Yo nací en el seno de unos padres más bien pobres, gente obrera que tuvieron siete hijos. El primero fue varón que murió de pequeñito cuando la época de la posguerra. En la actualidad quedamos seis hermanos: Carmen la mayor, Antonio el segundo, Dolores la tercera, José Fernando el cuarto que soy yo, Luís el quinto y Javier el sexto. O sea cuatro hombres y dos mujeres.
A la edad de tres años, empecé en una Escuela o Guardería particular en casa de una Señorita que se llamaba: Rosario, daba clase a niños de corta edad en la misma casa.
El pueblo donde vivíamos se llama: Campo Jiro del Rancho Chico, la Señorita era una vecina. Esta señorita le gustaba pegarnos por la mínima y nos daba con una vara de arbusto en la palma de las manos, ya se podrán imaginar a los tres años esos palos, llegamos a coger miedo el ir a su casa a estudiar pero no quedaba más remedio porque de lo contrario me pegaban también en casa y había que ir.
Mis padres eran nada más que unos simples obreros, trabajaban para poder sacarnos a todos adelante poco apoco. Mi padre trabajaba de Guarda para las Canteras del Ayuntamiento situadas en un Pueblo de Santander llamado: Cueto, trabajaba los Sábados, Domingos y festivos, el resto de la semana trabajaba en un Almacén para el curtido de las pieles de vaca, etc. Era una persona muy recta, de carácter serio, mujeriego y de ordeno y mando. Había que hacer siempre lo que él decía, estaría bien o mal había que hacerlo, poco comprensivo sin explicaciones algunas.
Mi madre: trabajaba de limpiadora en un Cafetería que se llamaba el Congreso, situada en frente del Ayuntamiento de la Capital de Santander. Trabajaba todo el día y casi la mitad de la noche, apenas la veíamos algunas mañanas que venía a atender un poco la casa y se marchaba otra vez rápido. Era de carácter más noble pero a la vez sufrida por los disgustos que le daba mi padre, que le pegaba de vez en cuando sin saber por qué, le daba igual que estuviésemos nosotros delante o no.
Mi hermana la mayor Carmen, era la que se preocupaba de atendernos a nosotros y cuidaba de la casa mientras mis padres trabajaban y poco podían hacer por nosotros. Mi hermana nos traía a raya pero en el fondo había que reconocer que era la que estaba al cargo nuestro.
Nosotros teníamos en casa una huerta, gallinas, conejos, palomas, un perro muy grande y un gato que sólo le faltaba hablar al gato. Todos los días iba a buscar a mi padre al trabajo, cuando se marchaba el gato a mediodía, ya sabíamos que era la una de la tarde. El animal sabía la hora que era para marchar. Ese gato es que era extraordinario.
Este gato parecía hijo de mi padre, el verdadero hijo. Pues a nosotros no nos hacía ni puñetero caso, siempre de regaños y palos y en cambio, al gato, todo eran mimos y cuidados. Le daba la mejor comida y cuando volvía a casa del trabajo se ponía a jugar con él que era una cosa increíble. Lo trataba mejor que a las personas.
Un día al cruzar las vías del tren se quedó enganchado de una pata en uno de los maderos de las vías y lo mató el tren, lo sentimos mucho porque parecía una persona en vez de un animal, entendía todo lo que se le decía.
Pero mi hermano mayor Antonio se chivó para mi madre diciéndole que yo había atado el gato a las traviesas de las vías. Un niño de tres años, hay que fijarse, pero es que mi hermano Antonio siempre fue chivato de naturaleza y mala persona. Dicen que porque al nacer se cayó al suelo y le afectó la cabeza.
Yo me puse a llorar porque a mí el gato me gustaba cantidad y me quería mucho, yo creo que después de mi padre al que más quería era a mí. Yo también jugaba mucho con el gato, lo cogía en brazos y lo besaba. Cosas de niños.
Mi madre y mi padre se creyeron todo lo que les chivaba mi hermano Antonio. También les dijo que yo con un alfiler le sacaba los ojos a unos pajaritos que cogíamos por el campo.
Todo eso eran grandes mentiras, porque era él el que le sacaba los ojos a los pajaritos y no yo y me impulsaba a mí a hacerlo, cosa de niños, pero fue a mi madre y le contó lo del gato y lo de los pajaritos.
Yo me puse a llorar y le dije a mi madre que no se lo dijera a padre, que era mentira, pero ni por esas. Mi madre se lo dijo a mi padre y me pegó fuerte, muy fuerte con la correa como si hubiera matado a una persona y no a un gato.
Mi padre me dejó para el arrastre de la paliza que me dio y me llamó «Hijo del demonio», que a mí no me había engendrado él, sino el demonio.
Y se puso a insultar a mi madre llamándola puta y otras cosas por haber tenido ese hijo (yo). Al poco tiempo, me parece que fue en verano, no me acuerdo bien, me mandaron con mis abuelos.
Yo me agarraba a las piernas de mi madre para no irme y mi madre me pegaba para que me soltara.