Posfacio

Corregido por última vez, y reordenado para esta edición, Cuentos crueles es el segundo volumen de Los mundos reales. Comencé a escribirlo en 1962, apenas publicado Las otras puertas, y a diferencia de ese libro —que admitía textos de distinta época e intención diversa— lo imaginé, desde su primer cuento, como un libro único, pensado según aquella carta donde Poe declaraba (o para sí mismo descubría) el método de composición de toda su obra: «Al escribir estos cuentos uno por uno, a largos intervalos, mantuve siempre presente la unidad de un libro, es decir que cada uno fue compuesto con referencia a su efecto como parte de un todo». De ahí, en mi caso, cierta buscada uniformidad temática; de ahí la preponderancia que en este libro tiene la violencia. O acaso hay otra explicación. Cuentos crueles fue escrito entre 1962 y 1966, vale decir, en la sonora década del ’60, años que no fueron el tiempo dorado e irresponsable que algunos imaginan, sino el preludio de otros años atroces y violentos que siguieron y en los que aún vivimos[2]. Yo no sé de qué modo mis cuentos testimonian aquellos días, que también son éstos: sé que de algún modo los testimonian. Sé que corresponden no sólo en algún caso por su asunto, sino hasta por la exasperación de su tono, a ese período turbulento en que la violencia, el sexo, la política, la crueldad, el nacimiento y la casi simultánea muerte de las ilusiones fueron, para nuestra generación, no meros temas literarios, sino el ámbito donde unos hombres, que éramos nosotros, vivieron, amaron, creyeron, traicionaron, fueron traicionados y escribieron.

A. C.