Un día mi abuela me llevó de vuelta a casa. Yo debía tener mis seis años cumplidos. Al principio le contaba a mis hermanos las aventuras con la caseta del tiro al blanco, pero pronto me olvidaron. Al principio me hacían caso por la novedad, pero pronto volvieron a sus cosas y yo seguía lo mismo.
Como mi madre y mi padre estaban todo el día fuera trabajando, era la hermana mayor Carmen quien nos cuidaba.
Nosotros no queríamos comer porque no teníamos ganas, pero mi hermana decía que si no comíamos nos metía en el gallinero, nosotros ni caso, ella no se lo pensó dos veces y nos metió. Nosotros empezamos a llorar pero como si nada allí encerrados con las gallinas toda la tarde; si no llegan a venir mis padres por la noche dormimos con los animales.
Nosotros entre hermanos, nunca nos hemos llevado bien, yo con la única que me llevaba bien era con la otra hermana Dolores de siempre y en la actualidad. Eramos los que más nos queríamos y los que más nos parecíamos según decía la gente, ella me sacaba a mí unos cuatro años de edad.
Fue transcurriendo el tiempo, ya cumplido los ocho años, veía entre la familia y hermanos mayores que había broncas cada dos por tres sin entender nada de nada.
Mi hermana la mayor Carmen, y mi hermano Antonio el segundo se llevaban a matar entre los dos y no era porque mi hermana se metiera con él ni mucho menos, sino que era él, el que la molestaba siempre por la envidia que la tenía, la tramaba con ella por nada.
Una noche cenando todos juntos en el comedor con mis padres, sin más ni menos se levantó mi hermano de la mesa, cogió el garrafón del vino que estaba encima de la mesa y se lo estrelló a mi hermana Carmen en la cabeza haciéndola una buena herida que saltó la sangre por toda la mesa. Yo no sabía qué hacer, si llorar o largarme para el cuarto porque nos quedamos de piedra. Mi padre se metió a separarlos porque mi hermana se lanzó sobre mi hermano por haberla pegado sin motivo alguno, pero mi hermano le pegó a mi padre también y se lió más la cosa al meterse mi madre a separarlos.
Más tarde llamaron a la Guardia Civil del Castro, estaba el puesto de guardia a un Kilómetro de nuestra casa. Cuando llegó la pareja a casa mi hermano ya no estaba, se había marchado. Los Guardias Civiles se quedaron asombrados al ver el estado del comedor porque allí parecía que había estallado una bomba, cogieron unos datos y se marcharon.
A mi hermano lo cogieron a media noche, lo llevaron al cuartel dándole un repaso y tomarle declaración. Al día siguiente lo soltaron llegó a casa y nada más entrar por la puerta venía amenazando; dijo a mi hermana: que la próxima vez él iría a la cárcel pero que ella iría al cementerio porque la próxima vez la mataba y el que se pusiera por el medio llevaría el mismo camino que ella.
Nosotros llegamos a cogerle miedo, incluso mis padres porque no llegamos a entender lo que pasaría con ese comportamiento tan raro. Empezó a darle por la bebida, por llegar a las tantas de la mañana borracho a casa con amenazas y despertándonos a todos. Él tenía unos diecinueve años cuando aquello pero era muy agresivo.
Dejó los estudios porque dijo que quería trabajar pero se cansó pronto del trabajo; dejó de entregar dinero en casa y obligaba a mis padres que le dieran de comer y vestirle cuando necesitaba ropa. Un día mis padres ya cansados de aguantar esas amenazas de muerte cada dos por tres, le cogieron y le leyeron la cartilla, que así no podía continuar, pues éramos muchos y había que hacer algo, que se lo pensase bien. Le dijeron que buscara trabajo o que se pusiese a estudiar porque ellos le pagaban una carrera o de lo contrario que se marchara de casa porque la vida nos la hacía imposible. Él escogió por ponerse a estudiar una carrera y seguir en casa, mis padres le pagaban los estudios, él iba y venía normal. Un día llegaron noticias a mis padres comunicándoles de que mi hermano faltaba la mayoría de las veces a las clases y que ahorrasen el dinero que estaban pagando por él. Cada vez se fue desmadrando más, echándole mucha cara a la vida sin dar importancia a nada. Quería vivir del cuento y eso no podía ser, todo le daba igual hasta llegar a no hacer nada ni ayudar en casa. Mi hermana la mayor Carmen, empezó a trabajar en una fábrica de loza donde se hacía vasijas etc. Ya era otra ayuda más en la casa con el sueldo de ella pues lo entregaba todo en casa y se portaba muy bien con todos nosotros. Ella ya se fue echando novio; conoció a un chico que es carpintero ebanista, de nombre Leandro, por cierto muy buen carpintero pues sabía hacer de todo.
A mis padres este muchacho no les cayó nada bien, pero a mi hermana le gustaba y con quien se iba a casar él era ella y no mis padres, que por lo tanto que no se metieran en su vida, que la suerte o la desgracia iba a ser para ella. Mi hermana le presentó un día en casa para que le conocieran mis padres, pero así todo no quedaron muy contentos de que se casara mi hermana con él. Sin embargo a nosotros nos cayó bien por lo chistoso y simpático que era. Cada vez que venía a casa a buscar a mi hermana nos contaba algún chiste que otro, pasando un rato agradable con él hasta que se marchaban.
Llegó el día que decidieron casarse. Llevaban mucho tiempo de novios y querían hacer su vida. Mi hermana se fue quedando con la mitad de lo que ganaba para ir comprando el juego de novia etc. por cierto fue bastante grande el equipo que hizo, no la faltó de nada.
Llegó la fecha de casarse, fuimos todos a su boda, dando una comida en un restaurante, fue bastante agradable. En esa boda conocí a tías y tíos y primos que nunca había visto por lo que me sorprendió mucho porque nunca nos comentaron en casa nada de nada de primos o tíos. La suegra de mi hermana les cedió la casa donde ella vivía y se marchó a vivir con su hija pues el marido había muerto. Ellos la arreglaron a su modo y capricho para su convivencia.
Para mi hermana fue un golpe más en su vida por lo que había sufrido en casa por mi hermano. Fue a dar con un hombre que la daba unas palizas de cuidado. Se casó y Leandro cambió total su forma de vida, borracheras cada dos por tres y dejar de trabajar. Mi hermana no le podía decir nada porque enseguida le rompía la cara. Mi hermana siempre fue una mujer hecha y derecha, muy hogareña y trabajadora, pero él le hacía la vida imposible. Se la habló para que le dejara y se viniese para casa, se vino unas semanas a casa pero volvieron a unirse otra vez y a vivir solos de nuevo.
Empezaron a tener hijos, uno seguido de otro hasta llegar a tener seis lo pasaron muy mal porque apenas les llegaba el dinero para comer y mucho menos cuando él no iba a trabajar. Abusaba de que su madre les ayudaba económicamente todos los meses y encima les hacía un pedido de comida. A él que no le faltara el vino en casa porque lo demás cada vez le importaba menos. Mi hermana no compraba vino porque sabía lo que pasaba con él, la reñía por el vino y la pegaba delante de sus hijos pequeños, con la misma se marchaba cogiendo el poco dinero que había en casa y lo gastaba en borracheras por los bares regresando a casa a las dos y a las tres de la mañana, no le daba importancia si su mujer y los hijos tendrían para comer o no. Así mi hermana se tuvo que empeñar y pedir fiado en la tienda sin tener necesidad de ello para poder dar de comer a sus hijos.
El Leandro se compró una moto por lo que al poco tiempo tuvo un accidente perdiendo el conocimiento e invalido, quedó un poco trastornado. Transcurrieron unos años y se fue recuperando un poco pero como si nada, ya no era el mismo de antes. Mi hermana se tuvo que poner a trabajar de nuevo limpiando casas y portales para mantenerlos a todos incluido a su marido. Ella sola tenía que sacar la casa adelante, no paraba un minuto del día, porque tenía que atender su casa, los hijos y luego trabajar, por lo cual por las noches terminaba rendida y harta del trabajo. Al día siguiente se levantaba a las siete de la mañana para arreglar la casa, dar el desayuno a los niños y mandarlos al colegio al mismo tiempo marchándose ella a trabajar y el marido en casa sin hacer nada.
Había un colegio perteneciente a la fábrica de loza donde estuvo trabajando mi hermana y allí me metieron mi familia después que volviera de estar con mis abuelos.
El colegio estaba dentro de la fábrica y era para niños y niñas. A este colegio sólo podían entrar, aquellos que tuvieran algún familiar trabajando en la fábrica, un tipo de escuela privada particular. Era dirigida por un director que se llamaba: Sr. Pellón, y dos Srs. maestros: D. Antonio y Da. Rosa de nombre, señorita para todo. Ella se encargaba de las niñas y D. Antonio de los niños. Muy buenos maestros los dos tanto como el director.
En este colegio estuve estudiando hasta la edad de los doce años. Luego, otra vez me echaron con los abuelos y fuimos a vivir a Almansa, pero eso ya lo contaré.
A mí no me gustaba personalmente mucho la escuela, pero nunca falté ni un día a clase. No se me quedaba nada en la mente, se me olvidaba todo. Por más que lo intentaba se me borraban las cosas de mi mente.
D. Antonio y la señorita Rosa, llegaron a cogerme aprecio por lo competente que era en la escuela y el comportamiento, pero la verdad para los estudios era cerrado totalmente. A mí me mandaban hacer cualquier cosa o recados y lo hacía sin rechistar nada, no me importaba lo que fuera y no lo hacía por algún interés sino que era mi forma de ser, me gustaba trabajar y aprender cosas nuevas.
D. Antonio el maestro me tenía un poco en estima y ponía bastante interés en mí para no forzarme en los estudios por darse cuenta que no valía para estudiar. Es que era imposible para mí el estudiar porque no se me quedaba nada en la mente, se me olvidaba todo a los cinco minutos. Por eso me mandaban a hacer recados a la librería de Santander para comprar algún libro o cualquier artículo que hacía falta en el colegio.
En los recreos limpiaba la escuela y no era porque me lo mandaran sino que desde pequeño me gustaba mucho la limpieza y el orden. Las Gramáticas eran muy difíciles de aprender y no digamos Geografía e Historia, no me enteraba de nada ni comprendía la mitad de las cosas. El Catecismo tampoco me gustaba, no sólo a mí, sino al resto de los demás niños, se nos hacía pesadísimo e incomprensible.
Los jueves por la tarde nos tocaba Catecismo, era cuando más niños faltaban a clase porque no nos gustaba dar esas clases, llegaron a dejar de darlas porque nadie poníamos interés en ello. Cambiaron esa tarde de los jueves para que cada uno de nosotros cogeríamos noticias y luego contarlas en plan periodístico. Esto fue una de las clases que más nos gustaba porque cada uno mirábamos en buscar la mejor noticia (no valía copiarlas de la prensa) sino redactarlo a nuestro modo. Unos cogían noticias de los Deportes, otros de los Sucesos, etc.
Lo que se me daba bien, era el escribir, tenía una letra clara y ordenada pero con bastantes faltas de ortografía. Claro yo decía: que más da una letra que otra si al final se lee lo mismo, también me costaba escoger las palabras, pero la cosa era que mi letra la podía leer cualquiera de lo clara que era.
Yo cogí una manía que era copiar y copiar sin que nadie me lo dijera. Tenía una Enciclopedia Grado Elemental, que todavía la tengo, un libro que yo creo valioso como el que más. Casi todos los días me ponía a copiarlo para aprender y para que se me metiera en la cabeza. Ahora que soy un hombre, todavía la copio y la estudio con gran provecho por mi parte.
El dibujo se me daba bastante bien, pero en cuestión de caricaturas nada, era dibujo lineal más que nada por lo que un año me dieron un premio de fin de curso por dibujo.
El maestro y los compañeros me pusieron el mote de (el zurdo) porque todo lo hacía con la izquierda, con la derecha no sabía hacer nada. Poco a poco fui usando la mano derecha con bastante dificultad para aprender, llegué a aprender a escribir con la mano derecha pero para comer y demás juegos lo hago con la izquierda, luego se me olvidó escribir totalmente con la izquierda y hasta ahora.
Como tengo un pequeño defecto que son los brazos un poco más largos que los demás, me decían «El Mono» para hacerme sufrir igual que le decían a mi abuelo. A mí no me gustaba y siempre había grandes palizas entre los chicos de esa escuela por culpa de ese mote.
El maestro no me apretaba mucho para estudiar, ni, me insultaba, ni se reía de que yo no supiese nada. Él veía que yo sufría por no aprender y me notaba preocupado, con miedo. Él me dejaba hasta donde yo daría de sí y de ahí no pasaba más. Me sacaba lo menos posible al encerado porque me cerraba en mi interior y no sabía ni lo que decir, algunos compañeros me ayudaban y a trancas y barrancas lo hacía. Siempre tuve miedo a la escuela por lo costoso que se me hacía.
En el recreo, un día me llamó el maestro para decirme que estuviese tranquilo, que nadie habíamos nacido sabiendo, que era un niño todavía y que ya tendría tiempo de aprender.
En los recreos me gustaba más estar sólo que con los demás niños, me sentía mucho mejor, más tranquilo, no podía soportar que riñeran o se pegasen por jugar o tener uno más que otro, yo eso no lo podía ver porque sufría en mi interior y tenía que pasar desapercibido para no verlo y me dedicaba a limpiar la escuela o dibujar o copiar la Enciclopedia. De vez en cuando echaba algún partido pues me gustaba jugar al fútbol y se me daba bastante bien.
De amigos sólo me gustaba tener sólo uno, porque dos no discuten si uno no quiere, algunas veces jugaba con los demás niños pero pocas veces. La verdad es que nunca en toda mi vida he tenido a alguien a quien decir: un amigo.
Al irse mi hermana la mayor cuando se casó, nos quedamos los cinco, mi madre hacía la comida por las noches para el día siguiente porque no le daba tiempo hacerlo todo el mismo día ni tan siquiera fregar los cacharros aunque le echaba una mano la otra hermana menor, pero así todo poco podía hacer; mi hermana Dolores estudiaba y poco paraba en casa también. Con mi hermano el mayor Antonio, no podíamos contar con él para nada, era como tener una figura de adorno en casa.
Los otros hermanos eran muy pequeños todavía y con ellos no se podía hacer nada; éstos eran muy revoltosos y siempre la tenían tramada conmigo, no había un día que no me hiciesen rabiar.
Estando un día en la terraza de casa que estaba a bastantes metros de altura, me empujaron al descuido para tirarme abajo, gracias a los alambres del tendal que me agarré a ellos no me caí abajo. Cuando conseguí soltarme fui donde ellos y los di unos buenos azotes, y les hice como si los fuera a tirar a ellos abajo, para empachurrarlos.
Primero se reían, pero luego no paraban de llorar, y vinieron unos vecinos gritando, diciendo que yo quería matar a mis hermanillos, pero había sido al revés. Eran ellos los que quisieron matarme.
Pero así es la vida, encima cobré yo por mis padres por haberles hecho eso. Yo no les di fuerte porque eran unos niños todavía, ni tampoco los quería matar, era para asustarlos. Pero claro como eran muy mañosos y llorones alertaron a los vecinos. Eran más los lloros que los azotes que les daba.
Yo le decía a mi padre del porqué les había pegado y de que era broma, un susto, pero ni caso, él cogió la correa y me puso bien, era lo suyo el pegarme con correa.
Nunca me dio unos azotes ni me reprendió con palabras, aquello era a base de correazos sin ninguna explicación.
Entonces fue cuando dijeron de mandarme otra vez con los abuelos a Almansa. Decían que yo tenía malas inclinaciones, que era el demonio y que no podía ser el hijo de mi madre ni de padre, sino el hijo del demonio.
Yo quería que mi madre me perdonase. Le empecé a ayudar a mi madre en las tareas de la casa, veía que no le daba tiempo a arreglar la casa y yo se lo hacía; cuando llegaba del trabajo se encontraba con las cosas hechas.
Yo siempre les decía a mis hermanos pequeños que aprendieran que no estaba de más aprender hacer las cosas de casa para el día de mañana, que supiera arreglármelas yo solo.
Mi madre empezó a cogerme como su niño preferido para todo, pero era mentira. A mí me gustaba siempre trabajar, estar activo, el resto de mis hermanos eran muy diferentes a mí o yo a ellos, me gustaba tratar más con personas mayores que de mi edad. Tenía doce años e iba dejando la niñez aparte porque me gustaba más la vida del más adulto porque se aprendía más cosas y no se discutía tanto como de niños.
Mis padres al ver mi interés por el trabajo, parecían querer perdonarme y no mandarme otra vez con los abuelos. Pero lo que hacían era aprovecharse de mí. Me cogían por banda para trabajar. Mi padre me decía que cuando saliese de la escuela le iría a ayudar a cavar huertas que él hacía también para el sembrado etc.
Los domingos me obligaba a trabajar con él para cavar en un terreno y yo pensaba que me habían perdonado, que no me iban a mandar con los abuelos. Pero lo hicieron y mi madre la primera. No valieron los lloros ni nada ni el ver que yo trabajaba como un burro y que estaba reformado. Una noche me llevaron al autobús para que volviese otra vez con los abuelos que tenían una casa en Almansa. Yo tenía mis doce años y en el autobús fui llorando todo el rato del odio tan grande que sentía para mi madre y toda la familia.