15
—Ahora —prosiguió el señor Trelawny—, hablemos de la Joya de las Siete Estrellas. La reina la consideraba el mayor de sus tesoros, y en ella inscribió palabras que nadie en su tiempo se atrevió a pronunciar.
»En el antiguo Egipto se tenía la creencia de que ciertas palabras, utilizadas de la manera apropiada, y tan importante como ellas mismas era el modo en que se decían, podían hacer que uno mandase sobre los señores de los mundos Superior e Inferior. El hekau, vocablo con que se designaba el poder o la fuerza, era de la mayor importancia en el ritual. En la Joya de las Siete Estrellas, que, como ya saben, está tallada en forma de escarabajo, el jeroglífico correspondiente a hekau aparece dos veces, una en la superficie superior y otra en la inferior. Pero lo comprenderán mejor si lo ven con sus propios ojos. Aguarden, por favor, regreso en un instante.
Dicho esto, se puso de pie y abandonó la estancia. De pronto, me sentí inquieto por él, pero mi temor pasó cuando volví la mirada hacia Margaret. Siempre que su padre podía correr peligro, ella se mostraba asustada, pero en esta ocasión se la veía calmada y relajada. No dije nada, y esperé.
Al cabo de dos o tres minutos el señor Trelawny regresó, trayendo en la mano una pequeña caja dorada. Tomó asiento y la ubicó delante de él, en la mesa. La abrió y todos nos inclinamos para contemplarla.
Sobre un fondo de satén blanco había un rubí tan maravilloso como enorme, pues su tamaño equivalía al de una uña de Margaret. Estaba tallado en forma de escarabajo, con las alas plegadas y las alas y las antenas pegadas a los costados. A través de la gema, que era de color ojo sangre, se veían siete estrellas de otras tantas puntas, que reproducían de manera exacta la figura del Carro. Nadie que conociera esta constelación podía dudar de ello. Lo examiné con una lupa que el señor Trelawny sacó de su bolsillo, y observé unos jeroglíficos tallados con la mayor precisión.
Cuando hube examinado la joya detenidamente, el señor Trelawny le dio la vuelta. El reverso era igualmente maravilloso, pues imitaba de manera minuciosa la parte inferior de un escarabajo. También en él había algunos jeroglíficos, cuyo significado el padre de Margaret procedió a aclararnos.
—Como pueden ver, hay dos palabras: una arriba y otra debajo. Los símbolos de la primera representan una sola palabra, compuesta de una sílaba alargada, con sus determinativos. Todos ustedes saben que el egipcio era una lengua fonética y que cada jeroglífico representaba un sonido. El primer símbolo, la azada, representaba la palabra mer, y las dos eclipses puntiagudas la prolongación de la erre final, Mer-r-r. La figura sedente con la mano abierta es lo que se llama la «determinativa» o «pensamiento» y el rollo del papiro aludía a la abstracción. Así, obtenemos la palabra mer, amor, en todo su sentido abstracto, general. Éste es el hekau que puede regir el mundo Superior.
—¡Cuánta verdad encierra! —lo interrumpió Margaret—. ¡Qué hábil fue el artesano! —Se ruborizó y bajó la vista.
Su padre esbozó una sonrisa y prosiguió:
—El símbolo que hay en el reverso es más sencillo, aunque el significado resulta más abstruso. El primer símbolo significa men, «habitando», y el segundo ab, «el corazón». De ese modo se expresa la idea de «habitando el corazón», lo cual, en nuestro idioma, significa paciencia. Éste es el hekau que rige el mundo Inferior.
Cerró la caja dorada e, indicando con un ademán que no nos moviéramos, fue a guardar la joya en la caja fuerte. Regresó, volvió a tomar asiento, y prosiguió:
—Esa joya, con sus palabras de significado místico, que la reina Tera sostenía en la mano, estaba destinada a ser, probablemente, el factor principal de su resurrección. Así me lo indicó el instinto desde el primer momento, por ese motivo guardé la joya dentro de la caja fuerte, de donde ni siquiera el cuerpo astral de la reina Tera podría sacarla.
—¿El cuerpo astral? ¿Qué es eso, padre? ¿Qué significa?
El interés con que Margaret formuló la pregunta me sorprendió. Pero el señor Trelawny volvió a sonreír, mostrándose tan indulgente como cualquier padre en un caso similar, y con tono solemne respondió:
—El concepto de cuerpo astral, que constituye una parte importante de las creencias budistas y es plenamente aceptado por el misticismo moderno, floreció en el antiguo Egipto, al menos por lo que sé. Cualquier individuo dotado de facultades extraordinarias, puede, con la rapidez del pensamiento, trasladar su cuerpo adonde quiera mediante la disolución de sus partículas y su posterior reencarnación. Según las antiguas creencias, el ser humano estaba constituido por varias partes, y ustedes deben conocerlas para comprender de qué estoy hablando.
»En primer lugar, el Ka, o doble, que puede definirse como “individualidad abstracta de la personalidad” y que estaba imbuido de los atributos de una existencia independiente; tenía la capacidad de trasladarse de un lugar a otro y llegar al cielo y entablar diálogos con los dioses. Luego, estaba el Ba, o alma, que habitaba en el Ka y tenía la facultad de ser corpórea o incorpórea, a voluntad. Poseía, a la vez, sustancia y forma, y podía abandonar la tumba, visitar el cuerpo en ésta y reencarnarse. Además, existía el Khu, la “inteligencia espiritual”, o espíritu. Y, por fin, los Sekhem o “poderes” de un hombre, su fuerza vital personificada. Éstos eran el Khaibit, o sombra; el Ren, o nombre; el Khat, o cuerpo físico, y el Ab, o corazón, en el que se asentaba la vida, todo lo cual conformaba un hombre.
»Ya ven ustedes, pues, que aceptando esta división de funciones espirituales y materiales, etéreas y corpóreas, ideales y reales, existe la posibilidad de conseguir trasladar un cuerpo, siempre guiado por la inteligencia o la voluntad.
Hizo una pausa y susurró los versos de Shelley, «el gran Zoroastro encontró su propia imagen caminando en el jardín», de su poema Prometeo desencadenado.
—Shelley —añadió— fue el poeta que mejor supo interpretar las antiguas creencias. —Guardó silencio por un instante, y agregó—: No deben olvidar ustedes la figura de Osiris, que habitaba, en compañía de los muertos, el mundo Inferior. La idea de semejante deidad significa que es posible, por medio de determinadas fórmulas mágicas, transmitir el alma y las virtudes de cualquier criatura viviente a una figura hecha a su imagen y semejanza. Esto es sólo una muestra del poder terrible de la magia.
»La existencia de estas creencias, y su corolario, me hace llegar a la conclusión de que la reina Tera confiaba en poder resucitar cuándo, cómo y dónde lo considerase conveniente. Durante cuarenta o cincuenta siglos yacería en su tumba, esperando. Esperando, con aquella “paciencia” capaz de imponerse a los designios de los dioses del mundo Inferior, a que llegase aquel “amor” que mandaría sobre aquellos del mundo Superior. Ninguno de nosotros sabía qué habría soñado en todo ese tiempo, pero su sueño sin duda se había visto roto cuando el explorador holandés entró en su tumba, violando su sagrada intimidad.
»El robo de que fue objeto la tumba, y todo lo que siguió, nos prueban que cada parte de su cuerpo, aun separada de él, puede ser un punto central, o núcleo, para que las partículas de su cuerpo astral volvieran a reunirse. La mano que se encuentra en mi habitación podría originar tanto la aparición de la reina en forma carnal como su rápida disolución.
»Ahora estoy en un tris de coronar mi argumentación. El propósito del ataque de que fui objeto era abrir la caja fuerte y apoderarse de la gema. Y no dudo de que, en la oscuridad de la noche, esa mano momificada buscara a menudo el talismán sin poder sacarlo de su escondite. Como el rubí no es astral, sólo podía ser extraído de la manera más corriente, esto es, abriendo la puerta de la caja. Con este fin, la reina se valió de su cuerpo astral y de la fiereza de su espíritu familiar para hacerse con la llave. Yo llevaba muchos años sospechándolo, y esperaba, pacientemente, tener reunidos todos los elementos necesarios para abrir el Cofre Mágico y conseguir que la reina momificada resucitase.
—Padre, según las creencias egipcias, el poder de resurrección de una momia, ¿tenía algún límite? Es decir, ¿podía alcanzar la resurrección muchas veces a lo largo de los siglos o sólo una vez, que era la última?
—No existía más que una resurrección —contestó él—. Algunos creían que tenía que ser una resurrección auténtica del cuerpo en el mundo real. Pero, según la creencia común, el espíritu encontraba la felicidad en los Campos Elíseos, donde abundaban los manjares y era imposible pasar hambre. Donde había agua y cañas de profundas raíces y todos los deleites con que puede soñar el pueblo de una tierra árida de clima ardiente.
Fue entonces cuando Margaret habló con tono firme y revelador de sus pensamientos más íntimos.
—En tal caso, me ha sido dado comprender cuál fue el sueño de esta gran señora de la antigüedad, poseedora de pensamientos tan avanzados y espíritu tan elevado; el sueño que mantuvo su alma en paciente espera durante todos aquellos centenares de siglos. Era el sueño de un amor posible, un amor que ella misma se creía capaz de conjurar a pesar de las nuevas condiciones en que se encontraría. El amor que es el sueño de cualquier mujer en cualquier época, sea pagana o cristiana, de alto rango o plebeya, sin importarle cuán feliz o penosa haya sido su vida en otros sentidos. Lo sé, porque soy mujer y conozco el corazón de las mujeres. ¡Sé cuál fue la carencia de alimentos o la abundancia de ellos; qué fueron los festines o el hambre para esta mujer nacida en un palacio, con la sombra de la corona de los Dos Egiptos sobre sus sienes! Sé qué significaban para ella, cuyas embarcaciones podían surcar el gran Nilo desde las montañas hasta el mar, las marismas con sus carrizos o el claro rumor del agua corriente. ¡Qué significaban las pequeñas alegrías y la ausencia de pequeños temores para quien, como ella, con sólo levantar la mano podía lanzar ejércitos o hacer llegar hasta los peldaños acuáticos de sus palacios el comercio del mundo! ¡A cuya voz se levantaban templos llenos de toda clase de antiguas bellezas artísticas que ella se complacía en restaurar! ¡Bajo cuya guía la sólida roca se abría en un bostezo, mostrando el sepulcro que ella misma había diseñado!
»¡Claro, claro, alguien como ella tenía unos sueños más nobles! ¡Los siento en mi corazón; los veo con mis ojos dormidos!
Cuando hablaba, Margaret parecía hacerlo bajo el influjo de la inspiración, y tenía la mirada perdida, fija en un punto más allá del mundo de los mortales. Pero después, aquellos profundos ojos se llenaron de contenidas lágrimas de emoción. Su alma parecía hablar a través de su voz, mientras quienes la escuchábamos nos quedábamos petrificados por el arrobamiento.
—La veo en la soledad y el silencio de su poderoso orgullo, soñando con cosas muy distintas de aquellas que la rodean. Con otra tierra muy lejana bajo el dosel de la silenciosa noche, iluminada por la luz fría y hermosa de las estrellas. Una tierra que se extendía bajo la Estrella Polar, donde una suave brisa dulcificaba el ardiente aire del desierto. Una tierra muy lejana, de lujuriante verdor, en la que no había sacerdotes perversos e intolerantes cuya intención era alcanzar el poder a través de los sombríos templos y las más sombrías cuevas de los muertos, a través de un interminable ritual de muerte. ¡Una tierra donde el amor no era un sentimiento rastrero sino una divina posesión del alma! Una tierra en la que tal vez existiera algún alma gemela que pudiera hablarle con unos labios mortales como los suyos; donde sus almas y sus alientos pudieran unirse en cálida comunión. Conozco este sentimiento porque lo he compartido. Puedo hablar de él ahora, pues esta dicha ha llegado a mi vida. ¡Puedo hablar pues me permite interpretar los sentimientos, los más profundos anhelos del alma de esa dulce y encantadora reina tan distinta del ambiente que la rodeaba, tan por encima de su tiempo! Cuya naturaleza, si pudiera expresarse con palabras, sería capaz de dominar las fuerzas del Averno, y el nombre de cuyo anhelo, a pesar de estar grabado en una joya iluminada por las estrellas, podría imponerse a todo el panteón de dioses.
»¡Y estoy segura de que con tal de lograr que ese sueño se convirtiera en realidad no dudó en yacer en su tumba durante miles de años!
Todos oímos en silencio la interpretación que Margaret daba a los designios y propósitos de la reina. La elevación de sus pensamientos pareció elevarnos también a nosotros mientras la escuchábamos. Las nobles palabras que fluían con musical cadencia parecían surgir de algún gran instrumento de fuerza elemental. Hasta el tono de su voz nos resultaba desconocido, por cuyo motivo fue como si estuviéramos escuchando a un nuevo y extraño ser de un nuevo y extraño mundo. Una expresión de placer iluminaba el rostro de su padre. Ahora sé por qué. Comprendía la felicidad de su vida al regresar, tras su prolongada permanencia en el mundo de los sueños, al mundo que conocía. Haber encontrado en su hija, cuya naturaleza sólo ahora conocía, tanta riqueza de afectos, tanto esplendor de espiritual perspicacia, tan docta imaginación, tan… ¡El resto de sus sentimientos lo ocupaba la esperanza!
Los dos hombres restantes guardaron silencio de manera inconsciente. Uno de ellos ya había tenido su sueño; los del otro aún estaban por llegar.
En cuanto a mí, me sentía sumido en una especie de éxtasis. ¿Quién era aquel ser nuevo y radiante que había cobrado vida a partir de las tinieblas y la bruma de nuestros temores? ¡El amor tiene unas posibilidades divinas para el corazón del amante! Las alas del alma pueden extenderse en cualquier momento desde los hombros del ser amado, quien adquiere entonces la forma de un ángel. Yo sabía que en la naturaleza de Margaret había posibilidades divinas de muy variadas clases. Cuando, bajo la sombra del sauce, a la orilla del río, había contemplado sus bellos y profundos ojos, había creído, con todas mis fuerzas, en las múltiples bellezas y excelencias de su naturaleza. Pero este espíritu sublime y comprensivo había sido una auténtica revelación. Me sentía tan orgulloso como su padre; ¡mi dicha y mi embeleso eran totales y supremos!
Cuando todos hubimos reaccionado, cada uno a su manera, el señor Trelawny, sosteniendo la mano de su hija en la suya, siguió adelante con su plática:
—Ahora vamos a la cuestión del momento en que la reina Tera tenía intención de resucitar. Estamos en contacto con algunos de los más elevados cálculos astronómicos relacionados con la verdadera orientación. Tal como ustedes saben, los astros modifican sus posiciones relativas en el firmamento, pero, a pesar de que las verdaderas distancias que recorren superan cualquier comprensión normal, los efectos, tal y como nosotros los vemos, resultan muy pequeños. Aun así, son susceptibles de medición, no por años, por supuesto, sino por siglos. Por este medio sir John Herschel llegó a la fecha de la construcción de la Gran Pirámide… una fecha establecida a través del cálculo del tiempo necesario para que la estrella del verdadero norte pase de Draconis a la Estrella Polar, y confirmada desde entonces por posteriores descubrimientos. De lo dicho se deduce, sin el menor asomo de duda, que la astronomía era una ciencia exacta para los egipcios, por lo menos mil años antes de la época de la reina Tera. Ahora bien, los astros que forman una constelación cambian a lo largo del tiempo sus posiciones relativas, y la Osa Mayor constituye un notable ejemplo de ello. El cambio de la posición de las estrellas es tan pequeño, incluso a lo largo de cuarenta siglos, que un ojo que no esté acostumbrado a las observaciones más detalladas apenas lo distingue, pero se puede medir y comprobar. ¿Alguno de ustedes ha observado con cuánta precisión las estrellas del rubí corresponden a la posición de las estrellas de la Osa Mayor, y que lo mismo ocurre con las zonas translúcidas del Cofre Mágico?
Todos asentimos con la cabeza.
—Tienen mucha razón —prosiguió él—. Coinciden exactamente. Y, sin embargo, cuando la reina Tera fue depositada en su tumba, ni las estrellas de la alhaja ni las zonas translúcidas del cofre correspondían a la posición de las estrellas de la constelación tal como estaban entonces.
Nos miramos los unos a los otros mientras él hacía una pausa; una nueva luz parecía iluminar los hechos. Con tono de misterio en la voz, el señor Trelawny añadió:
—¿Comprenden ustedes el significado de todo eso? ¿Acaso no arroja una luz sobre el propósito de la reina? Ella, que se guiaba por los augurios, la magia y la superstición, eligió con toda naturalidad para su resurrección una época que parecía sugerida por los mismísimos Altos Dioses, los cuales habían enviado su mensaje a través de un rayo procedente de otros mundos. Puesto que semejante momento había sido elegido por la sabiduría celeste, ¿no sería una suprema muestra de sabiduría humana servirnos de él? Y, de este modo —aquí su voz se hizo más sonora y vibró a causa de la intensidad de la emoción—… a nosotros y a nuestra época se nos ha dado la oportunidad de contemplar el prodigio del mundo antiguo, cosa de la que ninguno de nuestros contemporáneos ha tenido el privilegio de disfrutar y que tal vez jamás vuelve a ocurrir.
»Desde el principio hasta el final, las inscripciones crípticas y los símbolos de la prodigiosa tumba de esta prodigiosa mujer emiten una luz que nos guía; y la clave de los múltiples misterios reside en esta maravillosa joya que ella sostenía en su mano muerta sobre el corazón muerto que un día, confiaba, volvería a latir en un mundo nuevo y más noble.
»Ahora sólo nos resta considerar los cabos sueltos. Margaret nos ha ofrecido la visión auténtica de los sentimientos que animaban a la otra reina. —Miró con cariño a su hija y le acarició la mano mientras decía—: Por mi parte, espero sinceramente que tenga razón, pues en tal caso estoy seguro de que todos tendremos la dicha de ser testigos del feliz cumplimiento de una esperanza. Pero no debemos precipitarnos ni creer demasiado en nuestro actual estado de conocimiento. La voz que escuchamos procede de una época extrañamente distinta de la nuestra; una época en que la vida humana contaba muy poco y en la cual la moralidad imperante no condenaba la eliminación de los obstáculos que pudieran interponerse en el camino de los deseos. Tenemos que mantener la atención fija en el aspecto científico y esperar los acontecimientos de índole psíquica que puedan producirse.
»En cuanto a esta caja de piedra que llamamos el Cofre Mágico, estoy convencido, tal como ya he dicho, de que sólo se abre obedeciendo a algún fenómeno lumínico o a la utilización de alguna fuerza que por el momento desconocemos. Aquí se abre un vasto campo para las conjeturas y las experiencias, ya que hasta ahora los científicos no han conseguido diferenciar por completo las variedades, las propiedades y los grados de la luz. Sin necesidad de analizar los distintos rayos, creo que podemos dar por sentada la existencia de diversas cualidades y propiedades de la luz; y este inmenso campo de la investigación científica es prácticamente un territorio virgen. Lo que actualmente sabemos acerca de las fuerzas naturales es tan poco que no tenemos por qué imponer límite alguno a la imaginación en lo que a las posibilidades del futuro se refiere. En cuestión de muy pocos años hemos hecho unos descubrimientos que hace apenas dos siglos habrían enviado a la hoguera a sus descubridores. La licuefacción del oxígeno; la existencia del radio, del helio, del polonio, del argón; las distintas propiedades de los rayos X, catódicos y Becquerel. Y, de la misma forma que es posible que al final logremos demostrar la existencia de distintas clases y cualidades de la luz, también lo es que descubramos que la combustión tiene características propias y diferenciales, que algunas clases de llamas poseen cualidades inexistentes en otras. Cabe la posibilidad de que algunas de las condiciones esenciales de la sustancia sean continuas, incluso en lo que a la destrucción de sus bases respecta. Anoche estaba pensando en ello y me decía que, de la misma manera que algunos aceites poseen unas características de las que otros carecen, puede que haya ciertas cualidades o capacidades similares o equivalentes en las combinaciones de cada uno de ellos. Supongo que todos hemos observado, en algún momento, que la luz del aceite de colza no es exactamente igual que la del de parafina o que las llamas del gas de carbón o del aceite de ballena son distintas. ¡Así lo han comprobado en los faros! De repente se me ocurrió pensar que quizás el aceite que se encontró en las jarras cuando se abrió la tumba de la reina Tera poseía alguna virtud especial. Éste no se había utilizado para conservar los intestinos según la costumbre, lo cual significa que debieron de ponerlo allí con otro propósito. Recordé que en su relato Van Huyn hacía mención a la forma en que se sellaban las jarras. Se hacía con una delicadeza no exenta de eficacia, para que pudieran abrirse sin necesidad de utilizar la fuerza. Las jarras se guardaban a su vez en un sarcófago que, a pesar de su solidez y de estar herméticamente cerrado, podía abrirse con facilidad. Por consiguiente, fui a examinar las jarras de inmediato. Quedaba todavía un poco de aceite, pero como las jarras llevaban abiertas dos siglos y medio, se había condensado mucho. Sin embargo, no estaba rancio, y, al examinarlo, descubrí que era de cedro y que aún despedía en parte su aroma original. Pensé que debía de utilizarse para llenar las lámparas. Quienquiera que hubiera puesto el aceite en las jarras y éstas en el sarcófago, sabía que, en el transcurso del tiempo, podría producirse una merma, incluso en unos recipientes de alabastro, y no escatimó la cantidad; hasta el punto de que con el contenido de cada una de las jarras se habría podido llenar las lámparas media docena de veces. Por lo tanto, con una parte del aceite que quedaba hice unos experimentos que quizá nos ofrezcan unos resultados de gran utilidad. Usted sabe, doctor, que el aceite de cedro, ampliamente utilizado por los egipcios en la preparación y los ceremoniales de los muertos, posee ciertas propiedades refractarias de las que otros aceites carecen. Por ejemplo, nosotros lo utilizamos en las lentes de nuestros microscopios para aumentar la claridad de la visión. Anoche puse un poco en una de las lámparas y la coloqué cerca de una de las partes translúcidas del Cofre Mágico. El efecto fue impresionante; el resplandor de la luz fue más intenso y concentrado de lo que yo hubiera imaginado, mientas que una luz eléctrica colocada en el mismo lugar apenas se notó. Tenía la intención de hacer la misma prueba con las siete lámparas restantes, pero se me acabó el aceite. Sin embargo, eso se arreglará enseguida. He pedido que me envían más aceite de cedro y muy pronto espero disponer de abundantes provisiones. En cualquier caso, y con independencia de lo que pueda ocurrir por otras razones, nuestro experimento no fallará por este motivo. ¡Ya veremos! ¡Ya veremos!
Estaba claro que el doctor Winchester había seguido atentamente el proceso lógico de la mente del señor Trelawny, pues su comentario fue:
—Espero que, cuando se consiga abrir la caja mediante la luz, no se estropee o destruya el mecanismo.
Sus temores a este respecto provocaron una cierta inquietud en algunos de nosotros.