Con el pelo aún mojado después de la ducha, Preston se sentó en la cocina en uno de los taburetes que Cybil había insistido en dejarle. Echó un vistazo al periódico mientras degustaba unos cereales con leche que también le había dado Cybil después de ver el estado de abandono de los armarios de su cocina. Según le había dicho, hasta un completo torpe de la cocina podía servir unos cereales y un poco de leche fría en un cuenco y cortar un plátano como acompañamiento.
Preston había decidido no ofenderse, aunque no se consideraba tan torpe como Cybil creía. Después de todo había preparado una ensalada él solo, ¿no? Mientras, ella había hecho algo delicioso con unas simples chuletas de cerdo. Era una cocinera increíble que en pocos días había conseguido que a Preston dejaran de apetecerle los sándwiches de los que a menudo se alimentaba.
A Cybil no parecía molestarle que no hubieran salido a cenar desde aquella primera cita, pero Preston imaginaba que no tardaría en hartarse de cocinar y querría ir a algún restaurante.
Normalmente la gente empezaba a necesitar cambios cuando la novedad se convertía en rutina y Preston suponía que ellos dos tenían ya una especie de rutina. Durante el día cada uno estaba en su respectivo lugar, excepto las veces que Cybil había pasado a verlo y a convencerlo de que saliera un poco, al mercado, a comprar una lámpara o simplemente a dar un paseo.
Echó un vistazo a la rana de bronce que sostenía la tulipa triangular de la lámpara del salón. Aún no comprendía cómo se había dejado convencer para comprar aquella cosa, o para pagar a la señora Wolinsky por una butaca de la que quería deshacerse. Cosa comprensible porque, ¿quién querría tener en su salón una butaca reclinable amarilla y verde?
Pues parecía que él y, a pesar de su terrible estética, era sorprendentemente cómoda.
Y, por supuesto, si tenía una butaca y una lámpara, necesitaba una mesa. La que él tenía ahora era una sólida pieza de madera que necesitaba urgentemente una mano de pintura y que, según Cybil, había sido una verdadera ganga. Cómo no, Cybil tenía un amigo que se dedicaba a restaurar muebles y con el que no había dudado en ponerlo en contacto.
También tenía una amiga florista, lo que explicaba que en la cocina de Preston hubiera ahora un jarrón con margaritas amarillas.
Otra amiga pintaba escenas de Nueva York y las vendía en la calle, unos cuadros que, según Cybil animarían un poco las paredes del apartamento. Preston le había dicho una y mil veces que no quería animar nada, pero lo cierto era que ahora tenía dos acuarelas originales bastante buenas.
Ya estaba empezando a hablar de alfombras.
Preston no comprendía cómo lo hacía. Hablaba y hablaba hasta que de pronto él se descubría sacando la cartera.
También le había hecho ver que si iba a vivir en un lugar, al menos debía estar limpio. Así había sido como había acabado dedicando a limpiar toda una tarde lluviosa de domingo en la que debería haber estado escribiendo.
Aquel día había estado a punto de llevársela a la cama, pero se había quedado sin habla al ver el estado de su dormitorio y el deseo había dejado paso a un discurso. Según le había dicho, debía tener más respeto por el lugar en el que dormía y trabajaba. No entendía por qué tenía las cortinas cerradas, ¿acaso le gustaban las cuevas? También le había preguntado si tenía algún tipo de convicción religiosa que le impedía lavar la ropa.
Preston la había agarrado desprevenida y la había hecho callar de la mejor de las maneras. Si no hubieran tropezado con una montaña de ropa sucia de camino a la cama, seguramente no habrían acabado la tarde en la lavandería.
Tenía que reconocer que todo aquello tenía sus ventajas. Le gustaba estar en un lugar limpio, a pesar de que normalmente no se fijaba en si estaba desordenado. Le gustaba acostarse en sábanas recién lavadas, aunque habría preferido que Cybil hubiera estado también allí.
Hasta la frustración sexual estaba resultándole provechosa porque no paraba de escribir. Quizá la obra hubiera experimentado un giro, pues de algún modo había acabado centrándose más en el personaje femenino, una mujer ingenua y entusiasta, llena de vida y optimismo que se dejaría seducir y acabaría sufriendo por un hombre que no tenía ninguna de esas cualidades. Un hombre que no podría evitar arrebatarle todo eso para después dejarla destrozada.
Los paralelismos entre lo que escribía y la realidad eran más que evidentes, pero Preston se negaba a preocuparse por ello.
Tomó una cucharada más de cereales y fue a la página de la tira cómica a ver qué había inventado Cybil esa vez. La miró, frunció el ceño y volvió a la primera viñeta para volver a leerla detenidamente.
Cybil estaba ya inmersa en el trabajo, con la ventana abierta para que entrara la cálida brisa primaveral junto con el caos de la calle.
Observó el primer recuadro de la tira, todavía en blanco. Sólo tenía que comenzar a dibujar porque ya tenía la historia que arrancaría una sonrisa a los lectores mientras desayunaban.
El huidizo don Misterioso, conocido ya como Quinn, estaba encerrado en su cueva escribiendo La gran novela americana. El sexy y malhumorado autor no sospechaba que, agazapada en la escalera de incendios, Emily trataba de leer su trabajo a través de la pequeña rendija de las cortinas, siempre cerradas, y con la ayuda de unos prismáticos.
Cybil sabía que ella misma estaba haciendo algo parecido, aunque más civilizado, con continuas preguntas con las que pretendía averiguar cómo iba la obra de Preston. Como no había conseguido demasiado, se conformó con seguir retratando en sus dibujos a su vecino de enfrente.
Por supuesto en las tiras exageraba despiadadamente tanto sus cualidades positivas como las negativas. Su cuerpo alto y fuerte, los rasgos marcados de su rostro, los ojos fríos. Su grosería, su mal humor y la constante perplejidad que despertaba en él el mundo de Emily.
«Pobrecito», pensó Cybil, «no sabe qué hacer con ella».
Al oír el timbre de la puerta, se puso el lápiz detrás de la oreja y fue a abrir pensando que Jody habría olvidado la llave porque era su hora de bajar a tomar café con ella.
Pero tras la puerta encontró algo que la hizo derretir. Tenía el pelo mojado y no llevaba camiseta. La visión de aquellos pectorales hizo que Cybil se humedeciera los labios con la lengua de manera inconsciente.
Llevaba unos vaqueros gastados, el pecho descubierto y en la cara un gesto maravillosamente serio.
—Hola —consiguió decir mientras se imaginaba a sí misma mordiéndolo suavemente—. ¿Te has quedado sin jabón en la ducha?
—¿Qué? No, no —había olvidado que ni siquiera había terminado de vestirse—. Quería hacerte un par de preguntas sobre esto —dijo levantando el periódico.
—Muy bien, pasa —afortunadamente, Jody no tardaría en llegar para impedir que Cybil se lanzara a sus brazos—. ¿Por qué no te sirves un café y subes al estudio? Estoy trabajando.
—No pretendo distraerte, pero…
—No te preocupes, nada me distrae —aseguró con tono alegre, mientras comenzaba a subir las escaleras—. Hay bollos de canela si quieres uno.
—No —«maldita sea», pensó Preston, y acabó sirviéndose un café con un bollo.
Nunca antes había subido a su estudio porque no iba a verla cuando sabía que estaba trabajando.
Cometió el error de mirar al dormitorio y ver la enorme cama cubierta de cojines de colores. La imaginó agarrándose al cabecero de hierro blanco mientras él hacía por fin todo lo que deseaba hacer con ella.
En el aire había un seductor aroma de vainilla.
Tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para apartarse de aquellas fantasías y recordar por qué estaba allí.
—Escucha, Cybil —dijo entrando al estudio—. Dios, ¿cómo puedes trabajar con tanto ruido?
Ella apenas lo miró.
—¿Qué ruido? Ah, eso —siguió dibujando con otro lápiz, como si hubiera olvidado el que llevaba detrás de la oreja—. Es como música de fondo. La mayor parte del tiempo ni siquiera lo oigo.
El estudio tenía un agradable aire de profesionalidad, algo que no se podía decir de Cybil. Estaba sentada sobre una pierna y recostada en el tablero, los pies descalzos con las uñas pintadas de rosa, un lápiz detrás de una oreja y un arito dorado en la otra. No, más que profesional, tenía un aspecto terriblemente sexy.
Se acercó a ella y miró por encima de su hombro con curiosidad. Enseguida se dio cuenta de que si alguien se hubiera atrevido a hacer algo así con él mientras trabajaba, le habría costado la vida, sin embargo a Cybil no parecía molestarle.
—¿Qué son esas líneas azules?
—Es para la perspectiva. Hay bastante trabajo previo antes de comenzar a dibujar los personajes y a escribir el texto —le explicó con satisfacción—. Después hago una especie de boceto, para ver cómo queda, supongo que tú lo llamarías el borrador.
Preston frunció el ceño al ver la primera viñeta.
—¿Se supone que ese soy yo?
—Sí. ¿Por qué no acercas un taburete? Me estás tapando la luz.
—¿Qué hace Emily ahí? —siguió preguntando, haciendo caso omiso a su sugerencia—. Me está espiando. ¿Me estás espiando, Cybil?
—No digas tonterías. La ventana de tu despacho no da a ninguna escalera de incendios —se miró al espejo, hizo algunas caras que Preston observó atónito y siguió dibujando la tercera viñeta.
—¿Y qué me dices de esto? —le dio unos golpecitos en el hombro con el periódico.
—¿Qué pasa con eso? Dios, qué bien hueles —se volvió a olerlo con deleite—. ¿Qué jabón utilizas?
—¿Vas a hacer que tu personaje se dé una ducha en la cuarta viñeta? —al ver que Cybil se paraba a considerar la idea, Preston negó con la cabeza—. No, tiene que haber algún tipo de línea argumental. Al principio me hizo gracia que me metieras en la historia, pero…
Se calló al oír la puerta.
—¿Quién es?
—Deben de ser Jody y Charlie. ¿Entonces te gusta mi nuevo personaje? —dejó de dibujar y lo miró con una sonrisa—. La verdad es que no lo sabía, como no habías hecho ni el más mínimo comentario. Hay gente que ni siquiera se reconoce, pero estaba seguro de que tú sí lo harías en cuanto te vieras. Hola, Jody. Hola, Charlie.
—Hola —no era fácil, ni siquiera para una mujer felizmente casada, no quedarse boquiabierta al ver de repente a un hombre como aquel con el pecho descubierto—. Ah, hola. ¿Interrumpimos?
—No, Preston sólo quería hacerme algunas preguntas sobre la tira.
—Me encanta el personaje nuevo. Está volviendo loca a Emily. Estoy deseando ver qué va a pasar —dijo riéndose al tiempo que Charlie le tendía los brazos a Preston.
—Pa-pá.
—Llama papá a todos los hombres —explicó Jody—. A Chuck no le hace mucha gracia, pero qué le vamos a hacer.
Con gesto ausente, Preston le pasó la mano por la cabeza al pequeño.
—Sólo quiero saber cómo funciona esto —dijo dirigiéndose a Cybil.
—¡Pa-pá! —volvió a decir Charlie con una enorme sonrisa.
—¿Cómo son de reales tus historias? —siguió preguntando Preston, al tiempo que tomaba en brazos al pequeño de manera automática.
Cybil sintió que se le derretía el corazón.
—Te gustan los niños.
—No, normalmente los tiro por la ventana —respondió con cierta impaciencia y después negó con la cabeza al ver la cara de susto de Jody—. Relájate, es una broma. Lo que quiero es que me expliques esto de aquí —dijo señalando la tira que había aparecido en el periódico esa mañana.
—Ah, el beso que se sale de cualquier escala. En realidad es sólo la primera parte. Mañana aparecerá la segunda. Creo que funcionará bastante bien.
—Chuck y yo casi nos morimos de la risa cuando lo hemos leído esta mañana —intervino Jody, relajada al ver cómo Preston acunaba al pequeño Charlie en sus brazos.
—Estas dos mujeres de aquí…
—Emily y Cari.
—Ahora ya sé quiénes son —murmuró Presten mirándolas a ambas—. Están poniendo nota al beso que Quinn le dio a Emily, por el amor de Dios.
—Así es. ¿Chuck se rio con esto? —le preguntó a su amiga—. Tenía dudas de si los hombres lo entenderían o sólo les haría gracia a las mujeres.
—No, no, le ha hecho mucha gracia.
—Perdonad que os interrumpa —dijo Preston con lo que él creía era todo un ejemplo de autocontrol—. Me gustaría saber si soléis sentaros a discutir vuestros encuentros sexuales antes de publicarlos con todo lujo de detalles para que el público se eche unas risas mientras desayuna.
Cybil lo miró con los ojos muy abiertos y llenos de inocencia.
—De verdad, McQuinn, te lo estás tomando demasiado en serio. Esto no es más que una tira cómica.
—¿Entonces eso del beso que se sale de cualquier escala es sólo una viñeta?
—Claro.
Preston la observó detenidamente antes de volver a hablar.
—No me gusta la idea de que, cuando por fin consiga llevarte a la cama, voy a tener que leer el análisis de mi actuación en las cinco viñetas del día siguiente.
—Bueno, me parece que será mejor que me lleve a Charlie a acostar —dijo Jody quitándole el pequeño a Preston para desaparecer de allí lo más rápido posible.
—McQuinn —le dijo Cybil una vez estuvieron a solas—, tengo la sensación de que cuando eso ocurra, merecerá aparecer en la tira doble de los domingos.
—¿Es una amenaza o una broma?
Al ver que ella respondía con una carcajada, Preston se acercó a ella e hizo que dejara de reír con un apasionado beso que la dejó sin respiración.
—Dile a tu amiga que se vaya y podrás averiguarlo.
—No, prefiero que se quede. Si no llega a ser porque sabía que iba a venir, me habría lanzado a tu cuello nada más verte.
—¿Es que pretendes volverme loco?
—No, pero es un atractivo añadido —sentía el corazón golpeándole el pecho como si quisiera escapar—. Tienes que marcharte. Creo que acabo de encontrar algo que me distrae del trabajo… tú.
Como no quería ser el único que se volviera loco, Preston la levantó del taburete y volvió a besarla como si le fuera la vida en ello.
—Cuando hables de esto, y no tengo la menor duda de que lo harás, procura ser fiel a la realidad —le dijo mientras le mordisqueaba el labio inferior.
Fue hacia la puerta del estudio, pero antes de marcharse, se volvió a mirarla.
—Así que mis besos se salen de cualquier escala, ¿no? —de pronto se dio cuenta de que no sólo le parecía divertido, sino también muy gratificante.
Bajó la escalera con una enorme sonrisa en los labios y Cybil se quedó allí, completamente incapaz de seguir trabajando.
—¿Puedo entrar? —preguntó Jody.
—Dios mío, Jody, ¿qué voy a hacer? Pensé que lo tenía todo controlado; estaba segura de que no había nada de malo en tener un romance con un tipo increíblemente guapo e interesante.
—A ver, déjame pensar —Jody se sentó junto a ella y la miró—. No, no hay absolutamente nada de malo. Todo lo contrario.
—Y si estoy un poco enamorada de él, será aún mejor, ¿verdad?
—Claro. Sin amor también es divertido, pero es como comerse toda una tableta de chocolate de una sola vez; se disfruta en el momento, pero luego no te sientes del todo bien.
—Pero ¿y si en lugar de estar un poco enamorada, estoy muy, muy enamorada?
—¿Es eso lo que ha pasado? —le preguntó dejando a un lado el café que se había servido.
—Sí.
—Ay, cariño —Jody abrazó a su amiga con toda la comprensión del mundo—. No te preocupes. Tenía que ocurrir tarde o temprano.
—Lo sé, pero yo esperaba que fuera más tarde que temprano.
—Eso nos pasa a todos.
—Pero él no querrá que me enamore de él, no le va a gustar nada —apoyó el rostro en el hombro de Jody y respiró hondo—. A mí tampoco me hace mucha gracia, pero me acostumbraré.
—Claro que sí. Pobre Frank —murmuró acariciándole la cabeza—. Nunca tuvo mucho que hacer contigo, ¿verdad?
—Lo siento.
—Qué le vamos a hacer.
—Supongo que no puedo esconderme de él, ¿no?
—Eso es para cobardes.
—¿Y si finjo que tengo que salir de viaje?
—Eso es de tontos.
Cybil respiró hondo de nuevo.
—¿Y qué hay de salir de compras?
—Ahora sí estás hablando con sensatez —enseguida se puso en pie y fue hacia la puerta—. Voy a ver si la señora Wolinsky puede quedarse un rato con Charlie.