21

Leslie Murdock vestía un traje verdoso y su cabello parecía húmedo, como si acabase de tomar una ducha. Se sentó inclinado hacia delante, mirando las punteras de sus zapatos y haciendo girar un anillo en su dedo. No tenía su larga boquilla negra, y parecía un poco desamparado sin ella. Incluso su bigote parecía más caído que en mi oficina.

Merle Davis no había cambiado desde el día anterior. Probablemente siempre estaba igual. Su cabello cobrizo estaba estirado con idéntica fuerza, sus lentes con montura de carey parecían tan grandes y vacíos como antes, los ojos que había atrás resultaban igualmente vagos. Tenía puesto el mismo vestido de hilo con mangas cortas, sin ninguna clase de adorno, ni siquiera aros.

Tuve la curiosa sensación de estar viviendo nuevamente algo que ya había ocurrido.

—Muy bien, hijo —dijo tranquilamente la señora Murdock, sorbiendo su oporto—. Cuéntale al señor lo que ocurrió con el doblón. Me temo que deberá saberlo.

Murdock me miró rápidamente, y luego bajó de nuevo la vista. Su boca se contrajo. Cuando habló, su voz carecía de tono, era un sonido chato y cansado, como si fuese un hombre que hacía una confesión después de una agotadora batalla con su conciencia.

—Como le dije ayer en su oficina, le debo a Morny mucho dinero. Doce mil dólares. Más tarde lo negué, pero es cierto. Los debo. No quería que mamá lo supiese. Él me presionaba para que le pagara. Supongo que sabía que finalmente tendría que confesárselo, pero fui lo bastante débil como para querer ponerle punto final. Tomé el doblón, echando mano de las llaves una tarde en la que ella dormía y Merle había salido. Se lo di a Morny y él accedió a retenerlo como garantía, porque le expliqué que él no podría obtener doce mil dólares por el doblón a menos que pudiese dar su historia y demostrar que había llegado a su poder por medios legales.

Dejó de hablar y me miró para ver cómo lo estaba tomando. La señora Murdock tenía los ojos prácticamente clavados en mi rostro. La muchacha contemplaba a Murdock con los labios separados y una expresión de sufrimiento en sus facciones.

—Morny me dio un recibo —continuó Murdock—, en el que accedía a retener la moneda como fianza y a no venderla sin previo aviso. Era algo parecido. No sé muy bien hasta qué punto era legal. Cuando Morningstar llamó y preguntó por la moneda, sospeché inmediatamente que Morny estaba tratando de venderla o que por lo menos pensaba hacerlo y trataba de obtener una valuación de alguien que entendía de monedas antiguas. Me asusté mucho.

Levantó su mirada y me hizo una mueca. Tal vez la de quien ha estado muy atemorizado. Entonces tomó su pañuelo, secó su frente y se sentó hundiendo la cabeza entre sus manos.

—Cuando Merle me contó que mamá había empleado a un detective… y mamá me prometió no regañar a Merle por esto, aunque ella no debió haber hecho lo que hizo… —miró a su madre. La vieja arpía apretó las mandíbulas y se mostró hosca. La muchacha todavía lo estaba contemplando a él, y no parecía preocupada por lo que pudiese ocurrirle. Él continuó—: Entonces estuve seguro de que había notado la ausencia del doblón y lo había contratado por ese motivo. No creí que lo hubiese llamado para que buscase a Linda. Yo siempre supe dónde estaba mi esposa. Fui a su oficina para tratar de averiguar algo. No tuve mucho éxito. Ayer por la tarde fui a ver a Morny, y hablamos de eso. Al principio se rió en mi cara, pero cuando le expliqué que ni siquiera mi madre podría vender la moneda sin violar las cláusulas del testamento de Jasper Murdock y que ella lo denunciaría a la Policía cuando yo le contase dónde se encontraba la moneda, Morny cedió. Se levantó, fue hasta la caja fuerte y sacó la moneda y me la entregó sin decir una palabra. Le devolví su recibo y él lo rompió. Luego traje el doblón a casa y le conté la verdad a mi madre.

—¿Morny le amenazó? —pregunté, en el silencio que se hizo a continuación.

—Dijo que quería su dinero y que lo necesitaba, y que me diese prisa para reunirlo —manifestó Murdock, sacudiendo la cabeza—. Pero no se mostró amenazante. Sinceramente, fue muy decente… teniendo en cuenta las circunstancias.

—¿Dónde ocurrió esto?

—En el Idle Club Valley, en su oficina privada.

—¿Eddie Prue estaba ahí?

La muchacha apartó la vista de la cara de él, y me miró a mí.

—¿Quién es Eddie Prue? —inquirió la señora Murdock ásperamente.

—El guardaespaldas de Morny —respondí—. Ayer no desperdicié «todo» mi tiempo, señora Murdock —agregué, y luego miré a su hijo, esperando la respuesta.

—No, no lo vi —contestó—. Naturalmente, lo conozco. Basta encontrarlo una vez para recordarlo. Pero ayer no estaba allí.

—¿Eso es todo? —pregunté.

—¿No es suficiente…? —exclamó agriamente su madre.

—Quizá… —murmuré—. ¿Dónde está la moneda ahora?

—¿Dónde cree que puede estar? —ladró ella.

Casi se lo dije para verla saltar. Pero logré contenerme.

—Entonces esto parece ponerle punto final al asunto —comenté.

—Besa a tu madre, hijo, y vete —dijo la señora Murdock pesadamente.

Él se levantó obedientemente, se acercó a ella y la besó en la frente. Ella le palmeó la mano. Él salió del cuarto con la cabeza gacha y cerró la puerta con movimientos lentos.

—Será mejor que se lo dicte tal como lo contó —le indiqué a Merle—, y que usted haga una copia de la declaración y le pida que la firme.

La muchacha pareció sorprendida. La vieja rugió:

—No hará nada parecido. Vuelve a tu trabajo, Merle. Quería que escuchases esto. Pero si vuelvo a descubrir que violas mis secretos, sabes lo que ocurrirá.

La chica se puso en pie y le sonrió con los ojos brillantes.

—Oh, sí, señora Murdock. No lo haré nunca. Nunca. Puede confiar en mí.

—Espero que sea así —contestó la arpía—. Vete.

Merle salió silenciosamente.

Dos grandes lagrimones se formaron en los ojos de la señora Murdock y rodaron lentamente por la piel de elefante de sus mejillas, llegaron a las aletas de su carnosa nariz y siguieron por sus labios. Ella buscó un pañuelo, los secó y luego se secó los ojos. Guardó el pañuelo, tomó su vaso de vino y dijo plácidamente:

—Quiero mucho a mi hijo, señor Marlowe. Mucho. Esto me hiere profundamente. ¿Cree que tendremos que contarle esta historia a la Policía?

—Espero que no —contesté—. Le costará mucho trabajo hacer que la crean.

Su boca se abrió y sus dientes brillaron en la penumbra. Cerró los labios y los apretó fuertemente, mientras me miraba con la cabeza gacha.

—¿Qué quiere significar con eso? —exclamó.

—Lo que dije. La historia no parece cierta. Tiene una cualidad demasiado sencilla, prefabricada. ¿Se le ocurrió a él, o la pensó usted y se la enseñó?

—Señor Marlowe —afirmó ella con tono cortante—, usted está pisando terreno muy poco firme.

—¿No nos ocurre eso a todos? Muy bien, supongamos que es cierta. Morny lo negará, y volveremos a estar en el principio. Morny tendrá que negarla, porque de lo contrario se vería complicado en un par de asesinatos.

—¿Hay algo que haga improbable que ésta sea la verdadera situación? —bramó ella.

—¿Cree que Morny, un hombre con capital, protección y cierta influencia, se complicaría en un par de muertes para evitar verse envuelto en algo tan sencillo como es vender una garantía? Para mí eso carece de sentido.

Ella me miró y no hizo ningún comentario. Le sonreí, porque por primera vez le iba a gustar algo de lo que yo decía.

—Encontré a su nuera, señora Murdock. Me resulta un poco extraño que su hijo, que parece estar bajo su completo control, no le haya informado dónde estaba.

—No se lo pregunté —contestó ella con un tono extrañamente sereno.

—Está de nuevo donde empezó, cantando con la orquesta del Idle Valley Club. Hablé con ella. En cierta forma, es una muchacha muy dura. No le tiene mucha simpatía. No me habría resultado difícil creer que ella se había llevado verdaderamente la moneda, en parte por rencor. Y me resultaba un poco menos difícil creer que Leslie lo sabía o lo descubrió, e inventó esa historia para protegerla. Asegura que está muy enamorado de ella.

La vieja sonrió. No fue una sonrisa hermosa, pues estaba en el lado menos apropiado de la cara. Pero fue una sonrisa.

—Sí —comentó ella suavemente—. Sí. Pobre Leslie. Podría haberlo hecho. Y en ese caso… —se interrumpió y su sonrisa se ensanchó hasta que se hizo extática—, en ese caso mi querida nuera podría estar complicada en los asesinatos.

Durante un cuarto de minuto la contemplé mientras gozaba con esa idea.

—Y eso le daría a usted una gran alegría —dije.

Ella asintió, siempre sonriendo, captando la idea antes de notar la dureza de mi tono. Entonces sus facciones se pusieron rígidas y sus labios se unieron fuertemente. Entre ellos y sus dientes murmuró:

—No me gusta su tono. No me gusta nada su tono.

—Lo comprendo —contesté—. A mí tampoco me gusta. No me gusta nada. No me gusta esta casa, ni usted, ni el ambiente de temor que reina aquí, ni el rostro exprimido de esa chiquilla, ni ese monigote de hijo que tiene, ni este caso, ni la verdad que me cuentan sobre él, ni las mentiras que me cuentan sobre él, ni…

Entonces ella empezó a chillar. Los ruidos brotaron de un rostro contraído por la furia, mientras sus ojos encendidos de odio despedían fuego.

—¡Váyase! ¡Salga inmediatamente de esta casa! ¡No se quede ni un instante! ¡Váyase!

Me puse en pie, levanté mi sombrero de la alfombra y dije:

—Con mucho gusto.

Le dediqué una especie de mueca cansada, me dirigí hacia la puerta, la abrí y salí. La cerré cuidadosamente, reteniendo el picaporte con una mano rígida y dejando que el pestillo se colocase suavemente en su lugar.

No tenía ningún motivo para hacer esto.