NO-EXTRACTOS: Al hacer una afirmación acerca de un objeto o de un acontecimiento, un individuo «abstrae» únicamente unas cuantas de sus características. Si dice «Esta silla es marrón», debería dar a entender que el color es una de las cualidades de la silla, y debería tener conciencia, mientras habla, del hecho que la silla posee otras muchas cualidades. El «sentido de la abstracción» constituye una de las principales diferencias entre una persona que está semánticamente adiestrada y otra que no lo está.
Con la rapidez de un gato perseguido, Gosseyn se lanzó hacia la verja. Sus dedos se engarfiaron en el barrote horizontal inferior. Se sintió irresistiblemente levantado.
El esfuerzo para sostenerse agotó toda la fuerza de sus brazos y sus dedos. La zona a la cual se había aferrado tenía menos de tres centímetros de espesor y estaba curvada al revés. Pero él había hecho presa inmediatamente debajo de las púas, debajo de aquella serie fantástica de púas, y si no lograba sostenerse sufriría una derrota definitiva.
Se sostuvo. Cuando llegó al nivel de la ventana, pudo ver el exterior. Un patio en primer término, una alta verja más lejos hecha de afilados y puntiagudos arpones de metal, y una arboleda al fondo. Gosseyn no se demoró en la contemplación del paisaje. Una simple ojeada al conjunto, y luego volvió su atención al patio.
Los instantes que siguieron fueron terriblemente lentos, mientras memorizaba una superficie empedrada con guijarros. Y luego, cumplido su objetivo, se dejó caer sobre el suelo de hormigón de la celda desde casi siete metros de altura.
Aterrizó a cuatro patas, físicamente relajado, pero con su mente tan tensa como una barra de metal. Tenía una zona exterior a la cual podía escapar utilizando los poderes especiales de su cerebro adicional, pero aún tenía que decidir cuál sería su acción inmediata.
Su problema con respecto al Discípulo no quedaba radicalmente alterado. Seguía existiendo un peligro mortal e inmediato, pero al menos ahora podría enfrentarse con él a campo abierto.
Con expresión ceñuda, como un luchador estudiando a un peligroso adversario, Gosseyn contempló al gigantesco Jurig, que se había comprometido a matarle.
—Leej —dijo, sin mirar a la Pronosticadora—, sitúate detrás de mí.
Ella obedeció sin pronunciar una sola palabra, deslizándose casi silenciosamente sobre el suelo. Gosseyn vio fugazmente su rostro mientras la joven pasaba junto a él. Sus mejillas estaban muy pálidas, sus ojos empañados, pero mantenía la cabeza erguida.
Desde el otro extremo de lo que ahora era una sola habitación, Jurig gruñó:
—Ocultarte detrás de él no te servirá de nada.
Era una amenaza puramente talámica, sin la menor utilidad ni siquiera para Jurig. Pero Gosseyn no la pasó por alto. Había estado esperando la ocasión. Mientras diera la impresión de estar preocupado por Jurig, como si el gigante fuera el peligro, el Discípulo se limitaría a esperar acontecimientos. Dijo, con voz acerada:
—Jurig, estoy harto de oírte hablar así. Ha llegado el momento para que decidas del lado de quién estás. Y te advierto desde ahora que será mejor para ti que estés de mi parte.
El yalertano, que había empezado a avanzar con aire amenazador hacia él, se detuvo en seco. Los músculos de su rostro se movieron espasmódicamente, luchando entre la duda y la rabia. Miró a Gosseyn con los desconcertados ojos de un matón cuyo adversario de aspecto insignificante no da muestras de temor.
—Voy a aplastar tu cabeza contra el cemento —dijo, con los dientes apretados. Pero pronunció las palabras como si quisiera comprobar el efecto que producían.
—Leej —dijo Gosseyn.
—¿Sí?
—¿Puedes ver lo que voy a hacer?
—No hay nada. Nada.
Gosseyn suspiró, desalentado. Ciertamente, si ella no podía prever sus actos tampoco podría preverlos el Discípulo. Pero había esperado obtener una vaga imagen que le ayudara a tomar una decisión. ¿Qué debía hacer cuando llegara al exterior? ¿Correr? ¿O entrar en el Refugio y buscar al Discípulo?
Su papel en este asunto era mucho más importante que el de Leej o el de Jurig. Al igual que el Discípulo, era una pieza valiosa en la galáctica partida de ajedrez. Al menos, debía considerarse a sí mismo como tal hasta que los acontecimientos demostrasen lo contrario. Y ello le imponía restricciones. La simple fuga no resolvería sus problemas. Debía también, en la medida de lo posible, plantar las semillas de la victoria futura.
—Jurig —dijo, para ganar tiempo—, tienes que tomar una gran decisión. Requiere más valentía de la que has demostrado hasta ahora, pero seguramente no te falta. A partir de este momento, sin temor a las consecuencias, estás en contra del Discípulo. No tienes elección. La próxima vez que nos encontremos, si no estás trabajando incondicionalmente contra él, te mataré.
Jurig le miró con aire desconcertado. Le resultaba difícil digerir el hecho que un compañero de prisión estuviera dándole realmente una orden. Se echó a reír, sin demasiada convicción. Y luego la enormidad del insulto debió penetrar en él. Se enfureció, con la rabia de un hombre que se siente ultrajado.
—¡Yo te demostraré la elección que tengo! —gritó.
Su ataque fue rápido pero pesado. Extendió los brazos, con la obvia intención de cerrarlos en torno a Gosseyn y apretar, y quedó sorprendido cuando Gosseyn penetró por su propia iniciativa en el círculo de aquellas extremidades dignas de un oso y descargó un potente derechazo en su mandíbula. El golpe no alcanzó de lleno su objetivo, pero frenó a Jurig en seco. Se sujetó a Gosseyn con una expresión enfermiza en el rostro. Una expresión que se hizo más doliente mientras luchaba por hacer presa mortal en un hombre que, después de haber descargado un golpe tan terrible, era no sólo más rápido sino más fuerte que él.
El yalertano dobló súbitamente las rodillas y se desplomó, como una puerta que ha sido derribada con un ariete. Cayó al suelo, con la derrota en la mente y en el cuerpo.
La impresión sería duradera, y Gosseyn lo lamentó. Pero era indudable que había sido necesario. Los individuos como Jurig construyen sus egos sobre tales identificaciones. Durante toda su vida, como las cabras en el famoso experimento, se había abierto camino a topetazos. Era su manera, no la de Gosseyn, de expresar su superioridad.
Conscientemente, lamentaría la derrota, encontraría una docena de disculpas para sí mismo. Pero a nivel inconsciente la aceptaría. En lo que a Gilbert Gosseyn respectaba, su confianza en su potencia física había desaparecido. Sólo un adiestramiento no-A le permitiría readaptarse a la nueva situación, y eso no era factible.
Satisfecho, Gosseyn se similarizó a sí mismo al patio. Rápidamente, entonces, el objetivo principal de escapar tomó plena posesión de su sistema nervioso.
Tuvo una vaga conciencia de gente en el patio volviéndose a mirarle mientras corría. Vio fugazmente, al volver la cabeza, un enorme grupo de edificios, torres y campanarios, masas de piedra y mármol, vidrieras de vivos colores. Aquella imagen del Refugio del Discípulo permaneció en su mente incluso mientras mantenía una «vigilancia» sobre toda fuente de energía del castillo. Estaba preparado para similarizarse a sí mismo atrás y adelante para escapar de los desintegradores y armas eléctricas. Pero no se produjo ningún cambio en la corriente de la dínamo ni de la pila atómica.
Maquinalmente, similarizó a Leej a la zona memorizada detrás de él, pero no se volvió a mirar si ella le seguía.
Llegó delante de la verja, muy alta, y vio que los arpones que la formaban y que ya de por sí tenían un aspecto formidable, estaban erizados de la misma clase de púas que había en las verjas de la celda de la que acababa de salir. Tres metros de metal inescalable…, pero podía ver entre los arpones.
Como de costumbre, tardó un largo —pareció largo— rato en memorizar una zona más allá de la verja. En realidad, no era una memorización. Cuando se concentraba de un modo definido sobre un lugar, su cerebro adicional tomaba automáticamente una «fotografía» de toda la estructura atómica de la materia involucrada a una profundidad de varias moléculas. El proceso de similarización que entonces podía seguir derivaba de la corriente de energía nerviosa a lo largo de canales en el cerebro adicional: canales que habían sido creados solamente después de un prolongado adiestramiento. La coda de activación enviaría un chorro de aquella energía, primero a lo largo de los nervios de su cuerpo, y luego más allá de su piel. Después, por un instante, todos los átomos afectados eran encajados en una borrosa semejanza a la pauta fotográfica. Cuando la aproximación de similitud alcanzaba una exactitud de veinte decimales, los dos objetos se hacían contiguos, y el mayor cruzaba la distancia hasta el menor como si no existiera ninguna distancia.
Gosseyn se similarizó a sí mismo a través de la verja y echó a correr hacia los árboles. Mientras corría sintió la presencia de energía magnética y vio un avión que descendía hacia él por encima de los árboles. Siguió corriendo, observándolo por el rabillo del ojo, esforzándose en analizar su fuente de energía. No tenía ningún propulsor, pero unas largas riostras metálicas sobresalían de sus robustas alas. Había otras riostras similares a lo largo de su fuselaje, y aquello confirmó lo que Gosseyn había supuesto: allí estaba la fuente de la energía magnética.
Sus armas serían proyectiles o un rayo desintegrador magnético.
La máquina se había deslizado lateralmente. Ahora, su morro se encaró hacia él. Gosseyn se similarizó a sí mismo al otro lado de la verja.
Un penacho de fuego coloreado brotó en el suelo, en el lugar donde había estado. La hierba humeó. Surgieron relámpagos de llama amarilla de la maleza, que se limitaron a mezclarse con el despliegue cromático rojo-verde-azul-anaranjado del propio desintegrador.
Cuando el avión rugió por encima de él, Gosseyn tomó una fotografía de su montaje de cola. Y una vez más a toda velocidad, corrió hacia los árboles situados a un centenar de metros de distancia.
No perdió de vista al avión, y lo vio girar y picar de nuevo hacia él. Esta vez, Gosseyn no corrió ningún riesgo. Se encontraba a unos treinta metros de la verja, que estaba peligrosamente próxima. Pero similarizó el montaje de cola del avión a la zona memorizada al lado de la verja.
Se produjo un estallido que hizo retemblar el suelo. El chirrido metálico del avión, cuya velocidad no había disminuido con el proceso de similarización, resultó ensordecedor mientras se precipitaba contra la verja, desgarrándola con fantásticos y lacerantes sonidos. Se estrelló a doscientos metros de distancia.
Gosseyn echó a correr. Alcanzó los árboles sin novedad, pero no le satisfacía ya limitarse a escapar. Si existía un ingenio atacante, podía haber otros. Rápidamente, memorizó una zona al lado de un árbol, se hizo a un lado y transportó a Leej a ella. A continuación se transportó a sí mismo a la zona contigua a la ventana de la celda, y corrió hacia la puerta más próxima que conducía al Refugio. Necesitaba armas que pudieran contrarrestar cualquier ingenio que el Discípulo hubiera preparado para impedirle huir, y se proponía conseguirlas.
Se encontró en un ancho pasillo, y lo primero que vio fue una larga hilera de luces magnéticas. Memorizó la más cercana, e inmediatamente se sintió mucho mejor. Poseía una pequeña pero potente arma que operaría sobre cualquier parte de Yalerta.
Continuó avanzando a lo largo del pasillo, aunque ahora sin correr. La dínamo y la pila estaban cerca de allí, pero no podía saber exactamente dónde. Captó la presencia de seres humanos a su alrededor, pero la corriente nerviosa no era tensa ni amenazadora. Llegó a una escalera que conducía a un sótano, y empezó a descender por ella sin vacilar. Al pie de la escalera había dos hombres conversando tranquilamente.
Le miraron con aire sorprendido. Y Gosseyn, que ya se había trazado un plan, dijo sin aliento:
—¿Por dónde se va a la planta de energía? Es urgente.
Uno de los hombres contestó, con visible excitación:
—Por…, por ahí. ¿Qué es lo que pasa?
Gosseyn corría ya en la dirección indicada. El otro gritó detrás de él:
—La quinta puerta a la derecha.
Cuando llegó a la quinta puerta, cruzó el umbral y se detuvo. No sabía lo que había esperado encontrar, pero no una pila atómica alimentando de energía a una dínamo eléctrica. La enorme dínamo giraba lentamente. Su gran rueda brillaba al girar. A ambos lados había paredes llenas de tableros de instrumentos. Media docena de hombres se movían de un lado para otro, y al principio no le vieron. Gosseyn avanzó audazmente hacia la salida de energía de la dínamo, y la memorizó. Calculó que era de unos cuarenta mil kilovatios.
Luego, sin vacilar, se dirigió hacia la pila. Había los habituales mecanismos para observar el interior, y un técnico estaba inclinado sobre un manómetro, comprobando la presión. Gosseyn se detuvo a su lado y atisbó a través de uno de los aparatos que permitían ver el interior de la pila.
Tuvo conciencia del hecho que el hombre se incorporaba. Pero el largo momento que el otro necesitó para comprender la naturaleza de la intrusión fue suficiente para Gosseyn. Mientras el técnico le tocaba en el hombro, demasiado asombrado para hablar o enfurecerse, Gosseyn retrocedió y, sin pronunciar una sola palabra, se dirigió hacia la puerta y salió al pasillo.
Al quedarse solo, se transportó al bosque. Leej estaba a unos tres metros de distancia, casi encarada con él.
Cuando Gosseyn apareció Leej se sobresaltó y murmuró algo ininteligible. Gosseyn esperó a que la expresión del rostro de la joven le indicara que se estaba recuperando. No tuvo que esperar mucho.
El cuerpo de Leej tembló, pero era un estremecimiento de excitación. Sus ojos estaban ligeramente vidriados, pero no tardaron en brillar de avidez. Agarró el brazo de Gosseyn con dedos temblorosos.
—Rápido —dijo—, por aquí. Mi remolque está a punto de llegar.
—¿Tu qué? —dijo Gosseyn.
Pero ella había echado a correr a través de la maleza y no pareció oírla.
Gosseyn corrió tras ella, con los ojos fruncidos, pensando:
«¿Ha estado engañándome? ¿Sabía desde el primer momento que iba a escapar ahora? Pero, en tal caso, ¿por qué no lo sabía también el Discípulo y me estaba esperando?».
No pudo evitar recordar que estaba atrapado en «la trampa más complicada ideada nunca para un individuo». Era algo en que pensar incluso si obtenía un éxito aparente en su huida.
Delante de él, la mujer penetró a través de una pantalla de altos arbustos, y luego Gosseyn no volvió a oírla. Siguiéndola, se encontró a orillas de un mar sin límites. Tuvo tiempo de recordar que éste era un planeta de vastos océanos interrumpidos a intervalos por islas, y luego una aeronave llegó flotando sobre los árboles a su izquierda. Tenía casi cincuenta metros de longitud, el morro achatado, y unos diez metros de altura en su parte más ancha. Se posó suavemente en el agua frente a ellos. Una larga plancha con pasamanos se deslizó hacia la orilla. Tocó la arena a los pies de la mujer.
Leej echó a correr a lo largo de la plancha. Gritó por encima de su hombro:
—¡Aprisa!
Gosseyn cruzó el umbral detrás de Leej. En cuanto estuvo dentro, la portezuela se cerró y la máquina empezó a remontarse. La rapidez con que ocurrió todo le recordó a Gosseyn una experiencia similar que había tenido en el Templo del Dios Durmiente en Gorgzid, mientras estaba en el cuerpo del Príncipe Ashargin.
Había una diferencia, vital y urgente. Como Ashargin, no se había sentido amenazado de un modo inmediato. Ahora sí.