NO-EXTRACTOS: En beneficio de la cordura, utiliza el ETCÉTERA: Cuando digas «Mary es una buena chica», sé consciente del hecho que Mary es mucho más que «buena». Mary es «buena», simpática, amable, etcétera, significando que tiene también otras características. Vale la pena recordar, también, que la sicología moderna (1956) no considera al individuo plácidamente «bueno» como una personalidad saludable.
Se había mantenido tenso, medio esperando un intento de utilizar el apagón momentáneo contra él. Ahora, se volvió y dijo:
—Ha sido bastante rápido, desde luego. Nosotros…
Se interrumpió…, porque ya no estaba en la sala de control del crucero galáctico.
A ciento cincuenta metros de distancia había un tablero de control sobre un plano muchísimo mayor del que había dejado sólo un momento antes. La cúpula transparente que se curvaba sobre él era de proporciones tan enormes que por un instante su cerebro se negó a captar el tamaño.
Con una horrible comprensión, miró sus manos y su cuerpo: sus manos eran delgadas, huesudas; su cuerpo era débil y llevaba el uniforme de oficial del Supremo Imperio.
¡Ashargin!
La impresión fue tan aguda que Gosseyn notó que el cuerpo que en otra ocasión había ocupado temblaba violentamente. Con un gran esfuerzo luchó contra aquella debilidad, pero había desesperación en él al pensar en su propio cuerpo en la sala de control de la Y-381907.
Debía estar tendido en el suelo, inconsciente. En aquel mismo instante, Oreldon y el capitán Free estarían reduciendo a Leej, como medida preliminar para capturar a los dos intrusos. O más bien… —Gosseyn estableció fríamente la distinción—, a unos dieciocho mil años-luz de distancia, varios días antes por lo que respecta al crucero, Leej y el cuerpo de Gilbert Gosseyn habían sido capturados.
No debía olvidar que el transporte por similaridad producía una diferencia temporal.
Se dio cuenta bruscamente del hecho que sus pensamientos eran demasiado violentos para el frágil Ashargin en cuyo cuerpo estaba atrapado una vez más. Miró a su alrededor con ojos empañados y, lentamente, empezó a adaptarse. Lentamente, porque lo que estaba tratando de controlar no era su propio sistema nervioso eficazmente adiestrado.
De pronto, sin embargo, su cerebro se aclaró, y dejó de temblar. Unos instantes después, aunque las olas de debilidad marcaban un ritmo dentro de él, pudo comprobar lo que Ashargin estaba haciendo en el momento de ser poseído.
Había estado caminando con un grupo de almirantes de la flota. Los vio ahora delante de él. Dos de ellos se habían detenido y se habían vuelto a mirarle. Uno dijo:
—Excelencia, tienes muy mal aspecto.
Antes que Gosseyn-Ashargin pudiera contestar, el otro hombre, un almirante viejo, alto y delgado, cuyo uniforme resplandecía con las medallas y emblemas que llevaba, dijo sardónicamente:
—El príncipe ha tenido mal aspecto desde que llegó. Debemos alabarle por su dedicación al deber en tales condiciones.
Mientras el segundo hombre terminaba de hablar, Gosseyn le reconoció como el Gran Almirante Paleol. La identificación le impulsó todavía más hacia la normalidad. Ya que aquello era algo que sólo Ashargin podía saber.
Era evidente que las dos mentes, la de Ashargin y la suya, empezaban a integrarse a nivel del inconsciente.
El comprobarlo le envaró. Aquí estaba. Una vez más había sido manipulado por un jugador invisible, similarizando la esencia de su mente a un cerebro que no era el suyo. Cuanto más rápidamente se adaptara, mejor se sentiría.
Esta vez tenía que tratar de dominar su situación. No debía mostrar ni un rastro de debilidad. Ashargin tendría que ser impulsado hasta el límite de su capacidad física.
Mientras avanzaba apresuradamente para unirse a los otros oficiales, todos los cuales se habían detenido ahora, los recuerdos de la última semana de Ashargin empezaron a afluir. ¿Semana? El comprobar que para Ashargin habían transcurrido siete días, en tanto que él había tenido menos de un día y una noche enteros de existencia consciente, sobresaltó brevemente a Gosseyn. Pero la pausa que le proporcionó fue sólo momentánea.
El cuadro de la semana anterior era sorprendentemente bueno. Ashargin no se había desmayado ni una sola vez. Había cruzado con éxito el puente de las presentaciones iniciales. Incluso había tratado de asimilar la idea de ser un observador hasta nuevo aviso. Para un hombre que se había derrumbado dos veces en presencia de Enro, era toda una hazaña.
Una prueba más del hecho que incluso una personalidad tan desintegrada como la de Ashargin respondía rápidamente, y que unas cuantas horas de control por una mente no-A podían producir una notable mejoría.
—¡Ah! —dijo el oficial que iba delante de Gosseyn-Ashargin—. Aquí estamos.
Gosseyn alzó la mirada. Habían llegado a la entrada de una pequeña sala de conferencias. Era evidente —y la memoria de Ashargin lo confirmó— que iba a celebrarse una reunión de altos oficiales.
Aquí podría lograr que se dejara sentir la nueva y decidida personalidad de Ashargin.
En la sala había ya varios oficiales. Otros llegaban desde diversos puntos. Y otros surgían de jaulas de Distorsionador a una treintena de metros de distancia a lo largo de la pared. Las presentaciones eran breves y rápidas.
Varios de los oficiales le miraron con visible hostilidad al ser pronunciado su nombre. Pero Gosseyn se mostró uniformemente cortés con los recién llegados. Su momento llegaría más tarde.
En realidad, su atención había sido distraída.
Se dio cuenta súbitamente que la amplia estancia que se encontraba detrás de él era la sala de control de un supercrucero. Y algo más. Era la sala de control de una nave que en aquel mismo instante estaba empeñada en la fantástica batalla del Sexto Decant.
La excitación del pensamiento fue como una llama en su mente. Durante una pausa en las presentaciones, se sintió impulsado a volverse a mirar, esta vez con ojos discernientes. La cúpula se alzaba a casi doscientos metros por encima de su cabeza. Se curvaba sobre él, con límpida transparencia, y más allá brillaban como gemas las estrellas de la masa central de la galaxia.
La Vía Láctea, en primer plano. Millones de los más cálidos y más deslumbrantes soles de la galaxia. Aquí, entre belleza que nunca podría ser superada, Enro había lanzado sus grandes flotas. Debía creer que era la zona de la decisión final.
Más rápidos, ahora, llegaron recuerdos de Ashargin de la semana que había permanecido contemplando la gran batalla. Las imágenes asumían la forma de millares de naves similarizadas simultáneamente a la base de una fortaleza planetaria enemiga. Cada vez, la similarización era interrumpida inmediatamente antes que las naves alcanzaran su objetivo.
Fuera de la oscuridad sin sombras, entonces, se precipitaban hacia el planeta condenado. Más naves atacando que todas las que los sistemas solares circundantes podían contener. Distancias que hubieran exigido muchos meses, incluso años, de vuelo normal, eran salvadas casi instantáneamente. Y la flota atacante daba siempre a la víctima la misma alternativa: rendirse, o ser destruida.
Si los dirigentes de cualquier planeta, o grupo de planetas, se negaban a admitir el peligro, la implacable lluvia de bombas que caía del cielo aniquilaba literalmente su civilización. Las explosiones eran tan violentas y tan concentradas que la corteza del planeta se desintegraba debido a las reacciones en cadena.
La mayoría de los sistemas eran más razonables. El segmento de flota que se había detenido para capturar o destruir se limitaba a dejar una fuerza de ocupación y luego se precipitaba hacia la base de la Liga más próxima.
No había defensa. Resultaba imposible concentrar flotas poderosas para enfrentarse a los atacantes, dado que era imposible saber qué sistema planetario era el siguiente en la lista. Con increíble astucia, las fuerzas invasoras localizaban y destruían las flotas que eran enviadas contra ellas. Las fuerzas atacantes parecían conocer siempre la naturaleza de la defensa, y en los lugares en los que la defensa era más enconada aparecían una docena de naves de Enro por cada una de las naves de la Liga.
Para Ashargin, aquello era casi mágico, pero no para Gosseyn. Los Pronosticadores de Yalerta estaban luchando en las flotas del Supremo Imperio, y los defensores no tenían ninguna posibilidad.
La corriente de recuerdos se interrumpió cuando el Gran Almirante dijo en tono irónico, detrás de él:
—Príncipe, la reunión va a empezar.
Fue un alivio poder sentarse en la larga mesa de conferencias.
Vio que su silla estaba al lado y a la derecha de la del almirante. Rápidamente, sus ojos recorrieron el resto de la estancia.
Era más amplia de lo que había creído al principio. Descubrió lo que le había dado la impresión de pequeñez. Tres de las paredes eran verdaderos mapas del espacio. Cada uno de ellos estaba salpicado de innumerables luces, y en cada pared, a partir de unos tres metros de distancia del suelo, había una serie de recuadros en los cuales parpadeaban y giraban unos números. En un recuadro los números eran rojos, y la cifra exhibida era 91308. Cambió mientras Gosseyn la contemplaba, y saltó a 91749. Fue el cambio mayor que observó mientras miraba los recuadros.
Esperó que los recuerdos de Ashargin le dieran alguna explicación de los números. No llegó nada, salvo la información asegurando que Ashargin no había estado nunca en esta sala.
Había recuadros con números en azul, y recuadros con números amarillos, verdes, anaranjados y grises, números de color de rosa, números púrpura y violeta. Y había recuadros en los cuales se alternaban cifras de colores distintos. Era evidentemente un método para distinguir hechos a simple vista, pero los hechos en sí eran inconsistentes.
Cambiaban de un momento a otro. Las cifras experimentaban violentas rotaciones. Parecían danzar mientras se desplazaban y modificaban. Y era obvio que estaban contando una historia. A Gosseyn le pareció que recuadro tras recuadro de números misteriosos revelaban la pauta siempre cambiante de la batalla del Sexto Decant.
Le costó un enorme esfuerzo apartar su fascinada mirada de los recuadros, y comprobar que el Almirante Paleol estaba hablando desde hacía unos instantes.
—… Nuestros problemas —estaba diciendo el anciano de rostro severo— no podrán ser más difíciles en el futuro de lo que ya lo han sido. Pero les he reunido hoy aquí para advertirles de unos incidentes que se han producido y que probablemente se harán más numerosos a medida que pase el tiempo. Por ejemplo, en diecisiete ocasiones distintas, hemos sido incapaces de similarizar nuestras naves a bases cuyas pautas de su Distorsionador eran conocidas por nuestro gran caudillo a través de la red de espionaje más perfecta que nunca haya existido.
»Es obvio que algunos de los gobernadores planetarios han entrado en sospechas y en su pánico han modificado las pautas. En cada uno de los casos expuestos a mi atención, los planetas involucrados fueron alcanzados por nuestras naves similarizándose a una base más lejana e interrumpiendo luego la pauta de similarización. En todos los casos, el planeta culpable fue implacablemente destruido, sin que se le diera la oportunidad de rendirse.
»Les alegrará saber que esas eventualidades fueron previstas por nuestro gran caudillo, Enro el Rojo. En todo el curso de la Historia no ha existido un hombre tan sagaz, tan previsor y tan amante de la paz.
La observación final era un aparte. Gosseyn miró rápidamente a algunos de los otros hombres, pero sus rostros no reflejaban la menor extrañeza. Si encontraban algo raro en la descripción de Enro como un hombre amante de la paz, se reservaban su opinión.
Gosseyn pensó por su cuenta. En primer lugar, en la red de espionaje que había proporcionado a Enro las pautas del Distorsionador de millares de bases de la Liga. Al parecer, una funesta combinación de fuerzas trabajaba ahora a favor de Enro. En el período de unos cuantos años se había alzado desde el gobierno hereditario de un pequeño grupo planetario hasta la cumbre del poder galáctico. Y como para demostrar que el propio Destino estaba de su parte, durante aquel mismo período había sido descubierto un planeta de Pronosticadores, y aquellas mentes privilegiadas trabajaban ahora para él.
Cierto, el Discípulo que los proporcionaba tenía sus propios planes. Pero eso no detendría la guerra.
—… Desde luego —estaba diciendo el Gran Almirante Paleol—, los principales centros de la Liga en esta zona no están modificando las pautas de sus Distorsionadores. Se necesita tiempo para establecer conexiones de similaridad, y sus propias naves quedarían desconectadas de cualquier base cuyas pautas fuesen modificadas. Sin embargo, tenemos que enfrentarnos con la posibilidad que el número de bases que traten de aislarse vaya en aumento. Y algunos de ellas lo conseguirán.
»Verán —su alargado rostro se frunció en una fría sonrisa—, hay sistemas que no pueden ser alcanzados mediante la similarización a bases más lejanas. Al planear nuestra campaña decidimos desencadenar todos nuestros ataques iniciales contra planetas que pudieran ser alcanzados. Ahora, gradualmente, nuestra posición se hará más flexible. Tenemos que improvisar. Las flotas se hallarán en condiciones de atacar objetivos que no se había previsto que estuvieran a nuestro alcance. Saber cuándo existen tales oportunidades exigirá la mayor perspicacia por parte de los oficiales y miembros de la tripulación de todas las graduaciones.
Sin sonreír ahora, el anciano paseó su mirada alrededor de la mesa.
—Caballeros, eso casi cierra mi informe. Debo añadir que nuestras bajas son importantes. Estamos perdiendo naves a un promedio de dos acorazados, once cruceros, setenta y cuatro destructores y sesenta y dos naves auxiliares cada hora de operaciones. Desde luego, esas cifras son promedios, y varían grandemente de un día a otro. Sin embargo, son muy reales, como pueden comprobar echando una ojeada a las calculadoras de las paredes de esta sala.
»Pero en lo fundamental nuestra posición es excelente. Nuestro gran obstáculo es la inmensidad del espacio y el tiempo que tarda cada segmento de nuestra flota en conquistar cada uno de los sectores independientes. Sin embargo, ahora es posible calcular matemáticamente la duración de la campaña. Tantos planetas a conquistar, tanto tiempo para cada uno de ellos: total, noventa y cuatro días siderales. ¿Alguna pregunta?
Se produjo un silencio. Luego, en el extremo más lejano de la mesa, un almirante se puso en pie.
—Señor —dijo—, me pregunto si podríamos conocer la opinión del príncipe Ashargin.
El Gran Almirante se levantó lentamente. La sonrisa había vuelto a su rostro alargado y habitualmente hosco.
—El príncipe —dijo secamente— está con nosotros en calidad de emisario personal de Enro. Me ha pedido que les comunique que no tiene ningún comentario que hacer en este momento.
Gosseyn se puso en pie. Su propósito era conseguir que Ashargin fuera enviado de nuevo a Gorgzid, al cuartel general de Enro, y le pareció que la mejor manera de lograrlo era empezar a hablar sin que le hubieran concedido el uso de la palabra.
—Eso —dijo— es lo que le dije al gran almirante ayer.
Hizo una pausa para respingar ante el tono de falsete en la voz de Ashargin, y para relajar la tensión que invadía el cuerpo de Ashargin. Mientras lo hacía miró de reojo al anciano que estaba a su lado. El gran almirante estaba mirando hacia el techo, pero con una expresión que hizo intuir a Gosseyn la verdad. Se apresuró a decir:
—Estoy esperando de un momento a otro una llamada de Enro para ir a presentarle mi informe, pero si dispongo de tiempo me gustaría discutir con ustedes algunas de las implicaciones filosóficas de la guerra que estamos librando.
No pudo continuar. El techo se iluminó, y el rostro que adquirió forma en él fue el rostro de Enro. Todos los hombres presentes en la sala se pusieron en pie precipitadamente y se mantuvieron en posición de firmes.
El pelirrojo dictador les miró con una leve e irónica sonrisa en el rostro.
—Caballeros —dijo finalmente—, debido a otras ocupaciones, no he podido sintonizar con esta reunión hasta ahora. Lamento haberles interrumpido, y lo lamento de un modo especial porque veo que me he presentado en el preciso instante en que el príncipe Ashargin se disponía a dirigirles la palabra. El príncipe y yo estamos de acuerdo en todos los aspectos importantes de la conducción de la guerra, pero deseo que regrese a Gorgzid ahora mismo. Mis respetos, caballeros.
—Excelencia —dijo el Gran Almirante Paleol—, reciba usted nuestros mejores saludos.
Se volvió hacia Gosseyn-Ashargin.
—Príncipe —dijo—, tendré mucho gusto en acompañarles a la sección de transporte.
Gosseyn dijo:
—Antes deseo enviar un mensaje a la nave Y-381907.
Gosseyn planeó su mensaje en la creencia que no tardaría en estar de regreso a su propio cuerpo. Escribió:
«TRATEN CON LA MAYOR CONSIDERACIÓN A LOS DOS PRISIONEROS QUE TIENEN A BORDO DE SU NAVE. NO DEBEN SER ATADOS, NI ESPOSADOS, NI ENCERRADOS. LLEVEN A LA MUJER PRONOSTICADORA Y AL HOMBRE, ESTE CONSCIENTE O INCONSCIENTE, A GORGZID».
Deslizó el mensaje en la ranura del roboperador.
—Envíelo enseguida al capitán Free en Y-381907. Esperaré aquí la señal de recibido.
Se giró y vio que el Gran Almirante Paleol le estaba observando con una expresión de extrañeza en los ojos. El anciano sonrió con aire tolerante y dijo:
—Príncipe, eres un enigma para mí. ¿Me equivoco al creer que piensas que Enro y yo seremos llamados algún día a rendir cuentas por lo que estamos haciendo?
Gosseyn-Ashargin sacudió la cabeza.
—Podría ocurrir —dijo—. Podrían ir más allá de lo necesario. Pero de hecho no sería un ajuste de cuentas. Eso sería una venganza, e inmediatamente aparecería un nuevo grupo de poder tan venal, aunque quizás más cauteloso al principio, como el antiguo. Los individuos infantiles que piensan en términos de derrocar a un grupo de poder no analizan correctamente lo que mantiene unido a un grupo semejante. Uno de los primeros pasos es la inculcación de la creencia del hecho que todos ellos están preparados para morir en cualquier momento. Mientras el grupo se mantiene unido, ningún miembro individual se atreve a sostener una opinión contraria sobre aquel punto básico. Habiéndose convencido a sí mismos de no tener miedo, pueden justificar todos los crímenes contra otros. Es sumamente simple, emocional e infantil al más destructivo de los niveles.
La sonrisa del almirante se hizo más amplia.
—Bien, bien —dijo—. Todo un filósofo, ¿no es cierto? —Entrecerró sus penetrantes ojos—. Muy interesante, además. Nunca se me había ocurrido pensar que el factor valentía fuese tan fundamental.
Pareció a punto de añadir algo más, pero el roboperador le interrumpió.
—No consigo establecer contacto con Y-381907.
Gosseyn-Ashargin vaciló. Estaba desconcertado. Dijo:
—¿Ningún contacto?
—Ninguno.
Estaba recobrando su presencia de ánimo.
—Muy bien, siga intentándolo hasta que el mensaje sea entregado, e infórmeme en Gorgzid.
Se volvió y estrechó la mano de Paleol. Unos instantes después empujaba la palanca de la jaula del Distorsionador que se suponía iba a transportar a Ashargin al palacio de Enro.