Capítulo XIII

NO-EXTRACTOS: En beneficio de la cordura, procura no ETIQUETAR. Palabras como Fascista, Comunista, Demócrata, Republicano, Católico, Judío, se refieren a seres humanos, que nunca encajan del todo con ninguna etiqueta.

Gosseyn esperaba despertar en su propio cuerpo. Lo esperaba porque ya había ocurrido así la primera vez. Lo esperaba con tal deseo de conseguirlo que sintió una dolorosa decepción cuando miró a través de la puerta transparente de la jaula del Distorsionador.

Por tercera vez en dos semanas, vio la sala de control militar del palacio de Enro.

Su decepción se desvaneció rápidamente. Aquí estaba, y no podía hacer nada contra este hecho. Cruzó la puerta, y quedó sorprendido al ver que la sala estaba vacía. No habiendo regresado a su propio cuerpo, había dado por sentado que sería interrogado inmediatamente para que explicara el significado del mensaje que había enviado al capitán Free. Bueno, estaba preparado para eso, también.

Estaba preparado para muchas cosas, decidió, mientras se encaminaba hacia los grandes ventanales en el extremo más lejano de la sala. Los ventanales estaban iluminados por la luz del sol. ¿Matinal?, se preguntó mientras miraba al exterior. El sol parecía más alto en el cielo que cuando había llegado al palacio de Enro por primera vez. Era algo desorientador. Tantos planetas distintos en distintas partes de la galaxia moviéndose alrededor de sus soles a velocidades distintas… Y además estaba la pérdida del factor tiempo del llamado transporte instantáneo por Distorsionador.

Calculó que eran aproximadamente las 9:30 de la mañana, hora de la ciudad de Gorgzid. Demasiado tarde para desayunar con Enro y Secoh…, y no es que estuviera interesado en ello. Gosseyn se dirigió hacia la puerta que conducía al pasillo exterior. Esperaba oír la orden de detención, formulada a través de algún altavoz de la pared o por alguien que apareciera con instrucciones para él. Nadie salió a su encuentro.

No se hizo ilusiones al respecto. Enro, que poseía un don especial para ver y oír escenas y sonidos lejanos, estaba enterado de su presencia. Ésta era una oportunidad deliberadamente otorgada, una ausencia de control basada en la curiosidad o en el menosprecio.

El motivo no establecía ninguna diferencia. En cualquier caso, le concedía un respiro libre de tensión. Esto era importante, para empezar. Pero incluso esto carecía de importancia a largo plazo.

Gosseyn tenía un plan, y pretendía obligar a Ashargin a asumir cualquier riesgo. Eso incluía, en caso necesario, ignorar las órdenes directas del propio Enro.

La puerta del pasillo estaba abierta, lo mismo que una semana antes. Una mujer que llevaba un cubo se acercaba a lo largo del pasillo. Gosseyn cerró la puerta detrás de él y llamó a la mujer. Ella tembló, al parecer a la vista del uniforme, y actuó como si no estuviera acostumbrada a ser abordada por oficiales.

—Sí, señor —murmuró—. ¿El apartamento de Lady Nirene, señor? En el segundo rellano, bajando. Su nombre está en la puerta del apartamento.

Nadie le detuvo. La muchacha que abrió la puerta respondiendo a su llamada era bonita y parecía inteligente. Le miró con el ceño fruncido y le dejó de pie en el umbral. Gosseyn oyó su voz en el interior del apartamento:

—Ni, él está aquí.

Resonó una exclamación ahogada. Y luego apareció Nirene en el vestíbulo.

—Bueno —inquirió en tono impaciente—, ¿vas a entrar? ¿O piensas quedarte ahí de pie como un bobo?

Gosseyn no dijo nada. La siguió hasta un saloncito amueblado con muy buen gusto y se sentó en la silla que ella le indicó. No había ninguna señal de la otra mujer. Vio que Nirene le estudiaba con ojos fríos. Finalmente, Nirene dijo en tono amargo:

—Hablar contigo equivale a exponerse a un severo castigo.

—Permíteme que te tranquilice —dijo Gosseyn—. El Príncipe Ashargin no te expondría a ningún peligro —habló deliberadamente en tercera persona—. No es un mal individuo, en realidad.

—He recibido órdenes —dijo Nirene—, y desobedecerlas significa la pena de muerte.

Estaba muy tensa.

—No puedes evitar el hablar conmigo, si yo insisto en hacerlo —dijo Gosseyn.

—Entonces, el que se expone a morir eres tú.

—El príncipe —dijo Gosseyn— está siendo utilizado para un fin personal de Enro. No creerás que Enro le dejará con vida después de haberle utilizado…

Nirene palideció intensamente.

—¿Te atreves a hablar así sabiendo que él puede estar escuchando? —susurró.

—El príncipe no tiene nada que perder —dijo Gosseyn.

En los ojos grises de Nirene se reflejó la curiosidad…, y algo más.

—Hablas de él como…, como si se tratara de otra persona.

—Es una manera de pensar objetivamente —dijo Gosseyn—. Pero al venir a verte me proponía dos cosas. La primera es una pregunta, que espero me contestarás. Tengo la teoría que ningún hombre puede sojuzgar a un imperio galáctico en once años, y que cuatro millones de rehenes retenidos aquí en Gorgzid revelan una enorme agitación en todo el Supremo Imperio. ¿Estoy en lo cierto?

—Desde luego —respondió Nirene, Encogiéndose de hombros—. Enro no lo oculta en absoluto. Está jugando una partida contra el tiempo, y el juego en sí le interesa tanto como el propio resultado.

—Lo suponía. Ahora, cuestión número dos. —Rápidamente, explicó la posición de Ashargin en el palacio, y terminó—: ¿Le ha sido asignado ya un apartamento?

Nirene le miró con ojos asombrados.

—¿Estás diciéndome que no sabes realmente lo que ha ocurrido? —inquirió.

Gosseyn no contestó. Estaba ocupado relajando a Ashargin, el cual se había envarado súbitamente. La joven se puso en pie, y Gosseyn vio que le estaba mirando con menos hostilidad. Frunció los labios, y luego miró hacia atrás con ojos investigadores e intrigados.

—Ven conmigo —dijo.

Echó a andar rápidamente hacia una puerta que se abría a otro pasillo. Cruzó una segunda puerta al final, y se hizo a un lado para que Gosseyn entrara. Gosseyn vio que la estancia era un dormitorio.

—Nuestra habitación —dijo Nirene. De nuevo había un extraño acento en su voz, y sus ojos le observaban con aire interrogador. Finalmente, sacudió la cabeza—. ¿De veras no lo sabes? Muy bien, voy a decírtelo.

Hizo una pausa, y se envaró ligeramente, como si el traducir el hecho en palabras le diera una realidad más definida.

—Tú y yo nos hemos casado esta mañana en virtud de un decreto especial promulgado por Secoh. Me lo han notificado oficialmente hace unos minutos.

Después de pronunciar aquellas palabras, pasó junto a Gosseyn y desapareció a lo largo del pasillo.

Gosseyn cerró la puerta tras ella y echó el cerrojo. No sabía de cuánto tiempo disponía, pero si el cuerpo de Ashargin tenía que ser reorientado no podía desaprovechar ni un solo instante.

Su plan era muy sencillo. Permanecería en la habitación hasta que Enro le ordenara que hiciera alguna cosa específica. Entonces desobedecería la orden.

Pudo notar el estremecimiento de Ashargin ante lo letal de semejante idea. Pero Gosseyn se hizo fuerte contra la debilidad, y pensó conscientemente, en beneficio del sistema nervioso del otro:

«Príncipe, cada vez que realizas un acto positivo a base de una consideración de alto nivel, estableces certezas de valor, da capacidad y de seguridad en ti mismo».

Todo aquello era súper simplificado, desde luego, pero constituía un preliminar necesario para un adiestramiento no-A a nivel más elevado.

Lo primero que hizo Gosseyn fue entrar en el cuarto de baño y abrir el grifo del agua caliente. Fijó el termostato y luego, antes de desvestirse, se dirigió al dormitorio en busca de un aparato mecánico que le proporcionara un sonido rítmico. No encontró ninguno.

No se dejó desalentar por ello: encontraría otra solución. Se desvistió y, cuando la bañera estuvo llena, cerró el grifo, pero dejando que goteara, ni demasiado aprisa ni con excesiva lentitud. Tuvo que obligarse a sí mismo a introducirse en el agua. Para el delgado cuerpo de Ashargin parecía demasiado caliente.

Al principio respiró a boqueadas, pero paulatinamente se acostumbró al calor, echó el cuerpo hacia atrás y escuchó el rítmico sonido del goteo.

Drip, drip, drip, susurraba el grifo. Gosseyn mantuvo los ojos abiertos, sin parpadear, y contempló una mancha brillante en la pared en un punto más alto que el nivel de sus ojos. Drip, drip, drip. Un sonido uniforme, como el latir de su corazón. Transportó el significado: ca-lien-te ca-lien-te caliente… Tan caliente que todos los músculos se relajaban. Drip…, drip…, drip. Re-lax, re-lax, re-lax.

Hubo una época en la historia del hombre en la Tierra en la que una gota de agua cayendo rítmicamente sobre la frente de un hombre había sido utilizada para enloquecerle. Este goteo, desde luego, no afectaba a la cabeza: la postura debajo del grifo hubiera sido incómoda. Pero el principio era el mismo.

Drip…, drip…, drip. Los torturadores chinos que utilizaban aquel método no sabían que detrás de él había un gran secreto, y que el hombre que enloquecía llegaba a aquel resultado porque creía que era inevitable, porque le habían dicho que se volvería loco, porque tenía una fe absoluta en que el sistema provocaba la locura.

Si hubiese creído que el goteo provocaría cordura, el efecto hubiera sido igualmente eficaz en aquella dirección. Si hubiese creído que convertiría un cuerpo delgado y frágil en una estructura musculosa y fuerte, el ritmo hubiera funcionado igualmente bien en aquella dirección. Drip, drip, drip. Relax, relax, relax. Era muy fácil relajarse. En los hospitales de la Tierra, cuando ingresaban hombres con una sobrecarga de tensión a causa de dolencias emocionales o físicas, el baño caliente era la primera medida adoptada para conseguir el relajamiento. Pero a menos que se aplicaran otras medidas, la tensión no tardaba en reaparecer. La convicción era el ingrediente vital, un tipo de convicción flexible y empírica que podía ser modificada fácilmente para que encajara en el mundo dinámico de la realidad, pero que era esencialmente indestructible. Gosseyn la tenía. Ashargin, no. Había demasiados desarrollos desequilibrados en su débil cuerpo. Años de temor habían ablandado sus músculos, agotado su energía y frenado su crecimiento.

Los lentos minutos se arrastraron rítmicamente. El propio Gosseyn se sentía invadido por una dulce somnolencia. Era tan cómodo, tan agradable, estar tendido en el agua caliente, en el útero de agua caliente de la cual procedía toda vida…, de vuelta a los mares cálidos del principio de las cosas, en el seno de la Gran Madre…, y derivar al ritmo lento de los latidos de un corazón todavía estremecido con una emoción de una existencia recién estrenada.

Una llamada a la puerta del dormitorio le devolvió perezosamente a la realidad de su entorno.

—¿Sí? —gritó.

—Enro acaba de llamar —dijo la tensa voz de Nirene—. Quiere que le presentes tu informe inmediatamente.

Gosseyn notó el impacto a través del cuerpo de Ashargin.

—De acuerdo —dijo.

—Príncipe —dijo Nirene, y su tono era apremiante—, Enro se ha mostrado muy brusco al dar la orden.

Gosseyn asintió para sí mismo. Se sintió estimulado, aunque no pudo eliminar del todo la intranquilidad de Ashargin. Pero no había ninguna duda en su mente mientras salía de la bañera.

Había llegado para él el momento de desafiar a Enro.

Se vistió, de todos modos, sin prisa, y luego salió del dormitorio. Nirene esperaba en el saloncito. Gosseyn vaciló al verla. Tenía plena conciencia de la facultad especial de Enro para oír y ver a través de sólidas paredes. Deseaba formular una pregunta, pero no directamente.

No tardó en encontrar la solución.

—¿Tienes una guía de palacio?

Nirene se dirigió silenciosamente al videófono situado en un rincón y regresó con una plancha brillante y flexible, que le entregó con la explicación:

—Sólo tienes que empujar esa palanca hacia abajo. Cuando oigas un chasquido verás el piso de la persona que desees, y dónde está su apartamento. Detrás hay una lista de nombres. Se mantiene al día automáticamente.

Gosseyn no necesitaba la lista. Sabía qué nombres quería. Con un rápido movimiento de su mano deslizó la palanca hasta Reesha, cubriendo la acción en la medida de lo posible.

Presumiblemente, Enro podía «ver» a través de una mano tan fácilmente como a través de las paredes, pero su facultad debía tener alguna limitación. Gosseyn decidió confiar en la rapidez.

Echó una ojeada, obtuvo información, y luego deslizó la palanca hasta el nombre de Secoh. También eso requirió tan sólo un instante. Colocó de nuevo la palanca en la posición cero y devolvió la plancha a Nirene.

Se sentía maravillosamente tranquilo y optimista. El cuerpo de Ashargin permanecía aquiescente, aceptando las violentas certezas que estaban siendo introducidas en él con una ecuanimidad que era toda una promesa para el futuro.

—Buena suerte —le dijo a Nirene.

Reprimió un impulso de Ashargin de decirle a la joven a dónde iba. Desde luego, Enro lo sabría dentro de muy pocos minutos. Pero tenía la impresión que si nombraba su punto de destino sería víctima de alguna tentativa para impedirle llegar.

Una vez en el vestíbulo, se dirigió rápidamente hacia la escalera, subió un tramo de peldaños y se encontró en uno de los pisos de apartamentos de Enro. Giró a la derecha, y unos segundos más tarde llamaba a la puerta del apartamento de la mujer a la que había conocido como Patricia Hardie. Confiaba en que Enro sentiría curiosidad por saber lo que su hermana y el Príncipe Ashargin tenían que decirse el uno al otro, y que la curiosidad le impulsaría a demorar una acción punitiva inmediata.

Mientras Gosseyn-Ashargin seguía al criado hasta una amplia sala de recepción, vio que Eldred Crang estaba de pie junto a la ventana. El detective venusiano no-A se volvió cuando entró el visitante y le miró con aire pensativo.

Se produjo un silencio mientras se miraban el uno al otro. A Gosseyn le pareció que él estaba más interesado en ver a Crang de lo que Crang podía estarlo en ver al Príncipe Ashargin.

Podía apreciar la posición de Crang. Era un no-A que se había introducido en el corazón de la fortaleza enemiga, que fingía —con la complicidad de ella— estar casado con la hermana del señor de la guerra del Supremo Imperio, y que, apoyándose en esa frágil base —más frágil aún de lo que podía suponer, teniendo en cuenta la creencia de Enro en el matrimonio hermano-hermana—, estaba dispuesto al parecer a oponerse a los planes del dictador.

El modo de conseguirlo era un problema de estrategia. Pero también había mucha gente que podría preguntarse cómo pensaba alzarse contra el mismo tirano el Príncipe Ashargin. Gosseyn estaba tratando de resolver aquel problema por medio de un audaz desafío, basado en un plan que seguía pareciendo lógico.

Gosseyn no dudaba del hecho que Crang sería igualmente osado, en caso necesario…, y que no estaría allí si hubiese creído que su presencia no produciría ningún efecto.

Crang fue el primero en hablar.

—Deseas ver a la Gorgzin Reesha —dijo.

Fue una afirmación más que una pregunta. Y utilizó el femenino del título de gobernante en el planeta natal de Enro.

—Mucho.

Crang dijo:

—Espero que no te importe hablarme de lo que te ha traído aquí.

Gosseyn acogió con agrado la sugerencia. El ver a Crang le había estimulado enormemente. El detective no-Aristotélico era tan hábil que su simple presencia en este escenario venía a demostrar que la situación no era tan mala como parecía.

Crang habló de nuevo.

—¿Qué hay en tu mente, Príncipe? —inquirió en tono amable.

Gosseyn se lanzó a un sincero relato de lo que le había sucedido a Ashargin. Concluyó:

—Estoy decidido a elevar el nivel de la posición del príncipe aquí en palacio. Hasta ahora ha sido tratado con imperdonable menosprecio. Me gustaría utilizar los buenos oficios de la Gorgzin para modificar la actitud de su excelencia.

Crang asintió pensativamente.

—Comprendo. —Se apartó de la ventana e hizo un gesto invitando a Gosseyn-Ashargin a tomar asiento—. Confieso que no tenía una idea exacta de tu situación en este cuadro —dijo—. Por lo que había oído, aceptabas el papel degradante que Enro te había asignado.

—Como puedes ver —dijo Gosseyn—, y como Enro debe estar comprobando, el príncipe insiste en que, mientras esté vivo, tiene que ser tratado de acuerdo con su rango.

—Tu empleo de la tercera persona me interesa —dijo Crang—, y también estoy interesado en la frase calificativa «mientras esté vivo». Si eres capaz de aferrarte con firmeza a las implicaciones de esa frase, creo que…, ejem…, el príncipe podrá obtener una reparación del Gorgzid.

Era una especie de aprobación. Cautelosa, pero inconfundible. Parecía suponer que el dictador podía estar escuchando la conversación, y por ello las palabras eran de un alto nivel verbal. Crang vaciló, y luego continuó:

—Dudo, sin embargo, que mi esposa pueda serte de mucha ayuda como intermediaria. Ha adoptado la postura de oponerse de un modo absoluto a la guerra de conquista que su hermano está librando.

Esto era información, en realidad, y por la expresión del rostro de Crang, Gosseyn comprendió que el hombre se la había proporcionado deliberadamente.

—Naturalmente —añadió Crang—, como marido suyo yo también me opongo a esa guerra.

Desconcertante, en suma. Aquí estaba su estilo de audacia, tan distinto del de Gosseyn, pero basado en la realidad especial del parentesco de Patricia con Enro. La actitud de Gosseyn se hizo más crítica. El método tenía los mismos fallos congénitos que la oposición que él estaba desarrollando en este momento. ¿Cómo iban a superar los fallos? Gosseyn formuló la pregunta.

—Me parece —dijo lentamente— que al adoptar esa actitud la Gorgzin y tú han limitado notablemente vuestra libertad de acción. ¿Me equivoco?

—En parte —dijo Crang—. En este sistema solar, los derechos legales de mi esposa son casi iguales a los de Enro. Su excelencia está muy apegado a las tradiciones, las costumbres y los hábitos de la gente, y por eso no ha hecho ningún esfuerzo por destruir las instituciones locales.

Era más información. Y encajaba. Encajaba en su propio plan. Gosseyn estaba a punto de hablar cuando vio que Crang miraba más allá de su hombro. Se giró, y vio que Patricia Hardie había entrado en la habitación. Cuando sus miradas se encontraron, la joven sonrió.

—Estaba escuchando en la habitación contigua —dijo—. Espero que no te importe.

Gosseyn aseguró que no le importaba, y se produjo una pausa. Estaba fascinado. Patricia Hardie, la Gorgzin Reesha del planeta Gorgzid, la hermana de Enro…, la joven que en otro tiempo había fingido ser la hija del Presidente Hardie de la Tierra, y que más tarde había fingido ser la esposa de Gilbert Gosseyn. Con una carrera de intrigas tan brillante detrás de ella, era sin duda una personalidad con la que había que contar. Y lo mejor de todo era que nunca había flaqueado en su apoyo a la Liga y a no-A. Al menos, que Gosseyn supiera.

La encontró más bella que nunca. No era tan alta como Leej, la mujer Pronosticadora, pero parecía mucho más esbelta. Sus ojos azules tenían la misma expresión imperiosa que los ojos grises de Leej, y las dos mujeres resultaban igualmente atractivas. Pero aquí terminaban las semejanzas.

Patricia era todo determinación. Tal vez se trataba de una determinación juvenil, pero la otra mujer carecía de ella. Posiblemente, Gosseyn sabía cómo era Leej, y conocía, también, la carrera de Patricia. Esto podía ser muy importante. Pero Gosseyn creía que había algo más. Leej era una impulsiva. Mientras pudo conocer por anticipado su futuro, no había tenido ningún motivo para ser ambiciosa. El incluso si adquiría súbitamente una determinación, ahora que no podría depender ya de su don de profecía, tardaría mucho tiempo en cambiar sus costumbres y su actitud básica.

Crang rompió el silencio.

—Príncipe —dijo, y su tono era muy amistoso—, creo que puedo aclararte el enigma del porqué estás casado con Lady Nirene. Mi esposa, no sabiendo nada de la conversación de la semana pasada, dio por sentado que cualquier relación entre Nirene y tú sería legalizada por la iglesia.

Patricia rio sin estridencias.

—Ni por un momento se me ocurrió que pudieran haber corrientes subterráneas en la situación —dijo.

Gosseyn asintió, con aire pensativo. Suponía que Patricia estaba enterada de las intenciones que Enro había tenido con respecto a ella, y que no les había concedido ninguna importancia. Pero estaba omitiendo unas corrientes subterráneas adicionales, en opinión de Gosseyn. Enro debía confiar aún en un matrimonio legal con su hermana, pues en caso contrario no hubiera tratado de evitar que ella se enterase del hecho que consideraba el parentesco como algo sin importancia cuando afectaba a otras personas.

—Tu hermano —dijo Gosseyn en voz alta— es un hombre notable. —Hizo una pausa—. Supongo que puede oír lo que estamos diciendo aquí…, si lo desea.

Patricia dijo:

—La facultad de mi hermano tiene una curiosa historia. —Se interrumpió, y Gosseyn, que la estaba mirando directamente, vio en su expresión que ella intentaba proporcionarle información. Patricia continuó—: Nuestros padres eran muy religiosos…, o muy listos. Decidieron que el heredero Gorgzid masculino debía pasar su primer año después de nacer en la cripta con el Dios Durmiente. La reacción del pueblo fue sumamente hostil, de modo que al cabo de tres meses Enro fue sacado de allí, despertado, y a partir de entonces su infancia fue normal.

»Tenía alrededor de once años cuando empezó a poder ver y oír cosas en lugares lejanos. Naturalmente, nuestros padres lo consideraron inmediatamente como un don del propio Dios.

—¿Qué opina Enro? —preguntó Gosseyn.

No oyó la respuesta de Patricia. Una corriente de recuerdos de Ashargin afluyó a su conciencia acerca del Dios Durmiente, retazos de cosas que había aprendido cuando era un esclavo del templo.

Cada informe que había oído era distinto. Los sacerdotes estaban autorizados a mirar al Dios en sus ritos de iniciación. Ninguno de ellos veía lo mismo. El Dios Durmiente era un anciano, un niño, un muchacho de quince años, un recién nacido…, y los relatos subsiguientes tenían la misma incongruencia.

Aquellos detalles tenían un interés relativo para Gosseyn. Si los que miraban eran sugestionados hipnóticamente, o si la sugestión era mecánica, parecía de importancia incidental. El aspecto del cuadro que casi levantó a Gosseyn de su asiento fue el detalle de la existencia cotidiana del Dios Durmiente: estaba inconsciente, pero era alimentado y sometido a ejercicio por medio de un complicado sistema de maquinaria. Toda la jerarquía del templo estaba organizada para asegurar el funcionamiento de aquella maquinaria.

La luz que iluminó a Gosseyn en aquel momento fue deslumbrante debido a que…, de esta manera, sería cuidado un cuerpo Gosseyn.

Su mente se tensó ante aquella idea. Durante muchos segundos, pareció demasiado fantástica para ser aceptada. Un cuerpo Gosseyn aquí, en lo que ahora era el cuartel general del Supremo Imperio. Aquí, y protegido por todas las fuerzas de una poderosa religión pagana…

Crang rompió el silencio.

—Es hora de almorzar —dijo—. Eso cuenta para todos nosotros, creo. A Enro no le gusta esperar.

¡Almorzar! Gosseyn calculó que había transcurrido una hora desde que Enro le había ordenado que se presentara a informar. El tiempo suficiente para crear las condiciones de una crisis.

Pero el almuerzo transcurrió en virtual silencio. Los platos fueron retirados, pero Enro continuó sentado, reteniendo así a los demás en la mesa. Por primera vez el dictador miró directamente a Gosseyn-Ashargin. Su mirada era fría y hostil.

—Secoh —dijo, sin desviar la mirada.

—¿Sí? —inquirió el guardián del templo.

—Que traigan el detector de mentiras. —Los acerados ojos permanecieron clavados en los ojos de Gosseyn—. El príncipe ha estado reclamando una investigación, y me alegra poder complacerle.

Teniendo en cuenta las circunstancias, la afirmación de Enro era cierta, aunque Gosseyn hubiera cambiado una palabra al formularla. Había «esperado» una investigación. Y aquí estaba.

Enro no permaneció sentado. Mientras los terminales del detector de mentiras eran fijados a las palmas de las manos de Gosseyn-Ashargin, se puso en pie, haciendo un gesto a los demás para que continuaran sentados, y empezó a hablar.

—Tenemos aquí una situación muy curiosa —dijo—. Hace una semana, hice que el Príncipe Ashargin viniera a palacio. Quedé impresionado por su aspecto y su actitud. —Frunció los labios—. Al parecer, se hallaba bajo los efectos de un agudo complejo de culpabilidad, presumiblemente como resultado de su sensación al hecho que su familia había fallado al pueblo del Supremo Imperio. Estaba nervioso, tenso, se mostraba tímido, virtualmente mudo, y daba pena verle. Durante más de diez años había estado aislado de los asuntos interplanetarios y locales.

Enro hizo una pausa, con el rostro serio y los ojos brillantes. Continuó con la misma vehemencia:

—Durante aquella primera mañana, dio un par de atisbos de perspicacia y de comprensión que resultaban incongruentes. Durante la semana que pasó a bordo de la nave insignia del Almirante Paleol, sin embargo, se comportó hasta cierto punto tal como su pasado historial permitía esperar. Sin embargo, en la última hora que pasó a bordo, cambió radicalmente una vez más y mostró unos conocimientos que estaban más allá de las posibilidades de su posición. Entre otras cosas, envió el siguiente mensaje a la nave Y-381907.

Se volvió con un rápido movimiento hacia uno de los secretarios y extendió una mano.

—El mensaje —dijo.

Le entregaron una hoja de papel.

Gosseyn escuchó mientras Enro leía el mensaje. Cada una de las palabras resultaba tan acusatoria como él había supuesto. Un dictador, el más poderoso señor de la guerra de la galaxia, había dejado a un lado sus numerosas obligaciones para dedicar su atención a un individuo al que se había propuesto utilizar como un peón en su propio juego.

Sí el jugador invisible que había similarizado la mente de Gilbert Gosseyn al cerebro del Príncipe Ashargin había previsto o no una crisis semejante era algo que carecía de importancia. Gosseyn podía ser un peón, susceptible de ser movido a voluntad de otro, pero cuando él actuaba los acontecimientos ocurrían a su manera…, si podía provocarlos.

Enro hablaba de nuevo en tono sombrío.

—Ni al Almirante Paleol ni a mí se nos ocurrió inmediatamente la misión que aquella nave tenía asignada. Me limitaré a decir esto: finalmente identificamos la nave, y parece increíble que el Príncipe Ashargin pudiera haber oído hablar de ella. Su misión era secreta e importante, y aunque no mencionaré la naturaleza de la misión, puedo informar al príncipe que su mensaje no fue entregado a la nave.

Gosseyn se negó a aceptar aquello.

—El roboperador de la nave insignia envió el mensaje mientras yo estaba allí —se apresuró a decir.

Enro se encogió de hombros.

—Príncipe —dijo—, no fue interceptado por nosotros. La nave no acusó recibo del mensaje. No hemos podido establecer contacto con la Y-381907 durante varios días, y temo que tendré que formularle algunas preguntas muy directas. La nave está siendo reemplazada en Yalerta por otro crucero, pero se necesitará más de un mes de vuelo para que el relevo llegue a aquel planeta.

Gosseyn recibió las dos noticias con encontrados sentimientos. El hecho que durante un mes entero no pudiera salir ningún Pronosticador de Yalerta representaba una gran victoria. La nave era un asunto distinto.

—Pero ¿a dónde puede haber ido? —preguntó.

Pensó en el Discípulo, y se envaró. Al cabo de unos instantes rechazó las implicaciones más peligrosas de aquella idea. Era cierto, aparentemente, que con frecuencia el Discípulo no era capaz de predecir acontecimientos que estuvieran relacionados con Gilbert Gosseyn. Pero eso sólo tenía aplicación cuando estaba siendo utilizado el cerebro adicional. Parecía razonable, en consecuencia, creer que sabía dónde estaba Gosseyn.

Aquí terminaba la lógica. No había ningún motivo para que el Discípulo se mostrara súbitamente reservado con Enro en lo que respecta al paradero de la nave. Gosseyn miró a Enro sin parpadear. Había llegado el momento de lanzar otra andanada.

—¿No lo sabe el Discípulo? —preguntó.

Enro había entreabierto los labios para hablar. Ahora, cerró la boca bruscamente y miró a Gosseyn con ojos desconcertados. Finalmente dijo:

—De modo que sabes lo del Discípulo… Eso resuelve la cuestión. Es hora que el detector de mentiras nos de alguna idea de lo que hay en tu mente.

Pulsó un interruptor.

El silencio en la mesa era absoluto. Incluso Crang, que había estado picoteando con aire ausente la comida de su plato, se removió en su silla y soltó su tenedor. Secoh parecía meditar con el ceño fruncido. Patricia Hardie contemplaba a su hermano con una leve mueca en los labios. Fue ella la que rompió el silencio.

—Enro, no seas tan estúpidamente melodramático —dijo.

El dictador se volvió hacia ella, visiblemente enfurecido.

—¡Silencio! —ordenó con voz ronca—. No necesito ningún comentario de una persona que ha deshonrado a su hermano.

Patricia se encogió de hombros, pero Secoh dijo en tono incisivo:

—Excelencia, procura dominarte.

Enro se volvió hacia el sacerdote con una expresión tan feroz en el rostro que, por un momento, Gosseyn creyó que iba a golpear al guardián del templo.

—Siempre te interesó mi hermana, ¿no es cierto? —dijo, con una risita burlona.

—Tu hermana —dijo el sacerdote— es co-gobernadora de Gorgzid y de la soberanía suprema del Dios Durmiente.

Enro pasó una mano a través de sus cabellos rojos y sacudió la cabeza como un joven león.

—A veces, Secoh —dijo, y su sonrisa se hizo más ancha—, produces la impresión de ser el Dios Durmiente. Es una ilusión peligrosa.

El sacerdote no perdió la calma.

—Hablo con la autoridad que me han conferido el Estado y el Templo. Es lo menos que puedo hacer.

—El Estado soy yo —replicó Enro fríamente.

Gosseyn dijo:

—Me parece recordar que he oído eso antes.

Ninguno de los dos hombres pareció darse cuenta de aquella observación. Y por primera vez Gosseyn intuyó que estaba siendo testigo de algo más que de un simple duelo verbal.

—Tú y yo —dijo Secoh con una especie de sonsonete— tendremos en las manos la copa de la vida sólo por un momento. Cuando la hayamos apurado, nos hundiremos en la oscuridad…, y el Estado seguirá existiendo.

—Gobernado por mi sangre —replicó Enro violentamente.

—Quizá. —La voz de Secoh sonó remota—. Excelencia, alimentaré la fiebre que se ha apoderado de ti hasta que se alcance la victoria.

—¿Y luego?

—Recibirás la llamada del Templo.

Enro abrió la boca para decir algo. Luego volvió a cerrarla. A su rostro asomó una expresión de desconcierto que se transformó lentamente en una sonrisa de comprensión.

—Eres muy listo, ¿verdad? —dijo—. De modo que recibiré la llamada del Templo, para convertirme en un iniciado. ¿Hay algo significativo en el hecho que seas tú quien emite las llamadas?

El sacerdote dijo en tono tranquilo:

—Cuando el Dios Durmiente desapruebe lo que yo diga o haga, lo sabré.

La expresión burlona reapareció en el rostro de Enro.

—¡Oh! ¿Lo sabrás, lo sabrás? Él te lo hará saber, supongo, y entonces nos lo dirás a nosotros.

Secoh dijo sencillamente:

—Tus dardos no me alcanzan, excelencia. Si utilizara mi posición para mis propios fines, el Dios Durmiente no toleraría por mucho tiempo semejante sacrilegio.

Enro vaciló. Su rostro no tenía ya la expresión enfurecida, y a Gosseyn le pareció que el poderoso gobernante de una tercera parte de la galaxia se sentía sobre un terreno peligroso.

No le sorprendió. Los seres humanos tienen un apego persistente a su tierra natal. Detrás de todos los logros de Enro, dentro de la piel de este hombre cuya palabra era ley en novecientas mil naves de guerra, se encontraban todos los impulsos del sistema nervioso humano.

Se habían retorcido en él hasta el punto que, en algunos casos, apenas podían ser reconocidos como humanos. Pero el hombre había sido antes un muchacho, y el muchacho un niño nacido en Gorgzid. La conexión era tan fuerte, que había traído la capital del Supremo Imperio a su planeta natal. Un hombre semejante no insultaría a la ligera a la religión pagana bajo cuyos principios había sido educado.

Gosseyn vio que había leído correctamente los procesos de la mente del otro. Enro se inclinó sardónicamente en dirección a Patricia.

—Hermana —dijo—, suplico humildemente tu perdón.

Se volvió bruscamente hacia Gosseyn-Ashargin.

—Esas dos personas a bordo de la nave… —dijo—. ¿Quiénes son?

Había llegado el momento de la prueba.

Gosseyn respondió sin vacilar.

—La mujer es una Pronosticadora, sin ninguna importancia especial. El hombre se llama Gilbert Gosseyn.

Miró de reojo a Patricia y a Crang mientras pronunciaba el nombre tan familiar para ellos. Era importante que no dieran a entender que lo conocían.

Lo encajaron perfectamente, en opinión de Gosseyn. Continuaron mirándole con la mayor atención, pero en sus ojos no había ningún rastro de sorpresa.

Enro estaba concentrándose en el detector de mentiras.

—¿Algún comentario? —inquirió.

La pausa que siguió fue de muchos segundos de duración. Por fin, cautelosamente, el detector dijo:

—La información es correcta hasta donde alcanza.

—¿Hasta dónde tendría que llegar? —preguntó Enro secamente.

—Hay confusión —fue la respuesta.

—¿De qué?

—De identidad. —El detector pareció darse cuenta de lo inadecuada que era la respuesta. Repitió—: Hay confusión. —Empezó a decir algo más, pero el sonido debió ser desconectado, ya que no surgió ninguna otra palabra.

—Bueno, yo… —dijo Enro en tono explosivo. Vaciló—. ¿Está relacionada la confusión con las dos personas que se encuentran a bordo de la nave?

—No —dijo categóricamente el detector—. Es decir… —Volvió a sonar inseguro—, es decir, no exactamente. —Ahora habló con decisión—. Excelencia, este hombre es Ashargin, y sin embargo no lo es. Él… —Un momento de silencio, y luego—: La siguiente pregunta, por favor.

Patricia Hardie dejó oír una risita. Fue un sonido incongruente. Enro le envió una terrible mirada.

Dijo en tono salvaje:

—¿Quién ha sido el imbécil que ha traído aquí este detector estropeado? Quiero inmediatamente otro que funcione como es debido.

El segundo detector de mentiras, una vez instalado, dijo en respuesta a la pregunta de Enro:

—Sí, éste es Ashargin. —Una pausa—. Es decir…, parece serlo —terminó en tono inseguro—. Hay alguna confusión.

Había también alguna confusión en el dictador, ahora.

—Esto es inaudito —dijo. Se dio ánimos a sí mismo—. Bien, vayamos al fondo del asunto.

Miró a Ashargin.

—Esas personas que están en la nave…, por tu mensaje al capitán Free deduzco que son prisioneros.

Gosseyn asintió.

—Es cierto.

—Y tú quieres traerlos aquí. ¿Por qué?

—Pensé que podría gustarle interrogarles —dijo Gosseyn.

La expresión de desconcierto asomó de nuevo al rostro de Enro.

—No comprendo cómo esperas utilizar a alguien contra mí una vez que esté aquí, en mi poder… —Se volvió hacia la máquina—. ¿Qué hay acerca de eso, Detector? ¿Ha estado diciendo la verdad?

—¿Te refieres a si desea que los traigan aquí? Sí, lo desea. En cuanto a utilizarlos contra ti…, todo está mezclado.

—¿En qué sentido?

—Bueno, hay un pensamiento acerca del hombre de la nave que ya ha estado aquí, y hay un pensamiento acerca del Dios Durmiente…, y los dos parecen mezclados de algún modo con Ashargin.

—Excelencia —intervino Secoh, mientras el aturdido Enro permanecía silencioso—, ¿puedo hacerle una pregunta al Príncipe Ashargin?

Enro asintió pero no dijo nada.

—Príncipe —dijo el sacerdote—, ¿tienes alguna idea acerca de la naturaleza de esta confusión?

—Sí —dijo Gosseyn.

—¿Cuál es tu explicación?

—Yo estoy periódicamente poseído, dominado, controlado y dirigido por el Dios Durmiente.

«Y», —pensó Gosseyn con profunda satisfacción—, «deja que el detector de mentiras trate de desmentir eso».

Enro se echó a reír. Era la risa de un hombre que acaba de pasar un mal rato y que súbitamente se enfrenta con algo ridículo. Se sentó, apoyó el rostro en las palmas de sus manos, con los codos sobre la mesa, y continuó riendo. Cuando finalmente alzó la mirada, había lágrimas en sus ojos.

—De modo que tú eres el Dios Durmiente —dijo—, y ahora has tomado posesión de Ashargin.

Lo cómico de la idea provocó en él otro estallido de risa, y tardó más de medio minuto en dominarse. Miró a Secoh.

—Guardián del Templo —dijo—, ¿qué lugar ocupa éste en la lista? —Pareció darse cuenta del hecho que la pregunta requería una explicación para los que estaban sentados a la mesa. Se volvió hacia Gosseyn—. En el transcurso de un año, y sólo en este planeta, alrededor de un centenar de personas se presentan pretendiendo estar poseídas por el Dios Durmiente. A través de todo el Imperio, alrededor de dos mil hombres pelirrojos pretenden ser Enro el Rojo, y durante los últimos once años diez mil personas, aproximadamente, se han presentado pretendiendo ser el Príncipe Ashargin. La mitad de ellos tenían más de cincuenta años.

Gosseyn dijo:

—¿Qué pasa cuando se les somete al detector de mentiras?

Enro frunció el ceño.

—De acuerdo —dijo—, te has salido con la tuya. ¿Cómo lo has hecho?

Gosseyn había esperado escepticismo. A excepción de Crang, aquéllas eran personas talámicas. Incluso Patricia Hardie, a pesar de su simpatía hacia Venus, no era una no-A. Tales individuos tenían ideas contradictorias, e incluso discutían la contradicción, sin que la realidad les influenciara en ningún sentido. Lo importante era haber plantado una semilla.

—Basta de esta farsa —continuó Enro—. Atengámonos a los hechos. Admito que me has engañado, pero no veo lo que esperas ganar con ello. ¿Qué es lo que quieres?

—Un acuerdo —dijo Gosseyn. Habló cautelosamente, pero se sentía audaz y decidido—. Tal como yo lo veo, quieres utilizarme para algo. Muy bien, estoy dispuesto a ser utilizado…, hasta cierto punto. A cambio, quiero libertad de acción.

—¿Libertad de qué?

Las siguientes palabras de Gosseyn abarcaron a las otras personas sentadas a la mesa.

—Al desencadenar esta guerra —dijo—, has puesto en peligro la vida de todas las personas de la galaxia, incluyendo al Supremo Imperio. Creo que deberías aceptar consejo de aquéllos que compartirán tu destino si algo sale mal.

Enro se inclinó hacia adelante y echó su brazo hacia atrás como si se dispusiera a golpearle en el rostro. Permaneció así un instante, tenso, con los labios apretados y los ojos inyectados en sangre. Lentamente, se relajó y volvió a arrellanarse en su asiento. Con una leve sonrisa en el rostro, dijo:

—¡Adelante, ponte la soga al cuello!

Gosseyn dijo:

—Me parece que te has concentrado de un modo tan absoluto en la parte ofensiva de la guerra que quizá no has tenido en cuenta algunos aspectos igualmente importantes.

Enro estaba sacudiendo la cabeza con aire de asombro.

—Todo esto —dijo, con fingido asombro— de labios de alguien que ha pasado los últimos once años en una huerta.

Gosseyn ignoró el comentario. Tenía la impresión de estar realizando progresos. Su teoría no podía ser más simple. El Príncipe Ashargin sólo podía haber sido sacado a escena en este momento crítico por motivos muy apremiantes. Y no sería eliminado a la ligera hasta que se cumpliera el objetivo para el cual había sido resucitado.

Además, éste era un buen momento para obtener información acerca de lo que Enro estaba haciendo con respecto a ciertos individuos.

—Por ejemplo —dijo Gosseyn—, está el problema del Discípulo. —Hizo una pausa para que el efecto penetrara, y luego continuó—. El Discípulo es un ser virtualmente indestructible. No creerás que, cuando se haya ganado esta guerra, un hombre como el Discípulo va a permitir que Enro el Rojo domine la galaxia.

—Yo me ocuparé del Discípulo si alguna vez se le ocurre excederse.

—Eso es fácil de decir. El Discípulo podría entrar en esta habitación ahora mismo y matar a todos los que estamos en ella.

El dictador sacudió la cabeza. Sonrió irónicamente.

—Amigo mío —dijo—, has estado escuchando la propaganda del Discípulo. Ignoro cómo se las arregla para formar esa sombra suya, pero decidí hace mucho tiempo que todo el resto estaba basado en física normal. Eso significa Distorsionadores y, en caso de armas, transmisión de energía. En este edificio sólo hay dos Distorsionadores que no controle yo, y los tolero. Desafío a cualquiera a construir máquinas cerca de aquí sin que yo me entere.

Gosseyn dijo:

—Sin embargo, puede predecir todos tus movimientos.

La sonrisa se borró del rostro de Enro.

—Puede hacer todas las predicciones que quiera —dijo, con voz ronca—. Yo tengo el poder. Si trata de interponerse, no tardará en encontrarse en la situación de un hombre condenado a la horca: conoce exactamente el día y la hora, pero no puede hacer nada para evitarlo.

—En mi opinión —dijo Gosseyn—, no has pensado eso a través del camino que debías.

Enro permaneció silencioso, con los ojos clavados en la mesa. Finalmente, alzó la mirada.

—¿Algo más? —dijo—. Estoy esperando oír esas condiciones que has mencionado.

Había llegado el momento de entrar en materia.

Gosseyn notó la creciente tensión del cuerpo de Ashargin. Le hubiera gustado relajar un poco el sistema nervioso del príncipe. Pensó en mirar a Crang, Patricia o Secoh para comprobar cómo reaccionaban a la situación en desarrollo. Eso proporcionaría a Ashargin un momento de calma.

Reprimió el impulso. Enro había olvidado prácticamente la presencia de otras personas. Y sería imprudente distraer su concentrada atención. Dijo en voz alta:

—Quiero una autorización para hacer llamadas a cualquier parte de la galaxia, a cualquier hora del día o de la noche. Naturalmente, puedes escucharla…, es decir, tú o tu agente.

—Naturalmente —dijo Enro en tono sarcástico—. ¿Qué más?

—Quiero una autorización para transportarme con el Distorsionador a cualquier parte del Supremo Imperio, siempre que lo desee.

—Me alegra que limites tus movimientos al Imperio —dijo Enro—. Continúa, por favor.

—Quiero una autorización para sacar cualquier equipo que desee del Departamento de Almacenes. —Y se apresuró a añadir—: Nada de armas, por supuesto.

Enro dijo:

—Me doy cuenta que la lista puede ser interminable… ¿Qué ofreces tú a cambio de esas fantásticas peticiones?

Gosseyn dirigió su respuesta, no a Enro, sino al detector de mentiras.

—Has estado escuchando todo esto… ¿He hablado sinceramente hasta ahora?

Los tubos parpadearon débilmente. Se produjo una larga vacilación.

—Has hablado sinceramente hasta un punto determinado. Más allá de ese punto hay confusión involucrando a…

Se interrumpió.

—¿Al Dios Durmiente? —preguntó Gosseyn.

—Sí…, y en cierto sentido, no.

Gosseyn se volvió hacia Enro.

—¿Con cuántas revoluciones te estás enfrentando en planetas del Supremo Imperio en los cuales se está fabricando material de guerra de vital importancia? —preguntó.

El dictador le miró con aire sombrío. Finalmente dijo:

—Con más de dos mil cien.

—Eso es sólo el tres por ciento. No creo que deba preocuparte.

Era una declaración negativa para sus propósitos, pero Gosseyn deseaba información.

—Algunos de ellos —dijo francamente Enro— tienen una importancia tecnológica muy superior a la que se podría atribuirles por su tamaño.

Eso era lo que Gosseyn había deseado oír. Dijo:

—A cambio de lo que he pedido, haré discursos por radio en apoyo de tu ataque. Todo lo que el nombre de Ashargin pueda valer para controlar el Imperio, lo pongo a tu disposición. Colaboraré hasta nuevo aviso. Eso es lo que querías de mí, ¿no es cierto?

Enro se puso en pie.

—¿Estás seguro que no deseas nada más? —inquirió bruscamente.

—Una cosa más —dijo Gosseyn.

—¿Sí?

Gosseyn ignoró el sarcasmo en la voz del dictador.

—Está relacionado con mi esposa. Ella no volverá a aparecer en la bañera real.

Se produjo una larga pausa. Y luego un poderoso puño golpeó la mesa.

—Trato hecho —dijo Enro con voz resonante—. Y quiero que pronuncies tu primer discurso esta misma tarde.