De la boca abierta del dormido Jean-Paul Lesgourges salía un estruendo atronador. La funda de oro de varios de sus dientes relumbraba con la única luz que se colaba por las cortinas del dormitorio. Un reluciente tajo se abría entre dos cortinas estampadas, y esa luz procedía de la farola de la calle. El teléfono, que tenía a la cabecera, llevaba varios minutos sonando.
Al tercer intento Jean-Paul permitió que uno de sus ojos se abriera y se quedara mirando el infame aparato que chirriaba junto a su cabeza. Con el ojo izquierdo aún cerrado, con la esperanza de volver a dormirse, estiró los brazos por encima de la cabeza, luego abajo, después a un lado, hasta dar con la blanca curva de porcelana del teléfono, que arrastró por la almohada desierta, contigua a la suya. Al final se llevó el teléfono a la oreja, bajo un enredo de sábanas y almohadón.
—Oui?
La voz al otro extremo de la línea llegó presta e insomne.
—CR es la abreviatura de Crónicas.
Era Bizot.
—¿Quién es? —musitó Lesgourges.
—C’est moi, Bizot. Tu sais bien que c’est moi, putain.
Lesgourges se dio la vuelta y se tendió boca arriba.
—Tenías que ser tú, Jean. ¿Quién, si no, iba a llamarme a… Dios mío… las cuatro de la mañana. Dime qué demonios quieres para que pueda volver a dormirme. Estaba soñando con…
—CR es la abreviatura de Crónicas.
Lesgourges guardaba silencio, y Bizot continuó:
—Es un libro de la Biblia.
—Ah, vale. Sans blague?
—No, no estoy de broma. Creo que podría remitir a una cita bíblica.
—¿Cómo demonios has llegado a esa conclusión? Pensaba que habíamos decidido que era un palíndromo…
—Hablé con Geneviève Delacloche.
—Qui?
—La de los beaux seins, de la Sociedad Malevich.
—Ah, ya. —Lesgourges bostezó—. La mencionaste.
—Escucha, te lo contaré todo en persona. ¿Tienes una Biblia?
—¿Qué clase de católico eres tú, Bizot? ¿Vivir en una casa sin Biblia? Debería darte vergüenza. ¿Es que te has criado entre lobos?
—Entonces ¿puedo pasarme a consultar la tuya?
—Yo no tengo. Tendrás que robarla de un hotel. Creo que las guardan en los cajones de las mesillas…
—No voy a registrarme en un hotel a las cuatro de la mañana para robar una Biblia. ¿Tú no tenías internet en casa?
—No me digas que estás tan desesperado que estás dispuesto a dormir con el enemigo.
—Mientras no sea yo quien toque el ordenador podré dormir por la noche. Yo no toco esa fuente del mal. Puedes tocarla tú.
—No me gusta cómo suena eso, pero vale. Pásate, Bizot. ¿Cuánto vas a tardar?
—Tres segundos. Estoy con el móvil en la puerta de tu piso.
La policía llegó al museo antes de que despuntara el alba. Trece minutos después de que se fuera Avery seis coches de policía se detuvieron entre chirridos alrededor del museo y rodearon el edificio. Los policías entraron con grandes linternas halógenas y barrieron las salas, ahora azules por la primera claridad de la mañana. Haces de luz bailoteaban por las paredes, recorriendo unos cuadros que seguían en su sitio. Encontraron a los vigilantes y cada sala de cada planta fue registrada minuciosamente por si faltaban obras.
No se habían llevado nada. Cohen empezó a sentirse violento, y casi sintió alivio cuando hallaron un cristal roto en el sótano.
Lesgourges removió la leche caliente y dejó caer encima un poco del chocolat africain de Angelina que se disolvió en la leche y la volvió espesa y cremosa. A continuación le pasó la taza a Bizot, que estaba sentado en un taburete en la moderna cocina de cristal y acero del elegante apartamento de Lesgourges, en el parisino arrondissement 16 a las cuatro de la mañana.
—Así que estaba hablando con Delacloche sobre el caso —empezó Bizot— y le conté mi idea de que lo de la pared podía convertir el robo en una declaración de intenciones…
—… mi idea…
—Mi idea —prosiguió Bizot—, y ella pensó que era brillante… así que le pregunté qué clase de declaración podía hacerse a partir de ese cuadro. Y ella me habló un poco de él. ¿Tú sabes algo de ese cuadro, Jean?
—Sé… no, supongo que no sé gran cosa de Malevich.
—Mmm, comme cest bon. —Bizot bebió un sorbo de chocolate—. Nosotros te instruiremos. Resulta que el motivo de que el cuadro en cuestión sea todo blanco es que pretendía ser la negación del icono. Malevich sentía que era espiritual, una mejor aproximación de Dios que cualquier imagen formal. Malevich pensaba que ninguna imagen formal podía retratar a Dios, así que escogió una abstracta que le sugiriera la idea de Dios. Eliminó cosas como la iconografía, que requiere unos conocimientos especializados por parte del observador, para que se comprendiera: el cuadro está abierto a todo el mundo. Malevich lo colgó en el rincón superior izquierdo según se entra de la galería en la que se expuso. Así reproducía un hogar ruso en el que colgaría un icono. En lugar de la Virgen María y el niño Jesús, uno tiene un cuadro completamente blanco. ¿Me sigues?
—¿Quieres una magdalena? —La atención de Lesgourges se centraba en un paquete de madeleines que intentaba abrir. Cuando lo consiguió, mojó una en el chocolate—. Esto va a estar bueno. Como Proust, pero con chocolate.
—Jean, ¿has escuchado algo de lo que te he dicho?
—Claro. Blanco, Dios, chocolate. Deberías probar esto.
—Sí tiene buena pinta, ahora que lo pienso. —Bizot mojó una madeleine.
—No estoy seguro de seguirte. —Lesgourges llevaba un pijama azul celeste arrugado por el uso, el escaso cabello que tenía le caía todo por encima de una oreja.
—Si el robo es una declaración de intenciones, ha de serlo a favor o en contra de algo. Si el cuadro es una negación de los iconos es que va en contra de la doctrina de la Iglesia, así que tal vez…
—Ya entiendo. Así que CR347 podría hacer referencia a un pasaje de la Biblia, del libro de…
—Crónicas.
—Bizot, ¿cómo diste con el libro al que hacía referencia? Es brillante. Nada propio de ti.
—La verdad es que en esa parte me echaron una mano. A mí no se me ocurría nada, pero Delacloche sugirió…
—¿La has llamado esta noche?
—No, hablamos por teléfono hace un montón de horas. Había estado de viaje, acababa de volver. Iba a llamarte, pero me quedé dormido. Y luego me entró hambre, así que me compré un kebab detrás de St. Michel.
—¿El puesto que hay cerca del cine?
—Ese mismo. Es muy bueno, aunque se suele quedar corto de sal.
Se quedaron sentados en la cocina, en silencio, durante unos instantes.
—¿Buscamos una Biblia en internet? —propuso Lesgourges al cabo.
—Supongo que sí. Somos unos descreídos, ¿no?
—Sólo si crees que Dios tiene algo que ver con la Biblia. El ordenador está en la otra habitación.
Lesgourges se sentó delante del ordenador y comenzó a navegar torpemente mientras Bizot permanecía detrás a una distancia prudencial, los brazos cruzados.
—No me gusta nada lo… —gruñó Bizot.
—… nuevo. Lo sé. Pero esto no es nuevo —repuso Lesgourges—. Los ordenadores existen desde antes de que tú nacieras.
—No me confundas con datos. No me gustan. No me gusta nada que sea más listo que yo.
—Pero yo te gusto.
—Anda… tú limítate a darle a las teclas.
—Vale.
La pantalla irradiaba la única luz de la estancia, bañando a ambos hombres en una antinatural blancura de neón. Eran siluetas al revés: blanco sobre negro. Los ojos de Bizot vagaban por las estanterías. Una fina capa de polvo cubría la mayor parte de las superficies horizontales que quedaban al descubierto.
—¿Tienes literatura? —preguntó Bizot.
—Claro.
—Todos estos libros suenan a autoayuda. A ver: La vida es una línea recta, de Macarena Plaza; Cómo encontrar las cosas muy interesantes, de Alen Balde; Cómo encontrarlo todo genial, también de Alen Balde… mon dieu… Manual de técnicas sexuales galesas, de Davyth Nelson.
—No son de autoayuda. Los encontré en la sección de filosofía. —Lesgourges hizo clic en la pantalla.
Bizot sacó un libro del estante.
—Vivir la vida al estilo canadiense, de Andrew Hammond…
—¿Quieres parar de enredar? Y dime qué tenemos que buscar en internet.
—Lo que necesitamos —dijo Bizot— es un… esto… cómo se llama cuando todo está relacionado, vamos, cuando uno busca una palabra y encuentra todos los ejemplos…
—¿Un diccionario? —Lesgourges parecía perplejo.
—No, no un diccionario. Ya sabes, donde hay listados…
—¿Un tesaurus?
—¡No! ¿Has oído hablar alguna vez de un tesaurus de la Biblia? ¿Cómo se…? Necesitamos un diccionario para buscar esa palabra… ¡Ah! Lo tengo: un índice.
—Ah, vale.
En la mesa que había junto al ordenador descansaba una fotografía en blanco y negro enmarcada de Lesgourges con una buena mata de pelo abrazando a una joven. El marco no tenía una mota de polvo.
Lesgourges tecleaba con un único dedo bien tieso.
—¿Qué hacemos ahora? —inquirió Bizot—. ¿Podemos teclear sin más el nombre y el número de un pasaje y la máquina nos lo encuentra?
—No tendremos que abrir un libro nunca más. ¿Qué quieres que ponga?
—Delacloche sugirió que CR podía ser la abreviatura del libro de Crónicas. Pero 347 parecen demasiados números para un capítulo o versículo. Probemos todas las combinaciones y veamos si algún pasaje tiene sentido. Prueba —reflexionó Bizot— Crónicas, capítulo 3, versículo 4.
Lesgourges lo escribió y la pantalla entró en acción.
—No suena bien. —Lesgourges leyó en voz alta—: «El vestíbulo, que iba delante, tenía un largo, correspondiente al ancho de la casa, de veinte codos, y asimismo su altura era de veinte codos. Lo recubrió de oro puro». Buscamos una pista, no las instrucciones para hacerse una cabaña.
Bizot apoyó el mentón en el puño.
—Esto no tiene sentido. Prueba ahora con Crónicas 3:7.
Lesgourges le dio al dedo y dijo:
—«Igualmente revistió de oro la casa, las vigas, los dinteles, las paredes y las puertas; esculpió querubines sobre las paredes».
Bizot parecía irritado.
—Parece una revista de decoración.
—¿Podría describir un lugar? —Lesgourges encendió otro cigarro, negro y dulzón—. ¿Un sitio al que se supone que tenemos que ir para encontrar… eh… lo que se supone que hemos de encontrar?
—No me los imagino dejando pistas para recuperar el cuadro. Qué sentido tendría… ¿O sí? —musito Bizot—. Si es una especie de declaración de intenciones o un alarde, es posible que ni siquiera quieran el cuadro. Puede que sólo quieran darnos una lección. Como ese caso de no hace mucho, cuando robaron unos cuadros del museo de Manchester y luego los encontraron enrollados en un servicio público cercano, intactos. Los ladrones sólo querían poner de manifiesto lo inseguro que era el sistema y la excesiva importancia que se le concede al arte, que los ladrones consideran insignificante. Y me acuerdo ahora de la primera vez que robaron El grito de Munch, los ladrones dejaron una nota que ponía: «gracias por una seguridad tan mala». Si estamos ante algo similar y se supone que hemos de aprender una lección, puede que los ladrones nos proporcionen pistas para que las sigamos. En ese caso esto podría describir un lugar. Pero no me suena a ningún sitio que conozca. ¿El interior de una casa pintada toda de oro y con angelitos en las paredes? No sé. Prueba con otra. Prueba con Crónicas 4:7.
Lesgourges leyó con el cigarro en la boca:
—«Hizo diez candelabros de oro, de la forma que se le había ordenado, y los puso en el templo, cinco a un lado y cinco al otro». Eso podría indicar la dirección, como cuando se busca un tesoro. —Lesgourges echó la ceniza en una botella de vino vacía y sin etiqueta—. Ya sabes, dar cinco pasos a la derecha y luego cinco a la izquierda…
Bizot asintió.
—… añadir una pizca de sal y llevarlo a ebullición… necesitaríamos un punto de partida para que los números fueran indicaciones. No podemos caminar cinco pasos a la derecha y luego cinco a la izquierda si no sabemos desde dónde tenemos que empezar a andar. Puede que haya algo en los números: 10, 5 y 5. Pero también es posible que la razón de que los pasajes no tengan sentido para nosotros no es que estemos interpretando mal las pistas, sino que quizá no sean pistas. Ninguna nos indica la existencia de una relación obvia. Si le damos demasiadas vueltas encontraremos que cualquier cosa podría guardar relación con el caso. Podríamos leer los ingredientes de una caja de cereales para el desayuno y, si nos empeñamos, podríamos aplicarlo a este caso. Así que cuidado, Lesgourges. Aún no hemos descartado todas las posibilidades. Probemos con Crónicas 3:47.
El buscador emitió un zumbido.
—Ese pasaje no existe.
—Entonces podemos tacharlo de la lista de sospechosos. —Bizot daba caladas a su cuarto cigarrillo—. ¿Qué queda? ¿Hay 34:7?
Lesgourges lo tecleó.
—Aquí está: «Y después de haber derribado los altares y las columnas y de haber roto y desmenuzado las esculturas y…» Joder, Jean, es esto.
—¿Qué? ¿Qué? Léelo.
—«Y después de haber derribado los altares y las columnas y de haber roto y desmenuzado las esculturas y destruido todos los ídolos de la tierra de Israel, se volvió a Jerusalén». Esto es, Bizot. Lo que decías de que el Blanco sobre blanco era un antiicono, que reniega de la imagen de Jesús y la Virgen. Es un falso ídolo. Este pasaje habla de la destrucción de los falsos ídolos. No es una declaración política ni un alarde: es una cruzada religiosa, y Kasimir Malevich es el infiel.