NO-EXTRACTOS: La semántica general es una disciplina, y no una filosofía. Es posible cualquier número de nuevas filosofías de orientación no-A, del mismo modo que pueden ser desarrollados cualquier número de sistemas geométricos. Posiblemente, la exigencia más importante de nuestra civilización es el desarrollo de una economía política de orientación no-A. Puede afirmarse categóricamente que no ha sido desarrollado todavía un sistema semejante. El campo está abierto a hombres y mujeres audaces e imaginativos para la creación de un sistema que liberará al género humano de la guerra, la pobreza y la tensión. Para conseguirlo será necesario asumir el control del mundo, arrancándolo de las manos de la gente que identifica.
Secoh decidió convertir el acontecimiento en un verdadero espectáculo. Al cabo de tres horas, hileras de aviones, cargados de tropas y sacerdotes de la capital, cruzaban el cielo en dirección al Templo del Dios Durmiente, más allá de la montaña.
Gosseyn-Ashargin había esperado que efectuarían el viaje a través del Distorsionador del apartamento de Crang y Patricia. Al no ocurrir así, exigió que Crang viajara en la misma máquina con él.
Se sentaron uno al lado del otro.
Habían muchas cosas que Gosseyn quería saber. Suponía, sin embargo, que podían existir aparatos de escucha. De modo que empezó, en tono grave:
—Sólo gradualmente me he dado cuenta de la naturaleza de la amistad entre el Guardián del Templo y tú.
Crang asintió y dijo, en el mismo tono:
—Me honró con su confianza.
Para Gosseyn, el aspecto más fascinante de la relación tan súbitamente revelada era el que Crang, cuatro años antes, hubiera elegido infaliblemente a Secoh en vez de a Enro como la persona a la que debía apegarse.
La conversación continuó en el mismo tono cortés, pero paulatinamente Gosseyn obtuvo la información que deseaba. Era un cuadro asombroso de un detective venusiano no-A, que había viajado secretamente al espacio desde Venus para descubrir la naturaleza de la amenaza contra los no-A.
Fue Secoh, en su calidad de consejero de Enro, quien había situado a Crang al frente de la base secreta de Enro en Venus. ¿Por qué? A fin que la Gorgzin Reesha estuviera fuera del alcance de su hermano, decidido a convertirla en su esposa.
En aquel punto Gosseyn recordó súbitamente a Enro acusando a Secoh. «¡Siempre estuviste enamorado de ella!», había dicho en una ocasión el dictador.
Luego tuvo una visión de un humilde sacerdote aspirando a la mano de la dama más encumbrada del planeta. Y debido a que tales emociones llegan a fijarse a nivel del inconsciente, todos sus triunfos posteriores no significaban nada al lado de aquel intenso y precoz sentimiento amoroso.
Otra frase de Crang le aportó un vívido cuadro de cómo la boda de Crang y Patricia había sido presentada a Secoh no como un verdadero matrimonio, sino como otra protección para ella. Estaban poniendo a salvo a Patricia para el día en que Secoh pudiera reclamarla para él.
Una posterior afirmación de Crang, que al parecer no tenía ninguna relación con lo que había dicho antes, justificaba el peligroso engaño.
—Cuando una persona se ha liberado del miedo a la muerte —dijo el detective en voz baja—, queda libre también de temores triviales y de triviales tribulaciones. Únicamente aquéllos que desean vivir bajo no importa qué condición sufren las peores condiciones.
Claramente, si se producía lo peor, el señor y la señora Eldred Crang elegirían la muerte.
Pero ¿por qué el ataque obligando a huir a Enro? La explicación requería más cautela aún en el hablar. Pero la respuesta fue deslumbrante. Era preciso condicionar mentalmente al dictador para que tomara en consideración, o incluso iniciara, negociaciones para poner fin a la guerra. Enro, expulsado de su planeta natal, con su hermana en poder de su enemigo, tendría un motivo para firmar la paz en el exterior a fin de poder concentrar sus esfuerzos en el restablecimiento de su posición en su propio Imperio.
El asombrado Crang había encontrado realmente un medio que podía poner fin a la guerra.
Crang estaba vacilando. Y había una leve nota de ansiedad en su voz mientras añadía cuidadosamente:
—Será un gran privilegio estar presente en el templo en ocasión tan señalada, pero ¿no es posible que algunos de los que estarán allí tengan un equilibrio emocional tan inestable que la misma proximidad de su Dios les trastorne profundamente?
—Estoy seguro —dijo Gosseyn-Ashargin en tono firme— que el Dios Durmiente se asegurará personalmente para que todo transcurra como debe transcurrir.
Era un modo indirecto de afirmar su confianza en el éxito final de su plan.
Resplandecientes luces brillando desde fuentes ocultas. Sacerdotes alineados a lo largo de las paredes, sosteniendo centelleantes cetros de poder y estandartes de telas preciosas. Así terminó el rito preliminar en la gran cámara del Dios Durmiente.
En el momento crítico, Gosseyn-Ashargin apoyó ligeramente su mano sobre la palanca de control del Distorsionador. Antes de activarlo, dirigió una mirada final a su alrededor a través de los ojos de Ashargin.
Tenía una inexorable voluntad de acción, pero se obligó a sí mismo a examinar el entorno en el cual pretendía realizar sus movimientos.
Los invitados estaban arracimados cerca de la puerta. Había sacerdotes allí, también, encabezados por Yeladji, el Vigilante del Templo, ataviado con su capa de oficiante, dorada y plateada. Yeladji tenía el ceño fruncido, como si no acabara de gustarle lo que estaba ocurriendo. Pero, al parecer, sabía lo conveniente que resultaba para él mantener la boca cerrada.
Los otros se mantenían en una actitud igualmente sumisa. Había allí funcionarios de la corte a los que Gosseyn-Ashargin conocía de vista, y otros a los que no conocía. Y allí estaban Nirene, Patricia y Crang.
Estarían en peligro si Secoh intentaba utilizar energía, pero ése era un riesgo que había que correr. Había llegado el momento de poner las cartas boca arriba. La puesta era muy importante, y ningún peligro podía ser considerado como demasiado grande.
Secoh se situó delante de la cripta, solo.
Estaba completamente desnudo, una costumbre que había impuesto hacía años para todas las ceremonias importantes en la cámara interior, particularmente aquéllas en las que se otorgaban túnicas de oficiante a los individuos admitidos en la Orden. Su cuerpo era pequeño pero de carnes firmes. Sus ojos negros ardían con un brillo febril, expectante. Parecía poco probable que se mostrara suspicaz en aquel momento final, pero Gosseyn decidió no correr ningún riesgo.
—Noble Guardián del Templo —dijo—, después que me haya similarizado desde este Distorsionador al que está cerca de la puerta, el silencio tiene que ser absoluto.
—El silencio será absoluto —dijo Secoh. Y puso un tono de amenaza en sus palabras para todos los presentes.
—Muy bien… ¡Ahora! —dijo Gosseyn-Ashargin. Y mientras hablaba activó el Distorsionador.
Se encontró, tal como la máquina le había prometido en el sueño, dentro de la cripta, en su propio cuerpo. Permaneció en silencio, consciente de la proximidad del «Dios». Luego emitió un pensamiento.
—Máquina.
—¿Sí?
La respuesta llegó rápidamente a su cerebro.
—Dijiste que en adelante tú y yo podríamos comunicar a voluntad.
—Es cierto. La relación, una vez establecida, es permanente.
—Dijiste, también, que el Dios Durmiente podía ser despertado ahora, pero que morirá muy rápidamente.
—La muerte se producirá en unos cuantos minutos —fue la respuesta—. Debido a los daños sufridos por la maquinaria, las glándulas endocrinas están atrofiadas, y yo he estado reemplazando sus funciones artificialmente. En el momento en que cese la ayuda artificial, el cerebro empezará a deteriorarse.
—¿Crees que el cuerpo será físicamente capaz de responder a mis órdenes?
—Sí. Este cuerpo, como todos los demás, recibió una pauta de ejercicios destinados a capacitarle para funcionar cuando la nave llegara a su punto de destino.
Gosseyn respiró a fondo y luego dio una orden:
—Máquina, voy a similarizarme al almacén que hay en la parte posterior de esta cámara. Cuando haga eso, coloca mi mente en el cuerpo del Dios Durmiente.
Al principio todo fue confusión, como si su conciencia estuviera bloqueada por un material absorbente.
Pero las presiones que le empujaban eran demasiado fuertes para que aquel estado se prolongara en demasía. Finalmente, experimentó la sensación del tiempo transcurriendo con mucha rapidez, y aquello despertó su primer pensamiento en su nuevo cuerpo.
«¡Levántate!».
«No. Antes tenía que deslizar la tapa hacia atrás. La acción debía seguir una pauta ordenada. Incorporarse, y deslizar la tapa hacia atrás».
Una mancha de luz y una vaga impresión de movimiento. Y luego, llenando sus oídos y pareciendo resonar a través de su cabeza, un grito de maravilla brotando de muchas gargantas.
«Debo haberme movido. La tapa debe estar deslizándose hacia atrás. Empuja más fuerte. Más fuerte».
Tuvo conciencia de estar empujando y que su corazón latía con más rapidez. Todo su cuerpo era un puro dolor.
Luego se puso en pie. Aquélla fue una sensación más aguda, ya que iba unida a una visión más amplia. Vio figuras borrosas en la niebla delante de él, y una estancia brillantemente iluminada.
La presión para actuar y moverse y pensar más aprisa creció en su interior. Pensó con angustia:
«Este cuerpo sólo tiene unos minutos de vida».
Trató de murmurar las palabras que deseaba, y de obligar a moverse a la rígida laringe. Y, debido a que el sonido, al igual que la visión, está en la mente y no sólo en el órgano, de pronto fue capaz de formar las palabras que había planeado.
Por primera vez, entonces, se preguntó cómo estaba acogiendo Secoh el despertar de su «Dios».
El efecto debía ser abrumador. Ya que ésta era una religión peculiarmente nociva y peligrosa para que un hombre la adoptara. Al igual que la antigua adoración idolátrica de la Tierra a la cual se parecía, estaba basada en la identificación de un símbolo, pero al contrario de sus duplicados en otras partes en el espacio y el tiempo, estaba sujeta a un tipo especial de desastre debido a que el «ídolo» era un ser humano vivo, aunque inconsciente.
La aceptación persistente de una religión semejante por los individuos dependía del hecho que el Dios permaneciera dormido.
Su aceptación temporal por Secoh, si se producía un despertar, dependía del hecho que el Dios diera por sentado que su guardián principal estaba por encima de todo reproche.
Este Dios despierto se irguió ante un grupo de notables, apuntó un dedo acusador hacia Secoh y dijo:
—Secoh…, traidor…, tienes que morir.
En aquel instante, la innata voluntad de supervivencia del sistema nervioso de Secoh exigió que rechazara su creencia religiosa.
No pudo hacerlo. Estaba arraigada demasiado profundamente. Estaba asociada con todas las tensiones de su cuerpo.
No pudo hacerlo…, lo cual significaba que debía aceptar la sentencia de muerte decretada por su Dios sin formular ninguna objeción.
Y tampoco podía hacer eso.
Durante toda su vida había mantenido un precario equilibrio como un funámbulo sobre la cuerda floja; sólo que en vez de utilizar una pértiga, había utilizado palabras. Ahora, aquellas palabras estaban en conflicto con la realidad. Era como si el hombre en equilibrio sobre la cuerda perdiera súbitamente su pértiga. Empezó a tambalearse como un borracho. Con el pánico llegaron innumerables y peligrosos estímulos colaterales del tálamo. Cayó, acometido de violentas convulsiones.
Locura.
Era la locura derivada de un conflicto interior que no tiene solución. A través de todos los siglos de existencia humana tales conflictos han perturbado las mentes de millones de hombres. Hostilidad a un padre en conflicto con el deseo de la seguridad de la protección paterna; apego a una madre superdominante en conflicto con la necesidad de crecer e independizarse: disgusto de un empleado en conflicto con la necesidad de trabajar para ganarse la vida. Siempre, el primer paso era el trastorno mental, y luego, si el equilibrio resultaba demasiado difícil de mantener, el escape a la relativa seguridad de la locura.
La primera tentativa de Secoh para escapar de su conflicto fue física. Su cuerpo se hizo borroso y luego, coincidiendo con un leve gemido de los espectadores, se ensombreció.
El Discípulo se irguió delante de ellos.
Para Gosseyn, que controlaba todavía el desentrenado sistema nervioso del «Dios», la transformación de Secoh en su forma de Discípulo no constituyó ninguna sorpresa.
Pero significaba la crisis.
Lentamente, empezó a descender los peldaños. Lentamente, porque los músculos del «Dios» estaban demasiado rígidos para permitirle moverse con rapidez. El ejercicio a que habían sido sometidos dentro del limitado espacio de la cripta había hecho accesibles canales nerviosos vitales, pero sólo en una escala limitada.
Sin el sapiente control de Gosseyn, aquella caricatura de ser humano apenas podría haberse arrastrado: caminar, para él, era algo virtualmente imposible.
La tarea de empujarle hacia adelante resultaba más desesperada por cuanto Gosseyn sabía que sólo disponía de unos minutos. De unos minutos durante los cuales el Discípulo debía ser derrotado.
Cuando llegó al pie de los peldaños se tambaleó ligeramente, y luego se dirigió en línea recta hacia la oscura sombra.
El contemplar a un Dios avanzando hacia uno con intenciones hostiles tenía que ser una experiencia aniquiladora de la mente. En un verdadero frenesí de terror, el Discípulo se protegió a sí mismo con el único medio que disponía.
Un chorro de energía brotó de la oscura sombra. Una deslumbrante llama blanca consumió rápidamente al cuerpo del Dios. Y en aquel instante Secoh se convirtió en un hombre que había destruido a su Dios. Ningún sistema humano adiestrado como lo había sido el suyo podía aceptar una culpa tan terrible.
De modo que Secoh la olvidó.
Olvidó lo que acababa de hacer. Y dado que eso implicaba olvidar todos los incidentes de su vida relacionados con el hecho, los olvidó también. Desde su temprana infancia había sido educado para el sacerdocio. Para que el recuerdo de su crimen pudiera desvanecerse por completo, tenía que borrar todo aquello de su memoria.
La amnesia es fácil para el sistema nervioso humano. Por medio de la hipnosis puede ser provocada con una sencillez casi alarmante. Pero la hipnosis no es necesaria. Conocemos a un individuo desagradable, y no tardamos en olvidar su nombre. Tenemos una experiencia desagradable, y no tarda en desvanecerse de nuestra memoria, como se desvanece un sueño.
La amnesia es el mejor sistema para escapar de la realidad. Pero adopta varias formas, y una de ellas, al menos, es devastadora. No pueden olvidarse las experiencias de toda una vida y continuar siendo un adulto.
Y Secoh tenía mucho que olvidar. Una vida entera. Para Gosseyn, que había regresado a su propio cuerpo instantáneamente cuando el «Dios» fue asesinado, y que ahora estaba en el umbral de la puerta que conducía a la oficina de la parte posterior, lo que siguió era de esperar.
La sombra del Discípulo desapareció y Secoh se hizo presente de nuevo, temblando sobre unas piernas que sólo le sostuvieron unos instantes.
Se desplomó de golpe. Físicamente, sólo unos centímetros le separaban del suelo, pero mentalmente su caída se prolongó. Permaneció tendido sobre un costado, con las rodillas dobladas y apretadas fuertemente contra su pecho, con los pies apretados contra sus muslos, y la cabeza colgando, desmadejada. Al principio sollozó un poco, pero sus sollozos se apagaron rápidamente. Cuando se lo llevaron en una camilla, no tenía la menor conciencia de lo que le rodeaba: yacía enroscado sobre sí mismo, silencioso, y sin lágrimas.
Un niño que aún no ha nacido no puede llorar.
FIN