Capítulo 19

La casa de los MacGregor se alzaba con arrogancia junto a un magnífico acantilado sobre el mar. Sus torres y la piedra gris de sus muros eran un símbolo del orgullo del clan; un edificio fuerte y sólido construido para perdurar en el tiempo.

A Cybil le gustó que la casa ejerciera el mismo efecto sobre Preston que siempre le había causado a ella. Por eso detuvo el coche cuando él se lo pidió.

—Parece sacada de un cuento, ¿verdad? —le preguntó mientras la observaba a través de la densa cortina de lluvia.

—La había visto en fotos, pero es mucho más impresionante en la realidad.

—En días como este tengo la sensación de estar en Escocia.

—¿Conoces Escocia?

—Sí, he ido un par de veces. ¿Tú no? —Preston negó con la cabeza—. Puede deberías ir, allí están tus raíces. Te sorprenderá ver cuánto tiran de ti cuando respires el aire de las tierras altas o veas los lagos de las tierras bajas.

—Puede que me vengan bien unas vacaciones después de terminar la obra —comentó mientras ella volvía a poner el coche en marcha.

Unos segundos después llegaron frente a la casa y Cybil le dio las llaves del coche y salió corriendo a refugiarse en el porche, donde meneó la cabeza como un perro mojado y se echó a reír.

Durante varios segundos Preston se quedó inmóvil. No podía hacer otra cosa que mirarla, disfrutar de la visión de ese rostro lleno de alegría. Quiso pensar que era deseo lo que sentía dentro de sí, pero el deseo rara vez hacía que se le formara un nudo de miedo en el estómago.

Si no podía dejar de sentirlo, lo negaría. Salió del coche, dejó que la lluvia le golpeara las mejillas mientras caminaba hacia ella. Al llegar a su lado, la estrechó en sus brazos y la besó con violenta pasión.

Cybil sintió la desesperación en su boca y la furia con la que su cuerpo se apretaba contra ella.

—Preston —susurró.

El suave sonido de su voz le hizo volver a la realidad.

—Ahora que vamos a estar rodeados de familia —comenzó a decirle mientras le apartaba el pelo de la cara de manera inconsciente—, puede que no pueda hacer esto tanto como me gustaría.

—Bueno —consiguió decir ella, casi sin aliento—. Con ese beso tendrás para un rato.

Lo agarró de la mano y lo llevó al interior de la casa.

Anna MacGregor no tardó en acudir a recibirlos y lo hizo con la misma calidez que se respiraba nada más entrar a la casa. Los escudos y espadas que adornaban las paredes recordaban que aquel había sido el hogar de un guerrero, pero también había flores cuyo olor se mezclaba con el agradable aroma de la madera.

Después de fundirse en un abrazo con Cybil, Anna le tendió una mano a Preston.

—Supongo que no te acordarás de mí porque no creo que hubieras cumplido aún los dieciséis años la última vez que te vi.

—Claro que me acuerdo de usted, señora MacGregor —dijo estrechándole la mano—. Fue en el baile de primavera de Newport y fue usted muy amable con un adolescente que estaba deseando marcharse de allí.

—Vaya, me siento muy halagada. Pero pasad y entrad en calor.

—¿Dónde están Matthew y el abuelo?

Anna se echó a reír.

—El pobre Matthew está arreglándole a tu abuelo el motor de la depuradora de la piscina. Ya sabes que cuando se le mete algo en la cabeza, es inútil tratar de convencerlo de lo contrario —les explicó mientras los conducía a la que denominó como habitación del trono, un nombre que hacía justicia al lugar—. Voy a preparar un té y a avisarlos de que estáis aquí para que no crea que pretendo acapararos.

—No, abuela. Siéntate con Preston y yo iré a decírselo y a preparar el té —insistió Cybil.

—Gracias, querida —Anna le dio unas palmaditas en la mano a su nieta y se sentó junto al fuego, frente a su invitado—. Preston, Daniel y yo vimos tu obra en Boston hace unos meses. Es sobrecogedora. Tu familia debe de estar muy orgullosa de ti.

—Creo que más bien están sorprendidos.

—Es más o menos lo mismo. No sé por qué suele sorprendernos que nuestros hijos o hermanos tengan talento, es como si pensáramos, ¿cómo he podido no darme cuenta durante tantos años?

—Usted conoce a mi familia, así que sabrá que la obra tiene mucho que ver con ellos.

—Sí, lo sé. ¿Qué tal está tu hermana?

—Bien. Los niños la ayudan a centrarse.

—¿Y tú, Preston? ¿Qué es lo que te centra a ti, el trabajo?

—Supongo que sí.

—Lo siento, no pretendía curiosear, eso suelo dejárselo a mi marido. Es sólo que recuerdo el modo en que aquel adolescente del baile cuidaba de su hermana.

—Sí —Preston sonrió con tristeza—. Pero debería haberlo hecho mejor, quizá así no la habría hecho sufrir tanto.

—No fuiste tú el que la hizo sufrir —le recordó Anna—. De verdad que no quería hacerte pensar en esas cosas. Mejor cuéntame en qué estás trabajando, si no es un secreto.

—Es una historia de amor ambientada en Nueva York. Al menos eso es lo que ha ido surgiendo hasta el momento.

Al ver el modo en que miró a Cybil al verla aparecer, Anna se dio cuenta de lo que había hecho surgir aquella historia de amor de la ficción.

—¿Aún no le has ofrecido un whisky a nuestro invitado? —preguntó Daniel con esa voz grave que no había perdido poder a pesar del paso de los años—. Vaya manera de recibir al hombre que nos ha traído a mi nieta preferida.

—Cuando querías que te arreglara la piscina, yo era tu nieto preferido —bromeó Matthew.

—Pero ahora que ya está arreglada… —respondió el anciano con una sonora carcajada.

—Me alegro de verlo, señor MacGregor.

Preston cruzó la habitación con una mano extendida, pero eso no era suficiente para Daniel MacGregor, que estrechó al joven en un abrazo que a punto estuvo de dejarlo sin respiración.

—Estás en forma McQuinn, pero un buen whisky hace sentir aún mejor a cualquier escocés.

—Tú tendrás que conformarte con una gota en el té, Daniel —le advirtió Anna mientras se acercaba a agarrar la botella.

—¡Qué mujer! —protestó MacGregor con un gesto casi infantil—. Bueno, siéntate, muchacho y cuéntame qué tal van las cosas entre Cybil y tú.

Una señal de alarma sonó en la mente de Preston.

—¿Cómo?

—Son vecinos, ¿no?

—Ah, sí, sí —respondió con alivio.

—Es hermosa como una flor, ¿verdad?

—Abuelo —Cybil acudió en su ayuda de inmediato—. No empieces, McQuinn no lleva aquí ni diez minutos.

—¿Que no empiece qué? —le preguntó el anciano con fingida inocencia—. ¿Acaso no eres hermosa?

—Por supuesto que lo soy —bromeó ella acercándose a darle un beso a su abuelo—. Compórtate y quizá te dé un poco de mi whisky.

—Esa es mi niña —dijo Daniel con orgullo—. Y es una magnífica cocinera. Cybil, espero que estés siendo una buena vecina y le prepares alguna buena comida de vez en cuando.

—El otro día nos hizo su famoso pastel de pollo —intervino Matthew.

—Ah, ¿entonces ya has probado las delicias de nuestra pequeña Cybil?

—¿Qué? —Preston estuvo a punto de atragantarse con la galleta que le había ofrecido Cybil.

—Su comida —explicó Daniel, satisfecho de cómo parecía estar desarrollándose su plan—. Una mujer que cocina como ella debería tener una familia a la que alimentar.

—Abuelo —volvió a protestar Cybil.

—Lo único que digo es que cualquier hombre aprecia un buen plato caliente preparado con cariño, ¿no crees, muchacho?

Preston tuvo la sensación de estar pisando terreno peligroso.

—Desde luego.

—¡Ahí lo tienes! Un hombre que hace honor a su nombre… Aunque a tu edad ya deberías empezar a pensar un poco en el futuro. A tu edad hay que pensar en cosas como perpetuar el nombre de la familia.

Cybil le dio un codazo a Matthew al ver el gesto de angustia de Preston.

—Haz algo, hermanito —le suplicó en un susurro.

—Me debes una —le dijo antes de ofrecerse como blanco—. Abuelo, aún no te he hablado de la mujer que he conocido.

—¿Una mujer? —preguntó Daniel de inmediato—. ¿Qué mujer es esa? Pensé que estabas muy ocupado con tus juguetes de hierro para prestar atención a las mujeres.

—Claro que les presto atención —Matthew sonrió con picardía—. Pero esta es algo especial.

—Debe de serlo para que le dediques más de un vistazo.

—Desde luego que lo es. Se llama Lulu —se le ocurrió de pronto—. Lulu LaRue, aunque creo que es su nombre artístico. Es bailarina.

—¿Qué clase de bailarina? —preguntó con desconfianza.

—De estriptis, ¿de qué va a ser si no? No sabes el tatuaje que tiene en…

—¿Bailarinas de estriptis con tatuajes? ¡Por el amor de Dios, Matthew Campbell! ¿Es que quieres matar a tu madre? Anna, ¿estás escuchando lo que dice?

—Matthew, deja de tomarle el pelo a tu abuelo.

—Sí, señora —respondió obedientemente—. Pero no sé por qué no puedo estar con una bailarina de estriptis si me gusta.