Capítulo 22

Cybil hizo lo que Preston le había sugerido y se tomó su tiempo, lo necesitaba para ajustarse al nuevo comportamiento de Preston. Quizá fuera una parte de él que nunca antes le había mostrado.

¿Cómo podría haber imaginado que tenía tanta ternura dentro? Una ternura que hacía que le resultara aún más difícil controlar sus propios sentimientos.

Lo amaba cuando se comportaba cuando era descuidado y gruñón, cuando era divertido e interesante y cuando estaba excitado y ansioso. ¿Cuánto más podría amarlo siendo tierno y cariñoso?

Sabía que se estaba esforzando para pedirle disculpas por haberle hecho daño, sin ni siquiera saber realmente lo que había hecho. Pero lo que importaba era que estuviera intentando hacer las cosas bien.

¿Cómo podría haberlo rechazado?

Una cena tranquila en casa les haría muy bien a los dos. A él no le gustaban las multitudes y, en aquel momento, tampoco ella tenía energías para salir y ver gente. Así pues, comerían una pizza viendo la tele, hablarían de cosas sin importancia y harían el amor en el sofá.

Todo volvería a ser sencillo porque era lo mejor para ambos.

Mucho más tranquila, se puso la bata, se pasó las manos por el pelo, ya casi seco, y bajó las escaleras.

Lo primero que sintió fue la música, una melodía seductora que no le extrañó oír sabiendo como sabía que Preston era un gran melómano. Pero entonces vio el brillo de las velas, decenas y decenas de ellas repartidas por todo el salón.

Allí estaba él, en medio de la tenue luz, esperándola.

Se había cambiado de ropa y se había afeitado la barba de varios días. Le tendió una mano que Cybil aceptó, fascinada por el modo en que la luz iluminaba sus ojos azules.

—¿Te sientes mejor?

—Mucho mejor. ¿Qué está pasando aquí?

—Vamos a cenar.

—Te has tomado muchas molestias para tomar —vio cómo se llevaba su mano a los labios y le mordisqueaba los nudillos de un modo que le impedía hablar con normalidad—… pizza —consiguió decir.

—Me gusta el efecto de la luz de las velas en tus ojos, en tus enormes y exóticos ojos —susurró antes de acercarse a darle un beso sobre los párpados—. Y en tu piel —le besó la mejilla—. Esa piel tan suave. Temo haberte dejado algún moretón porque a veces se me olvida lo suave y delicada que es.

—¿Qué? —tenía la sensación de estar realmente flotando.

—He sido muy poco cuidadoso contigo, Cybil. Pero esta noche voy a tener más cuidado —volvió a levantarle las manos y se las besó una y mil veces—. Tengo algo para ti —le dijo mostrándole una cajita atada con un lazo rosa.

—No necesito regalos. No los quiero.

Preston frunció el ceño sin comprender, pero enseguida se dio cuenta de que aquello le había hecho pensar en Pamela.

—No es porque los necesites, es porque me acordé de ti —le puso la cajita en las manos para que la abriera—. Mira lo que es antes de decir nada más. Por favor.

Cybil aceptó la cajita.

—Bueno, ¿a quién no le gustan los regalos? —dejó de hablar al ver los pendientes que había dentro. Eran dos tiras de piedrecitas negras con forma de pez, como si los acabaran de pescar. Se echó a reír al ver cómo se movían en el aire—. Son ridículos.

—Lo sé.

—Me encantan.

—Me lo imaginaba.

Se los puso y lo miró con alegría.

—¿Qué te parecen?

—Que te van de maravilla.

—Muchas gracias. Es un detalle precioso —dijo sólo un segundo antes de lanzarse en sus brazos y besarlo apasionadamente.

—Ay, Dios, no hagas eso —le suplicó Preston al ver que comenzaba a bajársele la sangre de la cabeza.

—Perdón. Es que es demasiado para una sola noche… flores, velas y pececitos —pero respiró hondo y se apartó de él—. Te dejo libre.

—Gracias —le pasó el dedo por la mejilla, por donde había empezado a caer una lágrima—. ¿Champán?

—¿Champán? —repitió, nuevamente sorprendida. ¿Qué demonios le ocurría? De pronto parecía relajado, feliz, romántico—… ¡Has terminado la obra! Preston, es eso, ¿verdad?

—No, aún no, aunque queda muy poco.

—¿Entonces por qué todo esto?

Preston le dio una copa y levantó la suya para brindar.

—Por ti, sólo eso.

El hormigueo que Cybil sintió en el estómago no se debía al champán, sino al modo en que él la miraba.

—No sé qué decir.

—Eso sí que es un hecho sin precedentes.

—¿Así que todo esto es una treta para hacerme callar? —Se echó a reír con relajación y disfrutó del champán—. Eres muy listo, ¿verdad?

—Aún no has visto nada —le quitó la copa de las manos y la estrechó en sus brazos, pero en lugar de besarla, apoyó la mejilla contra la suya y comenzó a moverse al ritmo de la música—. Nunca hemos bailado juntos.

—No —Cybil cerró los ojos y se dejó llevar—. Preston —susurró varios minutos después al sentir que él comenzaba a besarle el cuello y los hombros.

—Debe de ser la cena.

—¿Qué?

—El timbre, debe de ser la cena.

—Ah —ni siquiera lo había oído.

—Espero no decepcionarte —le dijo mientras se dirigía a la puerta—. No es pizza.

—No te preocupes, me da igual una cosa que otra —¿cómo iba a comer con todas esas mariposas revoloteándole en el estómago?

Abrió los ojos de par en par al ver entrar dos camareros de esmoquin que distribuyeron la comida sobre la mesa que Preston había preparado ya con sus mejores platos. Diez minutos después se habían marchado y ella aún no había recuperado el habla.

—¿Tienes hambre?

—Yo… es maravilloso.

—Ven a sentarte —la llevó de la mano hasta la mesa y después se inclinó a darle un beso en la nuca.

Debió de comer algo, pero no habría podido recordar qué era exactamente ni cómo sabía porque sólo veía a Preston. Sólo recordaría el modo en que la había mirado, cómo le había mordisqueado los nudillos y cómo la había estrechado en sus brazos al bailar. Cómo le había sonreído al ayudarla a levantarse de la mesa y cómo la había llevado en brazos al dormitorio.

De pronto Cybil le parecía tan delicada, tan vulnerable. Aunque lo hubiese deseado, no podría haberla tratado de otro modo que con ternura. La dejó sobre la cama suavemente, encendió las velas como había hecho en otra ocasión, pero cuando volvió a su lado y la acarició, lo hizo con suavidad.

Le dio más de lo que se creía capaz de dar y recibió de ella una recompensa que no habría imaginado posible. Cada vez que se estremecía, Preston no se sentía victorioso, sólo sentía ternura.

—Eres preciosa, Cybil —susurró mientras cubría su cuerpo de besos—. ¿Cuántas veces he olvidado decírtelo? Y demostrártelo —añadió mirándola a los ojos.

—Preston…

—No, déjame que lo haga. Deja que vea cómo disfrutas mientras te toco como debería haberlo hecho mucho antes.

Cybil sintió que se hundía en un mar cálido y oscuro. Estaba indefensa, sólo podía aferrarse a él, a sus manos, a sus labios. La primera oleada la arrastró dejándola temblorosa de tanto placer.

Preston siguió explorando cada rincón de su cuerpo, deteniéndose en aquellos que hacían que se le acelerara la respiración.

Finalmente se sumergió en ella con su nombre en los labios y gimió con deleite cuando sus piernas lo rodearon.

Se movió dentro de su cuerpo mientras sus bocas se fundían igual que lo hacían sus cuerpos, bebiéndose los gemidos del otro hasta que ambos se deshicieron en un largo clímax.

Preston seguía allí cuando despertó, abrazándola igual que lo había hecho mientras dormían.

—Definitivamente, es la noche más romántica de la era moderna —declaró Jody después de oír el relato de lo sucedido con Preston.

—Nunca nadie había sido tan atento conmigo —murmuró Cybil, todavía flotando—. Y no me refiero a… ya sabes.

—Pero el ya sabes fue excelente, ¿verdad?

—Espectacular, mejor que nada que hayas leído en ninguna novela romántica. Fue como si estrechara mi alma en sus brazos y luego me la devolviera llena de amor.

—Dios, qué bonito, Cyb. Tú sí que deberías de escribir una novela romántica.

—Estoy tan enamorada, Jody. Yo no pensé que se pudiera amar así, que me pudiera caber tanto amor dentro.

Su amiga soltó un largo suspiro.

—¿Cuándo vas a decírselo?

—No puedo —dijo con tristeza—. No tengo valor para decirle algo que sé que no quiere oír.

—Pero si está loco por ti.

—Sé que siente algo por mí y quizá si espero un poco más, si se da cuenta de que puede confiar en mí y de que nunca voy a defraudarle, se permita sentir algo más.

—Pero ten cuidado no defraudarte a ti misma, Cyb.

—Tiene motivos para ser tan cauto, Jody. No puedo contártelo porque es algo muy personal.

—Lo comprendo.

—Gracias por escucharme. Ahora tengo que irme, tengo un millón de cosas que hacer. ¿Necesitas algo?

—La verdad es que sí me gustaría pedirte una cosa.

—Adelante, lo añadiré a la lista de encargos de la señora Wolinsky y del señor Puebles.

—Pero no le digas a nadie lo que me has comprado, ¿de acuerdo?

—Claro —respondió mientras buscaba la lista con gesto ausente—. Sólo tienes que apuntarlo aquí.

Una vez hechas las compras de sus vecinos y las suyas propias, Cybil fue directamente a casa de Jody, pues sabía que estaría impaciente, pero parecía que su amiga había salido. Cargada de bolsas, Cybil se subió en el ascensor para llegar al tercer piso y sonrió como una tonta al ver que Preston la esperaba junto a su puerta.

—Hola, vecina —la saludó después de quitarle las bolsas y de darle un beso—. ¿Qué llevas aquí, ladrillos?

—No, uvas para el señor Puebles, un millón de cosas para la señora Wolinsky, unas manzanas para que tú comas algo sano mientras trabajas… ¡Ah! Y amoniaco para limpiar la suciedad que estás dejando que se acumule en tus ventanas —explicó detalladamente mientras buscaba su esquiva llave.

—Manzanas y amoniaco, ¿qué más puede pedir un hombre?

—Tarta de queso de la mejor tienda del barrio. Es irresistible.

—Tendrá que esperar —la rodeó con sus brazos y la hizo bailar unos pasos—. He terminado la obra.

—¿De verdad? Es maravilloso. Enhorabuena.

—Nunca había trabajado tan rápido. Aunque quedan cosas por repasar, pero está todo ahí y en gran parte es gracias a ti.

—¿A mí?

—Hay mucho de ti en esa obra. Una vez dejé de luchar contra ello, comenzó a salir de manera imparable.

—Estoy sin habla. ¿Qué has escrito sobre mí? ¿Cómo es mi personaje? ¿Qué hace? ¿Puedo leerlo?

—Vaya, y eso que estabas sin habla —dijo riéndose—. Podrás leerlo en cuanto le dé unos últimos toques. Ahora vamos a cenar a la cafetería para celebrarlo.

—¿Quieres celebrar que has acabado la obra con unos espagueti con carne?

—Exacto —y no le importaba parecer un sentimental—. Al lugar al que llevaste a un pobre músico en paro.

—¿Has puesto eso en la obra?

—No te preocupes, te gustará.

—Dios, me encanta verte tan feliz.

—Así es como me siento últimamente. Venga, vámonos.

—Espera, tengo que colocar la compra y arreglarme un poco.

—Tú arregla lo que creas que necesita arreglo y yo mientras colocaré la compra.

—Muy bien. Pero pon cada cosa en su lugar, no te limites a tirarlo todo en un armario.

—Date prisa —dijo comenzando a sacar las cosas de las bolsas.

Había estado una hora esperando a que llegara, impaciente por contárselo, por encontrar el modo de decirle que durante las últimas semanas, todo había cambiado. Por mucho que hubiera luchado contra ello y lo hubiera negado, no había podido evitar que cambiara. Por primera vez desde hacía mucho tiempo, demasiado, era feliz.

Y no era sólo por la obra, era por Cybil.

Ella le hacía feliz.

Esa felicidad se había reflejado en su trabajo. En la obra había un poso de esperanza que él no había previsto en un principio. Algo irresistible que había aparecido en su vida al mismo tiempo que lo había hecho Cybil con sus galletas y su risa.

Lo que sentía por ella, lo que ella le había hecho sentir con su alegría y su generosidad, hacía que se sintiera completo. Cybil lo había rescatado. Las últimas palabras de la obra lo decían todo.

«El amor lo cura todo».

Con un poco de tiempo y de esfuerzo, tendría la oportunidad de vivir con ella algo que había dejado de creer que fuera posible.

Metió la mano en la segunda bolsa y sacó una caja que hizo que todo ese mundo de felicidad se derrumbara de golpe.

—Antes de irnos tengo que llamar a Jody para ver si ha vuelto ya —anunció Cybil mientras bajaba corriendo. Se había puesto los graciosos pendientes que él le había regalado.

—¿Qué demonios es esto, Cybil? —Tiró la prueba de embarazo sobre la encimera de la cocina con furia—. ¿Estás embarazada?

—Yo…

—Crees que estás embarazada y no me lo has dicho. ¿A qué esperabas para decírmelo? ¿Pensabas elegir el momento y el lugar perfecto para dármelo ya consumado?

El rubor de felicidad de sus mejillas desapareció en sólo un instante.

—¿Es eso lo que crees, Preston?

—¿Qué debo creer? Llegas aquí con toda la tranquilidad del mundo y ahora encuentro esto —dio un golpecito con la caja en la encimera—. Y tú eres la que jamás miente ni engaña, pues ya me dirás qué es esto.

—Ahora ya soy como Pamela, ¿verdad? —Toda la alegría de su corazón se convirtió en ceniza, fría y seca ceniza—. Un ser calculador y taimado.

—Estoy hablando de ti y de mí, de nadie más —tenía que calmarse, pero aquella traición estaba destrozándolo por dentro cuando por fin había decidido volver a confiar—. Exijo una explicación.

—Pues aquí la tienes. He comprado manzanas para ti, uvas para el IB y una prueba de embarazo para Jody. Chuck y ella tienen la esperanza de estar esperando un hermanito para Charlie.

—¿Jody?

—Exacto —cada palabra que salía de su boca le quemaba la garganta—. No estoy embarazada, así que ya puedes relajarte.

—Lo siento.

—Yo también. No sabes cuánto —agarró la cajita y la observó con tristeza—. Jody estaba tan emocionada cuando me pidió que se lo comprara… Para alguna gente el hecho de ir a tener un hijo supone una enorme alegría, para ti sin embargo es una amenaza, un mal recuerdo de otro tiempo.

—Siento haber reaccionado así, Cybil. He sido un estúpido.

—¿Qué habrías hecho si hubiera sido mío, Preston? ¿Si te hubiera dicho que estaba embarazada? ¿Habrías creído que lo había hecho adrede para atraparte, para destrozarte la vida? ¿O que era de otro hombre y que me estaba riendo de ti?

—No, no habría pensado eso —la simple idea le horrorizaba—. No seas ridícula. Jamás habría pensado eso.

—¿Qué tiene de ridículo? Pamela lo hizo, ¿por qué no iba a hacerlo yo? Eres tú el que espera que me comporte como ella, el que no acaba de cerrarle la puerta a su recuerdo.

—Tienes razón, Cybil…

Dio un paso atrás cuando él fue a agarrarla.

—Siempre he sido sincera contigo. No tenías derecho a tratarme así y yo no debería habértelo permitido. Pero esto se ha acabado. Quiero que te vayas.

—No, antes tenemos que solucionar esto.

—Ya está solucionado. No te culpo de nada; yo soy tan responsable como tú. Te he dado demasiado sin esperar nada a cambio. Tú me dijiste que no podías darme más y yo cometí el error de aceptarlo, pero ya no. Quiero alguien que me respete, que confíe en mí y no pienso conformarme con menos. Márchate por favor —fue hacia la puerta y la abrió de par en par.

En sus ojos había furia, pero también lágrimas de dolor.

—Me he equivocado, Cybil. Lo siento mucho.

—Yo también —iba a cerrar ya, pero entonces respiró hondo y dijo algo más—: Hay algo en lo que no he sido sincera contigo, pero voy a serlo ahora mismo. Estoy enamorada de ti, Preston. Eso es lo peor de todo.

Preston dijo su nombre e intentó acercarse, pero ella cerró la puerta y echó todos los cerrojos. Por mucho que la llamó y golpeó la puerta con los puños, Cybil no abrió. La llamó por teléfono desde su apartamento y volvió a la puerta, pero no hubo respuesta.

Le suplicó que abriera mientras sentía cómo se le escapaba de las manos todo lo que había llegado a amar desde que la conocía. Pero ella estaba en el dormitorio y no podía oírlo mientras lloraba desconsoladamente.