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Murdock me miró tensamente, y luego sus ojos bajaron otra vez a la boquilla negra que todavía tenía apretada en la mano. La metió en el bolsillo de la camisa, se puso bruscamente de pie, apretó las muñecas una contra otra y volvió a sentarse. Sacó un pañuelo y se secó la cara.

—¿Por qué yo? —preguntó con voz áspera.

—Usted sabía demasiado. Quizá se había enterado de la existencia de Phillips, quizá no. Eso depende de lo complicado que estuviese en el asunto. Pero usted sí sabía que había alguien llamado Morningstar. El plan había fracasado y Morningstar había sido asesinado. Vannier no podía quedarse sentado, esperando que usted se enterase de eso. Tenía que cerrarle la boca muy, pero que muy bien. Pero para eso no debía matarlo. Casualmente, éste habría sido un paso en falso. Pondría fin al poder que tenía sobre su madre. Ella era una mujer fría, poco escrupulosa, codiciosa, pero si él le hacía daño a usted la convertiría en una fiera. No le habrían importado las consecuencias.

Murdock levantó la vista. Trató de dar a sus ojos una expresión vacía y de estupefacción. Apenas logró que pareciesen opacos y asustados.

—¿Mi madre… qué…?

—No trate de engañarme más de lo necesario —lo interrumpí—. Estoy cansado de que la familia Murdock se burle de mí. Merle vino esta tarde a mi departamento. Ahora está allí. Había ido a la casa de Vannier a entregarle dinero. Una cuota del chantaje. Se le estaba pagando desde hacía ocho años. Usted sabe el motivo.

Él no se movió. Sus manos estaban sobre sus rodillas, rígidas por la tensión. Sus ojos casi habían desaparecido en las órbitas. Eran ojos de condenado.

—Merle encontró muerto a Vannier. Vino a mi departamento y dijo que ella lo había matado. No nos ocupemos del motivo por el que ella cree que debe confesar los asesinatos de otras personas. Fui a su casa y descubrí que estaba muerto desde la noche anterior. Estaba rígido como un muñeco de cera. Había un revólver caído en el piso junto a su mano derecha. Era un arma que había oído describir, un arma que había pertenecido a un hombre llamado Hench, que vivía en el departamento situado frente al de Phillips, del otro lado del corredor. Alguien dejó allí la pistola que había matado a Phillips y se llevó el revólver de Hench. Éste y su amiga estaban borrachos y habían dejado abierto su apartamento. No se ha probado que era el revólver de Hench, pero eso ya se hará. Si lo es, y Vannier se suicidó, eso relaciona a Vannier con la muerte de Phillips. Lois Morny también lo liga con Phillips aunque en otra forma. Si Vannier no se suicidó y yo no creo que lo haya hecho, quizás eso lo relacione igualmente con Phillips. O puede complicar a otra persona con Phillips, a una persona que también mató a Vannier. Hay motivos por los cuales esta idea no me agrada.

Murdock levantó la cabeza.

—¿No? —preguntó, con una voz sorpresivamente clara. Había una nueva expresión en su rostro, algo brillante y resplandeciente, y al mismo tiempo un poco tonto. La expresión de un hombre débil y orgulloso.

—Creo que usted mató a Vannier —dije.

Él no se movió y la expresión brillante no desapareció de su rostro.

—Usted fue a visitarlo ayer por la noche. Él lo llamó. Le dijo que estaba en un aprieto, y que si lo detenían, él se ocuparía de hundirlo a usted también. ¿No dijo algo parecido?

—Sí —respondió Murdock tranquilamente—. Algo exactamente igual. Estaba borracho y un poco enardecido y daba la impresión de tener una sensación de poder. Casi se vanagloriaba. Afirmó que si lo metían en la cámara de gas, yo estaría sentado a su lado. Pero eso no fue todo lo que dijo.

—No. Él no quería sentarse en la cámara de gas y en ese momento no veía ninguna razón clara para que eso ocurriese, si usted mantenía la boca cerrada. Por eso jugó el as del triunfo. El poder que tenía sobre usted, lo que le obligó a robar el doblón y entregárselo (aun cuando también le hubiese prometido dinero), era algo que afectaba a Merle y a su madre. Yo lo sé todo. Su madre confesó lo poco que yo no había deducido. Ése era el dominio que había tenido en primer lugar sobre usted, y era el más fuerte. Porque permitía que usted se justificase ante usted mismo. Pero anoche quiso tener una influencia aún mayor. Y entonces le contó la verdad y le dijo que tenía pruebas.

Él se estremeció, pero consiguió mantener en su rostro su expresión de orgullo.

—Le pegué un tiro —exclamó, con tono casi satisfecho—. Después de todo, ella es mi madre.

—Nadie podrá negarle eso.

Se puso en pie muy erguido, muy alto.

—Me acerqué a la silla en la cual estaba sentado, me agaché y le puse el arma contra la cara. Él tenía un revólver en el bolsillo de su bata. Trató de apoderarse de él, pero no llegó a tiempo. Yo se lo quité. Volví a guardar mi pistola en mi bolsillo. Apoyé el cañón de la otra arma contra el costado de su cabeza y le dije que lo mataría si no me entregaba esa prueba. Empezó a sudar y a balbucear que había estado bromeando. Amartillé el revólver para asustarlo más.

Se interrumpió y estiró una mano. Ésta temblaba pero cuando la contempló, el temblor cesó. La dejó caer a su costado y me miró fijamente en los ojos.

—El revólver debía ser muy sensible. Se disparó solo. Yo salté contra la pared y derribé un cuadro. Esa acción se debió a mi sorpresa, pero al mismo tiempo evitó que la sangre me manchase. Limpié el arma, la rodeé con sus dedos y luego la deposité sobre el piso junto a su mano. Murió instantáneamente. Salvo la primera hemorragia, apenas sangró. Fue un accidente.

—¿Por qué estropearlo? —pregunté con una mueca burlona—. ¿Por qué no dejarlo como un limpio y honrado asesinato?

—Eso es lo que ocurrió. Naturalmente, no puedo probarlo. Pero creo que igualmente lo habría matado. ¿Y la Policía?

Me puse en pie y me encogí de hombros. Me sentía cansado, agotado, exhausto y sacudido. La garganta me dolía de tanto hablar y los sesos me latían por el esfuerzo que tenía que hacer para mantener mis pensamientos en orden.

—No sé nada de la Policía —respondí—. Ellos y yo somos muy buenos amigos, debido a que creen que oculto algo que sé. Y Dios sabe que tienen razón. Quizá lleguen hasta usted. Pero si no fue visto, si no dejó ninguna impresión digital, e incluso si la dejó, si no tienen ningún otro motivo para sospechar de usted y pedirle sus huellas dactiloscópicas para compararlas, quizá nunca piensen en su persona. Si se enteran de lo ocurrido con el doblón, y de que era el Murdock Brasher, no sé cuál será su situación. Todo depende de la opinión que se formen de usted.

—Si no fuese por mi madre eso no me importaría mucho —murmuró él—. Siempre fui un fracasado.

—Y por otra parte —continué, pasando por alto las cursilerías—, si el revólver es verdaderamente muy sensible y usted consigue un buen abogado y explica la verdad, ningún jurado le condenará. A los jurados no les gustan los chantajistas.

—Es una lástima —dijo él—, porque no me encuentro en situación de usar ese argumento. No sé nada acerca del chantaje. Vannier me explicó cómo ganaría dinero con facilidad, y yo lo necesitaba con urgencia.

—No —contesté—. Si lo ponen en la disyuntiva de tener que hablar del chantaje, usted lo hará. Su madre lo obligará. Si hay que elegir entre su cabeza y la de ella, confesará todo.

—Es horrible —dijo él—. Es horrible hablar de eso.

—Usted tuvo mucha suerte con ese revólver. Toda la gente que conocemos jugó con él borrándole las impresiones digitales, y poniéndole otras. Incluso yo mismo puse algunas en el arma, para seguir la moda. Es difícil cuando la mano está rígida. Pero tuve que hacerlo. Morny estuvo allí y obligó a su esposa a dejar las de ella. Cree que ella mató a Vannier, y probablemente ella sospecha lo mismo de él.

Él se limitó a mirarme. Me mordí el labio. Me sentí rígido como un trozo de vidrio.

—Bien, creo que ya es hora de irme —manifesté.

—¿Quiere decir que no me hará pagar mi crimen? —preguntó, y su tono volvió a hacerse un poco altanero.

—No lo denunciaré, si es que a eso se refiere. Fuera de ello, no le garantizo nada. Si me veo complicado en el asunto tendré que enfrentar la situación. No se trata de una cuestión de moralidad. No soy un polizonte ni un confidente ni un miembro del tribunal. Usted dice que fue un accidente. Muy bien, lo fue. Yo no fui testigo. No tengo pruebas ni en uno ni en otro sentido. He estado trabajando para su madre, y todo derecho a mi silencio que eso le otorgue será respetado. Ella no me resulta simpática, y usted tampoco. No me gusta esta casa. Su esposa no me gustó. Pero aprecio a Merle. Es un poco tonta y morbosa, pero también es una criatura dulce. Y sé lo que tuvo que sufrir con esta maldita familia durante los últimos ocho años. Y sé que ella no empujó a nadie por la ventana. ¿Eso lo explica todo?

Él lanzó un sonido gutural, pero no articuló nada.

—Voy a llevar a Merle a su casa —continué—. Le pedí a su madre que mañana por la mañana envíe sus ropas a mi departamento. Por si ella se olvida, o se distrae con su solitario, ¿se ocupará de que eso se haga?

Él asintió torpemente. Luego habló con una voz extrañamente fina.

—¿Se irá… así? Ni… ni siquiera le di las gracias. Un hombre que apenas conozco… que corre esos riesgos por mí… No sé qué decir…

—Me voy como lo hago siempre —contesté—. Con una sonrisa alegre y un ligero saludo con la mano. Y con un profundo y sincero deseo de no volver a verlo en una pecera. Buenas noches.

Le volví la espalda. Me acerqué a la puerta y salí. Cerré con un ruido suave y firme del pestillo. Un lindo y suave final a pesar de todo lo anterior desagradable. Por última vez acaricié la cabeza del negrito pintado. Luego caminé hacia mi coche a través del largo parque entre arbustos y cedros inundados de luz de luna.

En el «Plaza» pedí una habitación y, una vez allí, comencé a servirme whisky.

Igual que cualquier borracho vulgar de dormitorio. Cuando bebí lo suficiente como para entorpecer mi cerebro hasta hacerlo dejar de pensar, me desvestí y me metí en la cama, y al cabo de un rato no lo suficientemente corto, me dormí.