NO-EXTRACTOS: Para estar cuerdo y adaptado como ser humano, un individuo tiene que darse cuenta que no puede llegar a poseer todos los conocimientos susceptibles de ser adquiridos. No basta con comprender intelectualmente esta limitación; la comprensión debe ser un proceso ordenado y condicionado, «inconsciente» al mismo tiempo que «consciente». Tal condición es esencial para la equilibrada adquisición de conocimientos sobre la naturaleza de la materia y de la vida.
La hora parecía tardía, y Janasen no se había recobrado aún de la sorpresa de haber sido arrancado de las oficinas del Instituto de Emigración. No había sospechado la presencia de una máquina de transportación en su propia oficina. El Discípulo debía tener otros agentes en este sistema planetario. Miró cautelosamente a su alrededor. Se encontraba en una zona de parque débilmente iluminada. Un salto de agua caía desde alguna altura invisible más allá de un bosquecillo. El agua pulverizada brillaba a la vaga claridad.
El Discípulo apareció parcialmente silueteado contra la cascada, pero su cuerpo sin forma emergió con la mayor oscuridad a cada lado. El silencio se prolongó, y Janasen empezó a impacientarse, pero no quería ser el primero en hablar. Finalmente, el Discípulo se removió y se arrastró varios pasos más cerca.
—Tenía dificultades en ajustarme a mí mismo —dijo—. Esos intrincados problemas de energía siempre me han fastidiado, dado que no poseo una mente diseñada para la mecánica.
Janasen continuó callado. No había esperado una explicación, y no se sentía cualificado para interpretar la que había recibido. Esperó.
—Tenemos que correr el riesgo —dijo el Discípulo—. He seguido mi curso actual porque deseo aislar a Gosseyn de aquéllos que podrían ayudarle y, en caso necesario, destruirle. El plan que he convenido en desarrollar en apoyo de Enro el Rojo no puede ser interferido por una persona de potencialidades desconocidas.
En la oscuridad, Janasen se encogió de hombros. Luego, por un instante, se maravilló de su propia indiferencia. Por un instante pasó por su mente la idea que había algo supra-normal en un hombre como él. La idea se desvaneció. No importaba el riesgo que asumiera, ni cuáles pudieran ser las potencialidades desconocidas de sus adversarios. No le importaba.
«Soy una herramienta» —se dijo a sí mismo con orgullo—. «Sirvo a un amo-sombra».
Rio salvajemente. Ya que estaba intoxicado con su propio ego, y las cosas que hacía y sentía y pensaba. Se había llamado a sí mismo Janasen porque era lo más parecido posible a su verdadero nombre. David Janasen.
El Discípulo volvió a hablar.
—Hay unos extraños vacíos —dijo— en el futuro de ese Gosseyn, pero surgen cuadros a través de ellos…, aunque ningún Pronosticador puede verlos claramente. Sin embargo, estoy seguro que le buscará a usted. No trate de eludirle. Él descubrirá que su nombre figuraba en la lista de pasajeros de la Presidente Hardie. Se extrañará de no haberle visto, pero al menos ello le indicará que ahora se encuentra usted en Venus. En este momento estamos en un parque de Nuevo Chicago…
—¡Huh!
Janasen miró a su alrededor, asombrado. Pero allí sólo había árboles y arbustos semejantes a sombras, y el susurro de la cascada. Aquí y allá unas débiles luces proyectaban su claridad en la oscuridad, pero no había ninguna señal de una ciudad.
—Esas ciudades venusianas —dijo el Discípulo— no tienen paralelo en otra parte de la galaxia. Están dispuestas de un modo distinto, planeadas de un modo distinto. Todo es gratuito: alimento, transporte, vivienda…, todo.
—Bueno, eso simplifica las cosas.
—No del todo. Los venusianos han llegado a conocer la existencia de seres humanos en los planetas de otras estrellas. Habiendo sido invadidos una vez, son propensos a adoptar precauciones. Sin embargo, dispondrá usted de una semana, aproximadamente, y durante ese tiempo Gosseyn deberá descubrirle.
—¿Y cuando lo haga? —se interesó Janasen.
—Tendrá que llevarle a su apartamento y darle esto.
El objeto brotó resplandeciente de la oscuridad y cayó como una parpadeante llama blanca. Quedó sobre la hierba brillando como un espejo a la luz del sol.
—De día no parece tan brillante —dijo el Discípulo—. No olvide que debe entregárselo en su habitación. ¿Alguna pregunta?
Janasen se inclinó a recoger el brillante objeto. Parecía ser una tarjeta de plástico, lisa y cristalina al tacto. Había algo impreso en ella, aunque el tipo de letra era demasiado pequeño para que Janasen pudiera leerlo.
—¿Qué se supone que hará con esto?
—Leer el mensaje.
Janasen enarcó las cejas.
—¿Y qué ocurrirá?
—No es necesario que lo sepa. Limítese a cumplir mis instrucciones.
Janasen reflexionó unos instantes y luego frunció el ceño.
—Hace unos instantes ha dicho usted que teníamos que correr un riesgo. Al parecer, el único que tiene que correr riesgos soy yo.
—Amigo mío —dijo el Discípulo en tono acerado—, le aseguro que se equivoca. Pero no discutamos. ¿Alguna otra pregunta?
En realidad, se dijo Janasen a sí mismo, nunca se había preocupado lo más mínimo.
—No —respondió.
Se produjo un silencio. Luego, el Discípulo empezó a desaparecer. Janasen no hubiera podido decir en qué momento se completó la desaparición. Pero de pronto supo que estaba solo.
Gosseyn inclinó la mirada hacia la «tarjeta», luego volvió a alzarla hacia Janasen. La tranquilidad del hombre le interesó, porque proporcionaba una clave del carácter del otro. Janasen era un partidario de la teoría que sostiene que sólo puede conocerse el yo, el cual es lo único existente para cada individuo, y en consecuencia la realidad es subjetiva; y había encontrado un equilibrio con su neurosis desarrollando una actitud de valoración compensatoria, que dependía del hecho que otros hombres más fuertes tolerasen su insolencia.
El escenario de su encuentro era típicamente venusiano. Se hallaban en una habitación que se abría a un patio lleno de floridos arbustos. Era una habitación con todas las comodidades, incluidas la entrega automática de alimentos y los elementos automáticos para prepararlos, lo cual dispensaba de la necesidad de tener una cocina.
Gosseyn estudió al hombre de mejillas hundidas con una mirada hostil. La tarea de encontrar a Janasen no había sido demasiado complicada. Unos cuantos mensajes interplanetarios —que esta vez no habían sido objeto de ninguna obstrucción—, un rápido repaso de robo registros de hoteles, y aquí estaba el resultado final.
Janasen fue el primero en hablar.
—El sistema de este planeta me interesa. No puedo acostumbrarme a la idea que los alimentos sean gratuitos.
Gosseyn dijo secamente:
—Será mejor que empiece a hablar. Lo que haga con usted dependerá por entero de la cantidad de información que me proporcione.
Los ojos claros, azules, sin temor, le contemplaron pensativamente.
—Le diré todo lo que sé —dijo finalmente Janasen, Encogiéndose de hombros—, pero no a causa de sus amenazas; ocurre simplemente que no me molesto en guardar secretos acerca de mí mismo ni de los demás.
Gosseyn estaba preparado para creer eso. El agente del Discípulo estaría de suerte si sobrevivía otros cinco años, pero durante ese tiempo conservaría el respeto a sí mismo. Sin embargo, no hizo ningún comentario, y súbitamente Janasen empezó a hablar. Describió sus relaciones con el Discípulo. Parecía completamente sincero. Había pertenecido al servicio secreto del Supremo Imperio, y algo en él debió llamar la atención a la sombra-forma. Relató palabra por palabra sus conversaciones con el Discípulo acerca de Gosseyn. Al final se interrumpió, y volvió a su anterior afirmación.
—La galaxia —dijo— hierve de ideas anarquistas, pero nunca he oído decir que dieran resultado. He estado tratando de imaginar cómo funciona ese no-artist…, to…, to…
—Llámelo no-A —dijo Gosseyn.
—… cómo funciona ese no-A, pero al parecer depende del hecho que la gente sea sensible, y eso me niego a creerlo.
Gosseyn no dijo nada más. Ya que lo que se discutía era la propia cordura, algo que no podía ser explicado con simples palabras. Si Janasen estaba interesado, podía acudir a las escuelas elementales. El otro debió darse cuenta de su estado de ánimo, ya que volvió a encogerse de hombros.
—¿No ha leído aún la tarjeta? —inquirió.
Gosseyn no contestó inmediatamente. La tarjeta era algo químicamente activo, aunque no pernicioso. Tenía la impresión que se trataba de un material absorbente. No obstante, era un objeto raro, obviamente algún desarrollo de la ciencia galáctica, y no tenía intención de actuar de un modo precipitado.
—Ese Discípulo —dijo por fin— predijo realmente que yo entraría en aquel ascensor alrededor de las 9:28 de la mañana.
Resultaba difícil de creer. Debido a que el Discípulo no pertenecía a la Tierra, ni al Sistema Solar. En alguna parte en las lejanas extensiones de la galaxia, aquel ser había vuelto su atención hacia Gilbert Gosseyn. Y le había imaginado haciendo una cosa particular en un momento particular. Eso era lo que implicaba el relato de Janasen.
Lo complicado de la profecía involucrada resultaba desconcertante. Y hacía valiosa la «tarjeta». Desde el lugar en el que estaba sentado podía ver que había algo impreso en ella, pero las palabras eran ilegibles. Se inclinó más cerca. Los tipos seguían siendo demasiado pequeños.
Janasen empujó una lupa hacia él.
—Yo tuve que utilizar esto para leerlo —dijo.
Gosseyn vaciló, pero súbitamente tomó la tarjeta y la examinó. Trató de pensar en ella como en un interruptor que podía activar un mecanismo mayor. Pero ¿qué?
Miró a su alrededor. En el momento de entrar en la habitación había memorizado los enchufes eléctricos más próximos y localizado cinco líneas de cables. Algunas discurrían hasta la mesa ante la cual estaba sentado, y suministraban energía a la compacta máquina electrónica de cocinar.
Finalmente, Gosseyn alzó la mirada.
—Usted y yo vamos a permanecer juntos una temporada, señor Janasen. Tengo la impresión que usted va a ser sacado de Venus por una nave o por un distorsionador de transporte. Me propongo ir con usted.
La mirada de Janasen reflejó cierta extrañeza.
—¿No cree que eso podría ser peligroso?
—Sí —dijo Gosseyn con una sonrisa—. Sí, podría serlo.
Se produjo un silencio.
Gosseyn sintonizó la tarjeta con una de sus zonas memorizadas y, simultáneamente, estableció la acción a desencadenar por un simple miedo-duda. Si la emoción del miedo y la duda penetraban en su mente, la tarjeta sería similarizada instantáneamente fuera de la habitación.
La precaución no era del todo adecuada, pero le pareció que debía correr el riesgo.
Enfocó la lupa sobre la tarjeta, y leyó:
Gosseyn:
Un Distorsionador posee una cualidad fascinante. Es alimentado eléctricamente, pero no revela ninguna característica anormal ni siquiera cuando está funcionando. Uno de esos instrumentos se encuentra en la mesa ante la cual está usted sentado. Si ha leído el contenido de esta tarjeta hasta aquí, está atrapado en la trampa más complicada que nunca fue ideada para un individuo.
Si llegó la emoción del miedo, no lo recordó ni entonces ni más tarde. Ya que todo se hizo noche.