Capítulo VI

NO-EXTRACTOS: Los niños, los adultos inmaduros y los animales se «identifican». Siempre que una persona reacciona a una situación nueva o cambiante como si fuera antigua o inmutable, se dice que tal persona se está identificando. Esa actitud vital es aristotélica.

Libre. Ése era el tremendo hecho. Libre de Ashargin. El mismo otra vez. Resultaba extraño cómo lo había sabido. Pareció brotar de los propios elementos de su ser. Sus experiencias de transporte con su cerebro adicional hizo que la transición tuviera algo de familiar. Casi tenía conciencia del movimiento. Incluso la oscuridad parecía incompleta, como si su cerebro no hubiera dejado de funcionar del todo.

Incluso mientras surgía de la oscuridad, captó la presencia de una potente dínamo eléctrica y de una pila atómica. Y simultáneamente, con intensa decepción, se dio cuenta que éstas no estaban lo bastante cerca como para que pudiera utilizarlas, o controlarlas, en cualquier caso.

Rápidamente, entonces, recobró la conciencia. Al volver la visión, comprobó que no estaba ni en los apartamentos venusianos de Janasen, ni en ningún lugar al cual Enro hubiese enviado a Ashargin.

Estaba tendido de espaldas sobre un duro camastro, mirando a un techo muy alto de hormigón. Sus ojos y su mente absorbieron la escena en una mirada continua. La habitación en la que se encontraba era pequeña. Una verja erizada de púas descendía desde el techo. Al otro lado de ella, sentada en un camastro y contemplándole, había una joven de aspecto distinguido. Los ojos de Gosseyn se hubieran detenido a mirarla, pero había otra verja metálica al otro lado de su celda. En ella, tumbado sobre un camastro, aparentemente dormido, había un hombre muy robusto cuyo único atuendo eran unos descoloridos shorts: el resto de su cuerpo estaba desnudo. Más allá del gigante había una pared de hormigón.

Mientras se incorporaba, más atento ahora, Gosseyn vio que aquél era el escenario. Tres celdas en una habitación de hormigón, tres ventanas, una en cada celda, al menos a cinco metros de distancia del suelo, y ninguna puerta. Su recapitulación se interrumpió de golpe. ¿Ninguna puerta? Su mirada se deslizó a lo largo de las paredes en busca de grietas en el cemento. No había ninguna.

Rápidamente, se acercó a los barrotes que separaban su celda de la de la mujer. Rápidamente, memorizó una parte del suelo de su propia celda, luego del de la de ella, y luego del de la celda del coloso dormido. Finalmente, trató de similarizarse a sí mismo de vuelta a uno de sus puntos de seguridad en Venus.

No ocurrió nada. Gosseyn aceptó las implicaciones. Entre puntos distantes existía un retraso temporal, y en este caso el período de veintiséis horas durante el cual una zona memorizada permanecía similarizable se había agotado. Venus debía encontrarse inmensamente lejos.

Estaba a punto de llevar a cabo una inspección más detallada de su prisión cuando una vez más tuvo conciencia de la presencia de la mujer. Y ahora su atención quedó prendida en ella. Su primera y fugaz impresión había sido de alguien cuyo aspecto era muy característico. Al observarla con más atención, vio que aquella impresión había sido correcta.

La mujer no era alta, pero en su porte se reflejaba un aire de inconsciente superioridad. Inconsciente; ésa era la sorprendente realidad. Lo que la mente consciente de un individuo pensaba sólo era importante en la medida en que reflejaba o ayudaba a anclar la estructura del sistema nervioso. La única comparación que se le ocurrió a Gosseyn fue Patricia Hardie, que tan sorprendentemente había resultado ser la hermana del poderoso Enro. Ella también tenía aquel orgullo en sus ojos, aquel convencimiento congénito y maquinal de superioridad…, diferente de los venusianos con adiestramiento no-A, cuya característica predominante de absoluta adecuación parecía formar parte de sus cuerpos y de sus rostros.

Al igual que Patricia, la desconocida era una grande dame. Su orgullo era de posición y rango, de modales…, y algo más. Gosseyn la miró con ojos entrecerrados. Su rostro revelaba que actuaba y pensaba talámicamente, pero lo mismo hacían Enro y Secoh, y habían hecho virtualmente todos los individuos en la historia antes del desarrollo no-A.

La gente emotiva podía confiar en sus talentos a lo largo de uno o dos canales, y alcanzar resultados tan buenos como cualquier venusiano no-A en un campo particular. No-A era un método para integrar el sistema nervioso humano. Sus mayores valores eran sociales y personales.

Lo importante en la valoración de aquella mujer era que, mientras él la estudiaba, el componente adicional de las vibraciones nerviosas que fluían de ella parecía asumir mayores proporciones a cada instante que transcurría.

Tenía los cabellos oscuros, con una cabeza que parecía ligeramente grande para su cuerpo, y le devolvió su mirada con una leve, intrigada, ansiosa pero altanera sonrisa.

—Comprendo —dijo la joven— por qué el Discípulo se interesa por usted. —Vaciló—. Tal vez usted y yo podríamos huir juntos.

—¿Huir? —inquirió Gosseyn, y la miró con nueva atención.

Le asombró el hecho que ella hablara inglés, pero la explicación podía esperar mientras obtenía información más vital.

La mujer suspiró, y luego se encogió de hombros.

—El Discípulo le teme a usted. En consecuencia, esta celda no puede ser tanto una prisión para usted como lo es para mí. ¿O acaso me equivoco?

Gosseyn no contestó a la pregunta, pero se sintió disgustado. El análisis de la joven no era correcto. Él estaba tan absolutamente prisionero como ella. Sin un punto exterior al cual pudiera similarizarse, sin una toma de corriente delante de sus ojos para memorizar, carecía de recursos.

Estudió a la mujer con un leve fruncimiento de cejas. En su calidad de prisionera era, teóricamente, una aliada. En su calidad de gran dama y, posiblemente, habitante de este planeta, podía ser muy valiosa para él. Lo malo es que era muy probable que ella fuera un agente del Discípulo. Y, sin embargo, Gosseyn estaba convencido que era necesaria una decisión rápida.

La mujer dijo:

—El Discípulo ha estado aquí tres veces preguntándose por qué no despertó usted a su llegada, hace más de dos días. ¿Tiene usted alguna idea?

Gosseyn sonrió. La idea respecto a que él pudiera facilitar alguna información le pareció de lo más ingenuo. No iba a decirle a nadie que había estado en el cuerpo de Ashargin, aunque seguramente el Discípulo, que lo había puesto allí…

Se interrumpió.

«Se sentía cada vez más tenso». —Pensó, desconcertado—: «Pero eso significaría»…

Sacudió la cabeza, incapaz de dominar su aturdimiento. Si el Discípulo había perdido el control sobre él, ello señalaría la existencia de otro ser de inmenso poder. Desde luego, no podía descartarse aquella posibilidad. No debía olvidar su teoría. En alguna parte fuera de aquí se hallaban los jugadores de esta trascendental partida, e incluso una reina como él calculaba que era podía ser movida u obligada a moverse, amenazada o incluso capturada y eliminada del tablero.

Entreabrió los labios para hablar, pero se contuvo. La menor de sus palabras sería anotada y analizada por una de las agudas y peligrosas mentes de la Galaxia. Reflexionó unos instantes, y luego volvió a su primera pregunta.

En voz alta, dijo:

—¿Huir?

La mujer suspiró de nuevo.

—Parece increíble —dijo—. Un hombre cuyos movimientos no pueden ser predichos. Hasta un punto determinado, tengo una imagen clara de lo que va usted a hacer, y luego, debido a que uno de esos actos carece de lógica, lo veo todo borroso.

Gosseyn dijo:

—¿Puede usted leer el futuro…, como el Discípulo? —Su atención se hizo más intensa. Se acercó a los barrotes que separaban sus dos celdas, y miró a la joven con visible fascinación—. ¿Cómo se lleva a cabo? ¿Quién es ese Discípulo que tiene el aspecto de una sombra?

La mujer se echó a reír. Era una risa ligeramente tolerante, pero había en ella un acento musical que resultaba agradable al oído. La risa terminó.

—Se encuentra usted en el Refugio del Discípulo desde luego —dijo, y frunció el ceño—. No le comprendo —se quejó—. Y sus preguntas… ¿Acaso trata de desorientarme? ¿Quién es el Discípulo? Bueno, todo el mundo sabe que el Discípulo es un Pronosticador corriente que descubrió la manera de insustancializarse.

Se produjo una interrupción. El gigante de la tercera celda se removió en su camastro y se incorporó. Miró fijamente a Gosseyn.

—Vuelve a tu camastro —dijo con voz de bajo—. Y no quiero verte hablando con Leej otra vez. ¡Andando!

Gosseyn no se movió. Se limitó a observar al otro con ojos llenos de curiosidad.

El desconocido se puso en pie y se acercó a los barrotes de su celda. Sobre el camastro había parecido un gigante. Ahora, por primera vez, Gosseyn comprobó lo enorme que era el hombre en realidad. Tenía dos metros veinte de estatura y era tan ancho como un gorila. Gosseyn calculó que su tórax medía casi dos metros.

Quedó desconcertado. Nunca había visto a un hombre tan enorme. El gigante exudaba una potencia física anormal. Por primera vez en su vida, Gosseyn se sintió en presencia de un individuo sin adiestrar cuya potencia muscular superaba visiblemente las posibilidades de un no-A normal.

—Será mejor que hagas lo que te he dicho —dijo el monstruo con voz amenazadora—. El Discípulo me ha dicho que ella es mía, y no pienso tener ningún competidor.

Gosseyn miró a la mujer con aire interrogador, pero ella se había tendido en su camastro y le daba la espalda. Se encaró de nuevo con el gigante.

—¿Qué planeta es éste? —preguntó en tono casual.

El tono correcto, al parecer, ya que el gigante perdió algo de su beligerancia.

—¿Planeta? —inquirió a su vez—. ¿Qué quieres decir?

Aquello era desconcertante. Gosseyn, cuya mente había saltado hacia adelante, ideando otras preguntas, retrocedió. ¿Era posible que estuviera en otro sistema planetario aislado similar al de Sol? La probabilidad le impresionó.

—¿Cómo se llama tu sol? —apremió—. Seguramente tienen un nombre para él. Tienen que haberle asignado un símbolo de reconocimiento en la nomenclatura galáctica.

El humor del otro se enfrió visiblemente. Sus ojos azules se nublaron de sospechas.

—¿Qué es lo que tratas de sonsacar? —preguntó bruscamente.

Gosseyn dijo secamente:

—No pretenderás ignorar que los planetas de otros soles están habitados por seres humanos…

El gigante pareció disgustado.

—Tu cerebro no funciona como es debido, ¿verdad? —dijo—. Mira —continuó—, me llamo Jurig. Vivo en Crest, y soy un ciudadano de Yalerta. Maté a un hombre golpeándole demasiado fuerte, y por eso estoy aquí, esperando a ser ejecutado…, pero no quiero seguir hablando contigo. Me molestas con tus tonterías.

Gosseyn vaciló. Las protestas de Jurig eran convincentes, pero él no estaba dispuesto a dejar de lado el asunto. Había un extremo que necesitaba una aclaración.

—Si eres tan inocente —dijo, en tono acusador—, ¿cómo es que puedes hablar el idioma inglés de un modo tan perfecto?

Adivinó la respuesta mientras pronunciaba la palabra «inglés». Jurig completó la idea.

—¿Qué idioma? —dijo. Empezó a reír—. Estás loco. —Pareció darse cuenta de las implicaciones de lo que estaba diciendo. Gruñó—: ¿Es posible que el Discípulo me haya encerrado aquí con un hombre loco?

Se dominó a sí mismo.

—Hombre —dijo—, quienquiera que seas…, el idioma que estamos hablando, lo mismo tú que yo, es el yalertano. Y puedo asegurarte que lo hablas como un nativo.

Durante unos minutos Gosseyn abandonó la conversación. Se dirigió a su camastro y se sentó. La corriente de sensaciones nerviosas que brotaba del gigante no era amistosa. Había astucia en ellas, y una especie de complacencia asesina.

La cuestión era: ¿por qué fingía el hombre? En materia de fuerza muscular, el yalertano era un fuera de serie. Si alguna vez llegaban a las manos, Gilbert Gosseyn tendría que utilizar su cerebro adicional para similarizarse a diversas partes de la prisión. Debería mantenerse alejado de aquellos brazos semejantes a los de un gorila, y pelear como un boxeador, no como un luchador.

Pero cualquier utilización de su cerebro adicional revelaría la naturaleza de su capacidad especial. Gosseyn se puso en pie y se acercó lentamente a la verja que separaba su celda de la de Leej. Reconoció que su situación era mala. La celda no tenía ninguna toma de corriente. Estaba atrapado en ella tan completamente como si fuera el más vulgar de los seres humanos.

Los barrotes de la verja eran delgados y tenían unos diez centímetros de separación. Daban la impresión que un hombre fuerte podría doblarlos.

Ningún hombre fuerte en sus cabales lo intentaría. El metal estaba erizado de púas. Millares de ellas. Retrocedió, derrotado, y luego se inclinó a examinar el acoplamiento de la verja con el suelo.

Allí había un travesaño que estaba libre de púas, aunque las púas de los barrotes horizontales caían encima de él, protegiéndolo de dedos exploradores. Gosseyn se incorporó, y volvió a la única esperanza que le quedaba, el camastro. Si podía colocarlo contra la pared, con el cabezal hacia arriba, llegaría a la ventana.

El camastro era de metal y sus patas estaban clavadas al suelo de hormigón. Tras varios minutos de inútiles esfuerzos, Gosseyn renunció.

«Una celda sin puerta», —pensó, y silencio. Su mente hizo una pausa—. «El silencio no era absoluto. Había sonidos, movimientos, crujidos, un leve rumor de voces. Esta prisión debía formar parte de un edificio mayor —¿cómo lo había llamado la mujer?—, el Refugio del Discípulo».

Estaba tratando de visualizar aquello cuando Jurig dijo detrás de él:

—Llevas unas ropas muy raras…

Gosseyn se volvió y miró al hombre. El tono de Jurig revelaba que no había establecido ninguna relación entre las ropas y lo que Gosseyn había dicho acerca de otros planetas.

Contempló su «raro» atuendo. Era un traje de plástico, ligero, con una cremallera oculta y, también oculta, una red de calefacción y refrigeración controlada por un termostato y embutida en el tejido artificial. Era un traje elegante y al mismo tiempo muy útil, especialmente para un hombre que podía encontrarse en un clima al que no estaba acostumbrado. Hiciera frío o calor, el traje conservaría una temperatura uniforme cerca de su piel.

La impresión de comprobar que había estado utilizando un idioma extranjero con tanta naturalidad, tan fácilmente que ni siquiera se había dado cuenta de ello, había llegado en el momento en que trató de encajar la palabra «inglés» en la lengua yalertana. Había sonado falsamente. A través de Thorson y de Crang se había enterado que la civilización galáctica había desarrollado máquinas idiomáticas mediante las cuales los soldados, diplomáticos y viajeros del espacio podían aprender los lenguajes de las gentes de lejanos planetas. Pero no había imaginado nada como esto.

Tenía que ser cosa de la tarjeta. Gosseyn se dejó caer en su camastro y cerró los ojos. Había quedado realmente atrapado en la habitación de Janasen.

«Imagino que me senté realmente sobre un Distorsionador» —pensó—. «En un instante fui transportado desde Venus. Mi cuerpo fue dirigido hacia este celda, y llegué en un momento predeterminado. Pero en pleno vuelo, otro jugador en esta inmensa partida, similarizó mi cerebro al cráneo de Ashargin en un lejano planeta. En el instante en que se rompió aquella conexión, desperté aquí, educado ya en el idioma local. Y, si el Discípulo esperaba realmente que despertara en el momento en que llegara mi cuerpo, tuvieron que enseñarme el idioma durante o inmediatamente después del instante en que miré la tarjeta».

Volvió de nuevo la vista hacia la mujer, pero ésta seguía dándole la espalda. Miró a Jurig especulativamente; aquí tenía que encontrar su fuente de información inmediata.

El gigante contestó a sus preguntas sin vacilar. El planeta estaba constituido por millares de grandes islas. Sólo las personas acostumbradas a viajar por el espacio, los Pronosticadores, podían moverse libremente sobre toda la superficie. El resto de la población estaba confinada, cada grupo individual a su propia isla. Había comercio entre ellas, y alguna emigración, pero siempre en una escala limitada como entre naciones. Había numerosas barreras comerciales y de inmigración, pero…

Gosseyn escuchaba con la atención de un hombre que estaba aferrándose rápidamente a una nueva idea. Trataba de imaginar a los venusianos no-A contra aquellos yalertanos. Intentó concebir una palabra comprensible que describiera a los Pronosticadores, pero ninguna parecía encajar. Ninguno de los dos sistemas se había dado cuenta aún del hecho que en la galaxia existían dos métodos completamente distintos de tratar con la realidad. Ninguno de los dos sistemas tenía aún conciencia del otro. Los dos habían desarrollado un aislamiento de la corriente principal de civilización galáctica. Los dos estaban ahora a punto de ser arrastrados por el torbellino de una guerra librada a una escala tan amplia que todos los sistemas planetarios podían quedar destruidos.

Finalmente, comentó:

—Esos Pronosticadores no parecen ser santo de tu devoción. ¿Por qué?

El gigante se había apartado de los barrotes de su celda y estaba apoyado contra la pared debajo de su ventana.

—¿Estás bromeando? —dijo. Frunció el ceño, enojado, y se acercó de nuevo a los barrotes—. Por hoy, ya me has hecho hablar bastante.

—No estoy bromeando. De veras que no lo sé.

—Son insoportables —dijo Jurig bruscamente—. Pueden predecir el futuro, y son despiadados.

—Ese último punto suena mal —admitió Gosseyn.

—¡Son todos malos! —estalló Jurig. Se interrumpió y tragó saliva—. Esclavizan a otras personas. Roban las ideas de la gente de la isla. Y debido a que pueden ver el futuro, ganan todas las batallas y reprimen todas las rebeliones. ¡Escucha! —se acercó más a los barrotes frente a él. Su tono había adquirido una extraña seriedad—. He observado que no te gustó que dijera que Leej me pertenece. No es que me importe lo que a ti te guste, ¿comprendes? Pero nunca sientas lástima hacia una de ellas. Yo he visto a esas mujeres desollar vivo a un ser inferior —su voz se hizo sarcástica, luego rabiosa— y quedarse tan tranquilas. Ahora, ésta se ha indispuesto con el Discípulo por un motivo personal y así, por primera vez en muchos siglos (nunca he oído hablar de otro caso), uno de los seres inferiores tiene la posibilidad de ajustarle las cuentas a una de ellas. ¿Voy a aprovecharla? Puedes apostar a que sí.

Por primera vez desde que se había vuelto de espaldas, la joven se removió en su camastro. Se incorporó de un salto y miró a Gosseyn.

—Jurig se ha olvidado de mencionar una cosa —dijo.

El gigante resopló y frunció el ceño con aire amenazador.

—Atrévete a decírselo —rugió—, y te romperé los dientes en el momento en que estemos juntos.

La mujer se estremeció visiblemente, y Gosseyn se dio cuenta que ella estaba muy asustada. Habló con voz temblorosa, pero en ella había también un tono de desafío.

—Se ha comprometido a matarte en cuanto quiten los barrotes —dijo.

El rostro de Jurig era todo un poema.

—De acuerdo, distinguida dama. Eso acaba contigo.

La mujer estaba pálida.

—Creo —dijo con voz entrecortada— que el Discípulo quiere comprobar hasta qué punto eres capaz de defenderte. —Le miró con aire suplicante—. ¿Qué opinas tú? ¿Puedes hacer algo?

Era una pregunta que Gosseyn se estaba formulando urgentemente a sí mismo.

Gosseyn se sintió impulsado a tranquilizar a la joven, pero se dominó. No tenía intención de permanecer cruzado de brazos mientras Jurig ponía en práctica sus sanguinarias amenazas, pero no debía olvidar ni un solo instante que en alguna parte más allá de aquellas grises paredes había un atento observador…, y que todos sus movimientos, palabras y actos serían cuidadosamente pesados y analizados.

—¿Puedes hacer algo? —repitió ella—. ¿O acaso el Discípulo está preocupado por ti sin motivo?

—Lo que me gustaría saber —contraatacó Gosseyn— es qué actitud has previsto que voy a adoptar.

La respuesta de la joven demostró, si hacía falta demostrarlo, que esto no era ningún argumento académico. Sin previo aviso, ella estalló en llanto.

—¡Oh, por favor! —sollozó—. No prolongues mi angustia. Las amenazas de ese hombre me están volviendo loca. —Sacudió la cabeza lacrimosamente—. No sé qué pasa. Cuando miro a tu futuro, todo se hace borroso. La única vez que me ocurrió fue con el Discípulo, y con él es natural. Estaba insustancializado, sencillamente.

Se interrumpió, se secó las lágrimas con el dorso de la mano y añadió ansiosamente:

—Sé que también tú estás en peligro. Pero si puedes hacer algo contra el Discípulo, tienes que ser capaz de hacerlo al descubierto.

Gosseyn sacudió la cabeza. La mujer le inspiraba lástima, pero su lógica era falsa.

—En la historia del planeta del que procedo, la sorpresa ha sido un factor primordial para determinar qué países y grupos dominarían la civilización.

Todas las lágrimas habían desaparecido ahora de los ojos de la joven, y su mirada volvía a ser firme.

—Si el Discípulo puede derrotarte al descubierto, puede hacer fracasar cualquier sorpresa que le prepares…

Gosseyn apenas escuchaba.

—Mira —dijo, muy serio—, voy a intentar ayudarte, pero el que lo consiga o no depende de cómo contestes a mis preguntas.

—¿Sí? —inquirió la joven, con los labios entreabiertos y los ojos casi desorbitados.

—¿Has captado alguna imagen de mis actos futuros?

—Lo que veo que estás haciendo no tiene sentido —dijo Leej—. No tiene sentido, sencillamente.

—Pero ¿qué es? —insistió Gosseyn, exasperado—. Tengo que saberlo.

—Si te lo dijera introduciría un factor nuevo y cambiaría el futuro.

—Pero tal vez debería ser cambiado.

—No. —La joven sacudió la cabeza—. Después que lo haces todo se torna borroso. Eso me infunde esperanza.

Gosseyn se controló con un esfuerzo. Después de todo, aquello ya era algo. Significaba que su cerebro adicional iba a ser utilizado. Al parecer, cuando aquello ocurriese, este sistema de predicción dejaría de funcionar.

De todos modos, aquella facultad era muy notable, y tenía que tratar de descubrir cómo era posible que una persona neurótica como esta mujer pudiera predecir automáticamente el futuro. Pero esto podía esperar.

—Mira —dijo Gosseyn—, ¿cuándo ocurre todo eso?

—Dentro de diez minutos —dijo Leej.

Gosseyn reflexionó unos instantes. Finalmente, dijo:

—¿Hay algún tipo de transporte entre Yalerta y los planetas de otras estrellas?

—Sí —dijo Leej—. Sin previo aviso, sin informarnos de nada, el Discípulo comunicó a todos los Pronosticadores que debían aceptar misiones en naves espaciales militares de algún ser que se llama a sí mismo Enro. E inmediatamente dispuso aquí de una nave con algún método para transportarnos.

Gosseyn encajó el golpe sin cambiar de expresión, pero en su interior se estremeció. Imaginó súbitamente a los vigías en todos los cruceros prediciendo las acciones futuras de las naves enemigas. ¿Cómo podían unos seres humanos normales luchar contra aquellas tripulaciones sobrehumanas? Por lo que Janasen había dicho sabía que el Discípulo estaba trabajando con Enro, pero se trataba de un solo individuo. Ahora había refuerzos en número…

Formuló la pregunta en tono incisivo:

—¿Cuántos…, cuántos Pronosticadores hay?

—Alrededor de cinco millones —dijo Leej.

Había imaginado una cifra superior, pero el hecho que fuese inferior no le aportó ningún alivio. Cinco millones eran suficientes para dominar la galaxia.

—Sin embargo —dijo Gosseyn, expresando su esperanza en voz alta—, no irían todos.

—Yo me negué —dijo Leej en tono inexpresivo—. No fui la única, desde luego, pero yo había hablado contra el Discípulo durante cinco años, de modo que fui elegida para servir de ejemplo a los que se negaran. La mayoría de los otros se están marchando —concluyó, con visible desaliento.

Gosseyn calculó que habían transcurrido cuatro de los diez minutos. Se secó su húmeda frente, y continuó:

—¿Qué me dices de las acusaciones que Jurig ha formulado contra los Pronosticadores?

Leej se encogió de hombros.

—Supongo que son ciertas. Recuerdo que una estúpida muchacha que estaba a mi servicio tuvo la osadía de replicarme y ordené que la azotaran. —Miró a Gosseyn con ojos llenos de candidez—. ¿Qué otra cosa se puede hacer con la gente que no sabe mantenerse en el lugar que le corresponde?

Gosseyn casi había olvidado al hombre, pero ahora se vio obligado a recordarle. En la otra celda, más allá de la mujer, el gigante rugió, enfurecido.

—¿Te das cuenta? —aulló—. ¿Comprendes ahora lo que te decía? —Paseó rabiosamente de un lado a otro de la celda—. Espera a que esas verjas se levanten, y yo te enseñaré lo que puede hacerse con la gente que no sabe mantenerse en su lugar. —Alzó la voz hasta convertirla en un grito frenético—: ¡Discípulo, si puedes oírme, permíteme entrar en acción! ¡Levanta estas verjas! ¡Levántalas!

Si el Discípulo le oyó, no atendió su petición. Las verjas no se movieron. Jurig se calmó y se retiró a su camastro. Se sentó en él, murmurando:

—¡Espera y verás! ¡Espera y verás!

Para Gosseyn, la espera había terminado. Jurig, en su estallido, le había dado la clave de la acción que debía llevar a cabo. Notó que estaba temblando, pero no le importó. Tenía su respuesta. Sabía lo que iba a hacer. El propio Discípulo proporcionaría la oportunidad en el momento de crisis.

No era de extrañar que Leej se hubiese negado a dar crédito a su imagen anticipada de su acción futura. Aparentemente, sería un movimiento insensato.

¡Crash! El sonido llegó mientras se dirigía de nuevo a su camastro. Un sonido metálico.

Las rejas se estaban levantando.