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Jueves, 18 de mayo, 1989

7.52 horas

Ululando la sirena, la ambulancia que llevaba a Gail Shaffer entró en urgencias del «St Joseph’s Hospital». Los de la ambulancia habían llamado por el teléfono portátil para avisar a la sala de urgencias del caso que llevaban, pidiendo apoyo cardíaco y neurológico.

Cuando los de la ambulancia habían llegado al apartamento de Gail, respondiendo a la llamada efectuada por su compañera de apartamento, Annie Winthrop, habían deducido rápidamente lo sucedido Gail Shaffer había sufrido un ataque de grand mal mientras se encontraba en la ducha Creían que algo la había advertido del ataque, puesto que su compañera había insistido en que el agua estaba cerrada Lamentablemente, Gail no había podido salir de la bañera con suficiente rapidez, y se había golpeado la cabeza repetidas veces contra el grifo y la bañera Tenía múltiples heridas faciales en la frente, junto a la línea del pelo.

Lo primero que los de la ambulancia habían hecho era sacar a Gail de la bañera Al hacerlo, notaron una falta total de tono muscular, como si estuviera completamente paralizada También habían observado una notable anormalidad en el ritmo del corazón Su ritmo era totalmente irregular Habían intentado estabilizarlo poniéndole un suero intravenoso y administrándole oxígeno al 100%.

En cuanto las puertas de la ambulancia estuvieron abiertas, Gail fue llevada rápidamente a una de las unidades de traumatología de urgencias Gracias a la llamada efectuada por los de la ambulancia, un residente de neurología y un residente de cardiología estaban preparados cuando ella llegó.

El equipo trabajó febrilmente La vida de Gail a todas luces pendía de un fino hilo El sistema de conducción eléctrica del corazón, responsable de coordinar sus latidos, estaba seriamente lesionado.

Los neurólogos pronto corroboraron la impresión inicial del equipo de la ambulancia Gail sufría una parálisis casi total, que incluía los pares craneales Lo que resultaba particularmente extraño de la parálisis era que algunos grupos musculares todavía provocaban algún comportamiento reflexivo, pero parecía no existir ninguna pauta rectora en cuanto a cuáles lo hacían Era aleatorio.

Pronto el consenso fue que Gail había sufrido un ataque de grand mal debido a una hemorragia intracraneal y /o un tumor cerebral Este fue el diagnóstico provisional, a pesar del hecho de que el líquido cefalorraquídeo era claro Uno de los residentes de medicina interna disentía. Ella creía que todo el episodio se debía a algún tipo de intoxicación de drogas Insistió en que se sacara una muestra de sangre para ser analizada y ver si había drogas de las llamadas recreativas, en particular alguna de los nuevos tipos sintéticos.

Uno de los residentes de neurología también tenía reservas en cuanto al diagnóstico provisional Le parecía que una lesión central no podía explicar el problema de la parálisis Al igual que la residente de medicina interna, sospechaba de una aguda intoxicación de alguna clase Pero no quería especular más hasta revisar los resultados de las pruebas adicionales.

Todo el mundo estuvo de acuerdo en lo del traumatismo de cabeza La prueba física era demasiado evidente Una radiografía hizo dar un respingo a todos En la herida en la línea del pelo había una fractura hasta uno de los senos frontales Pero la impresión general era que ni siquiera un trauma tan grave era suficiente para explicar el estado de Gail.

A pesar del precario estado cardíaco de Gail, se programó una resonancia magnética nuclear de urgencia El residente de neurología había podido atajar la cuestión burocrática y allanar el camino Con varios residentes siguiéndola, Gail fue llevada a radiología e introducida en el enorme aparato en forma de donut Todo el mundo estaba un poco preocupado por si el campo magnético pudiera afectar a su inestable sistema de conducción cardíaca, pero la urgencia de establecer un diagnóstico intracraneal era superior a todas las preocupaciones. Todos los que estaban implicados en el caso permanecieron pegados a la pantalla cuando aparecieron las primeras imágenes.

Bill Doherty sostuvo la jeringa de vidrio de 5 cc a la luz en la alcoba de anestesia y le dio unos golpecitos. Las pocas burbujas que se adherían a los lados subieron a la superficie. La jeringa contenía 2 cc de «Marcaina» de tipo espinal con adrenalina.

El doctor Doherty estaba administrando la epidural continua a Karen Hodges. Todo iba bien y de acuerdo con el plan. La punción inicial no le había producido el más mínimo dolor. La aguja tipo Touhey había ido perfectamente. El médico había demostrado a su satisfacción que la aguja Touhey estaba en el espacio epidural por la falta de resistencia en el émbolo de la pequeña jeringa de vidrio cuando ejerció presión. Una dosis de prueba que le había administrado también lo confirmó. Y, por fin, el pequeño catéter se había deslizado en su lugar con engañosa facilidad. Lo único que faltaba era confirmar que el catéter se hallaba en el espado epidural. Una vez hecho esto, podría administrar la dosis terapéutica.

—¿Cómo estás? —preguntó el doctor Doherty a Karen.

Karen estaba sobre el costado derecho, de espaldas a él. La pondría en posición supina después de administrarle la anestesia.

—Supongo que bien —dijo Karen—. ¿Ha terminado? Aún no siento nada.

—No tienes que sentir nada todavía —dijo el doctor Doherty.

Inyectó la dosis de prueba, y después infló el manguito de la presión sanguínea. La presión no cambió, y tampoco el pulso. Mientras esperaba, hizo un pequeño vendaje alrededor del catéter. Al cabo de varios minutos volvió a comprobar la presión sanguínea. No había cambiado. Probó si Karen tenía tacto en la parte inferior de las piernas. No había anestesia, lo que significaba con seguridad que el catéter no se encontraba en el espacio donde se daba la anestesia espinal. El médico estaba satisfecho. El catéter tenía que estar en el espacio epidural. Todo estaba a punto para la inyección principal.

—Me noto las piernas completamente normales —se quejó Karen. Todavía le preocupaba que la anestesia no funcionara en ella.

—Ahora no tienes que notarte las piernas diferentes —la tranquilizó el doctor Doherty—. Recuerda lo que te he dicho cuando hemos empezado.

Había tenido la precaución de decirle a Karen que debía esperar.Pero no le sorprendía que lo hubiera olvidado. Tenía paciencia con ella pues sabía que estaba asustada.

—¿Cómo va todo?

El doctor Doherty levantó la vista. Era el doctor Silvan, con el uniforme esterilizado.

—Estaremos listos en diez minutos —dijo el doctor Doherty. Se volvió a su mesa de acero inoxidable, cogió la ampolla de 30 ce de «Marcaina» y volvió a comprobar la etiqueta—. Estoy a punto de inyectar la epidural —añadió.

—Bien sincronizados —dijo el doctor Silvan—. Me lavaré y empezaremos. Cuanto antes lo hagamos, antes terminaremos. —Dio unas palmaditas en el brazo de Karen, con cuidado de no mover la toalla estéril que el doctor Doherty le había puesto encima—. Tranquilízate, ¿eh? —añadió.

El doctor Doherty rompió la parte superior de la ampolla. Sacó la «Marcaina» con una jeringa. Por la fuerza de la costumbre golpeó los bordes de esta jeringa más larga para eliminar las burbujas de aire, aun cuando introducir aire en el espacio epidural no causaría ningún problema. Era más la costumbre que otra cosa.

El doctor Doherty se inclinó un poco y conectó la jeringa con el catéter epidural. Empezó a inyectar. El pequeño calibrador del catéter mostró cierta resistencia, así que empujó firmemente el émbolo. Acababa de vaciar la jeringa cuando Karen se movió de repente.

—¡No te muevas todavía! —la regañó el doctor Doherty.

—Tengo un calambre terrible —gritó Karen.

—¿Dónde? —preguntó el doctor Doherty—. ¿En las piernas?

—No, en el estómago —dijo Karen. Gimió y estiró las piernas.

El doctor Doherty le cogió la cadera para mantenerla quieta. Una enfermera que se encontraba cerca le cogió los tobillos.

A pesar de los intentos del doctor Doherty de sujetarla con la mano libre, Karen rodó sobre su espalda. Se incorporó apoyándose sobre un codo y miró al doctor Doherty. Tenía los ojos desorbitados de terror.

—Ayúdeme —gritó desesperada.

El doctor Doherty estaba confundido. No tenía idea de qué iba mal. Su primer pensamiento fue que Karen simplemente había caído en el pánico. Soltó la jeringa. Con ambas manos, agarró a Karen por los hombros e intentó volver a colocarla bien sobre la mesa. Al otro lado, la enfermera sujetó con más fuerza los tobillos de Karen.

El doctor Doherty decidió dar a Karen una dosis de diazepam intravenoso, pero antes de que pudiera cogerlo, la cara de Karen se deformó por unas fasciculaciones ondulantes de los músculos faciales Al mismo tiempo, le brotaba saliva burbujeante por la boca y las lágrimas le desbordaban los ojos. Al instante la piel le quedó cubierta de transpiración Su respiración se hizo estertórea y expectoraba.

El doctor Doherty cogió atropina Mientras se la administraba, Karen arqueó la espalda Su cuerpo quedó rígido, y luego sufrió una serie de ataques convulsivos La enfermera se precipitó al lado de Karen para impedir que se arrojara al suelo Al oír el alboroto, el doctor Silvan entró e intentó ayudar.

El doctor Doherty cogió un poco de succinilcolina y la inyectó en la línea intravenosa Después inyectó diazepam Abrió el oxígeno y mantuvo la mascarilla sobre la cara de Karen El electrocardiograma empezó a registrar irregularidades de conducción.

Cuando corrió la voz, comenzó a llegar ayuda Llevaron a Karen a la sala de operaciones para tener más espacio La succinilcolina detuvo el ataque El doctor Doherty la intubó Comprobó la presión sanguínea y vio que disminuía El pulso era irregular.

El doctor Doherty inyectó más atropina Nunca había visto semejante salivación y lagrimeo Añadió un oxímetro Entonces, el corazón de Karen se detuvo.

Se dio la alarma y llegó más personal a la sala doce para ofrecer ayuda Cuando el número llegó a más de veinte, había demasiada gente para que nadie se fijara en que en la antesala una mano cogía la ampolla medio llena de «Marcaina», vaciaba el contenido en una pila y se llevaba la ampolla vacía.

Kelly colgó el teléfono en la unidad de cuidados intensivos La llamada la había dejado inquieta Acababan de informarle que había un ingreso en la sala de urgencias Pero esto no era lo que la había trastornado Lo que la inquietaba era que la paciente era Gail Shaffer, una de las enfermeras de obstetricia. Una amiga.

Kelly conocía a Gail desde hacía algún tiempo Gail había salido con uno de los residentes de anestesia del «Valley Hospital» que era estudiante de Chris. Gail incluso había estado en casa de los Everson, a la cena anual que Kelly ofrecía a los residentes de anestesia Cuando Kelly se había cambiado al «St Joe’s», Gail había sido muy amable y le había presentado a un buen número de personas de allí.

Kelly trató de no dejar que sus sentimientos personales salieran a flote Era vital que se mostrara profesional Llamó a una de las otras enfermeras que la ayudarían con el ingreso, diciéndole que preparara la cama tres para un nuevo ocupante.

Un equipo de gente llevó a Gail a la unidad de cuidados intensivos y ayudaron a instalar el monitor y un respirador Sus propios esfuerzos por respirar no eran satisfactorios para mantener sus gases sanguíneos dentro de una gama normal Mientras trabajaban, informaron a Kelly.

Aún no había un diagnóstico, lo que hacía mucho más difícil ocuparse de Gail La resonancia magnética nuclear había resultado negativa salvo por la fractura del seno frontal Esto eliminaba la posibilidad de un tumor y/o una hemorragia intracraneal Gail no había recobrado el conocimiento, y su estado paralítico había empeorado en lugar de mejorar Lo más grave, la amenaza más inmediata para Gail era su estado cardíaco inestable Incluso este había empeorado En radiología, había asustado a todos con salvas de taquicardia vernacular que hizo temer que estaba a punto de pararse Era casi un milagro que no lo hubiera hecho.

Cuando Gail estuvo completamente instalada en la UCI, llegaron los resultados de la prueba de la cocaína Eran negativos Faltaban los resultados de otras drogas, pero Kelly estaba segura de que Gail no las tomaba.

El equipo que había traído a Gail a la UCI seguía allí cuando Gail hizo un paro cardíaco Un choque eléctrico al corazón eliminó la fibrilación pero provocó asistolia, lo que significaba que no había actividad eléctrica ni latido de ninguna clase Un marcapasos, colocado en el corazón, restauró una especie de latidos, pero el pronóstico no era bueno.

—Me he enfrentado con muchas cosas en este trabajo —dijo Devlin enojado—. Armas, cuchillos, una cañería de plomo Pero no esperaba que me pincharan en el culo con algún veneno de flechas del Amazonas Un tipo esposado, nada menos.

Michael Mosconi sólo podía menear la cabeza Devlin era el cazarecompensas más eficiente que conocía Había atrapado a traficantes de drogas, pistoleros, capos mañosos y ladrones de poca monta Por qué tenía tantos problemas con este médico era algo que Mosconi no podía comprender Quizá Devlin estaba perdiendo facultades.

—A ver si lo entiendo bien —dijo Mosconi—. ¿Le tenías en tu coche, esposado? Parecía una locura.

—Ya te lo he dicho, me inyectó alguna sustancia que me paralizó. Estaba bien, y de repente no podía mover un músculo. No pude hacer nada. Ese tipo tiene la medicina moderna a su favor.

—Me hace dudar de ti —masculló Mosconi irritado. Se pasó una mano nerviosa por su ralo cabello—. Quizá deberías pensar en cambiar tu línea de trabajo. ¿Y si te dedicaras a buscar desaparecidos?

—Muy divertido —dijo Devlin, pero era evidente que no le divertía.

—¿Cómo crees que podrás ocuparte de un auténtico criminal si no puedes atrapar a un flaco anestesista? —dijo Michael—. Quiero decir que esto es un buen lío. Cada vez que suena el teléfono tengo palpitaciones por si es el tribunal diciendo que han anulado la fianza. ¿Comprendes lo serio que es esto? Ahora, no quiero más excusas; quiero que cojas a ese tipo.

—Le cogeré —dijo Devlin—. Tengo a alguien siguiendo a su esposa. Pero, lo que es más importante, puse un micrófono en su teléfono. Algún día tendrá que llamar.

—Tienes que hacer más que eso —dijo Michael—. Tengo miedo de que la Policía pueda estar perdiendo interés en impedir que salga de la ciudad. Devlin, no puedo permitirme perder a este tipo. No podemos dejarle escapar.

—No creo que vaya a ninguna parte.

—¿Ah, no? —dijo Michael—. ¿Es algún poder intuitivo nuevo que has adquirido, o sólo lo que deseas?

Devlin examinó a Michael desde el incómodo sofá de él en el que estaba sentado. El sarcasmo de Michael empezaba a ponerle nervioso. Pero no dijo nada. En cambio, se inclinó hacia delante para sacar algo del bolsillo trasero. Extrajo un montón de papeles. Los dejó sobre la mesa, los desdobló y los alisó.

—El médico dejó esto en su habitación del hotel —dijo, acercándolos a Michael—. No creo que vaya a ningún sitio. De hecho, creo que persigue algo. Algo que le retiene aquí. ¿Qué piensas de estos papeles?

Michael cogió una hoja de las notas de Chris Everson.

—Son cosas médicas. No pienso nada de ello.

—Algunas cosas las ha escrito el médico —dijo Devlin—. Pero la mayor parte no. Supongo que lo escribió este tal Christopher Everson, quienquiera que sea. Su nombre aparece en algunos de los papeles. ¿Te dice algo ese nombre?

—Nada —dijo Michael.—Déjame el listín telefónico —dijo Devlin.

Michael se lo dio. Devlin pasó las páginas hasta donde aparecían los Everson. Había muchos, pero ningún Chris. Lo que más se parecía era un K.C. Everson, en Brookline.

—No sale en el listín —dijo Devlin—. Supongo que habría sido demasiado fácil.

—Quizá también es médico —sugirió Michael—. Podría ser que su número no apareciera en el listín.

Devlin asintió. Era una buena posibilidad. Buscó en las páginas amarillas bajo el apartado de Médicos. No había ningún Everson. Cerró el listín.

—La cuestión es —dijo Devlin— que el médico está trabajando en este material científico mientras es un fugitivo de la justicia y se esconde en un hotelucho. No tiene mucho sentido. Busca algo, pero no sé qué. Creo que buscaré a este Chris Everson y le preguntaré.

—Sí —dijo Mosconi, perdiendo la paciencia—. Pero no tardes cuatro años yendo a la Facultad de Medicina. Quiero resultados. Si no puedes hacerlo, dilo. Buscaré a otro.

Devlin se puso de pie. Dejó el listín telefónico sobre el escritorio de Michael y recogió las notas de Jeffrey y Chris.

—No te preocupes —dijo—. Le encontraré. Ahora ya es una cuestión personal.

Devlin abandonó el despacho de Michael y salió a la calle. Ahora llovía más fuerte que cuando había llegado. Afortunadamente, había aparcado cerca de una arcada, así que sólo había un corto trecho descubierto hasta el coche. Había aparcado en una zona de carga de Cambridge Street. Una de las prebendas de que disfrutaba por haber estado en la Policía era que podía aparcar donde quisiera. Los agentes de Policía hacían ver que no lo veían. Era una cortesía profesional.

Devlin subió a su coche y fue a coger Bacon Street. La ruta era sinuosa y complicada, como casi toda la conducción en Boston. Giró a la izquierda en Exeter y aparcó junto a la boca de riego más próxima a la Biblioteca Pública de Boston que pudo encontrar. Devlin bajó del coche y se precipitó a la entrada.

En la sección de referencias utilizó los listines de la ciudad de Boston y de todas las ciudades periféricas. Había muchos Everson, pero ningún Christopher Everson. Hizo una lista de los Everson que encontró.

Fue a la cabina telefónica más cercana y marcó primero el K.C. Everson de Brookline. Aunque se imaginó que las iniciales eran de una mujer, creyó mejor probarlo. Al principio se animó: una adormilada voz de hombre respondió al teléfono.

—¿Es Christopher Everson? —preguntó Devlin.

Hubo una pausa.

—No —dijo la voz—. ¿Quiere hablar con Kelly? Está…

Devlin colgó. Tenía razón. K.C. Everson era una mujer.

Examinando su lista de Everson, se preguntó cuál era más prometedor. Era difícil decirlo. Ni siquiera había otra con una C. inicial. Eso significaba que tendría que llamar a todos. Eso llevaría mucho tiempo, pero no se le ocurría qué otra cosa hacer. Quizás alguno de los Everson conocería a Christopher Everson. Devlin tenía la corazonada de que era lo mejor que podía hacer.

Aunque se encontraba muy cansado, Jeffrey no pudo volver a dormir después de que el teléfono le despertara. Si hubiera estado completamente despierto cuando sonó, probablemente no lo habría cogido. No había hablado con Kelly de qué hacer con las llamadas telefónicas, pero quizás era más seguro para él no responder. Tumbado en la cama, Jeffrey quedó algo perturbado por la llamada. ¿Quién podía pedir por Chris? Su primera idea fue que había sido una broma cruel. Pero podría haber sido alguien que intentaba vender algo. Podían haber sacado el nombre de Chris de alguna lista. Quizá no mencionaría la llamada a Kelly. Le desagradaba sacar a relucir el pasado cuando ella empezaba a dejarlo atrás.

La mente de Jeffrey volvió a considerar la teoría del contaminante en lugar de insistir en la misteriosa llamada. Cambiando de lado en la cama, repasó los detalles. Después decidió levantarse, ducharse y afeitarse.

Mientras preparaba café, empezó a preguntarse si su complicación de la anestesia y la de Chris eran sucesos aislados o si se habrían producido otros incidentes similares en la zona de Boston. ¿Y si el asesino había adulterado la «Marcaina» otras veces además de las dos que conocía Jeffrey? En ese caso, Jeffrey creía que se habría enterado de ellos. Pero por otro lado, había que ver lo que les había sucedido a él y a Chris. A los dos les habían acusado enseguida de negligencia. En aquellos momentos, defender el caso había sido lo más importante, dejando a un lado los demás temas.

Jeffrey recordó que el papel de la Cámara de Registro de Medicina del Estado de Massachusetts se había ampliado legalmente para seguirla pista de los «incidentes principales» producidos en los servicios sanitarios, y decidió llamar.

Tras un breve rodeo, le pusieron en comunicación con un miembro del Comité de Evaluación de Asistencia al Paciente. Explicó la clase de incidentes que le interesaban. La mujer del Comité le dijo que esperara unos minutos.

—Dice que le interesan las muertes producidas durante la anestesia epidural, ¿no? —preguntó, volviendo a la línea.

—Exactamente —dijo Jeffrey.

—Puedo encontrar cuatro —dijo la mujer—. Todos ocurridos en los últimos cuatro años.

Jeffrey quedó asombrado. Cuatro parecían muchos. La fatalidad durante la anestesia epidural era extremadamente rara, en especial después que se proscribiera el uso de la «Marcaina» al 0,75% en obstetricia. El hecho de que se produjeran cuatro en los últimos cuatro años debería haber hecho sonar la señal de alarma.

—¿Le interesa saber dónde se produjeron? —le preguntó la mujer.

—Sí, por favor.

—El año pasado hubo uno en el «Boston Memorial».

Jeffrey anotó: «Memorial, 1988». Ese tenía que ser su caso.

—Hubo otro en el «Valley Hospital» en 1987 —prosiguió la mujer.

Jeffrey lo anotó. Ese caso sería el de Chris.

—Después, en el «Commonwealth Hospital» en 1986, y en el «Suffolk General» en 1985. Eso es todo.

Es mucho, pensó Jeffrey. También le sorprendió que todos los incidentes se hubieran producido en Boston.

—¿La Cámara ha hecho algo respeto a estos casos? —preguntó.

—No, no hemos hecho nada —dijo la mujer—. Si todos hubieran sucedido en una institución, lo habríamos revisado. Pero al ver que se trataba de cuatro hospitales diferentes y cuatro médicos diferentes, no nos pareció apropiado meternos con ello. Además, aquí se indica que los cuatro casos desembocaron en un pleito por negligencia.

—¿Cómo se llaman los médicos implicados del «Commonwealth» y el «Suffolk»? —preguntó Jeffrey.

Quería discutir los casos con estos médicos en gran detalle, para ver en qué se parecían sus experiencias con la suya. En particular, quería saber si habían utilizado «Marcaina» sacada de una ampolla de 30 cc para la anestesia local.

—¿Los nombres de los médicos? Lo siento, pero esta información es confidencial —dijo la mujer. Jeffrey pensó un momento, y después preguntó.

—¿Y los pacientes o los demandantes de esos casos? ¿Cuáles son sus nombres?

—No sé si eso es confidencial o no —dijo la mujer—. Espere un momento.

Dejó a Jeffrey otra vez Mientras esperaba, Jeffrey volvió a maravillarse de que Boston hubiera tenido cuatro muertes durante una anestesia epidural y que él no lo supiera No podía entender por qué una serie así de complicaciones no habían sido objeto de especulación e interés Entonces se dio cuenta de que la explicación tenía que ser el lamentable hecho de que los cuatro hubieran conducido a un juicio por negligencia Jeffrey sabía que uno de los efectos perniciosos de semejante juicio era el secreto en el que insistían los abogados implicados en él Recordó que su propio abogado, Randolph, le había dicho al principio de su caso que no lo comentara con nadie.

—Al parecer, nadie sabe nada de este tema de la confidencialidad —dijo la mujer cuando regresó al teléfono—. Pero a mí me parece que es un asunto público Los dos pacientes eran Clark De Vries y Lucy Havalin.

Jeffrey anotó los nombres, dio las gracias a la mujer y colgó el teléfono De nuevo en la habitación de invitados que Kelly le había preparado, Jeffrey sacó la bolsa de debajo de la cama y cogió un par de billetes de cien dólares Tendría que encontrar tiempo para comprarse algo de ropa nueva, para sustituir a la que había tenido que dejar en el «Essex Hotel». Por un instante se preguntó qué habría hecho «Pan Am» con su pequeña maleta, aunque no era un asunto seguro de perseguir.

Después, llamó a un taxi Le pareció que era seguro tomarlo siempre que no hiciera nada que despertara sospechas en el conductor. El tiempo no había mejorado desde que había salido del hospital aquella mañana, así que Jeffrey buscó un paraguas en el armario del vestíbulo Cuando llegó el taxi, él esperaba en los escalones de la entrada, con el paraguas en la mano.

El primer objetivo de Jeffrey era comprar otro par de gafas de montura oscura Hizo esperar al taxista mientras entraba en una óptica. Su destino último era el Palacio de Justicia Era sobrecogedor entrar en el edificio donde sólo unos días antes un jurado le había considerado culpable del cargo de asesinato en segundo grado.

Cuando pasó por el detector de metales, la ansiedad de Jeffrey aumentó. Le recordaba demasiado sus incidentes en el aeropuerto. Hizo todo lo que pudo para parecer calmado Sabía que si parecía nervioso, lo único que haría sería llamar la atención Sin embargo, a pesar de sus buenas intenciones, estaba visiblemente tembloroso cuando entró en la oficina de secretaría en la primera planta del viejo edificio.

Esperó su turno ante el mostrador. La mayoría de personas que esperaban eran tipos que parecían abogados, con traje oscuro y cuyas perneras del pantalón curiosamente eran demasiado corta.s Por fin, una de las mujeres tras el mostrador miró en su dirección y dijo:

—El siguiente.

Jeffrey se acercó y preguntó cómo obtener el informe de un proceso específico.

—¿Resuelto o sin resolver? —le preguntó la mujer.

—Resuelto —dijo Jeffrey.

La mujer señaló por encima del hombro de Jeffrey.

—Tiene que decirme el número de la lista del fichero Acusado/Demandante —dijo con un bostezo—. Está en aquellos libros de hojas sueltas. Cuando tenga el número, vuelva aquí Le sacaremos el informe.

Jeffrey asintió y le dio las gracias. Se acercó a los estantes que la mujer le había indicado Los casos estaban reseñados alfabéticamente año por año Jeffrey empezó con el año 1986 y buscó Clark De Vries como demandante. Cuando encontró la fecha del caso, se dio cuenta de que la información que quería ya estaba allí, no necesitaba todo el informe.

La tarjeta de información indicaba los acusados, los demandantes y los abogados. El anestesista del caso era un tal doctor Lawrence Mann Jeffrey utilizó una fotocopiadora para hacerse una copia de la tarjeta, por si necesitaba utilizar el número más adelante.

Hizo lo mismo con la tarjeta que encontró para el caso de Lucy Havalin Su pleito había sido contra un anestesista llamado doctora Madaline Bowman Jeffrey había tenido algún trato profesional con Bowman, pero hacía años que no la veía.

Sacó la copia de la máquina fotocopiadora y comprobó si era completamente legible. Al hacerlo, se fijó en que el abogado era Matthew Davidson.

Jeffrey dio un respingo. Por poco se le cae la copia de las manos Matthew Davidson era el abogado que había demandado a Jeffrey por negligencia en favor de Patty Owen.

Jeffrey sabía racionalmente que era ridículo odiar a aquel hombre. Al fin y al cabo, Davidson sólo había cumplido con su trabajo, y los representantes de Patty Owen tenían derecho a una representación legal. Jeffrey había oído todos estos argumentos. Pero no cambiaban nada Davidson había provocado la ruina de Jeffrey planteando el problema secundario de drogas que había sufrido Jeffrey La jugada había sido injusta y la había hecho puramente como maniobra calculada para ganar el pleito La justicia y la verdad no habían sido la meta, no había existido negligencia Jeffrey estaba seguro de ello ahora que había eliminado sus dudas sobre sí mismo, y estaba cada vez más convencido de que había existido un contaminante.

Pero Jeffrey tenía otras cosas que hacer entonces que revisar injusticias pasadas. Cambiando de opinión, decidió mirar los archivos del tribunal. A veces no se sabe lo que se busca hasta que se encuentra, se dijo Jeffrey. Volvió al mostrador y le dio a la mujer que se había dirigido antes a él los números de ficha.

—Tiene que llenar uno de estos impresos en aquel mostrador de allí —le dijo ella.

Burocracia típica, pensó Jeffrey con cierta irritación, pero hizo lo que le decían. Después de llenar los impresos, tuvo que esperar en una cola por tercera vez En esta ocasión le cogió la solicitud una empleada diferente. Cuando entregó los dos impresos, la joven los miró y meneó la cabeza, diciendo.

—Tardarán una hora por lo menos.

Mientras esperaba, Jeffrey buscó las máquinas expendedoras que había visto al entrar. Se compró un bocadillo de atún y un zumo de naranja Después se instaló en un banco de la rotonda y contempló el movimiento de idas y venidas del Palacio de Justicia Había tantos policías uniformados, que Jeffrey llegó a acostumbrarse a verlos Era una especie de terapia del comportamiento que iba muy bien para reducir su ansiedad.

Al cabo de una hora larga, Jeffrey regresó a secretaría. Los informes que le interesaban estaban preparados para él Cogió las carpetas y se las llevó a un mostrador lateral donde tendría suficiente espacio para examinar con calma los documentos Había una enorme cantidad de material. Una parte era una jerga legal demasiado espesa para que Jeffrey la captara, pero le interesaba ver qué había Había páginas y páginas de declaraciones así como vanas formulaciones y escritos.

Jeffrey hojeó las declaraciones. Quería encontrar qué anestesia local estaba implicada en cada caso Primero examinó los documentos que pertenecían al caso del «Suffolk General». Como sospechaba, la anestesia local había sido «Marcaina». Ahora que sabía dónde buscar,encontró rápidamente lo que buscaba en el caso del «Commonwealth Hospital». También allí la anestesia local había sido «Marcaina». Si la teoría de Jeffrey de una contaminación deliberada era cierta, eso significaba que el asesino, médico del «Boston» o el señor o la señora X, ya había atacado cuatro veces Jeffrey deseó poder encontrar la prueba antes de que atacara de nuevo.

Jeffrey estaba a punto de devolver los papeles que se referían al caso del «Commonwealth» a su carpeta cuando vio el acuerdo de pago. Meneó la cabeza con desaliento Igual que en su caso, el pago se elevaba a millones de dólares. Qué malgasto, pensó Comprobó el pago en el otro pleito Era incluso más elevado que el del caso del «Commonwealth».

Jeffrey metió las carpetas en una cesta reservada a las devoluciones. Después abandonó el Palacio de Justicia. Por fin había dejado de llover, pero el cielo seguía encapotado y hacía fresco, y parecía que podía volver a llover en cualquier momento.

Jeffrey cogió un taxi en Cambridge Street y le dijo al taxista que quería ir a la «Biblioteca Médica Countway». Se recostó en el asiento y se relajó. Le apetecía pasar una tarde lluviosa en la biblioteca Una de las cosas que quería hacer era leer sobre toxicología. Quería ponerse al día en cuanto a dos importantes herramientas de diagnóstico cromatografía de gases y la espectrografía de masas.