Epílogo

Lunes, 29 de mayo, 1989

11.30 horas

Randolph se ajustó las gafas para leer. Se aclaró la garganta. Jeffrey estaba sentado ante una sencilla mesa de roble directamente frente a él, tamborileando los dedos sobre su gastada superficie. La cartera de cuero de Randolph se encontraba sobre la mesa, a la derecha de Jeffrey. Estaba abierta. Jeffrey vio que contenía unos pantalones de squash y un montón de papeles legales y formularios.

Jeffrey vestía una camisa tejana azul claro y unos pantalones de algodón azul oscuro. Como Devlin había prometido, llevó a Jeffrey a Boston, donde le había entregado a las autoridades.

A Jeffrey no le gustaba estar en la cárcel, pero había procurado sacar el mejor partido posible. Se animaba recordándose continuamente que su estancia sería temporal. Incluso había tenido tiempo para empezar a jugar baloncesto, lo que no hacía desde sus días en la Facultad de Medicina.

Jeffrey se había puesto en contacto con Randolph desde el hostal «Charlotte», después de la cena de celebración con Devlin. Randolph estaba enterado de todo, o eso dijo. De eso hacía más de una semana. Ahora, Jeffrey empezaba a perder la paciencia.

—Ya sé que piensa que todo esto debería hacerse de un día para el otro —dijo Randolph—, pero la realidad es que las ruedas de la justicia necesitan tiempo para girar.

—Dígame la última línea —dijo Jeffrey.—La última línea es que ahora tengo formalmente presentadas tres mociones —dijo Randolph—. La primera y más importante es la que he presentado para que se celebre un nuevo juicio criminal. La he presentado ante la juez Janice Maloney, pidiéndole que rechace el veredicto con base en errores en el juicio…

—¿A quién le importan los errores en el juicio? —gritó Jeffrey exasperado—. ¿No es más importante el hecho de que todo el asunto fue causado por un par de abogados demandantes que llenaban sus arcas?

Randolph se quitó las gafas.

—Jeffrey, ¿me dejará terminar? Sé que está impaciente, y con razón.

—Termine —dijo Jeffrey, reuniendo toda la paciencia que pudo.

Randolph volvió a colocarse las gafas y miró sus notas. Se aclaró la garganta otra vez.

—Como iba diciendo —prosiguió—, he presentado una moción para que se celebre un nuevo juicio con base en errores en el juicio y con base en una prueba recién descubierta que justifica la revisión.

—¡Dios mío! —exclamó Jeffrey—. ¿Por qué no puede decirlo con palabras más sencillas? ¿Por qué andarse por las ramas?

—Jeffrey, por favor —dijo Randolph—. Hay que seguir el procedimiento, en este tipo de situaciones. No puedo solicitar un nuevo juicio sólo porque ha aparecido una nueva prueba. Tengo que dejar bien claro que esta nueva prueba que tenemos no es algo que hubiera podido conocer si hubiera sido razonablemente diligente. No celebran nuevos juicios por la negligencia de los abogados. ¿Puedo proseguir? —preguntó.

Jeffrey asintió con la cabeza.

—La segunda moción que he presentado es para corregir el expediente de la apelación del juicio por negligencia —dijo Randolph—. Se trata de una Petición de Satisfacción Equitativa Extraordinaria debido a la prueba recién descubierta.

Jeffrey puso los ojos en blanco.

—La tercera moción que he presentado es para una nueva vista. He hablado con la juez Maloney para explicarle que no hubo imprudencia temeraria por su parte, y que no se había fugado estando bajo fianza sino que simplemente había estado realizando una encomiable y finalmente satisfactoria investigación conducente al descubrimiento de la nueva prueba.

—Creo que yo habría podido decir lo mismo con palabras un poco más sencillas —dijo Jeffrey—. ¿Y qué dijo?

—Dijo que consideraría la moción —respondió Randolph.

—Magnífico —dijo Jeffrey con sarcasmo—. Mientras yo me pudro en prisión, ella considerará la moción. Es maravilloso. Si todos los abogados se hicieran médicos, todos los pacientes morirían antes de que ellos hubieran terminado todo el papeleo.

—Ha de tener paciencia —le aconsejó Randolph, acostumbrado al sarcasmo de Jeffrey—. Imagino que mañana sabré algo de la vista. Le tendremos fuera dentro de uno o dos días. Los otros temas llevarán un poco más de tiempo. Los abogados, como los médicos, no pueden dar garantías, pero creo que le exonerarán totalmente.

—Gracias —dijo Jeffrey—. ¿Y Davidson y compañía?

—Me temo que eso es otra historia —dijo Randolph con un suspiro—. Cooperaremos, por supuesto, con el fiscal del distrito de St. Louis, quien me ha asegurado que habrá una investigación. Pero me temo que le parece que las posibilidades de una acusación real son escasas. Aparte de los rumores, no hay pruebas de que existiera ninguna asociación de trabajo entre Davidson y Trent Harding. La única prueba de una asociación es que su nombré figura en la libreta de direcciones de Harding, lo que no demuestra la naturaleza de esa asociación. Asimismo, no hay ninguna prueba que vincule directamente a Trent Harding con la batracotoxina que el doctor Warren Seibert ha encontrado en todos los casos después de haberla aislado de la vesícula biliar del señor Henry Noble. Como el señor Frank Feranno está muerto, y cualquier asociación suya con Davidson también se basa en rumores, hasta ahora el caso contra Davidson y Faber es bastante débil.

—No lo creo —dijo Jeffrey—. Davidson y sus colegas pronto volverán al trabajo, aunque probablemente no en Boston.

—Bueno, eso no lo sé —dijo Randolph—. Como he dicho, habrá una investigación. Pero si no aparece ninguna prueba nueva y convincente, supongo que Davidson podría volver a probarlo. Su empresa sin duda está muy considerada en el campo de la negligencia. Y el campo sigue siendo sumamente lucrativo. Pero quizá la próxima vez cometan un error. ¿Quién sabe?

—¿Y mi divorcio? —preguntó Jeffrey—. Debe tener alguna buena noticia.

—Me temo que también puede causar algún problema —dijo Randolph, metiendo los papeles en la cartera.

—¿Por qué? —preguntó Jeffrey—. Carol y yo estamos de acuerdo. Es un divorcio amistoso y de mutuo acuerdo.—Puede que lo fuera —dijo Randolph—. Pero eso fue antes de que su esposa contratara a Hyram Clark como abogado de su divorcio.

—¿Qué importa a quién utilice?

—Hyram Clark va por todas —dijo Randolph—. Considerará la plata de sus empastes dentales como parte de su capital. Tenemos que estar preparados y contratar a alguien igualmente agresivo.

Jeffrey gruñó en voz alta.

—Quizá deberíamos casarnos usted y yo, Randolph. Así estaríamos siempre juntos.

Randolph se rio, de la manera contenida que hacía siempre.

—Hablemos de la parte más ligera. ¿Cuáles son sus planes?

Randolph se puso en pie.

Jeffrey se animó.

—En cuanto salga de aquí, Kelly y yo nos iremos de vacaciones. Algún lugar soleado. Probablemente el Caribe.

Jeffrey también se levantó.

—¿Y la Medicina? —preguntó Randolph.

—Ya he hablado con el jefe de anestesia del «Memorial» —aclaró Jeffrey—. Ellos se moverán más de prisa que las ruedas de la justicia. Me readmitirán dentro de poco.

—Así que volverá allí.

—Lo dudo —dijo Jeffrey—. Kelly y yo hemos decidido trasladarnos a otro Estado.

—¿Ah sí? —dijo Randolph—. Parece una relación seria.

—Sin duda lo es —afirmó Jeffrey.

—Bien, entonces —dijo Randolph—, tal vez debería redactarle un acuerdo prematrimonial.

Jeffrey miró a Randolph con incredulidad, pero entonces vio que las comisuras de la boca de Randolph se curvaban hacia arriba formando una sonrisa.

—Es broma —dijo Randolph—. ¿Qué le ha pasado a su sentido del humor?