PREPARATIVOS DE COMBATE
Al día siguiente, 2 de marzo, James Burbank recibió noticias por uno de sus capataces, que había podido atravesar el río a nado sin despertar sospechas, yendo y volviendo de Jacksonville.
Estas noticias, de cuya certidumbre no se podía dudar, eran muy importantes, como podrá juzgarse.
El comodoro Dupont, al rayar el alba, había venido a echar el ancla en la bahía de Saint-Andrews, al este de la costa de Georgia. El Wabash, en el cual estaba enarbolado su pabellón, marchaba a la cabeza de una escuadrilla compuesta de veintiséis buques, o sean, dieciocho cañoneros, dos transportes armados en guerra y otros seis transportes, en los cuales se había embarcado la brigada del general Wright.
Tal como Gilbert había dicho en su última carta, el general Sherman acompañaba esta expedición.
Inmediatamente el comodoro Dupont, cuya arribada había retardado el mal tiempo, se apresuró a tomar las medidas necesarias para forzar los pasos del Saint-Mary. Estos pasos, bastante difíciles, están abiertos a la desembocadura del río de este nombre, hacia el norte de la isla Amelia, en la frontera de Georgia y Florida.
Fernandina, la principal posición de la isla, estaba protegida por el fuerte Clinch, cuyos espesos muros de piedra contenían una guarnición de mil quinientos hombres. En esta fortaleza, en la cual era posible una defensa bastante larga, ¿harían resistencia los sudistas a las tropas federales? Todo inducía a creerlo. Sin embargo, no ocurrió así.
Según las noticias llevadas por el capataz, en Jacksonville corría el rumor de que los confederados habían evacuado inmediatamente el fuerte Clinch en el momento en que la flotilla se presentaba delante de los pasos del Saint-Mary; y no solamente habían abandonado el fuerte Clinch, sino también toda Fernandina, la isla Cumberland y toda esta parte de la costa floridiana.
Aquí terminaban las noticias llevadas a Camdless-Bay. Inútil es insistir sobre la importancia de tales noticias bajo el punto de vista especial de la plantación. Puesto que los federales habían desembarcado en Florida, el Estado, todo entero, no podía tardar en caer en su poder. Evidentemente, algunos días pasarían todavía antes que los cañoneros de la flotilla hubiesen podido franquear la barra del San Juan; pero su proximidad impondría respeto a las nuevas autoridades de Jacksonville.
Había, pues, motivo para esperar que, por temor a las represalias, Texar y los suyos no se atreverían a emprender nada contra la plantación de un nordista tan caracterizado como James Burbank.
Esto fue verdadero motivo de tranquilidad para la familia, que pasó súbitamente del temor a la esperanza; y para Alicia Stannard, como para la señora Burbank, era la certidumbre de que Gilbert no estaba lejos de ellas, la seguridad de que verían pronto la una a su hijo, la otra a su prometido, sin que tuviesen que temer por su seguridad.
En efecto, el joven teniente no hubiera tenido que recorrer más que treinta millas desde Saint-Andrews para llegar al pequeño puerto de Camdless-Bay. Pero en aquel momento estaba de servicio a bordo del cañonero Ottawa, y este cañonero acababa de distinguirse en un hecho de armas del cual los anales marítimos no habían tenido ejemplo todavía.
Veamos lo que había pasado durante la mañana del 2 de marzo; detalles importantes que el capataz no había podido adquirir durante su visita a Jacksonville, pero que importa conocer para la inteligencia de los graves sucesos que iban a ocurrir.
Desde que el comodoro Dupont tuvo conocimiento de la evacuación del fuerte Clinch por la guarnición confederada, envió algunos buques de mediano calado a través de los pasos del Saint-Mary.
Pero ya la población blanca se había retirado al interior del país al abrigo de las tropas sudistas, abandonando los caseríos, las aldeas y las plantaciones de la costa. Aquello fue un verdadero pánico, provocado por las ideas de represalias que los separatistas atribuían falsamente a los jefes federales. Y no solamente en Florida, sino también en la frontera de Georgia, y en toda la parte del Estado comprendida entre las bahías de Ossabaw y de Saint-Mary, los habitantes optaron en seguida por la retirada, para no caer en poder de las tropas de desembarque de la brigada Wright.
Sucedió, pues, que los buques del comodoro Dupont no tuvieron que disparar un solo cañonazo para tomar posesión del fuerte Clinch y de Fernandina. Solamente el cañonero Ottawa, en el cual Gilbert, siempre acompañado de Mars, el cariñoso marido de Zermah, ejercía las funciones de segundo, tuvo que hacer uso de sus piezas por las circunstancias siguientes.
La ciudad de Fernandina está en comunicación con el litoral Oeste de Florida, que la corta sobre el golfo de México por un ramal de ferrocarril que la une al puerto de Cedar-Keys. Este ferrocarril sigue primero la costa de la isla Amelia; después, antes de tocar en tierra firme, se extiende a través de la bahía de Nassau, por un largo puente sostenido por pilotes.
En el momento en que el Ottawa llegaba al centro de esta bahía, un tren entraba en el puente. La guarnición de Fernandina huía, llevando consigo todas sus provisiones. Además, iba también acompañada de algunos personajes importantes de la ciudad. En seguida el cañonero, forzando su máquina, se dirigió hacia el puente e hizo fuego con sus piezas de combate, así contra los pilotes como contra el tren en marcha. Gilbert, situado en la proa, dirigió los tiros. Hubo algunos disparos felices. Entre otros, un obús hizo blanco en el último vagón del convoy, cuyos ejes fueron rotos, así como las cadenas de amarre. Pero el tren, sin detenerse un solo momento, lo cual hubiera hecho su situación muy peligrosa, no se ocupó más del último vagón. Lo dejó abandonado, y continuando su marcha a toda velocidad, se internó en el suroeste de la Península. En este momento llegó un destacamento de federales que había desembarcado en Fernandina, y se lanzó sobre el puente. En un instante el vagón fue capturado con todos los fugitivos que en él se encontraban, principalmente, el coronel Gardner, que mandaba a la sazón en Fernandina; se tomaron sus nombres, se les detuvo veinticuatro horas, para ejemplo, en uno de los buques de la escuadra, y después se les puso en libertad.
Cuando el tren desapareció, el Ottawa contentóse con atacar un vapor cargado de materiales que se había refugiado en la bahía, y se apoderó de él con tres piezas de artillería.
Estos sucesos eran de suficiente importancia para esparcir el desaliento entre las tropas confederadas y los habitantes de las ciudades floridianas. Esto fue lo que aconteció, particularmente en Jacksonville, que no estaba lejos de Fernandina. La parte del San Juan que alcanza la marea no tardaría en ser forzada como lo había sido la del Saint-Mary; esto no ofrecía duda alguna. Por consiguiente, era muy verosímil que los unionistas no encontrasen en Jacksonville más resistencia que en San Agustín y en los demás puntos del condado.
Esto era a propósito para tranquilizar a la familia de James Burbank. Texar, en estas condiciones no se atrevería (al menos así debía presumirse) a llevar adelante sus proyectos. Sus partidarios y él no tardarían en ser derrotados, y esto muy en breve, por la sola fuerza de los acontecimientos. Las gentes honradas ocuparían de nuevo el poder, que un motín popular les había arrebatado.
Había, por tanto, muchas razones para pensarlo así, y por consecuencia, motivos sobrados para esperar; más tranquilos. Así fue que, desde el momento en que el personal de Camdless-Bay adquirió tan importantes noticias, que no tardaron en ser conocidas en Jacksonville, su alegría se manifestó por ¡hurras! y ¡bravos!, en los cuales Pigmalión tomó una buena parte. Sin embargo, era preciso no abandonar las precauciones que debían asegurar, durante algún tiempo todavía, la tranquilidad del dominio, es decir, hasta el momento en que los cañoneros aparecieran en las aguas del río.
¡Era preciso velar! Desgraciadamente, y esto es lo que no podía suponer ni el mismo James Burbank, iba a transcurrir toda una semana antes de que los federales estuvieran en disposición de remontar el San Juan para hacerse dueños de todo su curso. Y durante este tiempo, ¡qué de peligros habían de amenazar a Camdless-Bay!
En efecto, el comodoro Dupont, aunque ocupaba Fernandina debía obrar con cierta circunspección. Entraba en sus planes dejar ver el pabellón federal en todos los puntos en los cuales sus barcos pudieran encontrarse a la vez. Dividió, pues, en varias su flotilla. Un cañonero marchó por el río Saint-Mary a fin de apoderarse de la pequeña ciudad de este nombre, y avanzar veinte leguas adentro en el territorio. Al Norte, otros tres cañoneros, mandados por el capitán Godón, iban a explorar las bahías y a apoderarse de las islas Jykill y San Simón tomando posesión de la pequeña ciudad de Brunswick y de la de Darien, abandonadas en parte por sus habitantes. Sus lanchas de vapor de poco calado estaban destinadas, a las órdenes del teniente Stevens, a remontar el San Juan para reducir a Jacksonville. En fin, el resto de la escuadra, mandada por el mismo Dupont, se disponía a entrar de nuevo en el mar con objeto de ocupar San Agustín, y de bloquear el litoral hasta Mosquito Inlet, cuyos pasos estarían entonces cerrados para el contrabando de guerra.
Pero este conjunto de operaciones no podía llevarse a cabo en veinticuatro horas, y veinticuatro horas bastaban para que el territorio fuese entregado a las devastaciones de los sudistas.
Hacia las tres de la tarde del citado día, James Burbank concibió las primeras sospechas de lo que se preparaba contra él. El capataz Perry, después de una excursión de reconocimiento que había hecho por el límite de la plantación, entró rápidamente en Castle-House, y dijo:
—Mr. James, se notan algunas gentes de aspecto sospechoso que comienzan a aproximarse a Camdless-Bay.
—¿Por el Norte, Perry?
—Por el Norte.
Casi en el mismo instante, Zermah, volviendo del puerto, hacía saber a su señor que varias embarcaciones remontaban el río, aproximándose a la ribera derecha.
—¿Vienen de Jacksonville?
—Seguramente.
—Entremos en Castle-House —respondió James Burbank—, y no salgáis de allí bajo ningún pretexto, Zermah.
—Está bien, señor.
James Burbank, de vuelta en medio de su familia, no pudo ocultarles que la situación comenzaba a ser inquietante. En previsión de un ataque, resultaría seguramente mucho mejor que, en aquella situación, todos estuviesen prevenidos con antelación.
—¿Es decir —dijo Stannard—, que esos miserables, en vísperas de ser aplastados por los federales, se atreverán…?
—Sí —respondió fríamente James Burbank—. Texar no puede menos de aprovechar una ocasión semejante para vengarse de nosotros, dispuesto como está a desaparecer cuando esté satisfecha su venganza.
Y después, animándose, dijo:
—Pero los crímenes de este hombre, ¿continuarán impunes? ¿Se librará siempre? En verdad que, después de haber dudado de la justicia humana, esto sería para dudar de la justicia del cielo.
—James —dijo la señora Burbank—, en el momento en que acaso no podemos contar más que con la ayuda de Dios… no le acuses.
—Y pongámonos en guardia —añadió Alicia.
James Burbank recobró su sangre fría, y se ocupó en dar las órdenes oportunas para la defensa de Castle-House.
—¿Están prevenidos los negros? —preguntó Edward Carrol.
—Van a estarlo en seguida —respondió James Burbank—. Mi opinión es que precisa limitamos a defender el recinto que protege el parque reservado y la habitación. No podemos pensar en detener en la frontera de Camdless-Bay un verdadero ejército de gentes en armas, pues es de suponer que los asaltantes vendrán en gran número. Conviene, pues, apostar nuestros defensores en derredor de la empalizada. Si por desgracia esta es forzada y deshecha, Castle-House, que ha resistido ya los ataques de las bandas de semínolas, podrá sostenerse contra los bandidos de Texar. Que mi mujer, Alicia, Dy y Zermah, a la cual confío las tres, no salgan de Castle-House sin mi orden. En el caso de que nosotros nos veamos seriamente amenazados, es necesario que todo esté prevenido para que puedan salvarse por el túnel que comunica con la pequeña ensenada de San Marino, en el río San Juan. Una embarcación estará allí oculta entre las hierbas, con dos de nuestros hombres, y en ese caso, tú, Zermah, remontarás el río para buscar abrigo en el pabellón de la Roca de los Cedros.
—Pero… ¿y tú James?
—¿Y vos, padre mío?
La señora Burbank y Alicia habían cogido por un brazo, la una a James Burbank, la otra a Stannard, como si hubiera llegado ya el momento de refugiarse fuera de Castle-House.
—Nosotros haremos todo cuanto sea posible para reunimos con vosotras cuando la posición no sea sostenible —respondió James Burbank—. Pero es preciso que prometáis que, si el peligro llegase a ser serio, iréis a poneros en seguridad en el retiro de la Roca de los Cedros. Así, nosotros tendremos más valor y más audacia para rechazar a los malhechores y resistir hasta quemar el último cartucho.
Esto era evidentemente lo que convenía hacer, si los asaltantes, demasiado numerosos, conseguían forzar la empalizada e invadían el parque para atacar directamente a Castle-House.
James Burbank se ocupó en seguida de concentrar todo su personal. Perry y los demás capataces recorrieron las diversas chozas para reunir a todo el mundo. Antes de una hora los negros útiles para la defensa estaban en fila en los alrededores de la poterna, delante de la empalizada. Sus mujeres y sus hijos habíanse ido con anticipación a buscar refugio en los montes que rodean a Camdless-Bay.
Desgraciadamente, los medios de organizar una defensa seria eran bastante escasos en Castle-House. En las circunstancias actuales, es decir, desde el principio de la guerra, había sido casi imposible procurarse armas y municiones en cantidad suficiente para todo el personal de la plantación. En vano hubiera sido querer comprarlas en Jacksonville, y era preciso contentarse con las que habían quedado en la casa, después de las últimas luchas sostenidas contra los semínolas bastante antes de los hechos que relatamos.
En suma, el plan de James Burbank consistía en preservar a Castle-House del incendio y de la invasión. Proteger el dominio entero, querer salvar los talleres, las fábricas, los almacenes, las chozas, impedir que la plantación fuese devastada, no hubiera podido, y por consiguiente no lo pensó. Apenas había trescientos negros que oponer a los asaltantes, y aun aquellas buenas gentes estaban muy desigual e insuficientemente armadas. Algunas docenas de fusiles fueron distribuidos entre los más diestros, después que las armas de precisión fueron separadas, reservándolas para James Burbank, sus amigos, Perry y los demás capataces. Todos se habían reunido en la poterna y habían dispuesto sus hombres de manera que pudieran oponer la mayor resistencia posible al asalto que amenazaba el recinto de la empalizada, defendida además por el arroyo circular cuyas aguas bañaban su base.
No es preciso decir que, en medio de este tumulto, Pigmalión, muy afanoso, muy atareado, iba y venía, sin prestar ningún servicio verdaderamente útil. Parecía uno de esos clowns de los circos, que aparentan hacerlo todo y no hacen absolutamente nada, si no es hacer reír al público con sus tonterías. Por otra parte, Pigmalión se consideraba como uno de los defensores especiales de la habitación, y no pensaba en mezclarse con sus camaradas, situados en el recinto exterior. Jamás se sintió tan apegado y tan afecto a la familia Burbank. Todo estaba dispuesto y por consiguiente se esperaban los acontecimientos. La cuestión estaba en saber por qué lado empezaría el ataque. Si los asaltantes se presentaban por el límite septentrional de la plantación, la defensa podría organizarse más eficazmente. Si, por el contrario, atacaban por el río, sería más difícil, por hallarse Camdless-Bay abierto por este lado. Es verdad que un desembarco es siempre una operación difícil de realizar. En todo caso, sería preciso un gran número de embarcaciones para transportar toda la gente armada de una a otra ribera del San Juan.
Esto es lo que discutían James Burbank, Carrol y Stannard, esperando la vuelta de los exploradores que habían sido enviados a los límites de la plantación.
No debían tardar en saber a qué atenerse respecto a la dirección que debía darse a las operaciones de defensa.
En efecto: hacia las cuatro y media de la tarde los exploradores se replegaron después de haber abandonado el límite septentrional de la plantación y dieron las siguientes noticias: Una columna de hombres armados, viniendo en aquella dirección, se dirigía a Camdless-Bay, ¿era este un destacamento de milicias del condado? ¿Era acaso una parte del populacho pagada con fondos de la ciudad, o solamente gente allegadiza y organizada para el pillaje, que se había encargado de hacer ejecutar el decreto de Texar?
Hubiera sido difícil de resolver. En todo caso, esta columna debía contar con más de mil hombres, y sería casi imposible hacerle frente con el personal de la plantación. Cabía esperar, sin embargo, que si lograban saltar la empalizada, Castle-House les opondría una resistencia más seria y sostenida.
Lo que era evidente a todas luces, es que esta columna no había querido intentar un desembarco, que podía ofrecer bastantes dificultades en el pequeño puerto de Camdless-Bay, o sobre cualquier punto de las orillas del río, dentro de la plantación. Así es que había pasado el río por bajo de Jacksonville, con ayuda de cincuenta embarcaciones. Tres o cuatro viajes de cada una habrían bastado para efectuar el transporte de todos.
Era, pues, una prudente resolución de James Burbank haber hecho replegar toda su gente al recinto del parque de Castle-House, puesto que hubiera sido imposible disputar el límite del dominio a una tropa suficientemente armada, y de un efectivo quíntuplo del suyo.
Y entretanto, ¿quién dirigía a los asaltantes? ¿Era Texar en persona? No parecía probable. En efecto, en el momento en que se veía amenazado por la aproximación de los federales, el español podía haber juzgado temerario ponerse a la cabeza de su banda. Si a pesar de esto lo hacía, era porque, una vez su obra; de venganza consumada, devastada la plantación, la familia Burbank degollada o prisionera suya, estaba decidido a huir hacia los territorios del Sur, acaso hasta los mismos Everglades, países retirados en la Florida meridional, donde sería muy difícil cogerle.
Esta eventualidad, la más grave de todas, es la que preocupaba a James Burbank. Por esta razón es por lo que había resuelto poner en seguridad a su mujer, a su hija y a Alicia Stannard, confiadas al afecto de Zermah en aquel retiro de la Roca de los Cedros, situado a algunas millas por encima de Camdless-Bay. Si se veían obligados a retirarse y abandonar el dominio a los asaltantes, en aquel punto sería donde sus amigos y él procurarían reunirse con su familia, esperando allí que la tranquilidad estuviese asegurada, bajo la protección del ejército federal.
Una embarcación oculta entre los cañaverales del río San Juan, y confiada a la guardia de dos negros, esperaba a la extremidad del túnel que ponía en comunicación el edificio de Castle-House con la bahía de San Marino. Pero antes de llegar a esta operación, si era necesaria, era preciso defenderse, resistir algunas horas, al menos hasta la noche. Gracias a la oscuridad, la embarcación podría entonces remontar más seguramente el río, sin correr el riesgo de ser perseguida por las lanchas sospechosas que vagaban errantes por la superficie del mismo.