NO-EXTRACTOS: Un sistema nervioso humano normal es potencialmente superior al de cualquier animal. En bien de la cordura y de un desarrollo equilibrado, cada individuo tiene que aprender a orientarse a sí mismo en el mundo real que le rodea. Existen métodos de adiestramiento para llevarlo a cabo.
Sombras. Un movimiento en la colina donde en otro tiempo se había alzado la Máquina de los Juegos, donde ahora todo era desolación. Dos figuras, una curiosamente disforme, caminaban lentamente entre los árboles. Cuando salieron de la oscuridad, y a la luz de un farol callejero que se erguía como un centinela solitario en aquella altura desde la cual dominaban la ciudad con la mirada…, una de las figuras resultó ser un hombre bípedo completamente normal.
La otra era una sombra, hecha de materia de sombra, hecha de negrura a través de la cual era visible el farol callejero.
Un hombre, y una sombra que se movía como un hombre, pero que no lo era. Una sombra de hombre que se detuvo al llegar ante la valla protectora que discurría a lo largo del borde de la colina. Que se detuvo y señaló con un brazo de sombra la ciudad que se extendía allá abajo, y habló súbitamente con una voz que no era de sombra, sino muy humana.
—Repita sus instrucciones, Janasen.
Si el otro hombre estaba amedrentado por su extraño compañero, no lo demostró. Bostezó ligeramente.
—Me estoy durmiendo —dijo.
—¡Sus instrucciones!
El hombre hizo un gesto de enojo.
—Oiga, señor Discípulo —dijo, en tono irritado—, no me hable de ese modo. Su disfraz no me asusta lo más mínimo. Usted me conoce. Haré el trabajo.
—Su insolencia —dijo el Discípulo—, acabará por agotar mi paciencia. Usted sabe que hay energías temporales involucradas en mis propios movimientos. Sus demoras están calculadas para molestar, y le diré una cosa: si me encuentro abocado a una situación desagradable por culpa de esa tendencia suya, pondré inmediatamente fin a nuestra conexión.
Había una nota tan salvaje en la voz del Discípulo que el hombre no dijo nada más. Se encontró preguntándose a sí mismo por qué incordiaba a aquel individuo inconmensurablemente peligroso, y la única respuesta que se le ocurrió fue que su espíritu se sentía oprimido al darse cuenta que era el agente pagado de un ser que era su dueño en todos los aspectos.
—Vamos, aprisa —dijo el Discípulo—, repita sus instrucciones.
De mala gana, el hombre empezó. Las palabras carecían de significado para la brisa que soplaba detrás de ellos; se arrastraban en el aire nocturno como fantasmas surgidos de un sueño, o como sombras que se disipaban a la luz del sol. Había algo acerca de aprovecharse de la lucha callejera que no tardaría en terminar. Habría un puesto vacante en el Instituto de Emigración. «Los documentos falsos que tengo me proporcionarán el empleo durante el tiempo necesario». Y el objetivo del plan era impedir que un tal Gilbert Gosseyn pudiera ir a Venus hasta que fuese demasiado tarde. El hombre no tenía la menor idea de quién era Gosseyn, ni a lo que Gosseyn tenía que llegar tarde…, pero los medios eran bastante claros.
—Utilizaré toda la autoridad del Instituto, y el jueves, dentro de catorce días, cuando la Presidente Hardie salga hacia Venus, cuidaré que ocurra un accidente a una hora determinada…, y usted se encargará para que él esté allí para que le alcance.
—Yo no me encargaré de nada de eso —dijo el Discípulo con voz remota—. Me limito a prever que estará allí en el momento oportuno. ¿Cuándo se producirá el accidente?
—A las 9:28 de la mañana, hora de la zona 10.
Se produjo una pausa. El Discípulo parecía reflexionar.
—Debo advertirle —dijo finalmente— que Gosseyn es un individuo fuera de lo común. Ignoro si esto afectará o no a los acontecimientos. No parece existir ningún motivo de preocupación en este aspecto, pero no hay que descartar del todo la posibilidad. Tenga cuidado.
El hombre se encogió de hombros.
—Haré todo lo que esté en mi mano. No estoy preocupado.
—Será usted trasladado a su debido tiempo del modo habitual. Puede esperar aquí o en Venus.
—En Venus —dijo el hombre.
—Muy bien.
Se produjo otro silencio. El Discípulo se movió ligeramente, como para librarse de la traba de la presencia del otro. Su forma de sombra pareció súbitamente menos substancial. El farol callejero brilló intensamente a través de la sustancia negra que era su cuerpo, pero incluso mientras el ser neblinoso se hacía más desvaído, más vago, menos claramente dibujado, se conservaba unido, mantenía su forma. Se desvaneció como un conjunto, y desapareció como si nunca hubiera existido.
Janasen esperó. Era un hombre práctico, y era curioso. Había visto espejismos antes, y estaba parcialmente convencido del hecho que éste era un espejismo más. Al cabo de tres minutos, el suelo se encendió. Janasen retrocedió prudentemente.
El fuego ardió furiosamente, aunque no con tanta violencia que no le permitiera ver las entrañas de una máquina con complicadas piezas mientras las blancas y silbantes llamas fundían la estructura en una masa informe. No esperó al final, sino que echó a andar a lo largo de la vereda que conducía a una parada de robo coches.
Diez minutos más tarde se hallaba en el centro de la ciudad.
La transformación de la energía temporal se produjo a su ritmo indeterminable hasta las 8:43 de la mañana del primer jueves de marzo de 2561 D. C. El accidente a Gilbert Gosseyn estaba planeado para las 9:28.
8:43 de la mañana. En el espacio puerto en la montaña que dominaba la ciudad, la Presidente Hardie, con destino a Venus, flotaba en posición de despegue. Su salida estaba prevista para la una de la tarde.
Habían pasado dos semanas desde que el Discípulo y su hombre contemplaban la ciudad desde un mundo bañado en noche. Hacía dos semanas y un día que una descarga eléctrica desprendida inesperadamente de una campana aislante de energía en el Instituto de Semántica General había decapitado a Thorson. Como resultado de ello, al cabo de tres días la lucha en la ciudad propiamente dicha había terminado.
Por doquier, las herramientas robot chirriaban, zumbaban, silbaban y trabajaban bajo la dirección de sus cerebros electrónicos. En once días una gigantesca ciudad volvió a la vida, no sin sudor, no sin que los hombres tuvieran que inclinar sus espaldas al lado de las máquinas. Pero los resultados eran ya colosales. Los suministros de alimentos volvían a ser normales. La mayoría de las cicatrices de la batalla habían desaparecido. Y, lo que era más importante, el miedo a las fuerzas desconocidas que habían atacado el Sistema Solar desde las estrellas se estaba desvaneciendo con cada noticia llegada de Venus y con cada día transcurrido.
8:30 de la mañana. En Venus, en la fosa que en otro tiempo había sido la base galáctica secreta del Supremo Imperio en el Sistema Solar, Patricia Hardie estaba en su árbol-apartamento estudiando una guía estelar abreviada. Llevaba un tres-días ocasional que sólo vestiría hoy antes de destruirlo. Era una joven esbelta cuya belleza quedaba superada por otra cualidad más rara: un indudable aire de autoridad. El hombre que abrió la puerta y entró en aquel momento se detuvo a mirarla, pero si ella le había oído llegar no lo dio a entender.
Eldred Crang esperó, ligeramente divertido, pero no disgustado. Respetaba y admiraba a Patricia Hardie, pero ella no estaba aún plenamente adiestrada en la filosofía no-A, y en consecuencia todavía desplegaba técnicas de reacción de las cuales probablemente no tenía conciencia. Mientras él la contemplaba, la joven debió completar el proceso inconsciente de aceptar la intrusión, ya que volvió la cabeza y le miró.
—¿Y bien? —preguntó.
El hombre delgado avanzó unos pasos.
—Ninguna novedad —dijo.
—¿Cuántos mensajes han llegado con ése?
—Diecisiete. —Crang sacudió la cabeza—. Temo que hemos sido lentos. Dimos por descontado que Gosseyn encontraría la manera de regresar aquí. Ahora, nuestra única esperanza es que viaje en la nave que sale hoy de la Tierra en dirección a Venus.
Siguió un breve silencio. La mujer hizo algunas señales en la guía con un instrumento puntiagudo. Cada vez que tocaba la página, el material resplandecía con una leve luz azulada. Finalmente, se encogió de hombros.
—No podía evitarse. ¿Quién hubiera creído que Enro descubriría con tanta rapidez lo que estabas haciendo? Por fortuna, reaccionaste a tiempo y sus soldados están esparcidos por docenas de bases, y son utilizados ya para otros propósitos.
La joven sonrió con admiración.
—Fuiste muy listo, querido, al poner esos soldados a disposición de los jefes de base. Están tan ansiosos por disponer de más hombres en sus sectores, que cuando algún oficial responsable les entrega unos cuantos millones tratan de ocultarlos. Hace años, Enro tuvo que desarrollar un complicado sistema para localizar ejércitos perdidos de ese modo.
Hizo una pausa. Luego inquirió:
—¿Durante cuánto tiempo podremos permanecer aquí?
—Malas noticias en ese sentido —dijo Crang—. En Gela 30 tienen órdenes de desconectar a Venus del circuito «madre» individual en el momento en que tú y yo lleguemos a Gela. Dejarán el camino abierto para las naves que lleguen por esta ruta, lo cual ya es algo, pero me han dicho que los «Distorsionadores» individuales serán desconectados dentro de veinticuatro horas, independiente que lleguemos o no a Gela.
Frunció el ceño.
—Si al menos Gosseyn se diera prisa… —continuó—. Creo que podría contenerles un día más sin revelar tu identidad. Creo que deberíamos correr ese riesgo. Tal como yo lo veo, Gosseyn es más importante que nosotros.
—Noto que me ocultas algo —dijo Patricia Hardie bruscamente—. ¿De qué se trata? ¿La guerra, acaso?
Crang vaciló:
—Cuando estaba enviando el mensaje, hace unos instantes, sintonicé con una confusión de llamadas desde alguna parte próxima al centro de la galaxia. Unos cien mil cruceros están atacando a las potencias de la Liga central en el Sexto Decant.
La joven permaneció silenciosa largo rato. Cuando finalmente habló, había lágrimas en sus ojos.
—De modo que Enro se ha lanzado… —Sacudió la cabeza furiosamente y secó sus lágrimas—. Eso arregla la cuestión. He terminado con él. Puedes hacerle lo que te plazca, si tienes la oportunidad.
Crang permaneció impasible.
—Era inevitable —dijo—. Lo que me fastidia es la rapidez con que se ha producido. Nos han ganado por mano. Imagina: esperar hasta ayer para enviar al doctor Kair a la Tierra en busca de Gosseyn…
—¿Cuándo llegará aquí? —La joven agitó una mano—. No importa. Ya me lo dijiste antes, ¿no es cierto? Pasado mañana. Eldred, no podemos esperar.
Patricia Hardie se puso en pie y se acercó a Crang. Frunció los ojos en actitud especulativa mientras estudiaba su rostro.
—Confío en que no vas a hacernos correr ningún riesgo desesperado.
—Si no esperamos —dijo Crang—, Gosseyn puede quedar atrapado aquí a novecientos setenta y un años-luz del transporte interestelar más próximo.
Patricia se apresuró a decir:
—Enro podría dejar caer en cualquier momento una bomba atómica «similarizada» en la fosa.
—No creo que destruya la base. Tardaría demasiado en reconstruirla, y, además, tengo la idea que sabe que estás aquí.
La joven le miró fijamente.
—¿Dónde habría obtenido esa información?
Crang sonrió.
—A través de mí —dijo—. Después de todo, tuve que decirle a Thorson quién eras para salvar tu vida. Se lo dije también a un agente del servicio de información de Enro.
—Sin embargo —dijo Patricia—, todo esto no se basa en ningún hecho concreto. Si logramos escapar sanos y salvos, podemos regresar en busca de Gosseyn.
Crang la miró pensativamente.
—En todo esto hay algo más de lo que ven los ojos. Olvidas que Gosseyn siempre ha sospechado que más allá de él, o detrás de él, había un ser al que llamaba, a falta de un nombre mejor, un jugador de ajedrez cósmico. Desde luego, es una comparación descabellada, pero si tuviera alguna aplicación, tendríamos que imaginar a un segundo jugador. El ajedrez no es un juego de solitarios. Y otra cosa: Gosseyn se consideraba a sí mismo como un peón en séptima. Bueno, creo que se convirtió en reina cuando mató a Thorson. Y resulta peligroso dejar a una reina en una posición en la que no pueda moverse. Debería estar en campo abierto, entre las estrellas, donde gozara de la mayor movilidad posible. En mi opinión, mientras los jugadores permanezcan ocultos y puedan efectuar sus movimientos sin ser atrapados ni observados, Gosseyn se encontrará en peligro de muerte. Creo que un retraso incluso de unos cuantos meses podría ser fatal.
Tras un breve silencio, Patricia dijo:
—¿Adónde vamos a ir?
—Bueno, tendremos que utilizar los transportes regulares. Pero proyecto que nos detengamos en alguna parte para obtener noticias. Si es lo que yo creo que será, sólo hay un lugar al que podemos ir.
—¡Oh! —dijo la mujer en tono inexpresivo—. ¿Cuánto tiempo piensas esperar?
Crang la miró con aire sombrío y respiró profundamente.
—Si el nombre de Gosseyn —dijo— figura en la lista de pasajeros de la Presidente Hardie, y yo tendré esa lista unos minutos después que ésta despegue de la Tierra, esperaremos hasta que él llegue; tres días y dos noches a partir de ahora.
—¿Y si su nombre no figura en la lista?
—Entonces, nos marcharemos en cuanto nos aseguremos de ello.
El nombre de Gilbert Gosseyn no figuraba en la lista de pasajeros de la Presidente Hardie.
8:43 de la mañana. Gosseyn despertó con un sobresalto, y casi simultáneamente tuvo conciencia de tres cosas: de la hora que era, del sol que brillaba a través de la ventana de la habitación del hotel, y del videófono instalado al lado de la cama que estaba zumbando suave pero insistentemente.
Mientras se incorporaba, las brumas del sueño se disiparon, y bruscamente recordó que éste era el día en que la Presidente Hardie debía salir hacia Venus. La idea le galvanizó. La lucha había reducido los viajes entre los dos planetas a uno por semana, y Gosseyn tenía que resolver aún el problema de obtener permiso para embarcar hoy. Se inclinó y conectó el receptor pero, debido a que llevaba todavía su pijama, dejó a oscuras la pantalla del vídeo.
—Gosseyn al habla —dijo.
—Señor Gosseyn —dijo una voz de hombre—, aquí el Instituto de Emigración.
Gosseyn se tensó. Sabía que éste iba a ser el día de la decisión, y había un acento en la voz que contestaba a su llamada que no le gustó.
—¿Con quién hablo? —inquirió bruscamente.
—Con Janasen.
—¡Oh! —se lamentó Gosseyn.
Éste era el hombre que había puesto tantos obstáculos en su camino, que había insistido en que presentara un certificado de nacimiento y otros documentos y se había negado a admitir un test favorable del detector de mentiras. Janasen era un funcionario subalterno, una categoría que resultaba sorprendente en vista de su negativa casi patológica a hacer algo por su propia iniciativa. No era la persona más indicada para atenderle el día en que una nave salía hacia Venus.
Gosseyn conectó la pantalla del vídeo. Esperó hasta que la imagen del rostro del otro fue clara, y dijo:
—Mire, Janasen, necesito hablar con Yorke.
—He recibido instrucciones del señor Yorke —respondió Janasen en tono imperturbable. Su rostro parecía extremadamente blando a pesar de su delgadez.
—Póngame con Yorke —dijo Gosseyn.
Janasen ignoró la interrupción.
—Se ha decidido —dijo—, que en vista de la confusa situación imperante en Venus…
—¡Deje libre la línea! —dijo Gosseyn en tono peligroso—. Hablaré con Yorke y con nadie más.
—… que en vista de la confusa situación imperante en Venus, no procedía el autorizarle la entrada —dijo Janasen.
Gosseyn estaba furioso. Durante catorce días, este individuo había estado poniéndole impedimentos, y ahora, cuando la nave estaba a punto de partir, le comunicaba la decisión.
—Esta negativa —dijo el imperturbable Janasen— no significa en modo alguno que no pueda usted volver a presentar su petición cuando la situación en Venus haya quedado aclarada por las directrices del Consejo Venusiano para la Inmigración.
Gosseyn dijo:
—Comuníquele a Yorke que iré a verle inmediatamente después de desayunar.
Sus dedos pulsaron el interruptor, y cortó la conexión.
Gosseyn se vistió rápidamente, y luego se detuvo a contemplarse en el espejo de cuerpo entero de la habitación del hotel. Era un hombre alto, de rostro severo y de unos treinta y cinco años de edad. Su visión era demasiado aguda para que no percibiera las cualidades anormales de aquella imagen. A simple vista parecía completamente normal, pero a sus propios ojos su cabeza era demasiado grande para su cuerpo. Sólo lo macizo de sus hombros, brazos y músculos pectorales hacía tolerable lo desproporcionado de la cabeza. Podía pensarse de ella que caía dentro de la categoría de «leonina». Se puso el sombrero, y ahora parecía un hombre robusto con un rostro sumamente musculoso, lo cual resultaba satisfactorio. En la medida de lo posible deseaba pasar inadvertido. El cerebro adicional, que aumentaba el tamaño de su cabeza casi una sexta parte de la de un ser humano normal, tenía sus limitaciones. En las dos semanas que habían transcurrido desde la muerte del poderoso Thorson, había sido libre por primera vez para poner a prueba sus aterradoras facultades…, y los resultados habían modificado profundamente su anterior sensación de invulnerabilidad.
Unos cuantos minutos por encima de las veintiséis horas era el tiempo máximo durante el cual su versión «memorizada» de una parte del suelo era utilizable. Ningún cambio podría ser visible en el suelo, pero se habría modificado, y ya no podría retirarse a él con la «similarización» instantánea.
Aquello significaba que debía, literalmente, reconstruir sus defensas cada mañana y cada noche, de modo que nunca fuese sorprendido sin unos cuantos puntos clave a los cuales pudiera escapar en una emergencia. Había varios aspectos intrigantes en los límites de tiempo involucrados. Pero eso era algo que tendría que investigar cuando llegara a Venus.
Cuando entró en el ascensor un momento más tarde, consultó su reloj. Eran las 9:27.
Un minuto después, a las 9:28, la hora prevista para el accidente, el ascensor se precipitó hacia su destrucción.