Capítulo V

NO-EXTRACTOS: Debido a que los niños —y los adultos de mentalidad infantil— son incapaces de refinada discriminación, numerosas experiencias impresionan sus sistemas nerviosos con tanta violencia que los psiquiatras han desarrollado un vocablo especial para el resultado: trauma. En años posteriores, esos traumas pueden influir en un individuo hasta el punto de provocar en él desequilibrios mentales —es decir, neurosis— o incluso la locura —psicosis—. La psicoterapia puede paliar el efecto de muchos traumas.

Tardó un momento en aceptar el cuadro. Estaba en un amplio cuarto de baño. A través de una puerta situada a su derecha, parcialmente abierta, pudo ver la mitad de un inmenso lecho en una alcoba en el rincón más lejano de un dormitorio de tamaño colosal. Había otras puertas en el cuarto de baño, pero estaban cerradas. Y, además, después de una breve ojeada, Gosseyn apartó su mente y su mirada del dormitorio para concentrarlas en la escena que se desarrollaba ante él.

El cuarto de baño estaba construido literalmente a base de espejos. Paredes, techo, suelo, sanitarios…, todo era espejos, tan perfectos que, dondequiera que mirase, veía imágenes de sí mismo haciéndose cada vez más pequeñas, pero siempre definidas y claras. De una de las paredes sobresalía una bañera. Hecha también de espejos. Voluptuosamente curvada, tenía una altura de casi un metro. El agua caía ruidosamente en ella de tres grandes grifos alrededor de un hombre enorme, desnudo, pelirrojo, que estaba siendo bañado por cuatro jovencitas. Al ver a Gosseyn, el hombre hizo una seña a las muchachas para que se apartaran.

Estaban muy atentas, aquellas jóvenes. Una de ellas cerró el agua. Las otras se hicieron a un lado. En medio de un completo silencio, el hombre apoyó la espalda en una de las paredes de la bañera con los labios fruncidos y los ojos semicerrados, estudiando al delgado Ashargin-Gosseyn. Los efectos de aquel examen sobre el sistema nervioso de Ashargin fueron terribles. Una docena de veces, con un gran esfuerzo de voluntad, Gosseyn hizo la pausa córtico-talámica no-A. Tuvo que hacerlo, no sólo para conservar el control, sino principalmente para evitar que el cuerpo de Ashargin perdiera el conocimiento. Así de desesperada era la situación.

—Lo que me gustaría saber —dijo Enro el Rojo lentamente— es lo que te ha hecho demorarte en el Centro de Control para mirar a través del ventanal. ¿Por qué el ventanal? —Parecía resuelto e intrigado. Sus ojos no reflejaban ninguna hostilidad, pero brillaban con la pregunta que había formulado—. Después de todo, ya habías visto la ciudad.

Gosseyn no pudo contestar. El interrogatorio directo amenazaba con convertir a Ashargin en una masa de gelatina. Gosseyn luchó por recuperar el control, mientras en el rostro de Enro aparecía una expresión de sardónica satisfacción. El dictador se puso en pie y salió de la bañera. Sonriendo levemente, robusto y musculoso, esperó a que las mujeres ciñeran una gigantesca toalla en torno a su chorreante cuerpo. Luego quitaron aquella toalla y secaron su cuerpo con otras toallas más pequeñas, vigorosamente manejadas. Finalmente, le presentaron una túnica del color de sus llameantes cabellos. Después de ponérsela, habló de nuevo, sin dejar de sonreír:

—Me gusta que me bañen las mujeres. Hay en ellas una suavidad que apacigua mi espíritu.

Gosseyn no dijo nada. La observación de Enro pretendía ser humorística, pero al igual que tantas personas que no se comprenden a sí mismas expresaba con ella una realidad. Toda la escena del baño sugería que Enro era un adulto que no se había desarrollado del todo. A los niños también les gusta el contacto de unas suaves manos femeninas. Pero la inmensa mayoría de los niños no crecen para asumir el control del mayor imperio de todos los tiempos y de todo el espacio. Y el hecho que Enro hubiera seguido bañándose, sabiendo lo que Gosseyn-Ashargin estaba haciendo en la habitación contigua, revelaba que por muy inmaduro que estuviera por una parte, otra parte de su constitución había alcanzado un estado comparativamente superior. Quedaba por ver hasta qué punto sería valiosa aquella cualidad en una emergencia.

Por un momento, allí de pie, había olvidado a Ashargin. Fue un lapsus peligroso. La observación directa de Enro acerca de las mujeres había sido algo excesivo para su inestable sistema nervioso. Su corazón apresuró sus latidos, sus rodillas entrechocaron y sus músculos desfallecieron. Se tambaleó y hubiera caído al suelo si el dictador no hubiese hecho una seña a las mujeres. Gosseyn vio el movimiento por el rabillo del ojo. Un segundo después, unas manos firmes le sujetaron.

Cuando Gosseyn pudo erguirse y ver de nuevo claramente, Enro estaba cruzando el umbral de una de las dos puertas de la pared izquierda para entrar en una habitación brillantemente iluminada por la luz del sol. Y tres de las mujeres salían del cuarto de baño por la puerta parcialmente abierta del dormitorio. Sólo la cuarta joven continuó sosteniendo su tembloroso cuerpo. Los músculos de Ashargin empezaron a contraerse ante la mirada femenina, pero Gosseyn hizo la pausa a tiempo. Y fue él quien se dio cuenta que la mirada de la joven no era desdeñosa, sino compasiva.

—De modo que eso es lo que han hecho contigo —murmuró ella. Tenía los ojos grises y unas facciones de belleza clásica. Enarcó las cejas, y luego se encogió de hombros—. Me llamo Nirene…, y será mejor que vayas allí, amigo mío.

Empezó a empujarle hacia la puerta abierta a través de la cual había desaparecido Enro, pero Gosseyn volvía a ejercer el control. Resistió la presión. El nombre de la joven le había impresionado.

—¿Hay alguna relación entre la joven Nirene y Nirene, la antigua capital? —inquirió.

La joven le miró, visiblemente intrigada.

—En un momento dado te desmayas —dijo—, e inmediatamente después haces preguntas inteligentes. Tu carácter es más complicado de lo que sugiere tu aspecto. Pero vamos, date prisa. Tienes que…

—¿Qué sugiere mi aspecto? —preguntó Gosseyn.

Los ojos grises y fríos le estudiaron.

—Tú lo has querido —dijo—. Derrotado, débil, afeminado, incapaz. —Se interrumpió, con un gesto de impaciencia—. Date prisa, he dicho. No voy a quedarme aquí ni un minuto más.

Dio media vuelta. Sin mirar atrás, se dirigió rápidamente hacia el dormitorio y cerró la puerta detrás de ella.

Gosseyn no se apresuró. Se sentía tenso cuando pensaba en su propio cuerpo. Pero empezaba a tener una idea de lo que debía hacer para que la situación no desembocara en un desastre total para él…, y para Ashargin.

Restricción. Reacciones no-A de demora. Instrucción a través de la acción, con sus numerosas desventajas. Estaba convencido que durante muchas horas todavía se encontraría sometido a la atenta vigilancia de Enro, el cual no dejaría de alarmarse ante cualquier manifestación de autocontrol en el hombre al que había tratado de destruir. Eso no podría ser evitado. Pero habría que persuadir al dictador respecto a que todo era completamente normal.

Y en el momento en que llegara a la habitación que le asignaran, procuraría «curar» a Ashargin con métodos no-A.

Avanzando lentamente, Gosseyn cruzó la puerta a través de la cual había desaparecido Enro. Se encontró en una estancia muy amplia en la que había una mesa puesta para tres personas debajo de un enorme ventanal. Calculó, tras una segunda mirada, que el ventanal tenía unos treinta metros de altura. Unos camareros se movían de un lado para otro, y había varios hombres de aspecto distinguido con importantes documentos en las manos. Enro estaba inclinado sobre la mesa. Mientras Gosseyn se detenía, el dictador levantó, una tras otra, las brillantes tapaderas de varios platos, y olfateó la humeante comida que había debajo. Finalmente se incorporó.

—¡Ah! —dijo—. Mantoll frito. Delicioso… —Se volvió hacia Ashargin-Gosseyn con una sonrisa—. Tú te sentarás ahí —señaló una de las tres sillas.

El saber que tendría que almorzar con Enro no sorprendió a Gosseyn. Encajaba con su análisis de las intenciones de Enro hacia Ashargin. Sin embargo, se dio cuenta muy a tiempo que el joven estaba empezando a reaccionar a su manera. Hizo la pausa córtico-talámica. Y vio que Enro le estaba mirando con aire pensativo.

—De modo que Nirene se está interesando por ti —dijo lentamente—. Ésa es una posibilidad que yo no había previsto. Sin embargo, la cosa es digna de ser considerada. Ah, aquí está Secoh.

El recién llegado pasó a unos centímetros de distancia de Gosseyn, de modo que su primera mirada al hombre fue lateral y por detrás. Tenía unos cuarenta años, los cabellos oscuros, y no era feo a pesar de lo anguloso de su rostro. Llevaba un traje azul de una sola pieza, muy ceñido, con una capa roja sobre los hombros. Cuando se inclinó ante Enro, Gosseyn le había catalogado ya como un hombre astuto, cauteloso y taimado. Enro estaba diciendo:

—No puedo permitir que Nirene hable con él.

Secoh se acercó a una de las sillas y se situó detrás de ella. Sus penetrantes ojos negros se volvieron hacia Enro con aire interrogador. El dictador explicó sucintamente lo que había pasado entre Ashargin y la joven.

Gosseyn escuchó aquel relato con asombro. Se hallaba ante una nueva manifestación de la misteriosa facultad de Enro de saber lo que estaba ocurriendo en lugares fuera del alcance de su vista y de su oído.

El fenómeno cambió la dirección de sus pensamientos. Parte del control sobre Ashargin se relajó. Por un instante, tuvo un cuadro de este amplio entorno de civilización galáctica, y de los hombres que lo dominaban.

Cada individuo tenía una calificación especial. Enro podía ver en las habitaciones contiguas. Era una facultad única, y sin embargo apenas justificaba lo elevado del poder que le había ayudado a alcanzar. A primera vista parecía demostrar que no necesitaba superar en mucho a sus camaradas para ganar ascendiente sobre ellos.

La posición especial de Secoh parecía derivar del hecho que éste era el jefe supremo religioso de Gorgzid, el planeta natal de Enro. La cualidad de Madrisol, de la Liga, era todavía una incógnita.

Finalmente, estaba el Discípulo, cuya ciencia incluía la exacta predicción del futuro, y un artilugio para hacerse insustancial que le proporcionaba tal control de las mentes de otras personas que había impuesto la de Gilbert Gosseyn sobre la de Ashargin. De los tres hombres, el Discípulo parecía ser el más peligroso. Pero eso estaba también por demostrar.

Enro hablaba de nuevo.

—Se me ocurre que podría convertir a Nirene en la amante de Ashargin —dijo, con aire ceñudo. Luego, su rostro se iluminó—. Por todos los dioses que lo haré. —Pareció súbitamente de buen humor, ya que se echó a reír—. Eso será algo digno de verse —dijo. Sonriendo, contó un chiste subido de color acerca de los problemas sexuales de ciertos neuróticos, y terminó en un tono más salvaje—: Yo curaré a esa mujer de los planes que pueda tener.

Secoh se encogió de hombros y dijo con voz sonora:

—Creo que subestimas las posibilidades. Pero no acarreará ningún perjuicio hacer lo que sugieres. —Hizo una seña imperiosa a uno de los ayudantes—. Toma nota del deseo de su excelencia —ordenó, en el tono del hombre acostumbrado a ordenar.

El hombre se inclinó servilmente.

—Ya lo he hecho, excelencia.

Enro se volvió hacia Gosseyn.

—Vamos —dijo—. Tengo hambre. —Su voz se hizo sardónicamente cortés—. ¿O acaso te gustaría que te ayudaran a sentarte?

Gosseyn había estado combatiendo las reacciones corporales de Ashargin al significado de la «orden» de Secoh. Combatiéndolas con éxito, en su opinión. Avanzaba hacia la silla cuando lo áspero del tono de Enro debió penetrar en la conciencia de Ashargin. O tal vez fue una mezcla de abrumadores acontecimientos. Fuera cual fuese la causa, lo que ocurrió fue demasiado rápido para evitarlo. Mientras Enro se sentaba, Ashargin-Gosseyn se desmayó.

Cuando recobró el conocimiento, Gosseyn se encontró sentado ante la mesa; dos camareros mantenían erguido su cuerpo. Inmediatamente, el cuerpo de Ashargin se estremeció, esperando una censura. Desconcertado, Gosseyn dominó el potencial colapso.

Miró a Enro, pero el dictador comía despreocupadamente. Tampoco el sacerdote le prestaba la menor atención. Los camareros soltaron sus brazos y empezaron a servirle. Todos los alimentos eran desconocidos para Gosseyn, pero a medida que eran levantadas las tapaderas de los platos notaba una reacción favorable o desfavorable en su interior. Por una vez, las compulsiones inconscientes del cuerpo de Ashargin tenían su utilidad. Al cabo de unos instantes estaba ingiriendo alimentos que eran familiares y satisfactorios para las papilas del gusto de Ashargin.

Empezó a sentirse impresionado por lo que había ocurrido. Resultaba difícil participar en una experiencia tan humillante sin sentirse íntimamente una parte del desastre. Y lo peor de todo era que no podía hacer nada de un modo inmediato. Estaba atrapado en este cuerpo, con su mente y su memoria superpuestas en el cerebro y el cuerpo de otro individuo, presumiblemente por medio de alguna variante de similarización Distorsionadora. Y, ¿qué le estaba sucediendo entretanto al cuerpo de Gilbert Gosseyn?

Semejante posesión de otro cuerpo no podía ser permanente…, y, además, no debía olvidar en ningún momento que el sistema de inmortalidad que le había permitido sobrevivir a una muerte volvería a protegerle. En consecuencia, éste era un incidente sumamente importante. Debía saborearlo, tratar de comprenderlo, darse perfecta cuenta de todo lo que ocurriese.

«Bueno» —pensó, maravillado—: «aquí estoy, en el cuartel general de Enro el Rojo, soberano del Supremo Imperio. Almorzando en la misma mesa con él».

Dejó de comer, y contempló al gigantesco hombre con brusca fascinación. Enro, al que conocía vagamente a través de lo que habían dicho Thorson, Crang y Patricia Hardie. Enro, que había ordenado la destrucción de no-A porque sería el método más simple de iniciar una guerra galáctica. Enro, dictador, caudillo, césar, usurpador, tirano absoluto, que debía parte de su ascendiente a su facultad de oír y ver lo que estaba ocurriendo en las habitaciones contiguas. Un hombre más bien atractivo, a su manera. Su rostro era duro, pero ligeramente pecoso, lo cual le daba cierto aire juvenil. Sus ojos eran claros y osados, de color azul. Sus ojos y su boca parecían familiares, pero debía tratarse de una impresión ilusoria. Enro el Rojo, a quien Gilbert Gosseyn ya había ayudado a derrotar en el Sistema Solar, y que ahora había iniciado una más amplia campaña galáctica. A falta de una ocasión para asesinar al hombre, sería una hazaña fantástica descubrir aquí, en el corazón y el cerebro del Supremo Imperio, un método para derrotarle.

Enro apartó su silla de la mesa. Fue como una señal. Secoh dejó inmediatamente de comer, a pesar que su plato no estaba aún vacío. Gosseyn soltó su tenedor y su cuchillo, y supuso que el almuerzo había terminado. Los camareros empezaron a levantar la mesa.

Enro se puso en pie y dijo, en tono animado:

—¿Alguna noticia de Venus?

Secoh y Gosseyn se levantaron también, Gosseyn con cierta rigidez. La impresión de oír la familiar palabra a aquella remota distancia del Sistema Solar fue personal, y en consecuencia controlada. El inestable sistema nervioso de Ashargin no reaccionó al nombre de Venus.

El delgado rostro del sacerdote permaneció tranquilo.

—Tenemos unos cuantos detalles más. Nada importante.

Enro suspiró.

—Tendríamos que emprender alguna acción con respecto a ese planeta —dijo lentamente—. Si pudiera estar seguro que Reesha no se encuentra allí…

—Aquello fue tan sólo un rumor sin confirmar, excelencia.

Enro giró sobre sí mismo, con expresión ceñuda.

—La simple posibilidad —dijo— es suficiente para retener mi mano.

El sacerdote permaneció impasible.

—Sería una desgracia —dijo fríamente— que las potencias de la Liga descubrieran tu debilidad y extendieran el rumor respecto a que Reesha se encuentra en alguno de los millares de planetas de la Liga.

El dictador tensó su cuerpo y vaciló unos instantes. Luego se echó a reír. Se acercó al sacerdote y rodeó sus hombros con su brazo.

—El bueno y viejo Secoh —dijo sarcásticamente.

El señor del Templo se estremeció ante el contacto, pero lo soportó unos instantes con una expresión de disgusto en el rostro. Enro enarcó las cejas.

—¿Qué pasa? —inquirió.

Secoh se desprendió del pesado brazo, con suavidad no exenta de firmeza.

—¿Tienes alguna otra instrucción para mí?

El dictador se echó a reír una vez más, y luego su rostro adquirió rápidamente una expresión pensativa.

—Lo que le ocurre a aquel sistema no tiene importancia. Pero me siento irritado cada vez que recuerdo que a Thorson le mataron allí. Y me gustaría saber cómo fuimos derrotados. Algo falló.

—Se ha nombrado un Comité de Investigación —dijo Secoh.

—Bien. Ahora, ¿qué hay acerca de la batalla?

—Difícil, pero progresivamente decisiva. ¿Quieres revisar las cifras de las bajas?

—Sí.

Uno de los secretarios presentes entregó un papel a Secoh, el cual se lo tendió silenciosamente a Enro. Gosseyn observó el rostro del dictador. Las potencialidades de esta situación se estaban haciendo más amplias a cada instante. Éste debía ser el combate al que Crang y Patricia Hardie habían aludido: novecientos mil cruceros…, librando la titánica batalla del Sexto Decant.

«¿Decant?». —Pensó excitadamente—: «La galaxia tiene la forma de una rueda gigantesca… Obviamente, la habían dividido en “decants”. Tenían que existir otros métodos para localizar la latitud y la longitud de planetas y estrellas, desde luego, pero…».

Enro estaba devolviendo el papel a su consejero. En su rostro y en sus ojos había una expresión huraña.

—Me siento indeciso —dijo lentamente—. Es un sentimiento personal, una sensación indicando que mi energía vital no ha llegado a su plenitud.

—Tienes más de una veintena de hijos —arguyó Secoh.

Enro ignoró aquello.

—Secoh —dijo—, hace cuatro años siderales que mi hermana, destinada por la antigua costumbre de Gorgzid a ser mi única esposa legal, se marchó a…, ¿dónde?

—No hay ningún rastro —dijo el sacerdote fríamente.

Enro le miró con aire sombrío y dijo lentamente:

—Amigo mío, tú siempre estuviste de su parte. Si creyera que me estás ocultando alguna información… —Se interrumpió, y algo debió ver en los ojos del otro, ya que se apresuró a añadir, con una leve sonrisa—: De acuerdo, de acuerdo, no te enfades. Estoy equivocado. Sería imposible que un hombre de tu condición hiciera una cosa así. Aunque solamente fuera por respeto a tus votos.

Parecía estar discutiendo consigo mismo. Tras una breve pausa, continuó:

—Tendré que procurar que de los hijos de mi hermana y míos, todavía por nacer, las niñas no sean educadas en planetas en los que se escarnece el principio dinástico de matrimonios entre hermanos.

Secoh no dijo nada. Enro le miró duramente. No parecía darse cuenta que había otras personas escuchando la conversación. Bruscamente, cambió de tema.

—Todavía puedo interrumpir la guerra —dijo—. Los miembros de la Liga Galáctica están ahora reuniendo fuerzas de flaqueza, pero se apresurarían a bendecirme si me mostrara dispuesto a interrumpir la batalla del Sexto Decant.

El sacerdote estaba tranquilo, sereno, impasible.

—El principio del orden universal —dijo— y de un Estado universal trasciende de las emociones del individuo. No puedes eludir ninguna de las crueles necesidades. —Su voz era dura como la roca—. Ninguna —concluyó.

Enro no se enfrentó con aquellos pálidos ojos.

—Estoy indeciso —repitió—. Me siento incompleto. Si mi hermana estuviera aquí, cumpliendo con su deber…

Gosseyn apenas escuchaba. Estaba sumido en lúgubres pensamientos. De modo que eso era lo que se estaban diciendo a sí mismos: un Estado Universal, controlado centralmente y mantenido en pie por medio de la fuerza militar…

Era un antiguo sueño del hombre, y muchas veces el destino había determinado una ilusión temporal de éxito. En la Tierra habían existido varios imperios que habían alcanzado el control virtual de todas las regiones civilizadas de su época. Durante unas cuantas generaciones, los vastos dominios conservaban sus lazos artificiales. Artificiales, porque el veredicto de la historia siempre parecía reducirse a unas cuantas frases desprovistas de significado: «El nuevo gobernante carecía de las dotes de gobierno de su padre…». «Insurrecciones de las masas…». «Los estados conquistados, esclavizados durante largo tiempo, se sublevaron con éxito contra el debilitado imperio…». Y siempre se explicaban los motivos por los que un imperio particular se había debilitado.

Los detalles no importaban. No había nada básicamente erróneo en la idea de un Estado Universal, pero los hombres que pensaban talámicamente no crearían nunca algo más que la apariencia exterior de un estado semejante. En la Tierra, no-A había triunfado cuando aproximadamente el cinco por ciento de la población estuvo adiestrada en sus principios. En la galaxia sería suficiente el tres por ciento. Entonces, y sólo entonces, el Estado Universal sería una idea factible.

En consecuencia, esta guerra era un fraude. No tenía ningún significado. Si triunfaba, el Estado Universal resultante duraría posiblemente una generación, tal vez dos. Y luego, los impulsos emocionales de otros hombres desequilibrados les inducirían a la conjura y a la rebelión. Entretanto, miles de millones morirían para que un neurótico pudiera ofrecerse el placer de obligar a unas cuantas damas de noble cuna a bañarle cada mañana.

El hombre era un desequilibrado, pero la guerra que había iniciado era demencial. Había que impedir su desarrollo…

Se produjo una conmoción en una de las puertas, y Gosseyn dejó de pensar. Resonó una enfurecida voz de mujer:

—¡Desde luego que puedo entrar! ¿Te atreves a prohibirme que vea a mi propio hermano?

La voz, a pesar de su furor, tenía un acento familiar. Gosseyn giró sobre sí mismo y vio que Enro estaba corriendo hacia la puerta situada frente al gran ventanal, al otro extremo de la habitación.

—¡Reesha! —gritó, y había júbilo en su voz.

A través de los acuosos ojos de Ashargin, Gosseyn contempló la reunión. Había un hombre delgado con la muchacha, y mientras avanzaban, con la muchacha en brazos de Enro que la apretaba contra su pecho, aquel hombre delgado atrajo la fascinada atención de Gosseyn.

Ya que era Eldred Crang. ¿Crang? Entonces, la muchacha tenía que ser…, tenía que ser… Se volvió a mirarla, mientras Patricia Hardie decía en tono impaciente:

—Suéltame, Enro. Quiero que conozcas a mi marido.

El cuerpo del dictador se envaró. Lentamente, dejó a la muchacha en el suelo y, lentamente, se volvió a mirar a Crang. Sus ojos hostiles se enfrentaron con los amarillentos ojos del detective no-A. Crang sonrió, como si no se diera cuenta de la inmensa hostilidad del otro. En aquella sonrisa y en sus maneras había algo de su fuerte personalidad. La expresión de Enro cambió ligeramente. Por un instante pareció intrigado, casi desconcertado; luego entreabrió los labios como si se dispusiera a hablar, pero en aquel preciso momento, por el rabillo del ojo, vio a Ashargin.

—¡Oh! —dijo. Su actitud cambió radicalmente. Recobró el dominio de sí mismo. Llamó a Gosseyn con un brusco gesto—. Ven, amigo mío. Quiero que actúes como mi oficial de enlace con el Gran Almirante Paleol. Dile al almirante…

Echó a andar hacia una puerta cercana. Gosseyn le siguió, y de pronto se encontró en lo que anteriormente había identificado como la sala de control militar de Enro. El dictador se detuvo delante de una de las jaulas del Distorsionador. Se encaró con Gosseyn.

—Dile al almirante —repitió— que eres mi representante personal. Aquí está tu credencial. —Le entregó una placa delgada y brillante—. Ahora —dijo—, entra aquí —señaló la jaula.

Un ayudante estaba abriendo la puerta de lo que Gosseyn había reconocido ya como un transportador del Distorsionador. Gosseyn avanzó sin prisa. No deseaba abandonar la corte de Enro precisamente ahora. No se había enterado aún de lo suficiente. Le parecía importante quedarse y enterarse de algo más. Se detuvo ante la puerta de la jaula.

—¿Qué tengo que decirle al almirante?

La leve sonrisa del otro se había ensanchado.

—Sólo quién eres —dijo Enro suavemente—. Preséntate a ti mismo. Traba conocimiento con los oficiales del estado mayor.

—Comprendo —dijo Gosseyn.

Había comprendido. El heredero Ashargin iba a ser exhibido a los militares. Enro debía esperar alguna oposición por parte de los oficiales de alta graduación, y quería que vieran al Príncipe Ashargin…, y se dieran cuenta de lo infundado de sus esperanzas de organizar una resistencia en torno a la única persona con cierta categoría legal o popular. Vaciló una vez más.

—¿Me llevará este transporte directamente hasta el almirante?

—Tiene una sola dirección de control en ambos sentidos. Te llevará allí, y volverá a traerte aquí. Buena suerte.

Gosseyn entró en la jaula sin decir nada más. La puerta se cerró de golpe tras él. Se sentó en la silla de control, vaciló unos instantes —después de todo, no se esperaba que Ashargin actuara con rapidez—, y luego empujó la palanca.

Inmediatamente, se dio cuenta que estaba libre.