Su traje estaba arrugado y su cabello desordenado. Su pequeño bigote rojizo parecía tan fútil como siempre. Las sombras bajo sus ojos eran casi cavernas.
Llevaba su larga boquilla negra, vacía, y permaneció golpeándose con ella la muñeca izquierda. Yo no le resultaba simpático, y él no quería verme, no quería hablar conmigo.
—Buenas noches —dijo fríamente—. ¿Se va?
—Todavía no. Antes quiero conversar con usted.
—No creo tener nada de qué hablar con usted. Y estoy cansado de estas charlas.
—Oh, sí tiene de qué conversar. De un hombre llamado Vannier.
—¿Vannier? Apenas le conozco. Lo he visto alguna vez. Lo que sé de él no me agrada.
—Lo conoce un poco mejor que eso.
Entró en el cuarto y ocupó uno de los sillones atré-vete-a-sentarte-en-mí, y se inclinó para apoyar el mentón en su mano izquierda, y miró hacia abajo.
—Muy bien —dijo cansadamente—. Hable. Tengo la impresión de que se mostrará brillante. Un despiadado torrente de lógica e intuición y toda esa bazofia. Como el detective de una novela.
—Naturalmente. Tomando las pruebas, pieza por pieza, juntándolas en un claro diseño, extrayendo una clave misteriosa que tenía oculta en el bolsillo, analizando los motivos y caracteres y mostrándolos muy distintos de lo que cualquiera, incluyéndome a mí, creía que eran hasta este momento maravilloso, para señalar finalmente con gesto de mundanal cansancio al menos prometedor de los sospechosos.
—El que en consecuencia se pone pálido como el papel —agregó él, levantando la vista y casi sonriendo—, echa espuma por la boca y saca una pistola de la oreja derecha.
—Efectivamente —dije, sentándome cerca de él y sacando un cigarrillo—. Alguna vez tendremos que hacer ese juego juntos. ¿Tiene usted una pistola?
—Encima, no. Tengo una. Usted ya lo sabe.
—¿La tenía anoche, cuando visitó a Vannier?
Se encogió de hombros y mostró los dientes.
—Oh, ¿de modo que anoche visité a Vannier?
—Creo que sí. Deducción. Usted fuma cigarrillos «Virginia Benson and Hedges». Dejan una ceniza dura que conserva su forma. Un cenicero de la casa contenía una cantidad suficiente de esos pequeños cilindros grises como para dar cuenta de por lo menos dos cigarrillos. Pero no había colillas en el cenicero. Porque usted fuma con boquilla, y ésta deja unas colillas diferentes de las otras. Y por eso usted las sacó de allí. ¿Le gusta?
—No —respondió con calma. Volvió a mirar el piso.
—Ése es un ejemplo de deducción. Un mal ejemplo. Porque quizá no había colillas y si las hubo fueron retiradas, eso podría deberse a que tenían lápiz labial. De un tono determinado que por lo menos indicaría el color del cabello de la fumadora. Y su esposa tiene la costumbre de tirar las colillas al cesto de los papeles.
—No meta a Linda en esto —ordenó él fríamente.
—Su madre sigue creyendo que Linda se llevó el doblón y que su historia acerca de haberlo robado para entregárselo a Morny fue un pretexto para protegerla.
—Dije que no meta a Linda en esto —repitió él. Los golpes de la boquilla negra contra sus dientes producían un ruido seco y rápido, como una clave telegráfica.
—Con mucho gusto —contesté—. Pero yo no creí su historia por otro motivo. Éste…
Saqué el doblón y lo coloqué bajo sus ojos, sobre la palma de mi mano.
—Esta mañana, cuando usted contaba su historia, esto estaba depositado en una casa de compraventa de Santa Mónica Boulevard, para su protección. Me fue enviado por un aspirante a detective llamado George Phillips. Un tipo ingenuo que se dejó meter en un lío por su poca cabeza y su ansia de conseguir trabajo. Un muchacho rubio con un traje marrón que usaba gafas oscuras y un sombrero bastante llamativo. Conducía un «Pontiac» de color arena, casi nuevo. Usted debe haberlo visto en el pasillo de mi oficina ayer por la mañana. Me había estado siguiendo y quizás antes lo había estado siguiendo a usted.
—¿Por qué habría de hacerlo? —preguntó auténticamente sorprendido.
—Dije que quizá lo había hecho. No estoy seguro de ello. Quizás haya estado vigilando esta casa. Me empezó a seguir desde aquí, y no creo que lo hubiese estado haciendo antes. —Yo todavía tenía la moneda en la mano. La miré, la volví sobre su otra cara lanzándola al aire, miré las iniciales E. B. grabadas en el ala izquierda y la guardé—. Quizás había estado vigilando la casa porque lo habían contratado para vender una moneda antigua a un viejo numismático llamado Morningstar. Y este anciano sospechó de dónde venía la moneda, y se lo dijo a Phillips, o se lo dio a entender y también intuyó que había sido robada. Casualmente en esto último estaba equivocado. Si su Doblón Brasher está arriba, entonces la moneda que Phillips debía vender no había sido hurtada. Era una falsificación.
Sus hombros se estremecieron leve y rápidamente, como si sintiese frío. Exceptuando eso, no se movió ni cambió de posición.
—Me temo que después de todo, ésta se está convirtiendo en una de esas largas historias —comenté, con bastante suavidad—. Lo lamento. Será mejor que la organice un poco. No es un relato agradable, porque hay dos asesinatos en él, y quizá tres. Un hombre llamador Vannier y otro llamado Teager tuvieron una idea. Teager era un técnico dental con oficinas en el Edificio Belfont, donde también se encontraba establecido el viejo Morningstar. La idea consistía en falsificar una moneda de oro antigua y valiosa, no tan preciosa como para que resultase imposible venderla, pero lo bastante como para que valiese mucho dinero. El método que idearon era aproximadamente el que emplea un técnico dental para hacer un puente de oro. Se necesitaban los mismos materiales, los mismos aparatos, la misma destreza. O sea, querían reproducir exactamente un modelo en oro haciendo una matriz con un fino cemento blanco y duro, llamado albastone, haciendo luego una réplica del modelo de esa matriz en la cera de moldear, completándola en sus menores detalles e invirtiendo luego la cera, como la llaman, en otra clase de cemento llamado cristobolita que tiene la propiedad de resistir altas temperaturas sin sufrir distorsión. Se deja un pequeño orificio para que salga la cera, agregando una punta de acero que es retirada cuando el cemento se asienta. Entonces el molde de cristobolita es expuesto a una llama hasta que la cera se derrite y sale por el pequeño orificio, dejando un molde hueco del modelo original. Este molde es aplicado a un crisol en una centrífuga y el oro derretido es introducido en él desde el crisol por la fuerza centrífuga. Luego la cristobolita, todavía caliente, es colocada bajo agua fría y se desintegra, dejando el núcleo de oro con una punta de oro que representa la pequeña abertura. Esta excrecencia es limada, el material es limpiado con ácido y es pulido, y usted tiene, en este caso, un Doblón Brasher completamente nuevo hecho de oro sólido e igual al original. ¿Entiende cuál es mi idea?
Él asintió, y se pasó una mano por la frente.
—La habilidad que requiere este proceso —continué— es exactamente la que tiene un técnico dental. El trabajo no serviría para monedas corrientes, si las tuviéramos de oro, porque el material y el proceso costarían más de lo que valdría dicha pieza. Pero para una moneda de oro cuyo valor estriba en su antigüedad, resultaba muy conveniente. Y eso es lo que hicieron. Pero necesitaban un modelo. Ahí es donde usted entra a participar. Usted se llevó el doblón, pero no para Morny. Se lo entregó a Vannier, ¿no es cierto?
Él miró el piso y permaneció en silencio.
—Hable —dije—. En estas circunstancias no es nada muy grave. Supongo que él le prometió dinero, porque usted lo necesitaba para pagar sus deudas de juego y su madre no se lo daba. Pero tenía sobre usted un dominio mayor que ése.
Entonces levantó la vista, rápidamente, muy pálido con una expresión de horror en los ojos.
—¿Cómo supo eso? —preguntó casi con un susurro.
—Lo descubrí. Me contaron algo, investigué otro poco y adiviné el resto. Más tarde llegaré a eso. Ahora Vannier y su socio han hecho un doblón y quieren probarlo. Deseaban saber si su mercadería resistiría la inspección de un hombre que entendía de monedas antiguas. Entonces Vannier tuvo la idea de contratar a un incauto y hacer que tratase de venderle la falsificación al viejo Morningstar, a un precio bastante bajo como para que el viejo creyese que había sido robado. El incauto que eligieron fue George Phillips, en respuesta a un tonto anuncio que él publicó en los diarios para conseguir clientes. Creo que Lois Morny fue la intermediaria entre Vannier y Phillips, por lo menos al principio. No creo que ella estuviese enterada del plan. Le pidieron que le entregase un paquete a Phillips. Quizás en su interior estaba el doblón que Phillips debía tratar de vender. Pero cuando se lo mostró al viejo Morningstar, pisó en falso. El viejo conocía las colecciones de monedas y las piezas raras. Probablemente sospechó que el doblón fuera auténtico (se habrían necesitado muchos análisis para demostrar que no lo era), pero la forma en que estaban grabadas las iniciales del orfebre era muy particular y le sugirió que ése podía ser el Murdock Brasher. Llamó a esta casa y trató de comprobarlo. Eso intrigó a su madre, que descubrió que había desaparecido la moneda. Sospechó de Linda, a la que odia y me contrató para que la recuperase y obligase a Linda a conceder un divorcio sin alimentos.
—No quiero divorciarme —exclamó Murdock acaloradamente—. Nunca pensé en eso. Ella no tenía derecho… —se interrumpió e hizo un gesto desesperado y lanzó una especie de sollozo.
—Perfectamente, eso lo sé. Bien, el viejo Morningstar asustó a Phillips, que no era inescrupuloso sino simplemente tonto. Consiguió sacarle al muchacho su número telefónico. Escuché cómo el viejo llamaba a Phillips a su casa, espiando cuando Morningstar creía que yo había salido de su oficina. Yo acababa de ofrecerle mil dólares para rescatar el doblón, y Morningstar había aceptado la oferta, pensando que podría sacarle la moneda a Phillips, ganar él mismo un poco de dinero y hacer que todo terminase bien. Mientras tanto Phillips estaba vigilando esta casa, quizá para comprobar si entraba y salía la Policía. Me vio, vio mi coche, leyó mi nombre en el registro y casualmente sabía quién era yo. Me siguió, tratando de decidirse a pedir mi ayuda, hasta que lo interpelé en un hotel y masculló algo acerca de haberme conocido en un caso en Ventura cuando él era delegado allá, y me dio a entender que estaba en un aprieto que no le gustaba y que un tipo alto con un ojo raro lo estaba siguiendo. Ése era Eddie Prue, guardaespaldas de Morny. Morny sabía que su esposa se entendía con Vannier y le hizo seguir. Prue vio que ella se encontraba con Phillips cerca de su casa, en Court Street, Bunker Huí, y luego siguió a Phillips hasta que le pareció que éste le había descubierto, cosa que era cierta. Y Prue o alguien que trabajaba para Morny, puede haberme visto entrar en el departamento de Phillips en Court Street. Por ese motivo trató de asustarme por teléfono y luego me pidió que fuese a visitar a Morny.
Dejé la colilla de mi cigarrillo en el cenicero de jade, miré la cara sombría y triste del hombre que tenía sentado frente a mí y seguí machacando.
—Ahora volvemos a usted. Cuando Merle le contó que su madre había contratado a un detective, eso lo asustó. Creyó que ella había notado la ausencia del doblón y vino corriendo a mi oficina y trató de sacar algo en limpio. Muy despectivo, muy sarcástico al llegar, muy interesado por su esposa pero muy preocupado. No sé qué es lo que usted creyó haber descubierto pero se comunicó con Vannier. Tenía que recuperar rápidamente la moneda, y devolvérsela a su madre junto con alguna historia. Se encontró en algún lugar con Vannier y éste le entregó nuevamente un doblón. Lo más probable es que sea otra falsificación. Era lógico que se quedase con el auténtico. En este momento Vannier ve que su plan corre peligro de naufragar antes de haber sido puesto en marcha. Morningstar ha llamado a su madre y ella me ha contratado. Morningstar ha olido algo. Vannier va al departamento de Phillips, entra por los fondos y discute con Phillips, tratando de averiguar qué es lo que éste sabe. Phillips no le confesó que ya me había enviado el doblón falsificado escribiendo el domicilio con una letra de imprenta que más tarde también apareció en el diario que guardaba en su oficina. Deduzco esto del hecho de que Vannier no trató de recuperarlo de mis manos. Naturalmente, no sé qué le dijo Phillips a Vannier, pero lo más probable es que lo acusara de estar ejecutando alguna maniobra ilícita, que afirmara que sabía de dónde provenía la moneda y que iría a contárselo a la Policía o a la señora Murdock. Y Vannier desenfundó un arma lo golpeó en la cabeza y lo mató. Lo registró a él y al departamento y no encontró el doblón. Entonces fue a la oficina de Morningstar. Éste tampoco tenía la moneda falsificada, pero probablemente Vannier creyó que estaba en su poder. Golpeó al viejo en el cráneo con la culata del arma y revisó la caja fuerte, quizás halló algún dinero, quizá no encontró nada, pero de todos modos dejó rastros que hacían pasar lo ocurrido por un asalto. Entonces el señor Vannier llegó a su casa, todavía un poco preocupado porque no había recuperado el doblón, pero con la satisfacción de una tarde bien empleada. Un par de asesinatos perfectos. Quedaba usted.