Capítulo II

NO-EXTRACTOS: La Semántica General capacita al individuo para realizar las siguientes adaptaciones a la vida: (1). Puede anticipar lógicamente el futuro. (2). Puede realizarse de acuerdo con sus capacidades. (3). Su conducta es adecuada a su entorno.

Gosseyn llegó al punto de despegue en la montaña unos minutos antes de las once. A aquella altitud el aire era vigorosamente frío, y el efecto resultaba estimulante. Se detuvo unos instantes cerca de la alta valla más allá de la cual se encontraba la nave espacial sobre su alvéolo.

«El primer paso», —pensó—, «era pasar a través de la valla».

Aquello era básicamente fácil. En la zona había numerosas personas, y una más, una vez estuviera dentro, apenas sería notada. El problema estribaba en entrar sin que nadie le viera materializarse.

No experimentaba ningún remordimiento, ahora que había tomado una decisión. El leve retraso provocado por el accidente —había escapado del ascensor mediante el simple proceso de similarizarse a sí mismo regresando a su habitación del hotel— le había aportado una aguda conciencia del poco tiempo que le quedaba. Tenía un cuadro de sí mismo tratando de obtener un certificado de admisión del Instituto de Emigración en aquel día final. La visualización era lo único que necesitaba. Ya no quedaba tiempo para la legalidad.

Escogió un lugar al otro lado de la valla detrás de un montón de cajas, lo memorizó, se situó detrás de un camión…, y un momento después surgía de detrás del montón de cajas y se encaminaba hacia la nave. Nadie intentó detenerle. Nadie le dedicó más de una ojeada casual. El hecho que estuviera en la parte de dentro de la valla era una credencial suficiente, al parecer.

Subió a bordo y pasó sus primeros diez minutos memorizando una docena de zonas del suelo con su cerebro adicional…, y eso fue todo. Durante el despegue, permaneció cómodamente tumbado en la cama de uno de los camarotes más elegantes de la nave. Alrededor de una hora más tarde oyó girar una llave en la cerradura. Gosseyn sintonizó rápidamente una zona memorizada y fue transportado rápidamente hasta ella.

Había escogido hábilmente sus posiciones de materialización. Los tres hombres que le vieron salir de detrás de una pesada sobrequilla creyeron obviamente que llevaba allí varios minutos, ya que apenas le miraron. Se trasladó sin dificultad hasta la parte posterior de la nave, y se detuvo delante de la gran lucerna de plexiglás encarada hacia la Tierra.

El planeta era inmenso debajo de él. Era un mundo enorme que todavía mostraba color. Mientras lo contemplaba, adquirió lentamente un tono gris oscuro y pareció más redondo a cada instante. Luego empezó a contraerse, y por primera vez Gosseyn lo vio como una bola nebulosa flotando en el negro espacio.

Tenía un aspecto algo irreal.

Gosseyn pasó aquella primera noche en uno de los numerosos camarotes desocupados. El sueño llegó lentamente, ya que sus pensamientos le mantenían insomne. Habían transcurrido dos semanas desde la muerte del poderoso Thorson, y no había sabido absolutamente nada de Eldred Crang ni de Patricia Hardie. Todas sus tentativas para establecer contacto con ellos a través del Instituto de Emigración habían tropezado con la invariable respuesta: «Nuestra oficina venusiana nos informa de la imposibilidad de entregar su mensaje». Un par de veces creyó que Janasen, el funcionario del Instituto, revelaba una satisfacción personal al darle la mala noticia, pero aquello apenas parecía posible.

En opinión de Gosseyn, no era posible dudar del hecho que Crang había asumido el control del ejército galáctico el mismo día que Thorson murió. Los periódicos habían prodigado las noticias acerca de la retirada de los invasores de las ciudades del Venus no-Aristotélico. Había confusión respecto a los motivos de la retirada en masa, y los editores no parecían conocer con exactitud lo que estaba ocurriendo. Únicamente para él, que sabía lo que había precedido a la enorme derrota, resultaba comprensible la situación. Crang había asumido el control. Crang estaba enviando a los soldados galácticos fuera del Sistema Solar con toda la rapidez con que podían transportarles sus naves de dos millas de longitud alimentadas por similaridad…, antes que Enro el Rojo, supremo jefe militar del Supremo Imperio, descubriera que su invasión estaba siendo saboteada.

Pero eso no explicaba por qué Crang no había delegado a alguien para que estableciera contacto con Gilbert Gosseyn que, al matar a Thorson, había hecho posible todo esto.

Aquella idea turbó el sueño de Gosseyn. Ya que si bien el terrible peligro de la invasión había sido eludido temporalmente, su propio problema personal continuaba sin resolver: Gilbert Gosseyn, que poseía un cerebro adicional adiestrado, que había muerto, pero que vivía de nuevo en un cuerpo muy similar al original. Su propio objetivo debía ser el de investigar acerca de sí mismo y de su extraño y terrible método de inmortalidad. Cualquiera que fuese el juego que se estaba desarrollando a su alrededor, él parecía ser una de sus figuras importantes y poderosas. Tenía que haber sido afectado por la prolongada tensión a que había estado sometido y por la espantosa lucha con la guardia acorazada de Thorson, pues en caso contrario se hubiera dado cuenta mucho antes que, le gustara o no, para bien o para mal, estaba fuera de la ley. Nunca debió perder el tiempo con el Instituto de Emigración.

Nadie le hizo preguntas. Cuando algún oficial se acercaba al lugar donde se encontraba, se situaba fuera de su vista y desaparecía hacia una de sus zonas memorizadas. Tres días y dos noches después del despegue, la nave se deslizó a través de los nebulosos cielos de Venus. Gosseyn entrevió árboles colosales, y luego una ciudad se agrandó en el horizonte. Gosseyn descendió con el resto de los cuatrocientos pasajeros. Desde su puesto en la hilera que avanzaba rápidamente contempló cómo cada uno de los viajeros se paraba ante un detector de mentiras, hablaba brevemente, y una vez confirmada su declaración pasaba a través de un torniquete al vestíbulo principal.

Con el cuadro claro en su mente, Gosseyn memorizó un lugar detrás de una columna más allá del torniquete. Luego, como si hubiera olvidado algo, regresó a bordo de la nave y se ocultó hasta el anochecer. Cuando las sombras se espesaron, se materializó detrás de la columna del edificio de inmigración y echó a andar tranquilamente hasta la puerta más cercana. Unos instantes después pisaba una acera pavimentada, y extendía su mirada a lo largo de una calle que brillaba con un millón de luces.

Tenía la aguda sensación de encontrarse al comienzo y no al final de su aventura: Gilbert Gosseyn, que sabía lo suficiente acerca de sí mismo como para sentirse insatisfecho.

La fosa estaba vigilada por una división de no-Aes venusianos, pero los visitantes no eran molestados para nada. Gosseyn recorrió con desaliento los pasillos brillantemente iluminados de la ciudad subterránea. La inmensidad de lo que en otro tiempo había sido la base secreta del Supremo Imperio en el Sistema Solar le abrumaba. Silenciosos ascensores tipo distorsionador le llevaron a los niveles superiores, a través de estancias llenas de máquinas, algunas de las cuales todavía funcionaban. A intervalos se detenía a contemplar mecánicos venusianos solos o en grupos que examinaban instrumentos y aparatos.

Un comunicador llamó la atención de Gosseyn, y un súbito impulso le hizo pararse y pulsar el interruptor. Se produjo una pausa, y luego la voz del roboperador inquirió:

—¿A qué estrella está llamando?

Gosseyn respiró a fondo.

—Desearía hablar con Eldred Crang o con Patricia Hardie —dijo.

Esperó, con creciente excitación. La idea se le había ocurrido de repente, y apenas podía imaginar que diera resultado. Pero aunque no se estableciera ningún contacto, obtendría algún tipo de información.

Al cabo de unos segundos, el robot dijo:

—Eldred Crang dejó el siguiente mensaje: «Lamento que no sea posible ninguna comunicación con cualquiera que intente localizarme». —Aquello era todo. Sin más explicación—. ¿Alguna otra llamada, señor?

Gosseyn vaciló. Estaba decepcionado, pero la situación no era del todo adversa. Crang había dejado el Sistema Solar conectado con la vasta organización video fónica interestelar. Era una enorme oportunidad para los venusianos, y Gosseyn se estremeció al imaginar lo que podían hacer con ello. Otra pregunta se formó en su mente. La respuesta del roboperador fue inmediata:

—Una nave tardaría alrededor de cuatro horas en llegar a Gela 30, que es la base más próxima.

Era un extremo en el que Gosseyn estaba muy interesado.

—Creía que el transporte por Distorsionador era virtualmente instantáneo.

—Hay un margen de error en el transporte de materia, aunque el viajero no tiene conciencia física de ello. Para él, el proceso parece instantáneo.

Gosseyn asintió. Podía comprender aquello hasta cierto punto. Una similaridad de veinte decimales no era perfecta. Continuó:

—Supongamos que efectúo una llamada a Gela. ¿Tardaría ocho horas en recibir un mensaje de respuesta?

—¡Oh, no! El margen de error en el nivel electrónico es infinitesimalmente pequeño. El error hasta Gela sería de un quinto de segundo. Sólo la materia es lenta.

—Comprendo —dijo Gosseyn—. Puede hablarse a través de la galaxia sin apenas demora.

—Exactamente.

—Pero, supongamos que quiero hablar con alguien que no conoce mi idioma…

—No hay problema. Un robot traduce frase por frase del modo más coloquial posible.

Gosseyn no estaba tan seguro que no existiera ningún problema en semejante transferencia verbal. Parte de la aproximación no-A a la realidad tenía que ver con la importancia de la relación palabra-a-palabra. Las palabras eran sutiles y con frecuencia tenían poca conexión con los hechos que se suponía que representaban. Podía imaginar innumerables confusiones entre ciudadanos galácticos que desconocían mutuamente el idioma del otro. Dado que los imperios galácticos no enseñaban no-A, ni lo practicaban, ignoraban aparentemente los peligros de incomprensión implícitos en el proceso de intercomunicación a través de robots.

Lo importante era tener conocimiento del problema. Gosseyn dijo:

—¡Eso es todo, gracias!

Y cortó la conexión.

No tardó en llegar al árbol-apartamento que había compartido con Patricia Hardie cuando los dos eran prisioneros de Thorson. Buscó un mensaje que podría haber sido dejado para él, un relato más completo y personal del que podía ser confiado al intercambio video fónico. Encontró varias conversaciones transcritas entre Patricia y Crang…, y tuvo lo que deseaba.

Las referencias a la identidad de Patricia no le sorprendieron. Siempre había vacilado en aceptar las afirmaciones de la joven acerca de su vida personal, a pesar incluso que ella se había revelado digna de confianza en la lucha contra Thorson. La información del inicio de la gran guerra en el espacio le impresionó. Sacudió la cabeza ante la sugerencia que ellos regresarían en busca de él dentro de «unos cuantos meses». Demasiado largo. Pero el convencimiento cada vez mayor del hecho que estaba desconectado de un aislado Sistema Solar le hizo prestar más atención al relato bastante completo de los esfuerzos que Crang había realizado para establecer contacto con él en la Tierra.

El responsable era Janasen, desde luego. Gosseyn suspiró al comprenderlo. Pero ¿qué pasaba con el hombre, empeñado en poner trabas a un individuo al que no conocía? ¿Antipatía personal? Era posible. Cosas más raras habían sucedido. Pero, pensándolo bien, a Gosseyn le pareció que la explicación no era aquélla.

Más pensativamente, volvió a escuchar lo que Crang había dicho acerca de posibles jugadores ocultos y del peligro que representaban. Resultaba extrañamente convincente, y dirigió de nuevo su pensamiento hacia Janasen.

El hombre era su punto de partida. Alguien había movido a Janasen sobre el «tablero», quizás únicamente por un momento fugaz de tiempo-universo, quizás únicamente para un objetivo fugaz, un simple peón en esta gran partida…, aunque los peones también eran vigilados. Los peones llegaban de alguna parte y, cuando eran humanos, regresaban al lugar del que procedían. Probablemente no había tiempo que perder.

Pero, incluso mientras aceptaba la lógica de aquello, otro propósito crecía en la mente de Gosseyn. Reflexionó sobre algunas de las posibilidades, se sentó delante del comunicador del apartamento y efectuó su llamada. Cuando el roboperador le preguntó con qué estrella quería hablar, dijo:

—Póngame con el funcionario de más categoría que se encuentre en la oficina principal de la Liga Galáctica.

—¿Quién debo decirle que le llama?

Gosseyn dio su nombre, y esperó. Su plan era sencillo. Ni Crang ni Patricia Hardie habían podido advertir a la Liga de lo que había ocurrido en el Sistema Solar. Era un riesgo que no podían haber corrido sin grave peligro. Pero la Liga, o al menos un pequeño sector de ella, había ejercido su débil influencia en una tentativa de salvar a Venus de Enro, y Patricia Hardie había afirmado que sus funcionarios permanentes estaban interesados en no-A desde un punto de vista educativo. Gosseyn podía ver numerosas ventajas en establecer el contacto.

La voz del roboperador interrumpió sus pensamientos:

—Madrisol, el secretario de la Liga, hablará con usted.

Apenas habían sido pronunciadas las palabras cuando un rostro enjuto apareció en la pantalla del videófono. El hombre parecía tener unos cuarenta y cinco años y en su rostro se reflejaban muchas pasiones. Sus ojos azules estudiaron el rostro de Gosseyn. Al fin, aparentemente satisfecho, los labios de Madrisol se movieron. Se produjo una breve demora, y luego:

—¿Gilbert Gosseyn?

El tono del traductor robot reflejaba un interrogante. Si era una representación razonablemente exacta del original, era un trabajo notable. ¿Quién era Gilbert Gosseyn?, sugería el tono.

Aquél era un extremo sobre el cual Gosseyn no deseaba hablar con ninguna clase de detalle. Limitó su relato a los acontecimientos producidos en el Sistema Solar, «en los cuales tengo motivos para creer que la Liga está interesada». Pero, incluso mientras hablaba, se sintió decepcionado. Había esperado encontrar cierto aspecto no-A en el secretario permanente de la Liga, pero el rostro de este hombre revelaba que era un individuo de tipo talámico. Las emociones le dominaban. La mayoría de sus actos y decisiones serían reacciones basadas en «estructuras» emocionales, y no en procesos córtico-talámicos no-A.

Estaba describiendo las posibilidades de utilizar venusianos en la batalla contra Enro, cuando Madrisol interrumpió sus especulaciones mentales y su narración.

—Está usted sugiriendo —dijo bruscamente— que los Estados de la Liga establezcan una red de comunicaciones con el Sistema Solar, y permitan a unos no-Aes adiestrados dirigir la guerra del lado de la Liga.

Gosseyn se mordió el labio. Daba por sentado que los venusianos alcanzarían las posiciones más elevadas en muy poco tiempo, pero no debía permitirse que los individuos talámicos lo sospecharan. Una vez iniciado el proceso, quedarían sorprendidos por la rapidez con que los hombres no-A, que procedían de la Tierra, alcanzarían las posiciones más elevadas que creían necesario ocupar.

Obligándose a sonreír, sin demasiado éxito, dijo:

—Naturalmente, los hombres no-A serían de gran ayuda en el aspecto técnico.

Madrisol enarcó las cejas.

—Eso sería difícil —dijo—. El Sistema Solar está rodeado por un sistema estelar dominado por el Supremo Imperio. Si intentásemos romper el cerco, podría parecer que atribuimos una importancia especial a Venus, en cuyo caso Enro podría destruir todos vuestros planetas. Sin embargo, hablaré del asunto con los funcionarios pertinentes, y puede estar seguro que se hará lo que pueda hacerse. Ahora, si me permite…

Era una despedida. Gosseyn se apresuró a decir:

—Excelencia, seguro que podrá encontrarse alguna solución aceptable. Unas pequeñas naves podrían transportar a unos cuantos millares de hombres perfectamente adiestrados a los lugares en los que pudieran ser más útiles…

—Posiblemente, posiblemente. —Madrisol tenía una expresión de impaciencia, y el traductor mecánico hizo que su voz sonara impaciente—, pero informaré de todo esto a…

—Aquí en Venus —insistió Gosseyn— tenemos un distorsionador transmisor de naves intacto, capaz de manejar naves espaciales de tres mil metros de longitud. Tal vez ustedes podrían utilizarlo. Y tal vez usted pudiera darme una idea del tiempo que un transmisor semejante permanece similarizado con transmisores en otras estrellas.

—Comunicaré todo eso a los expertos adecuados —dijo Madrisol—, y se tomarán las decisiones oportunas. Supongo que habrá alguien disponible y autorizado ahí para discutir el problema.

—Daré instrucciones al roboperador para que hable usted con las…, ejem…, autoridades adecuadamente constituidas —dijo Gosseyn, reprimiendo una sonrisa. En Venus no había autoridades, pero éste no era el momento de hablar del amplio tema de la democracia voluntaria no-A.

—Adiós y buena suerte.

Se oyó un clic, y el apasionado rostro desapareció de la pantalla. Gosseyn instruyó al roboperador para que conectara todas las futuras llamadas procedentes del espacio con el Instituto de Semántica en la ciudad más próxima, y cortó la conexión. Estaba razonablemente satisfecho. Había puesto en movimiento otro proceso y, aunque no tenía la intención de esperar, al menos estaba haciendo todo lo que podía.

A continuación, Janasen…, aunque ello significara regresar a la Tierra.