Señoría, tengo que manifestarle que voy a presentar un recurso de amparo. Mi defendido ha estado sufriendo y está sufriendo en estos momentos, una presión psicológica y física inaceptable. Desde que está encarcelado han intentado matarle tres veces y en estas condiciones sus declaraciones no pueden considerarse sujetas a derecho. La ley de procedimiento judicial…
—Conozco la ley, señor letrado.
—En ese caso no insistiré más. Voy a invalidar todas las declaraciones que ha efectuado a su señoría desde que se le incoó el proceso. ¿El magnetofón está funcionando?
—Efectivamente, funciona.
—Bien, en ese caso le comunico, con el debido respeto, que sus declaraciones fueron efectuadas sin asesoramiento legal. Lo que inculca la ley.
—Si usted, señor abogado de la defensa, hubiera escuchado con atención las cintas magnetofónicas o las transcripciones juradas y firmadas que se han efectuado, sabría que este Juzgado de Instrucción ha sido muy cuidadoso con el acusado. Se le ha instado repetidas veces para que aceptara un letrado de oficio y el acusado se ha negado siempre, aduciendo pretextos que consideramos fútiles…
—Señoría, mi defendido no es un hombre versado en derecho. Su instrucción y estudios son mínimos y ha estado acosado por hombres que querían matarlo. Está suficientemente probado que, al menos, han intentado matarle tres veces. Por otra parte, y siempre con el debido respeto a su alta magistratura, usted no ha tenido en cuenta el principio básico en el que se fundamenta todo derecho: el principio inamovible de presunción de inocencia. Un repaso breve y rápido a las transcripciones de las cintas magnetofónicas que el señor secretario ha tenido a bien grabar, lo demuestran a todas luces. Usted ha estado acosando a mi defendido, insultándolo y dando a entender que era culpable de los crímenes que se le imputan.
—Soy juez desde hace veinte años, señor letrado, y no me va a enseñar usted ahora mi oficio. Hemos sido escrupulosos con la ley. Jamás hemos conculcado el sagrado derecho a la presunción de inocencia. En cuanto a la asistencia letrada, queda muy claro en las transcripciones que siempre he insistido en la presencia a su lado de un abogado defensor. No creo que prospere su recurso de amparo.
—¿Sabía usted que varias veces han querido matarle, estando dentro de esta prisión? ¿Lo sabía, señoría?
—¿Es eso cierto?
—Sí.
—¿Y por qué no lo ha manifestado?
—Estaba asustado.
—¿Usted asustado, señor Ruiz?
—Con el debido respeto, señoría. Mi defendido se encuentra en un estado cercano al shock psíquico. Su vida peligra de forma real. No es una invención. En estas condiciones sus declaraciones no son válidas.
—¿Quién quiere matarle, señor Ruiz?
—Ellos.
—¿Quiénes son ellos?
—Con la venia…
—Deje que conteste él, señor letrado. Es una pregunta concreta y fácil.
—Ellos, los reclusos… Me han herido tres veces. La última vez en la enfermería. No me dejaban ir a patios…
—Mi defendido ha estado sin salir a patios, condenado ya sin juicio. La cosa es obvia, señoría.
—Deje usted que termine de hablar, letrado.
—Ya se lo ha explicado a usted. No tiene más que decir. Le pasaré a usted, señoría, los informes de los funcionarios de esta prisión. Espero que se convenza. Mi defendido ha sufrido vejaciones sin cuento, acoso y su vida ha estado en peligro. Repito que en estas condiciones sus declaraciones no sirven. Exigiremos otro juez instructor, señoría. Y perdone mi franqueza.
—Usted es todo menos franco, letrado.
—Con el debido respeto, será usted relevado de la instrucción de este proceso, señoría.
—No lo conseguirá. La instrucción que hemos llevado a cabo es inmaculada y respetuosa con el derecho.
—Nosotros opinamos lo contrario.
—Este Juzgado de Instrucción hasta se ha personado en la prisión para obtener las declaraciones del acusado, evitándole desplazamientos inútiles. De todas formas, sigo siendo el juez instructor y voy a seguir cumpliendo mi cometido.
—Mi defendido rehúsa contestarle. Se encuentra aún bajo los efectos del continuado trauma psíquico que ha venido soportando todos estos días.
—Se transcribirá y constará en las diligencias.
—Por supuesto, señoría. El señor Ruiz, mi defendido, está dispuesto a responder todas sus preguntas en cuanto los efectos del trauma psíquico que ha estado sufriendo, y que sufre, se palien.
—¿Ahora es usted el señor Ruiz? Qué cosa más extraña. ¿No quería usted llamarse de otra manera, señor Ruiz?
—¿De otra manera? No comprendo esa pregunta, creo que no es pertinente. Mi defendido se llama Fernando Ruiz Muñoz. ¿A qué viene eso, señoría? ¿Puede explicarse?
—Mejor que lo explique él.
—Me llamo Fernando Ruiz Muñoz. Y siempre me he llamado así.
—Es increíble. Hasta hace poco afirmaba llamarse Seoane y no Ruiz. No le gustaba que le llamásemos Ruiz. Ha declarado repetidas veces que Ruiz no era su verdadero nombre.
—Me llamo Fernando Ruiz Muñoz.
—Antes no decía usted eso. Decía llamarse Seoane.
—Debería leer usted los dos informes periciales que esta defensa ha entregado en el juzgado, señoría. Aclaran mucho sobre la personalidad disociada y psicopática de mi defendido.
—Los he leído, por supuesto. También he leído los informes periciales del doctor Mallada, aportados por el Ministerio Fiscal. Pero dejemos estos extremos, que son propios de un juicio y no de un mero interrogatorio, que es lo que quiero hacer.
—Tengo seis hermanos y todos se llaman Ruiz Muñoz, señoría. Aunque apenas si los veo, me odian. También me odian mi padre y mi madre. Nunca me han querido. Me crié con mi abuela y mi abuelo maternos hasta que también murieron y entonces me casé y me salió mal el matrimonio por culpa de mi suegra. Después me fui a la Legión. Siempre quise a mi abuela como si fuera mi madre, mejor dicho, más que a mi madre. A mi madre nunca la he querido. Mi abuela me trató muy bien, fui un hijo para ella. Lo mismo mi abuelo Gerardo, que aunque bebía, era bondadoso conmigo.
—¿Por qué me dice usted eso ahora?
—Mi defendido quiere contarle a usted su vida, eso es todo.
—Sus datos están en las diligencias. No hace falta que me los repita, los sé de sobra. Y no deseo que me cuente su vida. Deseo que conteste a una serie de preguntas que tengo preparadas. La policía judicial, bajo mis órdenes, ha conseguido, a mi juicio, más pruebas que lo incriminan como posible autor de dieciséis asesinatos a ancianas. Es a eso a lo que me debe contestar y no contarme su vida.
—La vida de mi defendido es fundamental para… en fin, para explicar algunas situaciones posteriores.
—¿Para explicar el asesinato alevoso de dieciséis ancianas, letrado?
—Yo no he dicho eso, señoría. Es usted quien lo dice. Con la venía, solicito que mi defendido sea trasladado a una institución penitenciaria que cumpla con el deber de velar por su vida y su integridad física y psíquica, conforme a derecho. Solicito, asimismo, asistencia médica continua para mi defendido. Es intolerable que, incluso teniendo en su poder el peritaje psiquiátrico, no se le haya suministrado medicación adecuada.
—Éramos siete hermanos, ¿sabe? El primero murió por el hambre de la posguerra. Yo soy el que hace el número cuatro. Eramos tan pobres que mi padre y mi madre me dejaron con mis abuelos, ellos no podían alimentarnos a todos. Mi padre era jornalero y…
—Mi defendido no está en condiciones materiales, ni psíquicas para contestar. Le ruego que lo tome en consideración.
—… mi madre fue criada, antes de casarse. Más tarde se puso a hacer faenas en una Cafetería en Santander…
—Todo eso viene en las diligencias, señor Ruiz. No hace falta que lo repita. De todas maneras, ¿de qué padre habla usted, señor Ruiz? Está registrado y transcrito que usted mencionaba a otro padre.
—Mi defendido trata muchas veces a su abuelo como padre, de ahí la confusión, señoría.
—A mi abuela la he querido más que a mi madre.
—Deje usted de decir sandeces. Si no desea usted responder al interrogatorio, no lo haga. Está en su derecho, pero yo no tengo por qué escuchar su vida. ¿De acuerdo?
—Mi defendido necesita atención médica. Con la venia, pido respetuosamente que el interrogatorio se haga en otro momento.
—Petición concedida, señor letrado. La próxima vez serán ustedes citados en el Juzgado. Ésta ha sido la última ocasión en que nos hemos personado en la prisión. Señor secretario, por favor, acabe con la transcripción magnetofónica.
—Sabia decisión, si me lo permite, señoría.