Capítulo XVII

NO-EXTRACTOS: En beneficio de la cordura, procura tener en cuenta la AUTORREFLEXIÓN. Una declaración puede versar sobre una realidad, o puede versar sobre una declaración acerca de una declaración sobre una realidad.

Gosseyn dio cinco rápidos pasos hacia el tablero de control y se situó detrás del capitán Free, tenso y alerta. Deslizó su mirada de una a otra de las pantallas posterior, laterales y frontal del vídeo. El roboperador habló de nuevo con su voz de «emergencia».

—Voces en el espacio —rugió—. Robots enviándose mensajes unos a otros.

—Denos los mensajes —ordenó en voz alta el capitán Free. Miró a su alrededor y a Gosseyn—. ¿Cree que la flota de Enro se encuentra ya aquí?

Gosseyn necesitaba más evidencias.

«Me separé»,—pensó—, «del cerebro de Ashargin unos minutos después que Enro diera la orden. Probablemente tardé unas cuarenta horas en regresar a la nave, dos horas más para poner la nave en movimiento, menos de una hora en la base, y luego ochenta horas en llegar aquí a Venus: ciento veintidós horas en total, de las cuales sólo tres pueden considerarse como perdidas».

«¡Cinco días! La flota atacante, desde luego, podía haber despegado de una base mucho más próxima a Venus, y probablemente lo había hecho. Eso representaba una dificultad para sus cálculos. Las comunicaciones vídeo fónicas por similaridad implicaban el movimiento de electrones en una pauta comparativamente sencilla. Los electrones eran naturalmente idénticos hasta dieciocho decimales, de modo que el “margen de error” en la transmisión era sólo de catorce segundos por cada cuatro mil años luz…, comparados con las diez horas para objetos materiales para la misma distancia».

«La flota de Enro podía haberse adelantado a ellos en razón del tiempo ahorrado al dar la orden por videófono. Pero los ataques a nivel planetario requerían algo más que eso. Llevaría tiempo cargar el equipo para el tipo de destrucción atómica que iba a caer sobre la Tierra y Venus».

«Y había otra cuestión, más importante aún. Enro tenía sus propios planes. Incluso ahora, podía estar demorando sus órdenes de destruir las poblaciones del Sistema Solar con la esperanza que la amenaza de semejante ataque obligara a su hermana a casarse con él».

El roboperador estaba aullando de nuevo.

—Ahora estoy —gritó— transmitiendo el mensaje robot. —Su tono se hizo menos estridente, más normal—. «Una nave en CR-94 − 687 − 12…, bzzz…, similarización… Concentrar el ataque…, quinientos seres humanos a bordo…, bzzz…, cero 54 segundos… Capturar…».

Gosseyn habló en tono tranquilizador.

—Bueno, estamos siendo atacados por defensas robot.

La sensación de alivio estaba acompañada de excitación, orgullo…, y precaución. Apenas habían pasado dos meses y medio desde la muerte de Thorson, y aquí había ya defensas contra ataques interestelares…

Los No-A debían haber estudiado la situación, reconocido que estaban a voluntad de un dictador neurótico y concentrado los recursos del sistema en la defensa. Podía ser titánica.

Gosseyn vio que los dedos del capitán Free temblaban sobre la palanca que les devolvería a la estrella Gela, la base situada a mil años luz detrás de ellos.

—¡Espere! —dijo.

El capitán se envaró.

—No pensará quedarse aquí…

—Quiero ver esto —dijo Gosseyn—, sólo un momento.

Por primera vez, Gosseyn miró a Leej.

—¿Qué opinas?

Vio que el rostro de Leej estaba tenso.

—Puedo captar el ataque —dijo ella—, pero no puedo ver su naturaleza. Todo se hace borroso inmediatamente después de empezar. Creo…

Se vio interrumpida. Todas las máquinas de radar de la sala de control quedaron inundadas de sonido y de luz. Había tantas imágenes en las pantallas que Gosseyn no pudo ni siquiera ojearlas todas.

Debido a que, simultáneamente, algo trató de aferrar su mente.

Su cerebro adicional registró una red de energía masivamente compleja, y comprobó que estaba tratando de cortocircuitar los impulsos que fluían a y de los centros motrices de su cerebro. ¿Tratando? Consiguiéndolo.

Tuvo una rápida comprensión de la naturaleza y limitaciones de esta fase del ataque. Bruscamente, hizo la pausa córtico-talámica.

La presión sobre su mente desapareció.

Por el rabillo del ojo vio que Leej estaba de pie, muy rígida, con una expresión desencajada en el rostro. Ante él, el capitán Free permanecía sentado, también muy rígido, con sus dedos contraídos como garras de mármol a menos de un centímetro de la palanca que les hubiera llevado a Gela.

Encima de él, el roboperador transmitió:

—«Unidad CR —…, bbzzz…, incapacitada. Todas las personas que hay a bordo paralizadas, menos una…, concentración sobre el recalcitrante…».

Con un rápido movimiento, Gosseyn empujó la palanca ajustada para la ruptura hacia la base a mil años luz de distancia.

Se produjo una oscuridad total.

La nave Y-381907 reposó en el espacio, a salvo, a poco más de ochocientos años luz de Venus. En la silla de control, el capitán Free empezó a perder aquella rigidez anormal.

Gosseyn giró sobre sus talones y corrió hacia Leej. La alcanzó a tiempo. La rigidez que la había sostenido de pie desapareció. Gosseyn la sujetó mientras caía, fláccidamente.

Mientras la transportaba al diván situado frente a la cúpula transparente, visualizó lo que ocurría en otras partes de la nave. Los hombres estaban cayendo o habían caído ya al suelo, por centenares. O, si habían permanecido tendidos durante la crisis, se estaban relajando, con los músculos lacios, como si toda la tensión de sus cuerpos se hubiera aflojado súbitamente.

El corazón de Leej estaba latiendo. La joven había permanecido tan desmadejada en sus brazos que por un instante creyó que había muerto. Mientras Gosseyn se incorporaba, Leej empezó a parpadear, tratando de abrir los ojos. Pero pasaron casi tres minutos antes que lograra incorporarse y decir, en un susurro:

—¿Piensas regresar?

—Espera un momento —dijo Gosseyn.

El capitán Free se estaba moviendo, y Gosseyn le vio tocando convulsivamente interruptores, palancas y esferas en una frenética creencia del hecho que la nave estaba aún en peligro. Apresuradamente, lo levantó de la silla de control.

Su mente estaba ocupada mientras llevaba al hombre al diván al lado de Leej, pensando en lo que ella había dicho. Ahora, preguntó:

—¿Nos ves regresando?

Ella asintió a regañadientes.

—Pero eso es todo. Lo demás está fuera de mi alcance.

Gosseyn asintió y se sentó, mirando a Leej. Su entusiasmo anterior se estaba enfriando. El método venusiano de defensa era tan único, tan calculado para atrapar solamente a las personas no adiestradas en no-A que, una vez puesto en marcha, sólo su presencia había salvado la nave.

En resumen, daba la impresión que los venusianos poseían una defensa invencible.

Pero si él no hubiese estado a bordo, no hubiera existido ningún vacío para confundir a Leej. Ella hubiera previsto el ataque con tiempo suficiente para que la nave escapara.

Del mismo modo, la flota de Enro, con sus Pronosticadores, escaparía al primer asalto. O quizá las predicciones podrían ser tan exactas que la flota lograra abrirse paso hacia Venus a través de las defensas.

Era posible que toda la defensa venusiana, por muy maravillosa que fuera, resultara inútil. Al construir sus robots, los venusianos no habían incluido a los Pronosticadores en sus cálculos.

El hecho no era sorprendente. El propio Crang no había tenido noticia de ellos. Podría ser, desde luego, que no hubiera Pronosticadores en la flota que Enro enviaba. Pero se trataba de una posibilidad con la que no debía contarse.

Su mente regresó a lo que Leej había dicho. Asintió, visualizando la situación. Luego dijo:

—Tenemos que intentarlo otra vez, porque es muy importante que pasemos a través de esas defensas.

Muy importante, en realidad. En su mente se estaba formando ya un cuadro de fuerzas defensivas robot como aquellas enfrentándose a la formidable flota de Enro en el Sexto Decant. Y si podía descubrir un método para hacerlas reaccionar con más rapidez, de modo que el ataque se produjera en un segundo y no en cincuenta y cuatro, incluso la predicción de los Pronosticadores podría resultar demasiado lenta.

Gosseyn estudió varias posibilidades y luego explicó minuciosamente la naturaleza de la pausa córtico-talámica a Leej y al capitán. Practicaron la rutina varias veces, de un modo superficial, pero no había tiempo para más.

La precaución podía resultar inútil, pero valía la pena intentarlo.

Completados los preliminares, Gosseyn se instaló en la silla de control y miró a su alrededor.

—¿Listos? —preguntó.

Leej dijo en tono quejumbroso:

—No creo que me guste salir al espacio.

Fue su único comentario.

El capitán Free no dijo nada.

—De acuerdo —dijo Gosseyn—, esta vez vamos a llegar lo más lejos que podamos.

Empujó la palanca.

El ataque se produjo treinta y ocho segundos después que terminara la oscuridad total. Gosseyn observó su desarrollo e inmediatamente anuló el asalto en su propia mente. Pero esta vez avanzó un paso más.

Trató de sobre imponer un mensaje sobre la compleja fuerza.

—¡Orden de interrumpir el ataque!

Lo repitió varias veces.

Esperó a que la orden fuese repetida por el roboperador, pero éste siguió transmitiendo mensajes entre los cerebros robóticos en el exterior de la nave. Envió un segundo mensaje.

—¡Rompan todos los contactos! —ordenó.

La robovoz de la nave dijo algo acerca de que todas las unidades menos una estaban incapacitadas y, sin una sola referencia a su orden, añadió: «Concentración sobre el recalcitrante…».

Gosseyn empujó la palanca de similarización y dejó transcurrir cinco minutos luz.

El ataque se reanudó a los dieciséis segundos. Gosseyn dirigió una rápida mirada a Leej y al capitán. Los dos estaban desmadejados en sus asientos. Su breve adiestramiento no-A no se había revelado muy eficaz.

Se olvidó de ello y contempló las pantallas, esperando un ataque fulminante. Al ver que no ocurría nada, saltó un día-luz más cerca del Sol. Una ojeada a los calculadores de distancias le reveló que Venus se hallaba aún a poco más de cuatro días luz.

Esta vez, el ataque volvió a producirse al cabo de ocho segundos.

No era aún bastante rápido. Pero le ayudó a llenar el cuadro que se estaba formando en su mente. Los venusianos estaban tratando de capturar naves y no de destruirlas. Los ingenios que habían desarrollado para tal finalidad hubieran sido maravillosos en una galaxia de seres humanos normales. Y eran realmente maravillosos en su capacidad para distinguir entre amigo y enemigo. Pero contra cerebros adicionales o Pronosticadores tenían un valor limitado. Gosseyn sospechó que habían sido precipitados a través de las líneas de conjunción en la creencia que el tiempo era corto.

Dado que esto era más cierto a cada minuto que pasaba, decidió hacer otra prueba. Envió un mensaje a la unidad que seguía intentando capturarle con ciega y mecánica obstinación.

—Consideren capturadas a todas las personas que hay a bordo, incluyéndome a mí.

De nuevo, ninguna respuesta que demostrara que alguien le había oído. Una vez más, Gosseyn empujó la palanca de similarización, cuyos controles habían sido ajustados tan exactamente por Leej.

«Ahora», —pensó—, «veremos».

Cuando cesó la momentánea oscuridad, los indicadores de distancia señalaban noventa y cuatro minutos luz desde Venus. Al cabo de tres segundos se produjo el ataque, y esta vez a un nivel completamente distinto.

La nave se estremeció en todas sus planchas. En la pantalla, la red defensiva era de color anaranjado brillante. El roboradar habló por primera vez, con voz aullante:

—¡Se acercan bombas atómicas!

Con un rápido movimiento Gosseyn empujó la palanca de similarización y la nave saltó novecientos once años luz hacia Gela.

La segunda tentativa para penetrar a través de las defensas venusianas había fracasado.

Gosseyn, planeando ya los detalles de la tercera tentativa, reanimó a Leej. La joven recobró el conocimiento, y sacudió la cabeza.

—No hay nada que hacer —dijo—. Estoy demasiado cansada.

Gosseyn empezó a decir algo, pero se interrumpió y estudió el rostro de Leej. Las señales de agotamiento eran inconfundibles. Su cuerpo estaba desmadejado.

—No sé lo que han hecho conmigo esos robots —dijo—, pero necesito descansar antes de poder hacer lo que quieres. Además —añadió—, tú tampoco andas sobrado de energías.

Las palabras de Leej le recordaron a Gosseyn su propia fatiga. Rechazó el obstáculo, y entreabrió los labios para hablar. Leej sacudió la cabeza.

—No discutas conmigo, por favor —dijo con voz cansada—. Puedo decirte ahora mismo que hay una pausa de poco más de seis horas hasta el próximo vacío, y que pasaremos ese tiempo disfrutando de un sueño reparador.

—¿Quieres decir que permaneceremos sentados aquí en el espacio?

—Durmiendo —rectificó Leej—. Y deja de preocuparte por esos venusianos. Quienquiera que les ataque se retirará a reconsiderar la situación, lo mismo que nosotros.

Gosseyn supuso que la joven estaba en lo cierto. La lógica que había detrás de su observación era aristotélica, y sin ninguna prueba que la apoyara. Pero su argumento general era más factible. Debilidad física. Reflejos lentos. Una necesidad imperiosa de recuperarse de la fricción de la batalla.

El elemento humano se había introducido en la lista de combatientes.

—¿Qué me dices de ese vacío? —inquirió finalmente Gosseyn.

—Despertaremos —dijo Leej—. Y allí estará.

Gosseyn la miró fijamente.

—¿Ninguna advertencia previa?

—Ni una palabra…

Gosseyn despertó en medio de la oscuridad, y pensó:

«Realmente, tengo que investigar el fenómeno de mi cerebro adicional». —Se sintió inmediatamente intrigado por el hecho que se le hubiera ocurrido aquella idea mientras dormía.

Después de todo, su intención había sido la de aplazar el problema hasta que llegara a Venus.

Alguien se removió en la cama contigua. Leej encendió la luz.

—Tengo una sensación de vacío continuo —dijo—. ¿Qué ocurre?

Gosseyn notó entonces la actividad, dentro de sí mismo. Su cerebro adicional funcionando como lo hacía cuando un proceso automático reaccionaba a una sugestión. No era más que una sensación, más fuerte que su conciencia de los latidos de su corazón o de la expansión y contracción de sus pulmones, pero igualmente uniforme. Pero esta vez no existía ninguna sugestión.

—¿Cuándo empezó el vacío? —preguntó.

—Ahora mismo —respondió Leej, muy seria—. Te dije que habría uno a esta hora, pero esperaba que sería del tipo habitual, un bloqueo momentáneo.

Gosseyn asintió. Había decidido dormir hasta el momento del vacío. Y aquí estaba. Se tendió de espaldas, cerró los ojos y relajó deliberadamente los músculos de los vasos sanguíneos de su cerebro, un simple proceso de sugestión. Parecía el método más normal para interrumpir la corriente.

De pronto, empezó a sentirse indefenso. ¿Cómo podía una persona detener la vida de su corazón o sus pulmones…, o la corriente internerviosa que había comenzado a fluir súbitamente y sin previo aviso de su cerebro adicional?

Se incorporó y miró a Leej, y entreabrió los labios para confesar su fracaso. Y entonces vio algo raro. Vio que Leej se levantaba de la cama y se dirigía hacia la puerta, completamente vestida. Y luego ella estaba sentada ante una mesa donde también se sentaban Gilbert Gosseyn y el capitán Free. El rostro de Leej onduló. Volvió a verla, esta vez mucho más lejos. Su rostro era más vago, con los ojos muy abiertos y fijos, y estaba diciendo algo que Gosseyn no pudo captar.

Con un sobresalto, se encontró de nuevo en el dormitorio, y Leej estaba allí, sentada en el borde de la cama y mirándole con aire asombrado.

—¿Qué ocurre? —dijo—. El vacío es continuo.

Gosseyn se levantó y empezó a vestirse.

—No me preguntes nada ahora —dijo—. Es posible que abandone la nave, pero volveré.

Tardó un momento, luego, en situar en su mente una de las zonas que había «memorizado» en Venus dos meses y medio antes.

Pudo sentir la leve y vibrante corriente que brotaba de su cerebro adicional. Deliberadamente, lo relajó como había hecho en la cama. Notó el cambio en el recuerdo; se modificó visiblemente. Tenía conciencia de su cerebro siguiendo la pauta siempre cambiante. Habían pocos saltos y espacios vacíos. Pero cada vez la imagen fotográfica en su mente surgía clara y definida, aunque cambiada.

Cerró los ojos. Todo siguió igual; el cambio continuó. Supo que habían pasado tres semanas, un mes, luego todo el tiempo transcurrido desde que salió de Venus. Y, sin embargo, su recuerdo de la zona permaneció a un nivel de veinte decimales.

Abrió los ojos, se sacudió a sí mismo con un intenso movimiento muscular y se obligó a adquirir de nuevo conciencia de su entorno.

Fue más fácil la segunda vez. Y todavía más fácil la tercera. Al octavo intento, los saltos y los espacios vacíos seguían allí, pero cuando volvió su atención al dormitorio comprobó que la fase incontrolada de su descubrimiento estaba superada.

No tenía ya la sensación de un fluir dentro de su cerebro adicional.

Leej dijo:

—¡El vacío ha desaparecido! —Vaciló, y añadió—: Pero se presentará otro casi inmediatamente.

Gosseyn asintió.

—Voy a marcharme ahora —dijo.

Sin la menor vacilación, pensó la antigua palabra clave para aquella zona memorizada.

Instantáneamente, estuvo en Venus.

Se encontró, tal como había esperado, tras la columna que había utilizado como escondite el día que llegó a Venus desde la Tierra a bordo de la Presidente Hardie.

Lentamente, miró en torno suyo para comprobar si su llegada había sido observada. Había dos hombres a la vista. Uno de ellos caminaba lentamente hacia una salida parcialmente visible. El otro le estaba mirando.

Gosseyn echó a andar hacia él y, simultáneamente, el otro avanzó también. El venusiano tenía el ceño levemente fruncido.

—Temo que tendré que pedirle que no se mueva de aquí —dijo— hasta que pueda avisar a un detective. Estaba vigilando el lugar en el que usted… —vaciló—, se materializó.

Gosseyn dijo:

—A menudo me he preguntado qué efecto le produciría a un observador. —No hizo ningún esfuerzo para ocultar lo que había ocurrido—. Lléveme a presencia de sus expertos militares inmediatamente.

El hombre le miró con aire pensativo.

—¿Es usted no-A?

—Soy no-A.

—¿Gosseyn?

—Gilbert Gosseyn.

—Me llamo Armstrong —dijo el hombre, y extendió su mano con una sonrisa—. Nos hemos estado preguntando qué le había sucedido… —Se interrumpió—. Pero, démonos prisa.

No se encaminó hacia la puerta, como Gosseyn había esperado. A la pregunta de Gosseyn, Armstrong respondió:

—Perdone, pero si quiere establecer un contacto rápido será mejor que me siga. ¿Significa algo para usted la palabra Distorsionador?

—Desde luego.

—Tenemos unos cuantos todavía —explicó Armstrong—. Hemos construido un gran número de ellos, pero con otra finalidad.

—Lo sé —dijo Gosseyn—. La nave en la que me encontraba tuvo que sortear esos obstáculos.

Armstrong se detuvo en seco y miró a Gosseyn. Su rostro había palidecido.

—¿Quiere usted decir que nuestras defensas no son buenas? —inquirió.

Gosseyn vaciló.

—Todavía no puedo asegurarlo —dijo—, pero me temo que no.

Penetraron en la jaula del Distorsionador en silencio. Cuando, al final del trayecto a oscuras, Armstrong abrió la puerta, se encontraban al extremo de un pasillo. Caminaron rápidamente, Gosseyn un poco atrás, hacia el lugar en el que varios hombres estaban sentados ante unas mesas atestadas de documentos. Gosseyn no quedó particularmente sorprendido al descubrir que Armstrong no conocía a ninguno de los hombres. Los venusianos no-A eran individuos responsables, y podían ir a voluntad a las factorías en las que se realizaban los trabajos más secretos.

Armstrong se identificó ante el venusiano más próximo a la puerta, y luego presentó a Gosseyn.

El hombre que había estado sentado se puso en pie y extendió su mano.

—Me llamo Elliott —dijo. Se volvió hacia una mesa cercana y alzó la voz—. ¡Eh, Don! Avisa al doctor Kair. Gilbert Gosseyn está aquí.

Gosseyn no esperó que llegara el doctor Kair. Lo que tenía que decir era demasiado urgente y no admitía demoras. Explicó rápidamente la clase de ataque que Enro había ordenado. Sus palabras causaron sensación, pero de un tipo distinto a lo que había esperado.

Elliott dijo:

—De modo que Crang lo ha conseguido… Estupendo.

Gosseyn, a punto de continuar su relato, se interrumpió y miró a Elliott. La luz de la comprensión que inundó su mente resultó cegadora por unos instantes.

—¿Quiere usted decir que Crang fue a Gorgzid con el propósito de convencer a Enro para que desencadenara un ataque contra Venus…?

Se interrumpió, pensando en el abortado complot para asesinar a Enro. Ahora quedaba explicado. En ningún momento se pretendió llevarlo a la práctica.

Su breve alborozo se desvaneció. Sobriamente, habló al grupo de venusianos de los Pronosticadores. Concluyó con la mayor gravedad:

—De hecho, no he comprobado mi teoría respecto a que los Pronosticadores pueden pasar a través de vuestras barreras defensivas, pero me parece lógico que sean capaces de hacerlo.

Siguió una breve discusión, y luego Gosseyn fue llevado ante un videófono en el que un hombre había estado pulsando botones y hablándole en voz baja a un roboperador. Ahora alzó la mirada.

—Esto es una conexión en cadena de estaciones de radio —dijo—. Repita su relato, por favor.

Esta vez, Gosseyn contó su historia con más riqueza de detalles. Describió a los Pronosticadores, su cultura, las naturalezas predominantemente talámicas de los individuos que había conocido, y luego se refirió al Discípulo y a lo que él calculaba que era la Sombra. Describió a Enro, la situación de la corte de Gorgzid y la posición de Eldred Crang.

—Acabo de descubrir —continuó— que Crang viajó al espacio con el propósito de engañar a Enro induciéndole a enviar una flota para destruir Venus. Puedo informarles que ha cumplido su misión, pero por desgracia desconocía la existencia de los Pronosticadores. Y así, el ataque que está a punto de desencadenarse será lanzado por el enemigo en condiciones más favorables de lo que cualquiera que conozca la naturaleza de las fuerzas defensivas que han sido desarrolladas en Venus y en la Tierra pudo haber imaginado.

Concluyó serenamente:

—Someto esas ideas a su consideración.

Elliott volvió a ocupar su asiento y dijo:

—Envíen sus comentarios al Receptor Robot del modo habitual.

Gosseyn se enteró, después de preguntarlo, que el modo habitual consistía en que pequeños grupos de individuos discutían el asunto y presentaban todas las sugerencias razonables que se les ocurrían. Luego, uno de cada grupo se reunía para una discusión similar con otros delegados como él mismo. Las recomendaciones pasaban de nivel a nivel a medida que cada grupo de delegados nombraba a su vez delegados para grupos de base todavía más amplia. Treinta y siete minutos después que Elliott solicitara comentarios, el receptor Robot le llamó y le dio cuatro sugerencias principales, en orden de prioridad:

1. Trazar una línea sobre la estrella Gela, la base desde la cual llegarían las naves de la masa central de la galaxia, y concentrar todas las defensas a lo largo de esta línea, de modo que la reacción robótica a la aparición de naves de guerra se produjera en dos o tres segundos.

Dado que la alternativa era la destrucción completa, su esperanza debía estribar en que semejante línea de defensa, tomando al enemigo por sorpresa, capturase a toda la primera flota, con Pronosticadores o sin ellos.

2. Hacer que Leej introdujera la nave, y comprobar lo que un Pronosticador podía hacer conociendo la naturaleza de la defensa.

3. Abandonar el plan para actuar secretamente contra Enro a favor de la Liga, y ofrecer a la Liga todas las armas disponibles con el pleno conocimiento que la información podía ser mal utilizada y que una vengativa paz de la Liga resultaría difícil de distinguir de una victoria incondicional de Enro. A cambio, exigir la aceptación de emigrantes venusianos.

4. Abandonar Venus.

Gosseyn regresó a la nave Y-381907 y preparó todo lo necesario para llevar a cabo la tercera tentativa de pasar a través de las defensas. Le hubiera gustado quedarse a bordo, pero la propia Leej rechazó su presencia.

—Un vacío, y estaríamos perdidos. ¿Puedes garantizar que no habrá ninguno?

Gosseyn no podía garantizarlo.

—Pero supongamos que se produce un vacío mientras estoy fuera —objetó—. Venus cae dentro de tu alcance.

—Pero la cosa no te afectará a ti —replicó Leej—. Tal como te dije, todo esto tiene sus limitaciones.

La facultad de Leej no pareció limitada cuando al cabo de un par de minutos la Y-381907 se materializó cinco kilómetros por encima de la base galáctica en Venus, y se zambulló trazando un ángulo a través de la atmósfera. Fue seguida un momento más tarde por una línea de torpedos. Se precipitó como un bólido entrando y saliendo de la atmósfera del planeta, invisible la mayor parte del tiempo debido a lo espasmódico de su vuelo.

Una docena de veces los torpedos atómicos estallaron donde había estado un momento antes, pero cada vez escapaba más allá del alcance de la explosión. Al cabo de una hora de persecución infructuosa, el Control Robótico Central ordenó a todas las unidades robot que la suspendieran.

Gosseyn se similarizó a bordo de la nave, relevó en los controles a una fatigada Leej y condujo la nave a los patios de la Sección Industrial Militar.

No hizo el menor comentario a ninguno de los venusianos. La presencia de la nave allí hablaba por sí misma.

Los Pronosticadores podían pasar a través de las defensas robóticas controladoras de mentes.

Habían pasado más de tres horas y estaban cenando cuando Leej se envaró súbitamente.

—¡Naves! —dijo.

Durante unos segundos permaneció rígida, y luego se relajó lentamente.

—Todo marcha bien —dijo—. Las naves son capturadas.

Transcurrieron casi quince minutos antes que el Control Robótico confirmara que ciento ocho naves, incluyendo dos acorazados y diez cruceros, habían sido capturadas por una fuerza concentrada de quince millones de robots controladores de mentes.

Gosseyn acompañó al numeroso grupo que investigó uno de los acorazados. Los oficiales y la tripulación fueron evacuados lo más rápidamente posible. Entretanto, científicos no-A estudiaban los controles de la nave. La ayuda de Gosseyn resultó más que apreciable. Instruyó a un grupo de futuros oficiales con los conocimientos que había adquirido gobernando la Y-381907.

Más tarde, realizó varias tentativas para utilizar su nueva facultad de prever acontecimientos, pero las imágenes saltaban demasiado. Por lo visto, el grado de relajamiento que había alcanzado era aún incompleto. Y estaba demasiado ocupado para discutir el problema con el doctor Kair con la amplitud necesaria.

—Creo que está usted en el buen camino —dijo el psiquiatra—, pero tendremos que analizar la cuestión a fondo cuando dispongamos de más tiempo.

El tiempo se convirtió en un santo y seña en los días que siguieron. Se descubrió a base de entrevistas. —Leej se anticipó en veinticuatro horas al descubrimiento— que en la flota de Enro no había Pronosticadores.

Eso no cambiaba las cosas en lo que se refería al plan venusiano. Un sondeo de la opinión venusiana reveló la creencia general respecto a que podría llegar una segunda flota dentro de unas semanas, que ésta llevaría Pronosticadores a bordo, y que podría ser capturada a pesar de la presencia de los hombres y mujeres prescientes de Yalerta.

Eso no cambiaba las cosas. Venus tendría que ser abandonado. Grupos de científicos trabajaban en relevos de veinticuatro horas, instalando Distorsionadores auxiliares en cada una de las naves capturadas, similares a los que habían sido utilizados para enviar Pronosticadores desde Yalerta hasta la flota en el Sexto Decant.

La captura de las naves del Supremo Imperio permitió establecer una cadena de naves extendiéndose hasta ochocientos años-luz de la base de la Liga más próxima, la cual se encontraba a más de nueve mil años luz de distancia. Desde aquel punto se establecieron comunicaciones video fónicas.

El acuerdo con la Liga resultó sorprendentemente fácil. Un sistema planetario que no tardaría en alcanzar una producción diaria de doce millones de unidades robóticas de defensa de un tipo completamente nuevo infundió una asombrosa cantidad de sentido común al reticente Madrisol.

Una flota de mil doscientas naves de la Liga utilizó la cadena de naves capturadas para dirigirse hacia Gela. Los cuatro planetas de aquel sol quedaron dominados en cuatro horas, impidiendo así posteriores ataques de las fuerzas de Enro hasta que éste pudiera volver a capturar su base.

Eso no cambiaba las cosas. Para los venusianos, los miembros de la Liga eran casi tan peligrosos como Enro. Mientras los no-A estuvieran en un planeta, se encontrarían a la voluntad de personas que podrían llegar a temerles debido a que eran diferentes, personas que no tardarían en justificar la ejecución de millones de otros neuróticos como ellas mismas, y que no tardarían tampoco en descubrir que las nuevas armas que les eran ofrecidas no eran invencibles.

No podía anticiparse la reacción a tal descubrimiento. Podría no significar nada. O, alternativamente, todos los beneficios derivados de las unidades de defensa podrían ser descartados como insignificantes si no lograban alcanzar aquella perfección absoluta tan cara a los corazones de los individuos sin integrar.

Los no-A no aludieron a la posible debilidad de sus ofrecimientos durante las conferencias que decidieron que de doscientos a doscientos mil individuos serían destinados inmediatamente a cada uno de los aproximadamente diez mil planetas de la Liga.

Mientras se discutían los detalles, se inició el traslado de familias.

Gosseyn contempló la emigración con encontradas emociones. No dudaba que ésta fuese necesaria, pero habiendo hecho la concesión terminaba la lógica y empezaba el sentimiento.

Venus abandonado. Resultaba difícil creer que doscientos millones de personas serían esparcidas hasta las distancias más remotas de la galaxia. No dudaba que aquella dispersión representaba seguridad colectiva. Los individuos podían encontrarse con el desastre a medida que fueran destruidos más planetas en la guerra de las guerras. Era posible, aunque solo vagamente, que alguien resultara dañado en planetas aquí y allá. Pero eso sería la excepción y no la regla. Eran demasiado pocos para ser considerados peligrosos, y cada no-A se haría cargo rápidamente de la situación local y actuaría en consecuencia.

En todas partes habría ahora hombres y mujeres no-A en la plenitud de su fuerza integrada, y nunca más constituirían un grupo aislado en un aislado sistema estelar. Gosseyn seleccionó varios grupos destinados a planetas comparativamente cercanos, y fue con ellos a través de los Distorsionadores, y los vio sanos y salvos en sus puntos de destino.

En cada uno de los casos los planetas a los que llegaban eran gobernados democráticamente. Y eran absorbidos en las masas de población que, en su inmensa mayoría, ni siquiera conocían su existencia.

Gosseyn sólo pudo seguir a unos grupos al azar. Más de cien mil planetas estaban recibiendo a aquellos refugiados muy especiales, y se hubieran necesitado mil vidas para seguirlos a todos. Un mundo estaba siendo evacuado, a excepción de un pequeño núcleo de un millón que quedaría atrás. El papel de los que se quedaban era el de actuar como un núcleo para los miles de millones de terrestres que ignoraban lo que había ocurrido. Para ellos, el sistema de adiestramiento no-A continuaría como si no hubiese existido ninguna emigración.

Los ríos de viajeros no-A fluyendo hacia los Distorsionadores de transporte se convirtieron en un arroyo, y luego en un goteo. Antes que el último de los emigrantes emprendiera la marcha, Gosseyn se trasladó a Nueva Chicago, donde un acorazado capturado, rebautizado Venus, estaba siendo adaptado para llevar al espacio a Leej, al capitán Free, a un grupo de técnicos no-A y al propio Gosseyn.

Llegó a una ciudad virtualmente desierta. Sólo las fábricas, que no eran visibles, y el Centro Militar bullían de actividad. Elliott acompañó a Gosseyn a la nave y le dio la última información que disponía.

—No hemos recibido ninguna noticia de la batalla, pero nuestras unidades probablemente acaban de entrar en acción. —Sonrió y sacudió la cabeza—. Dudo que alguien se moleste en darnos los detalles de lo que ocurre. Nuestra influencia se está desvaneciendo de un día para otro. La actitud hacia nosotros es una mezcla de tolerancia y de impaciencia. Por una parte, recibimos una palmada en el hombro por haber inventado unas armas que, en su mayor parte, son consideradas como decisivas, aunque no lo sean. Por otra parte, recibimos un empujón y una advertencia para recordarnos que ahora somos un pueblo insignificante y que debemos dejar los detalles en manos de aquéllos que son expertos en asuntos galácticos.

Hizo una pausa, con una sonrisa irónica en los labios, pero cuando habló de nuevo su tono era muy serio.

—Lo sepan o no —dijo—, casi todos los no-A tratarán de influir en el desenlace de la guerra. Naturalmente, nosotros deseamos que los acontecimientos tomen una dirección pacífica, y no bélica. No queremos ver la galaxia dividida en dos grupos que se odien violentamente el uno al otro.

Gosseyn asintió. Los dirigentes galácticos tenían que descubrir aún —a pesar que el proceso sería tan sutil que existía la posibilidad de no llegar a ser descubierto— que lo que un no-A como Eldred Crang había hecho no tardaría en ser multiplicado por doscientos millones. El pensar en Eldred Crang le recordó a Gosseyn una pregunta que desde hacía muchos días deseaba formular.

—¿Quién desarrolló los nuevos ingenios robóticos?

—El Instituto de Semántica General, bajo la dirección del difunto Lavoisseur.

—Comprendo. —Gosseyn permaneció silencioso unos instantes, pensando en su pregunta siguiente. Finalmente, dijo—: ¿Quién dirigió la atención de ustedes al desarrollo particular que han utilizado con tanto éxito?

—Crang —dijo Elliott—. Lavoisseur y él eran muy buenos amigos.

Gosseyn tenía su respuesta. Cambió de tema.

—¿Cuándo salimos? —preguntó.

—Mañana por lo mañana.

—Bien.

La noticia aportó una sensación de positiva excitación. Durante semanas enteras había estado casi demasiado ocupado para pensar, y sin embargo nunca había olvidado del todo que individuos tales como Enro y el Discípulo eran fuerzas con las que había que contar.

Y existía el problema todavía mayor del ser que había similarizado su mente al sistema nervioso de Ashargin.

Quedaban muchas cosas vitales por hacer.