UNA VIDA DOBLE
Algunas palabras bastarán para explicar lo que hasta aquí haya parecido inexplicable en esta historia.
Se verá lo que pueden imaginar ciertos hombres cuando su mala naturaleza, ayudada de una regular inteligencia, les impulsa por el camino del mal.
Aquellos hombres, ante los cuales Zermah acababa de aparecer súbitamente, eran dos hermanos, y dos hermanos gemelos.
¿Dónde habían nacido? Ellos mismos no lo sabían exactamente. En alguna pequeña aldea del Estado de Texas, sin duda, de cuyo nombre se derivaba el de Texar.
Ya se sabe lo que es este vasto territorio, situado al sur de los Estados Unidos, sobre el golfo de México.
Después de haberse insurreccionado contra los mexicanos, el Estado de Texas, sostenido por los americanos en su obra de independencia, se anexionó por fin a la federación en 1845, bajo la presidencia de John Tyler. Unos quince años después de esta anexión fue cuando dos niños abandonados fueron encontrados en una pequeña aldea del litoral de Texas, recogidos y educados por la caridad pública.
Al principio, estos dos niños habían llamado mucho la atención por su maravilloso parecido. El mismo semblante, la misma voz, la misma actitud, y aun los mismos instintos, que demostraban una perversidad precoz.
De qué manera fueron educados, en qué medida recibieron alguna instrucción, cosa es que no puede decirse, ni tampoco a qué familia pertenecían. Acaso pertenecieran a alguna de aquellas familias nómadas que recorrían el país desde la guerra y la declaración de la independencia.
Cuando los hermanos Texar, impulsados por un irresistible deseo de libertad, creyeron que podían bastarse a sí mismos, desaparecieron. Entonces tenían doce años. Desde aquel momento, no cabe duda alguna de que sus únicos medios de existencia eran el robo en los campos, en las casas de labranza, aquí pan, allí frutas, esperando el momento en que pudieran ejercer el pillaje a mano armada y las expoliaciones en los caminos, a los cuales estaban preparados desde su más tierna infancia.
En una palabra, no se les volvió a ver en las aldeas ni en los caseríos del territorio que antes tenían la costumbre de frecuentar, en compañía de malhechores que explotaban ya su semejanza.
Pasaron varios años. Los hermanos Texar fueron por completo olvidados, ocurriendo lo mismo hasta con su nombre. Y aunque este nombre debía tener más tarde deplorable resonancia en Florida, nadie ni nada vino a revelar que los dos hubiesen pasado los primeros años de su vida en las provincias litorales de Texas.
¿Y cómo había de ocurrir de otra manera, si desde su desaparición, por una combinación de que ya hemos hablado, no se conocieron jamás dos Texar?
Sobre esta misma combinación fue precisamente sobre la que se había basado toda aquella serie de iniquidades que debía ser tan difícil de probar y de castigar.
Efectivamente, se supo más tarde, cuando esta dualidad fue descubierta y materialmente establecida, que durante cierto número de años, unos veinte o treinta lo menos, los dos hermanos vivieron separados. Buscaban la fortuna por todos los medios; no se veían sino muy pocas veces, y después de largos intervalos, al abrigo de toda mirada, ya en América, ya en alguna otra parte del mundo donde los hubiera arrastrado el destino.
Se supo también que el uno o el otro, cuál de ellos no hubiera podido decirse, acaso los dos, habían hecho el oficio de negreros. Transportaban, o más bien hacían transportar cargamentos de esclavos desde las costas de África a los Estados del Sur de la Unión. En estas operaciones no desempeñaban más que el papel de intermediarios entre los tratantes del litoral y los capitanes de los buques empleados en este tráfico humano.
¿Prosperó su comercio? No se sabe. Sin embargo, es poco probable. En todo caso, disminuyó en una proporción notable, y se interrumpió finalmente, cuando la trata, denunciada como un acto de barbarie, fue poco a poco abolida en el mundo civilizado. Los dos hermanos debieron renunciar a este género de tráfico.
Sin embargo, esta fortuna, detrás de la cual corrían desde tan largo tiempo, que querían adquirir a toda costa; esta fortuna no estaba hecha, y era preciso hacerla. Entonces fue cuando estos dos aventureros resolvieron sacar provecho de su inmenso parecido.
En semejante caso, sucede a menudo que estos fenómenos se modifican cuando los niños llegan a ser hombres.
Para los Texar no sucedió así. A medida que los años pasaban, el parecido físico y moral no diremos que se acentuaba, pero permanecía siempre lo mismo que había sido, absoluto. Era imposible distinguir el uno del otro, no solamente por los rasgos, sino también por el sonido y las inflexiones de la voz.
Los dos hermanos resolvieron utilizar esta particularidad natural para llevar a cabo las acciones más detestables, con la posibilidad, si uno de ellos era acusado, de probar una coartada para establecer su inocencia.
Así, mientras que el uno ejecutaba el crimen concertado entre ellos, el otro se mostraba públicamente en algún sitio, de manera que, gracias a la coartada, la no culpabilidad fuese demostrada ipso facto.
No hay necesidad de decir que toda su destreza y su más especial cuidado había de ser no dejarse coger infraganti, pues en este caso la coartada no podría ser establecida, y la maquinación no hubiera tardado en ser descubierta.
Establecido así el programa de su vida, los dos gemelos se dirigieron a Florida, donde ni el uno ni el otro eran conocidos todavía. Lo que les llevaba a aquel territorio eran las numerosas ocasiones que debía ofrecer un Estado en que los indios sostenían siempre una lucha encarnizada contra los americanos y los españoles.
Hacia 1850 ó 1851 fue cuando los Texar aparecieron por allí.
Es Texar, y no los Texar, lo que nos conviene decir. En conformidad con su programa, jamás se dejaron ver juntos, jamás se les encontró en el mismo día ni en el mismo lugar; jamás se supo que existían dos hermanos de este nombre.
Por otra parte, al mismo tiempo que ocultaban su persona con el más completo incógnito, habían hecho no menos misterioso e ignorado el sitio de su vivienda habitual.
Como es sabido, fue en el fondo de la Bahía Negra donde se refugiaron. El islote central, el fortín abandonado, lo descubrieron en una exploración que efectuaron por las riberas del San Juan. Allí condujeron algunos esclavos, a los cuales no les fue revelado el secreto. Sólo Squambo conocía el misterio de su doble existencia. De una fidelidad a toda prueba para los dos hermanos; de una discreción absoluta en todo Lo que les concernía, este digno confidente de los Texar era el ejecutor inexorable de sus voluntades.
No hay que decir que estos no aparecían jamás juntos en la Bahía Negra. Cuando tenían que hablar de algún negocio, se avisaban por correspondencia. Ya hemos visto que a este efecto no empleaban el correo. Una esquela metida entre las nervaduras de una hoja, esta hoja fija en una de las ramas de un tulipanero que crecía en el pantano vecino a la Bahía Negra, no les era preciso más. Todos los días, no sin precauciones, Squambo se dirigía al pantano. Si era portador de una carta escrita por aquel de los Texar que estaba en la Bahía Negra, la depositaba en la rama del tulipanero; si era el otro hermano el que había escrito, el indio tomaba su carta en el sitio convenido y la llevaba al fortín.
Después de su llegada a Florida, los Texar no habían tardado en ponerse en relación con todo lo peor de la población del territorio. Muchos malhechores llegaron a ser sus cómplices en infinitos robos cometidos en aquella época; después, más tarde, sus partidarios, cuando las circunstancias les llevaron a desempeñar un papel importante durante la guerra de secesión. Tan pronto el uno, tan pronto el otro, se ponían a su cabeza; y ninguno de sus cómplices supo jamás que el nombre de Texar pertenecía a dos gemelos.
Ahora se explica cómo, cuando se les perseguía encarnizadamente a propósito de tan diversos crímenes, pudieron ser invocadas tantas coartadas por los Texar; coartadas que debieron ser admitidas incontestablemente. Así sucedió con motivo de los crímenes denunciados a la justicia en el período anterior a esta historia, entre otros el que se refería a una casa de campo incendiada. Aunque James Burbank y Zermah hubiesen reconocido positivamente a Texar como el autor del incendio, este fue absuelto por el tribunal de San Agustín, puesto que en el momento del crimen probó que estaba en Jacksonville, en la tienda de Torillo, lo cual pudieron confirmar numerosos testigos. Lo mismo ocurrió con la devastación de Camdless-Bay. ¿Cómo hubiera podido Texar conducir a los asaltantes al saqueo de Castle-House, cómo hubiera podido secuestrar a Zermah y a la pequeña Dy, puesto que se encontraba entre los prisioneros hechos por los federales en Fernandina, y detenido en uno de los buques de la flotilla? El Consejo de Guerra se había visto, por consiguiente, en la necesidad de absolverle, a pesar de tantas pruebas, y a pesar también de la declaración bajo juramento prestada por Alicia Stannard.
Y aun admitiendo que la dualidad de los Texar fuera al fin conocida, muy probablemente no se sabría jamás cuál de los dos había tomado personalmente parte en tan diversos crímenes. Después de todo, ¿no eran los dos culpables en el mismo grado, tan pronto cómplices, tan pronto autores principales en estos atentados que desde hacía tantos años desolaban el territorio de la Alta Florida? Sí, ciertamente, y no sería sino muy merecido el castigo que alcanzara al uno y al otro.
En cuanto a lo que había pasado últimamente en Jacksonville, era probable que los dos hermanos hubiesen desempeñado por tumo el mismo papel, sobre todo después que la conmoción popular derribó a las autoridades regulares de la ciudad. Cuando Texar I se ausentaba para alguna expedición convenida, Texar II le remplazaba en el ejercicio de sus funciones, sin que sus partidarios pudiesen notarlo. Se puede, pues, admitir que tomaron una parte igual en los excesos cometidos por aquella época contra los colonos de origen nordista, y contra los plantadores del Sur, partidarios de las opiniones antiesclavistas.
Ya se comprende que los dos debían estar siempre al corriente de lo que pasaba en los Estados del centro de la Unión, en que la guerra civil ofrecía tantas fases imprevistas como en el Estado de Florida. Por otra parte, habían adquirido gran influencia sobre los blancos pobres de los condados, sobre los de origen español, lo mismo que sobre los americanos partidarios de la esclavitud, en fin, sobre toda la parte abyecta de la población.
En estas circunstancias, ambos estaban en correspondencia frecuente, a fin de darse citas en algún sitio secreto, conferenciar para la continuación de sus operaciones y separarse con objeto de preparar las correspondientes coartadas.
Este es el motivo porque, mientras el uno estaba detenido en uno de los buques de la escuadra, el otro organizaba la expedición contra Camdless-Bay; y ya se ha visto cómo esta previsión les valió el ser absueltos de las acusaciones que se le hicieron ante el Consejo de Guerra en San Agustín.
Se ha dicho anteriormente que la edad había respetado este fenómeno de semejanza entre los dos hermanos. Sin embargo, era posible que un accidente físico, una herida, por ejemplo, viniese a alterar este parecido, y que el uno o el otro quedase marcado por un signo particular, lo cual hubiera bastado para comprometer el éxito de sus maquinaciones.
Y en esta vida aventurera, expuesta a tantos contratiempos, ¿no corrían este peligro, cuyas consecuencias hubiesen sido irreparables, y no les hubieran permitido sustituirse el uno al otro?
Pero desde el momento en que estos accidentes pudieran remediarse, la semejanza no debía sufrir lo más mínimo.
Así fue que, durante un ataque de noche, uno de los Texar quedó con la barba quemada por el fogonazo de un tiro que le dispararon a boca de jarro, poco tiempo después de su llegada a Florida. En seguida el otro se apresuró a afeitarse completamente, a fin de estar imberbe como su hermano; y se recordará que esto ha sido mencionado con referencia al Texar que se encontraba en la Bahía Negra al principio de esta historia.
Otro hecho que exige también una explicación. No se habrá olvidado que una noche, mientras que estaba en la Bahía Negra, vio Zermah que Texar se hizo tatuar un brazo. La causa fue la siguiente: Su hermano estaba entre el número de viajeros floridianos, presos por una banda de semínolas, que habían sido marcados con un signo indeleble en el brazo izquierdo. Inmediatamente remitióse un calco de este signo al fortín, y Squambo pudo reproducirlo en el brazo de Texar, que no lo tenía. La identidad continuó, pues, siendo absolutamente completa.
No sería aventurado afirmar que, si a Texar I se le hubiera amputado un brazo, Texar II se hubiera sometido inmediatamente a la misma operación.
En resumen, durante una docena de años, los hermanos Texar no cesaron de llevar esta vida por partida doble, pero con tal habilidad y tal prudencia, que habían podido lograr hasta entonces burlar todas las precauciones de la justicia floridiana.
¿Se habían enriquecido en este oficio los dos hermanos? Sí, sin duda, en cierta medida. Una suma bastante fuerte de dinero, economizada de los productos del pillaje y de los robos, había estado oculta en un sitio secreto del fortín de la Bahía Negra. Por precaución, Texar había llevado consigo su tesoro cuando se decidió a partir para la isla Carneral, y se puede estar seguro de que no lo dejaría en la choza si se veía obligado a huir al otro lado del estrecho de Bahama.
Sin embargo, esta fortuna no les parecía suficiente, por cuya causa se proponían acrecentarla antes de ir a gozar de ella sin peligro en alguna capital de Europa o del norte de América.
Por otra parte, sabiendo que el comodoro Dupont tenía la intención de evacuar bien pronto Florida, los dos hermanos se habían dicho que aún se presentaría ocasión de enriquecerse, y que harían pagar caras a los colonos nordistas aquellas pocas semanas de la ocupación federal. Estaban, pues, resueltos a ver venir las cosas. Una vez en Jacksonville, gracias a sus partidarios, gracias a todos los sudistas comprometidos con ellos, sabrían muy pronto volver a ocupar la posición que un tumulto les había dado, y que otro tumulto podría devolverles.
Los Texar, tenían, sin embargo, un medio seguro de adquirir lo que les faltaba para ser ricos, aún más todavía que lo que ellos deseaban.
En efecto, ¿por qué no escuchaban la proposición que Zermah acababa de hacer a uno de ellos? ¿Por qué no consentían en devolver la pequeña Dy a sus padres desesperados? James Burbank hubiera ciertamente rescatado al precio de su fortuna la libertad de su hija. Se hubiera comprometido a no dar ninguna queja, a no provocar ninguna persecución contra Texar. Pero en los dos hermanos el odio hablaba más alto que el interés, y si es verdad que ellos querían enriquecerse, querían también vengarse de la familia Burbank antes de salir de Florida para siempre.
Ya se sabe, pues, todo lo que importa conocer con relación a los hermanos Texar. Ya no hay más que esperar el desenlace de esta historia, que no se hará esperar.
Inútil es añadir que Zermah lo había comprendido todo cuando se encontró de repente en presencia de los dos hermanos. La reconstrucción del pasado se hizo instantáneamente en su imaginación. Mirándolos estupefacta, permaneció inmóvil como si hubiera echado raíces en el suelo, teniendo a la niña en sus brazos. Felizmente, el aire, más abundante en aquella habitación, había alejado todo peligro de asfixia en la niña.
En cuanto a Zermah, su presencia ante los dos hermanos, aquel secreto que acababa de descubrir, era para ella una sentencia de muerte.