Cybil se compró un sugerente vestido negro, tan ceñido, que hizo que Jody cerrara los ojos y afirmara:
—Ese pobre hombre está perdido.
También se compró unos zapatos de tacón de aguja y lencería de la que se ponen las mujeres cuando esperan que algún hombre la vea y acabe quitándosela apasionadamente.
Además de la ropa, se hizo con todo un arsenal de velas, flores y vino para acompañar a la cena con la que pretendía despertar los sentidos y el apetito más primitivo de Preston.
Cuando llegó a casa estaba tranquila y decidida a crear el ambiente perfecto, así que le pasó una nota a Preston por debajo de la puerta y se encerró en su apartamento a prepararlo todo.
Repartió las velas y las flores por la casa y comenzó a preparar la cena para que sólo quedara darle el toque final después de darse un buen baño. Sacó dos copas y puso el vino a enfriar, eligió la música perfecta y finalmente subió a su habitación y observó el vestido y la ropa interior de encaje. ¿Cómo se sentiría con aquel provocador conjunto de encaje negro?
Poderosa, se respondió enseguida con un escalofrío.
Se preparó la bañera y, mientras encendía un par de velas y tomaba un sorbo de vino, pensaba que pronto comenzaría a escuchar la música del saxo, el acompañamiento perfecto para el baño. Sumergida en el agua, se imaginó que eran las manos de Preston y no la espuma lo que la acariciaba.
Casi una hora después el apartamento de Preston seguía en silencio, pero Cybil siguió con los preparativos. Se cubrió el cuerpo de crema para asegurarse de que sus hábiles manos encontraran una piel suave y ligeramente perfumada. Sólo quedaba esperar a que Preston leyera la nota y acudiera.
McQuinn, tengo planes. Nos vemos más tarde. Cybil
¿Planes? ¿Había hecho planes después de tenerlo hecho un manojo de nervios durante todo el día? Preston leyó la nota una y otra vez, cada vez más furioso con ella y consigo mismo por no haber podido dejar de pensar en la velada que iban a pasar juntos.
Por el amor de Dios, hasta había salido a comprarle flores, algo que no había hecho por ninguna mujer desde…
Estrujó la nota con una mano y se maldijo a sí mismo. ¿Qué otra cosa podía esperar? Las mujeres sólo se preocupaban por sus propios planes, era algo que sabía desde hacía mucho tiempo, pero que había cometido el error de olvidar desde que conocía a Cybil. Él era el único culpable.
¿Qué quería decir eso de que lo vería más tarde? Estaba claro que quería jugar, pero él no estaba dispuesto a participar.
Así pues, entró en el apartamento, agarró el saxo y se fue a Delta’s a deshacerse de la rabia y la frustración.
A las siete y media en punto, Cybil sacó los champiñones rellenos del horno y observó de nuevo la mesa. Todo estaba perfecto. Después de la ensalada de aguacate y tomate y de los champiñones, tenía intención de volverlo loco con unos deliciosos creps de marisco.
Si todo salía según lo previsto, terminarían la cena con una botella de champán bien frío… En la cama.
Por fin se quitó el delantal y se miró al espejo.
—Muy bien, Cybil, vamos a buscarlo.
Salió a la escalera y apretó el timbre de su casa. Esperó con el corazón en un puño. Nada. Volvió a llamar.
—¿Cómo es posible que no estés en casa? —se preguntó en voz alta—. ¿Es que no has visto la nota? Tienes que haberla visto. Decía claramente que te vería más tarde.
Volvió a llamar, esa vez con impaciencia.
—Decía que tenía planes… Ay, Dios mío, no lo has comprendido, pobre tonto. Los planes que tengo son contigo. Maldita sea.
Volvió a su apartamento a buscar la llave que se había metido en el sujetador para no perder tiempo en buscar el bolso y, unos segundos después, estaba bajando las escaleras tan rápido como le permitían los tacones.
—¿Problemas con las mujeres, labios de azúcar?
Preston levantó la mirada hacia Delta y negó con la cabeza mientras se tomaba un descanso para humedecerse la garganta.
—Vamos, que soy yo. Todos los días de la última semana has venido muy tarde y has tocado pensando en alguna mujer, pero con calma. De repente hoy llegas temprano y tocas como si tuvieras un serio problema. ¿Es que te has peleado con esa preciosidad?
—No. Es que los dos teníamos cosas que hacer.
—Sigue manteniéndote a raya, ¿verdad? —dijo riéndose—. Algunas mujeres preparan el romance con más ahínco que otras.
—No es ningún romance.
—Quizá sea ese tu problema. ¿Alguna vez le compras flores o le dices que tiene los ojos muy bonitos?
—No —le había comprado flores y ella no había estado ahí para recibirlas—. Es sólo sexo, no un romance.
—Ay, cariño. Con una mujer como esa, no tendrás lo uno sin lo otro.
—Por eso es mejor que me aleje de una mujer como esa. Quiero algo más sencillo —se llevó el saxo a los labios—. ¿Ahora vas a dejarme tocar o quieres seguir opinando de mi vida amorosa?
Delta se dio media vuelta, pero antes de alejarse le dijo:
—Querido, cuando tengas vida amorosa, te daré todos los consejos que necesites.
Preston comenzó a tocar, pero ni siquiera la música consiguió apartar su mente de ella. Aun así siguió arrancando notas de dolor y de frustración del instrumento…
Hasta que la vio aparecer por la puerta.
Sus ojos llenos de secretos se clavaron en él a través del humo del local y la sonrisa que le dedicó mientras se sentaba hizo que a Preston comenzaran a sudarle las manos. La vio humedecerse los labios y acariciarse el borde del escote con un dedo. Se cruzó de piernas muy lentamente.
Preston no podía dejar de mirarla. Estaba claro que lo estaba haciendo deliberadamente; aquellos movimientos sin duda pretendían volverlo loco.
Y lo estaban consiguiendo.
Escuchó la canción atentamente y, cuando las últimas notas empezaban a desvanecerse en el aire, se levantó, se pasó la mano por la cadera y se dio media vuelta sobre esos tacones imposiblemente altos. Antes de llegar a la puerta, se volvió a mirarlo y lo invitó a seguirlo con una sonrisa.
Al apartarse la boquilla de los labios, Preston lanzó una maldición.
—¿Vas a ir o no?
Se agachó a guardar el saxo y miró a su amigo.
—¿Te parece que soy tonto, André?
—No —respondió el pianista con una carcajada y siguió tocando—. Desde luego que no.