crédito a lo que éste le decía.

—¿Supones que han venido sólo para…?

—Pudiera ser y no estaría de más estar prevenidos. Apenas tengamos tiempo debemos avisar a los que están en los campos. Y también que todos los jóvenes, hombres y mujeres que se encuentren en Lamba escapen sigilosamente y se escondan en las montañas.

—Se extrañarán al no ver a casi nadie…

—Ya nos buscaremos una excusa… Silencio, ya regresa ese marimacho de capitán.

Garh había salido de la nave y se dirigió directamente al vehículo, subiendo a él y esperando allí a los dos nativos.

—Vamos, señores. Tengo prisa —les dijo.

Lars y el gobernador se acomodaron y el coche arrancó. Mientras se dirigían hacia el edificio administrativo, Lars se volvió y vio que de las naves salían más soldados armados.

No comentó nada con Torganet, pero ambos cruzaron miradas de preocupación.

El coche pasó delante de la torre de control y desvióse hacia la estrecha franja de asfaltada carretera. A lo lejos se veía el poblado, un montón de casas de una o dos plantas, de sencilla pero armoniosa construcción. Todas estaban rodeadas de árboles y jardines y se respiraba paz y tranquilidad entre ellas.

Garh comentó burlona:

—Disfrutan ustedes, al parecer, de un buen nivel de vida.

Antes que el gobernador pudiera hacer algún comentario, Garh añadió:

—Gracias al emperador, por supuesto. Es hora de que paguen al imperio la seguridad y prosperidad que les damos.

Torganet palideció y Lars apretó los puños. Las palabras de la capitán podían interpretarse como un indicio inequívoco de que sus temores no eran infundados.

El coche se detuvo delante de una casa de dos plantas y Torganet invitó a la capitán a pasar al interior, diciendo que se mostraría los documentos del censo, registros y demás cosas que pudieran ser de su interés referente a Howarna.

Lars se rezagó y dijo al conductor:

—Debes advertir a todo el mundo. Sólo deben quedarse en el pueblo los niños y ancianos.

El conductor, llamado Gorgolei, puso cara de asombro y Lars tuvo que repetírselo de nuevo.

—Entonces seria más prudente que todo el mundo se fuera, ¿no?

—Desde luego —masculló Lars, impaciente y temiendo que su ausencia significase una sospecha en la capitán de que él temía algo pernicioso para la comunidad—. Pero no debemos levantar sospechas. Ellos sólo quieren personas jóvenes y fuertes. No les creo capaces de vengarse en viejos y niños si no cubren su cupo. Que todos se muevan con sigilo, sin estridencias. Luego corre a los campos y diles a los demás que dejen la recolección y escapen a las montañas también. Sólo cuando se marche el acorazado deben volver.

Gorgolei asintió, puso el coche en marcha y se perdió por la calle. Lars movió la cabeza y entró en la casa, que además de ser la vivienda de Torganet se utilizaba como oficina gubernativa.

Encontró a la capitán enfrascada en la lectura del libro del censo. A su lado, sudando, estaba el gobernador, quien al verle le hizo un gesto, como queriéndole dar a entender que también él creía que el acorazado imperial se había acercado a Howarna para incrementar su dotación, mermada tal vez en alguna reciente batalla.

Garh había tomado un rotulador de la mesa y empezó a puntear en el libro. Cuando terminó, dijo volviéndose al gobernador:

—Quiero que hoy mismo todas las personas que indico en el libro estén ante la torre del astropuerto —les miró fijamente y añadió—: Sin excusa alguna. ¿Entendido?

Lars se le puso delante, desafiante.

—Eso me temo, capitán, que la he entendido. Usted pretende llevarse… —echó un vistazo e hizo un rápido cálculo de las personas punteadas—, unos setenta u ochenta habitantes de este mundo, ¿no?

—¿Y si así fuera?

—Entonces debería buscarlos usted misma.

Garh soltó una maldición y empezó a sacar la pistola que pendía de su cinturón. Pero Lars fue más rápido y después de propinarle un golpe en el mentón, se la arrebató.

La capitán no había esperado una reacción violenta, tal vez pensando que era suficiente su uniforme para que todos se echaran a temblar. Enrojecida por la rabia, barbotó unas palabras, mientras veía cómo Lars la apuntaba con su propio láser.

—Está loco. Esto le costará la vida —silabeó la mujer.

—Es posible, pero cuando usted esté en condiciones de ordenar que me busquen será tarde —rió Lars—. No conocen este planeta y necesitarán mucho tiempo para encontrarnos.

—¿Qué piensa hacer?

—Dejarla bien atada, mientras todo el mundo consigue ponerse fuera de sus zarpas. Cuando la eche de menos su comandante será dentro de algún tiempo. No creo que ustedes dispongan de mucho para buscarnos.

En aquel momento Lars escuchó unos ruidos a su espalda. Vio que la capitán empezaba a sonreír. Cuando se volvió palideció. En la casa estaban entrando soldados de asalto. Escuchó la risa de Garh, que dijo:

—No soy tan estúpida como pensó, señor Nolan. Ordené a mis soldados que me siguiesen y rodeasen la aldea.

Le arrebató el arma y dijo después de escupirle en la cara:

—Podría matarle ahora mismo, pero creo que su padecimiento será más beneficioso para el imperio si antes le convierto en un soldado capaz de morir por su Alteza Imperial.