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Yo no soy violento.

—Los testimonios de su vida indican lo contrario.

—Eso es mentira.

—¿Quiere que le lea las declaraciones de su exesposa? ¿Y las de su suegra?

—Eran cosas de chiquillos. Yo tenía dieciocho años cuando me casé. Además, mi suegra era un veneno, estaba contra mí.

—Su matrimonio duró apenas un año y su exesposa ha declarado… «Me pegaba mucho, muy fuerte por celos y porque decía que yo no quería hacer uso del matrimonio con él… Se iba con mujeres y no me daba dinero… mi madre lo tuvo que echar de la casa, que era nuestra… Nunca ha querido a su hijo. Ahora tiene doce años y nunca le ha escrito, ni una simple llamada de teléfono, nada… La vida con él fue un infierno…» ¿Quiere que le lea las declaraciones de su suegra, señor Ruiz?

—Mi suegra era peor que mi mujer.

—Su vida está llena de actos violentos contra las mujeres. Tendré que recordarle que hace dos años, en 1987, salió usted del penal de Ocaña, después de pasar allí ocho años. Fue usted condenado en 1979 a veintisiete años de reclusión por un delito consumado de violación y tres tentativas. Las víctimas contaban entre dieciocho y cincuenta y cinco años.

—Las mujeres me perdonaron.

—Es inútil que siga usted negando la violación y muerte de las dieciséis ancianas. Ahora fíjese en los objetos que se encuentran sobre esa mesa. ¿Los reconoce?

—Sí.

—Señor secretario, por favor enumérelos.

—Objeto número uno: un gatito de peluche gris con resortes mecánicos que camina hacia delante y hacia atrás y abre y cierra la boca. Objeto número dos: muñequita de porcelana vestida con el traje típico aragonés. Objeto número tres: otra muñequita, de goma, sin ropas, con brazos y manos movibles. Objeto número cuatro: cochecito de lata, antiguo, que representa un modelo Citroen de los años cincuenta. Objeto número cinco: tres peinetas de carey para sujetar el cabello. Objeto número seis: pisapapeles de sustancia plástica transparente con pueblo en miniatura en su interior que al moverse produce el efecto de una nevada. Objeto número siete: reproducción en sustancia plástica de la Torre Eiffel. Objeto número ocho: cenicero con la inscripción «Robado en Casa Cándido, Segovia». Objeto número nueve: pastorcillo y cuatro ovejas, de barro cocido y policromado. Objeto número diez: otra muñequita de cartón policromado, antigua, con vestido completo. Objeto número once: colección de siete postales, «Las maravillas del Universo». Objeto número doce: camión volquete de plástico. Objeto número trece: Mickey Mouse y Pato Donald de goma en muy mal estado. Objeto número catorce: barco transatlántico de plástico insumergible. Objeto número quince: colección de seis automóviles miniatura, denominados «Mini Cars». Objeto número dieciséis: ratoncito de peluche con dispositivo mecánico para moverse. Objeto número diecisiete: cajita con doce lápices de colores marca Alpino. Objeto número dieciocho: osito de peluche marrón con un lacito rojo en el cuello, al que le falta un ojo. Objeto número diecinueve: costurero pequeño, de rafia, lleno de alfileres largos con cabeza de colores. Objeto número veinte: reproducción fosforescente de la Virgen de Covadonga. Objeto número veintiuno: reproducción de un plato con cuchara y tenedor de madera y la inscripción «Recuerdo de Compostela». En el plato, la reproducción de la Catedral de Santiago de Compostela, y objeto número veintidós: caballito de cartón enjaezado con un jinete que representa un rejoneador.

—¿Se ha dormido, señor Ruiz?

—No, estaba pensando.

—¿Se puede saber en qué pensaba usted?

—Eso es asunto mío.

—Está bien, señor Ruiz. ¿Reconoce todos estos objetos numerados del uno al veintidós encontrados en su domicilio?

—Sí.

—De modo que los reconoce como suyos, ¿no es cierto?

—sí.

—¿Dónde los compró, señor Ruiz?

—No me acuerdo.

—No se acuerda usted. Muy bien. ¿Ha viajado usted a Galicia, señor Ruiz?

—No.

—Este Juzgado de Instrucción tiene interés en saber cómo o dónde adquirió usted todos estos objetos numerados del uno al veintidós.

—No lo sé.

—¿Se reitera usted en su respuesta?

—Sí.

—¿Para qué los tenía usted, señor Ruiz?

—¿Cómo que para qué los tenía?

—Exactamente, señor Ruiz. ¿Para qué los tenía?

—No lo sé. Los tengo, eso es todo. Me gustan.

—Le gustan, muy bien. ¿Y por qué le gustan? Usted tiene treinta y dos años. A esa edad no parece factible que a usted le guste jugar con muñequitas como si fuera un niño.

—¡No soy un niño! Los… los tenía para… para adornar.

—¿Acaso eran recuerdos de algo?

—No lo sé.

—No sabe si eran un recuerdo de algo o no, ¿verdad?

—No, no lo sé.

—Díganos otra cosa, señor Ruiz. ¿Como fontanero no ha viajado usted por España?

—No me gusta viajar. Después de salir de la Legión estuve en Santander y… Bueno, al salir de Ocaña me vine para Madrid y aquí me quedé.

—Entre sus cosas hemos encontrado una carta y unos dibujos rudimentarios de unas casitas y un campo. La carta, incompleta, está dirigida a una tal Encarnita Moreno. ¿Quién es esa señora?

—Por favor, señor juez, es una carta antigua. De hace… bueno, mucho tiempo. A nadie le interesa.

—También hemos encontrado otra carta, dirigida a un tal Antonio y unos dibujos. ¿Ese Antonio es su hermano, señor Ruiz?

—Yo nunca le he escrito a mi hermano. Y a usted no le interesa esa carta.

—Se equivoca, señor Ruiz. Todo lo que le atañe nos interesa. Le recuerdo que está usted ante un juez de Instrucción y que está acusado de dieciséis asesinatos con los agravantes de violación.

—Esos dibujos y las cartas son cosas mías. Recuerdos de cuando yo tenía doce años.

—Tiene usted derecho a no contestar, pero no diga lo que interesa o no a este Juzgado de Instrucción… ¿Por qué se pone en pie, señor Ruiz?

—Me quiero marchar. Me siento mal, señor juez. Me duele mucho la cabeza. Usted quiere que yo le diga que he robado todas esas cosas de las casas de las viejas, ¿verdad? Está intentando que caiga en una trampa. Algunos de esos juguetes son míos de toda la vida, otros fueron regalos. No recuerdo quién me los ha regalado.

—La mayor parte de esos objetos han sido reconocidos por parientes de las víctimas. Al igual que los pendientes, dijes y cadenas de su novia.

—Devuélvame esas cartas, se lo pido por favor.

—Las cartas a Encarnita Moreno y a Antonio no tienen fecha, al igual que los dibujos, pero parecen antiguos. ¿Escribió usted esto?… Señor secretario, por favor, lea.

—Con la venia, señoría… «Querida Encarnita, no te enfades conmigo ni con mi abuela. Mi abuela es bruja y por eso se ha enterado que yo no he ido nunca a la escuela y de la idea que teníamos con Antonio. Yo no se lo he dicho puedes creerme ha sido ella con sus poderes que le da el Tarot. Dijo que me marchara enseguida con mis padres, pero no ha sido culpa mía te lo juro, tú eres la única amiga que tengo y me lo paso muy bien contigo, voy a darte esta carta si te veo mañana en el parque porque no tengo tu dirección. Mis abuelos…»

—Basta, no siga leyendo. Son cartas personales. No tienen nada que ver con las viejas.

—Deje de leer, señor secretario.

—Tampoco la carta a Antonio. También es personal.

—De acuerdo. Señor secretario, las cartas y los dibujos serán entregados al señor Ruiz como objetos personales y serán retirados del sumario.

—Sí, señoría.

—Se los entregaremos, señor Ruiz. Pero antes, siéntese y conteste a nuestras preguntas. ¿Los objetos antes reseñados, pertenecían a las ancianas asesinadas?

—Sí.

—¿Por qué los cogió?

—No lo sé. Los cogí, nada más.

—La mayoría han sido reconocidos por familiares directos de las víctimas. Otros, no. ¿Ha asesinado usted a más ancianas, señor Ruiz? ¿A cuántas exactamente ha matado usted? ¿Veinte, veinticinco?