Cuando el teléfono hubo sonado tres veces, en el otro extremo de la línea una voz femenina de tono infantil se filtró a través de una goma de mascar.
—Buenos días —dijo—. Oficina del señor Morningstar.
—¿El señor está?
—¿Quién lo llama?
—Marlowe.
—¿Él le conoce a usted, señor Marlowe?
—Pregúntele si quiere comprar antiguas monedas norteamericanas de oro.
—Un minuto, por favor.
Hubo una pausa necesaria para que una persona mayor, sentada en una oficina interior, fuese informada de que alguien quería comunicarse con él por teléfono. Entonces se oyó el ruido de un conmutador y habló un hombre. Tenía una voz seca. Casi podría haberse dicho reseca.
—Habla el señor Morningstar.
—Me dijeron que usted llamó a la señora Murdock, de Pasadena, señor Morningstar. Acerca de una cierta moneda.
—Acerca de una cierta moneda —repitió él—. Efectivamente. ¿Y bien?
—Tengo entendido que usted quería comprar la moneda en cuestión de la colección Murdock.
—¿De veras? ¿Y quién es usted, señor?
—Philip Marlowe. Detective privado. Trabajo para la señora Murdock.
—¿De veras? —dijo por segunda vez. Se aclaró cuidadosamente la garganta—. ¿Y respecto a qué quiere hablar conmigo, señor Marlowe?
—Acerca de la moneda.
—Pero me anunciaron que no estaba en venta.
—De todos modos quiero conversar con usted sobre el tema. Personalmente.
—¿De modo que ella cambió de idea acerca de la venta?
—No.
—Entonces me temo que no entiendo lo que usted desea, señor Marlowe. ¿De qué hablaremos? —preguntó, y ahora su tono fue de astucia.
Saqué el as de la manga y lo jugué con gracia lánguida.
—Lo interesante, señor Morningstar, es que cuando usted llamó, ya sabía que la moneda no estaba en venta.
—Interesante, sin duda —respondió él lentamente—. ¿Qué le hace pensar eso?
—Usted está en la especialidad, y no puede dejar de saberlo. Es de público conocimiento que la colección Murdock no puede ser enajenada mientras viva la señora Murdock.
—Ah —exclamó—. Ah. —Hubo una pausa, y luego—: A las tres —dijo—. Me agradaría recibirlo en mi oficina. Probablemente usted sabe dónde está situada. ¿Le conviene la hora?
—Estaré allí —contesté.
Colgué el auricular, volví a encender la pipa y me quedé mirando la pared. Mi rostro estaba rígido por los pensamientos o por algo que lo ponía rígido. Saqué del bolsillo la foto de Linda Murdock, la miré durante un rato, decidí que después de todo el rostro era bastante vulgar, y la guardé bajo llave en mi escritorio. Tomé la segunda cerilla de Murdock del cenicero y la observé. En ésta la leyenda decía: Top Row W. D. Wright’36.
La dejé caer nuevamente en el cenicero, preguntándome qué era lo que hacía que esto tuviese importancia. Quizá fuese una pista.
Saqué de mi billetera el cheque de la señora Murdock, lo endosé, extendí una papeleta de depósito y un cheque para cobrar, saqué mi talonario de cheques del cajón, lo ajusté todo con una goma y metí el bulto en mi bolsillo.
Lois Magic no figuraba en la guía telefónica.
Abrí la sección clasificada e hice una lista de la media docena de agencias teatrales que aparecían con letras grandes y las llamé. En todas había voces muy animadas que querían averiguar muchos detalles, pero o no sabían nada o no querían decirme nada acerca de la señorita Lois Magic, supuesta actriz.
Tiré la lista al cesto de papeles y llamé a Kenny Haste, un reportero de la sección policial del Chronicle.
—¿Qué sabes de Alex Morny? —le pregunté, una vez que terminamos de intercambiar bromas.
—Tiene un lujoso club nocturno con salón de juego en Idle Valley, a unas dos millas de distancia de la carretera, en dirección a las sierras. Trabajó en cine. Pésimo actor. Parece contar con mucha protección. Nunca oí que hubiese matado a nadie en la plaza pública a mediodía. Ni a ninguna otra hora. Pero no me gustaría apostar al respecto.
—¿Peligroso?
—Podría serlo, en caso necesario. Todos esos tipos han visto películas y saben cómo debe comportarse el dueño de un club nocturno. Tiene un guardaespaldas que es un tipo muy interesante. Se llama Eddie Prue, mide un metro noventa y es flaco como una coartada auténtica. Tiene un ojo defectuoso a consecuencia de una herida de guerra.
—¿Morny es peligroso para las mujeres?
—No seas puritano, amigo. Las mujeres no lo llaman peligroso.
—¿Conoces a una chica llamada Lois Magic, supuestamente actriz? Una rubia alta y atractiva, según me contaron.
—No. Aunque por lo que oigo me gustaría conocerla.
—No bromees. ¿Conoces a alguien llamado Vannier? Ninguna de estas personas está en la guía telefónica.
—No. Pero podría preguntárselo a Gertie Arbogast, si quieres volver a llamar. Él conoce a todos los aristócratas de clubs nocturnos. Y a los granujas también.
—Gracias, Kenny. De acuerdo. ¿Dentro de media hora?
Respondió afirmativamente, y cortamos la comunicación. Cerré la oficina y salí.
En el extremo del corredor, en el ángulo de la pared, un joven rubio con un traje marrón y un sombrero de paja color cacao con una cinta tropical marrón y amarilla, estaba leyendo el diario con la espalda apoyada contra la pared. Cuando pasé frente a él bostezó, metió el diario debajo del brazo y se irguió.
Entró en el ascensor conmigo. Estaba tan cansado que apenas podía mantener los ojos abiertos. Salí a la calle y recorrí una manzana hasta el Banco, para depositar mi cheque y retirar un poco de dinero para gastos. Desde ahí fui al Tigertail Lounge, me senté en un reservado vacío, bebí un «Martini» y comí un sandwich. El tipo del traje marrón se había apostado en el extremo del bar, bebía «Coca-cola», se mostraba aburrido y apilaba monedas delante de él, acariciando cuidadosamente los cantos. Se había puesto nuevamente las gafas oscuras. Lo hacían invisible.
Comí el sandwich lo más lentamente que pude y luego volví a la cabina telefónica situada al final del bar. El hombre del traje marrón volvió la cabeza rápidamente y disimuló el movimiento levantando su copa.
Llamé al Chronicle.
—Muy bien —dijo Kenny Haste—. Gertie Arbogast me informó que Morny se casó no hace mucho tiempo con tu linda rubia, Lois Magic. No conoce a Vannier. Dice que Morny compró una casa más allá de Bel-Air, un edificio blanco sobre Stillwood Crescent Drive, cinco manzanas al norte de Sunset. Gertie dice que Morny la obtuvo de un granuja en bancarrota llamado Arthur Blake Popham, que fue sorprendido en una estafa por correspondencia. Las iniciales de Popham están todavía en los portones. Y quizá también en el papel del baño, dice Gertie. Era un tipo capaz de eso. Es todo lo que sabemos.
—Nadie podría pedir más. Muchas gracias, Kenny.
Corté la comunicación, salí de la cabina, me encontré con las gafas oscuras sobre el traje marrón debajo del sombrero de paja color cacao y vi cómo se volvían rápidamente.
Giré sobre los talones, entré en la cocina por una puerta de vaivén y seguí hasta el callejón, y luego me encaminé por éste hasta el parking donde había dejado el coche.
Ningún cupé color arena consiguió seguirme cuando partí en dirección a Bel-Air.