Cybil lo esperaba en la acera cuando Preston salió del local. Bajo la luz blanca de la farola, con una mano en la cadera, la cabeza ladeada y una tenue sonrisa en los labios, parecía una elegante fotografía artística.
Sexo en blanco y negro.
Fue hacia ella, observándola detenidamente. El cabello corto del color del whisky, el vestido negro enfundando su cuerpo.
Ninguna joya que distrajera la atención.
Altos tacones de aguja sobre los que se alzaban unas piernas esbeltas y perfectas.
Las únicas notas de color eran sus ojos verdes y esa boca roja de sirena. Una boca que sonreía ahora con satisfacción femenina.
Estaba aún a tres pasos de distancia cuando sintió su aroma y ya no pudo seguir caminando lentamente.
—Hola, vecino —le dijo con una voz ronroneante que le hizo estremecerse de deseo.
Preston enarcó una ceja.
—¿Cambio de planes, vecina?
—Espero que no —fue ella la que dio el último paso.
Deslizó las manos por su espalda y luego volvió a subirlas hasta sus hombros para echarle los brazos alrededor del cuello. Su cuerpo encajaba con el de él.
—Tú eras mi único plan, cabeza de chorlito —le dijo con una risilla malévola.
—¿De verdad?
—McQuinn —le susurró rozándole la boca con los labios y mirándolo fijamente a los ojos—. ¿No te dije que serías el primero en saberlo?
Preston le puso la mano en la nuca sin apartar la boca de sus tentadores labios rojos.
—¿Puedes correr con esos tacones?
Ella se rio de nuevo, pero ahora se le notaba la respiración entrecortada.
—No, pero tenemos toda la noche, ¿no?
—Puede que necesitemos aún más tiempo —dio un paso atrás y le tendió una mano para que lo acompañara—. ¿De dónde has sacado esa arma letal? El vestido —añadió al ver su gesto de incomprensión.
—Ah, este trapo viejo —dijo riéndose—. Me lo he comprado hoy, pensando en ti. Y cuando me lo he puesto, pensaba en qué sentiría cuando tú me lo quitases.
—Has debido de estar practicando —dijo él cuando consiguió reunir fuerzas para volver a hablar—. Porque esto se te da muy bien.
—Voy improvisando sobre la marcha.
—Pues por mí no pares.
A Cybil se le pasó por la cabeza que parecía mentira tener tanto calor en una fresca noche de abril como aquella.
—Siento no haber sido más clara en la nota. Tenía muchas cosas en la cabeza —se volvió a mirarlo con deleite—. Y todas relacionadas contigo.
—La verdad es que me puso de muy mal humor —admitió sin el menor esfuerzo.
—Perdóname, pero debo decir que me resulta muy halagador. Cuando llamé a tu puerta y vi que no estabas, tuve más o menos la misma reacción. Me había pasado mucho tiempo preparándome para ti. Ahora puedes sentirte halagado.
—Debe de haberte costado mucho enfundarte ese vestido.
—Y no sólo eso —se concentró para controlar los latidos de su corazón, pero cuando se detuvieron frente a la puerta del edificio, volvió a acelerarse—. He preparado la cena.
—¿Sí? —no sólo estaba halagado, también estaba increíblemente excitado. Y conmovido.
—Una cena magnífica, aunque está mal que yo lo diga —añadió al tiempo que entraban en el edificio y se dirigían hacia el ascensor—. Con un delicioso vino blanco y una botella de champán que he pensado que podríamos disfrutar… en la cama.
Ya dentro del ascensor, Preston se esforzó para no tocarla, pues sabía que si lo hacía, no saldrían de allí.
—¿Hay algo más que daba saber sobre tus planes?
—Ya lo irás descubriendo —salió del ascensor y se dirigió hacia la puerta lanzándole una de esas miradas suyas que un hombre no podía dejar de seguir.
—¿La llave?
Sin apartar los ojos de él, Cybil deslizó un dedo por el amplio escote del vestido y fingió estar buscando la llave.
—Vaya, no consigo encontrarla —dijo disfrutando del modo en que Preston seguía su mano con la mirada—. Creo que vas a tener que ayudarme.
Preston descubrió algo que podría interesar a la comunidad médica, se podía seguir consciente aun sin sangre en la cabeza.
Pasó la mano suavemente por el borde del vestido provocándole un escalofrío. Después coló un dedo por debajo de la tela y le acarició el pecho. Vio cómo ella cerraba los ojos en el momento en que le rozó el pezón.
—Me parece que eres tú el que ha estado practicando —consiguió decir ella con la respiración entrecortada.
—Voy improvisando sobre la marcha.
—No vayas a parar por mí.
No tenía intención de hacerlo.
—Me parece que la he encontrado —susurró sacando la llave del escote.
—Sabía que podía contar contigo.
Introdujo la llave en el cerrojo y abrió la puerta para que Cybil pudiera pasar.
—Pídeme que entre.
—Entra.
Una vez dentro la agarró de las caderas y siguió caminando hacia la escalera.
—¿Y la cena? —preguntó ella, avanzando de espaldas.
—Puede esperar —Preston descolgó el teléfono al pasar.
—¿El vino?
—Después. Mucho después.
Cybil comenzó a subir los escalones con las piernas temblorosas, pero agarrándose a sus hombros.
—Pídeme que te toque.
—Tócame —suspiró al sentir que sus manos comenzaban a subir desde las caderas.
—Pídeme que te bese.
—Bésame —gimió cuando su boca le rozó los pechos—. Bésame más —le pidió al llegar al dormitorio.
—Enseguida —dijo él con una malévola sonrisa—. Quiero más luz.
—He preparado velas —buscó las cerillas e intentó encender una—. No puedo, me tiemblan las manos —admitió riéndose.
—Deja que lo haga yo, pero no te muevas de ahí.
Unos segundos después, la habitación quedó suavemente iluminada por la luz de decenas de velas y Preston volvió a su lado. Cybil lo observaba con los ojos llenos de deseo y de nerviosismo.
—Pídeme que te tome —dijo estrechándola en sus brazos.
—Tómame —obedeció ella sin apartar la mirada de sus ojos.
Sus bocas se unieron con el poder y la pasión que habían creado entre ambos. Cybil se aferró a él con la certeza de que aquello era lo que quería.
—Te deseo —le dijo mientras le cubría el rostro de besos.
Entonces él le dio la vuelta y comenzó a besarle el cuello. Cybil se sorprendió al ver la imagen de ambos en el espejo, el brillo de deseo que iluminaba el rostro de Preston mientras exploraba su cuerpo.
—Tenemos toda la noche —le recordó él—. Mira.
Continuó besándole y mordisqueándole el cuello mientras con las manos le acariciaba los pechos por debajo de la seda del vestido. De los labios de Cybil salió un gemido de placer al sentir su mano en el centro de su cuerpo.
Preston levantó la mirada y sus ojos se encontraron en el espejo. Cybil lo había vuelto loco con su aparición en el club y ahora él tenía intención de devolverle el favor.
—Dime que quieres más.
Cybil sentía que los músculos se le habían quedado flojos, las piernas apenas la sostenían.
—Preston…
Él siguió acariciándole los muslos, haciéndola estremecer.
—Dime que quieres más.
—Dios —echó la cabeza hacia atrás y la apoyó en su hombro—. Quiero más.
—Yo también.
Coló la mano por debajo de sus medias. Tocarla de aquel modo era una deliciosa tortura. Su aroma lo estaba matando, el tacto de su piel lo urgía a hacerla suya, pero él hizo un esfuerzo por controlarse. Debía apaciguar su instinto animal porque cuando se desatara los devoraría a ambos.
Le mordisqueó el cuello y los hombros mientras le bajaba la cremallera del vestido. No pudo contener un gruñido de excitación al ver lo que había debajo de la fina prenda.
Sexo en blanco y negro, pensó de nuevo.
Cybil vio cómo cambiaba la expresión de sus ojos y aparecía en ellos un brillo peligroso. Le sorprendió darse cuenta de que eso era precisamente lo que deseaba ver; el peligro, el riesgo, la gloria de estar haciéndole perder ese férreo control que ejercía sobre sí mismo.
Saberse poseedora de tal poder la impulsó a agarrarle las manos con las suyas y guiarlas por su cuerpo.
—Me lo he comprado hoy —susurró mientras le llevaba las manos a los pechos—. Para que pudieras arrancármelo.
Aquellas palabras bastaron para que se dejara llevar por la pasión. La dio la vuelta y poseyó su boca apasionadamente mientras la llevaba hasta la cama.
Quería comérsela viva y no podía parar. Sintió cómo arqueaba la espalda cuando su mano alcanzó el centro de aquel cuerpo perfecto. Un segundo después rasgó el encaje y la seda desesperadamente y pudo explorar sus pechos con la boca mientras ella lo volvía loco arrancándole la camiseta y hundiéndole las uñas en la espalda.
Su boca mostraba la misma ansiedad que la de él, sus manos se movían con la misma impaciencia por quitarle los pantalones y cuando por fin pudo agarrarlo, Preston sintió que todo su cuerpo ardía por dentro.
Rodaron por la cama, jadeando, gimiendo.
Cuando se adentró en ella y el calor de sus cuerpos se fundió en uno, la explosión de placer fue mayor de lo que jamás habría podido imaginar. Ella seguía su ritmo con la misma furia, agarrándose al cabecero para arquear la espalda y que él se sumergiera en su cuerpo tanto como fuera posible. Enloquecido de placer, Preston observó su rostro, el deleite que se reflejaba en él y siguió moviéndose hasta hacerla gritar su nombre y sintió que se derretía en sus brazos. Entonces se dejó llevar y se deshizo dentro de ella.
No le soltó las manos, ni salió de su cuerpo mientras ella seguía estremeciéndose.
—¿Aún respiramos? —le preguntó ella unos minutos después.
—Desde luego tu corazón sigue latiendo —podía verlo en su cuello.
—Bien. ¿Y el tuyo?
—Creo que sí.
—Bien. Voy a necesitar unas horas, quizá unos días, para poder volver a moverme.
Aunque tenía los ojos cerrados, Cybil sabía que él la observaba y por eso sonrió.
—Gracias por devolverme el favor, McQuinn.
—Era lo menos que podía hacer.
—Nunca nadie me había hecho sentir nada semejante —abrió los ojos—. Nadie me había tocado así.
Nada más decirlo se dio cuenta del error que había cometido, lo leyó en sus ojos, en el modo en que se apartó de la intimidad que acababan de compartir. Estaría con ella sólo si se trataba de algo sencillo, sexy y sin ternura alguna.
Pero ella deseaba algo más. Deseaba el sentimiento y la emoción.
—Tienes unas manos magníficas —dijo volviendo al tono seductor.
—Las tuyas tampoco están nada mal —respondió él al tiempo que se tumbaba de espaldas a su lado. Se odiaba a sí mismo por haberse estremecido al ver esa emoción en sus ojos.
No iba a permitir que las cosas fueran por esos derroteros porque sabía que entonces estaría perdido. Hacía ya mucho tiempo que había dejado de esperar, de sentir.
Cybil deseaba acurrucarse junto a él, pero suponía que eso también era terreno prohibido. Debía contentarse con algo sencillo y sin complicaciones, si no quería que se marchase de su lado.
—Me parece que nos vendría muy bien una copita de vino, ¿no te parece? —le preguntó incorporándose en la cama.
—Desde luego —Preston le pasó la mano por la cadera porque sentía la necesidad de tocarla, de no perder la conexión con ella—. Habías dicho algo de una cena.
—McQuinn, te tengo preparado algo delicioso —anunció levantándose de la cama después de darle un rápido beso—. Sólo me queda hacer los creps.
—¿Vas a cocinar?
—Sí.
Sólo con verla salir de la cama sintió que volvía a arderle la sangre.
—¿Qué haces?
Cybil se echó a reír con la bata en la mano.
—Poniéndome una bata. Suele utilizarse para cubrir la desnudez.
Preston fue hacia ella y le soltó el cinturón que acababa de atarse.
—No te la pongas.
—Pensé que querías cenar —dijo mientras un escalofrío le recorría la espalda.
—Así es y quiero verte cocinar.
—Ah —volvió a echarse a reír—. No voy a cocinar desnuda, esa fantasía tuya no se va a hacer realidad.
—En realidad me preguntaba si no tendrías otro conjunto como ese —dijo señalando a lo que quedaba del liguero de encaje que le había arrancado con sus propias manos.
Cybil enarcó una ceja con sorpresa y curiosidad.
—Ninguna mujer precavida compraría sólo uno. Tengo otro rojo pasión que te cortará la respiración.
En su rostro apareció una sonrisa arrebatadora.
—¿Por qué no te lo pones? Tengo muchísima hambre.