Sábado, 20 de mayo, 1989
19.52 horas
—Menos mal que no hemos intentado ir en avión —dijo Kelly a Jeffrey al oír retumbar un avión a lo lejos—. Todavía no habríamos llegado. Parece que ahora la niebla se está disipando.
—Al menos ha dejado de llover —dijo Jeffrey. Contemplaba la pala de la retroexcavadora hundirse en la suave tierra.
Habían ido a la isla en el ferry de la «Steamship Authority» desde Woods Hole. Había sido buena idea coger la camioneta de Seibert, con el sello oficial en la puerta. Jamás habrían logrado subir al barco con un vehículo de no haber sido porque Seibert insistió en que viajaban para un asunto oficial. Llevar su camioneta en lugar del «Honda» de Kelly sirvió para que le creyeran. Aun así, habían protestado. Su vehículo fue el último en subir a bordo.
El viaje había transcurrido sin incidentes. Debido a la niebla y la ligera llovizna, habían permanecido en el piso inferior, donde encontraron un rincón de no fumadores donde sentarse. Jeffrey y Kelly habían pasado casi todo el rato revisando la libreta de direcciones de Trent, pero no habían encontrado ninguna pista.
Lo único que llamó la atención de Jeffrey fue un tal Matt, reseñado en la D. Jeffrey se preguntó si era el mismo Matt que había dejado el mensaje en el contestador automático cuando Jeffrey se encontraba en el apartamento la primera vez. El código de zona era el 314.
—¿Dónde está el 314? —preguntó Jeffrey a Kelly. Kelly no lo sabía. Jeffrey se lo preguntó a Seibert, que hojeaba una de las varias revistas profesionales que había llevado consigo para el viaje.
—Missouri —dijo Seibert—. Tengo una tía en St. Louis.
Cuando llegaron a Vineyard Haven, la mayor ciudad de Martha’s Vineyard, fueron directamente a la Funeraria Boscowaney. Gracias a la llamada que había efectuado Seibert aquella mañana, Chester Boscowaney les esperaba.
Chester tenía cerca de sesenta años, exceso de peso y unas mejillas tan coloradas que parecía que llevara colorete. Vestía traje oscuro completo, con reloj de bolsillo en el chaleco. Su actitud era untuosa, incluso servil. Cogió con rapidez los varios cientos de dólares que Jeffrey le ofreció por consejo de Seibert con la avidez de un perro hambriento.
—Todo está dispuesto —dijo en un susurro como si estuvieran en un funeral—. Me reuniré con ustedes allí.
Kelly, Jeffrey y Warren fueron en coche a Edgartown y se presentaron en el hostal «Charlotte». Kelly y Jeffrey se inscribieron como el señor y la señora Everson.
El único obstáculo que les quedaba era el operador de la retroexcavadora, Harvey Tabor. Se encontraba en Chappaquiddick, excavando un sistema séptico para una casa de la playa, y no pudo llegar a Edgartown hasta después de las cuatro. Y entonces aún no había podido ir al cementerio. Explicó que su esposa había preparado una comida especial por ser el cumpleaños de su hija, y que no podía reunirse con ellos en el cementerio hasta después.
Todo el asunto se había puesto en marcha poco después de las siete. Lo primero que Jeffrey señaló a Seibert fue que nadie había pedido ver los permisos. Boscowaney ni siquiera les había preguntado si los tenían. Seibert dijo que era mejor tenerlos a mano.
—Esto no terminará hasta que termine —añadió.
El sepulturero del cementerio era un hombre llamado Martin Cabot. Su rostro tenía las facciones marcadas, pero su complexión era delgada. Parecía más un marinero curtido que un cuidador de cementerio. Examinó a Seibert durante un minuto completo antes de decir:
—Es usted muy joven para ser forense.
Warren le dijo que había logrado saltarse el tercer curso, por lo que había podido acortar la duración de sus estudios. También le dijo que era médico y anatomopatólogo, y no forense. Jeffrey adivinó que Warren era susceptible en ese tema.El sepulturero y el operador de la retroexcavadora a todas luces no se llevaban bien Martin no dejaba de decirle a Harvey dónde debería estar y qué debería hacer Harvey le decía a Martin que había hecho funcionar la retroexcavadora el tiempo suficiente y no necesitaba consejos.
Empezaron a excavar a las siete y media, detrás de la lápida de Henry Noble Era un lugar agradable, bajo un gran arce.
—Es alentador —dijo Seibert—. Con esta sombra, debería haberse producido menos deterioro y putrefacción.
A Kelly se le revolvió el estómago.
Se oyó un fuerte chirrido en la tierra.
—¡Despacio! —gritó Martin—. Romperás la tapa.
En la tierra fresca apareció una línea de hormigón manchado.
—Cállate, Martin —dijo Harvey bajando la retroexcavadora al pozo Golpeó suavemente el hormigón Harvey llevó la pala hacia sí y hacia arriba Una gran parte de la tapa de la tumba se hizo visible.
—No rompas las asas —gritó Martin.
Kelly, Jeffrey y Seibert se hallaban de pie a un lado de la tumba, y Chester y Martin al otro El sol todavía era fuerte, aunque estaba bajo en el horizonte y fue oscurecido por una negra nube de lluvia Rachas de niebla se arremolinaban en el cementerio por la fuerza de la brisa marina Martin había sujetado una cuerda a las ramas del arce Cuando lo vio, Jeffrey pensó en el nudo de un ahorcado, aun cuando lo único que colgaba era una solitaria bombilla desnuda Su luz se proyectaba directamente en la zanja que la retroexcavadora cavaba.
Kelly se estremeció, más por la empresa que de frío, aunque cada vez hacía más fresco La acogedora habitación con su papel de pared Victoriano en el hostal «Charlotte» parecía muy lejana Kelly cogió la mano de Jeffrey.
Tardaron otros quince minutos en apartar el resto de suciedad que cubría la losa de cemento Cuando estuvo lo bastante limpia, Harvey y Martin bajaron a su superficie para quitar con palas la suciedad restante.
Luego, Harvey volvió a subir a su retroexcavadora y colocó la pala directamente sobre la losa Él y Martin volvieron a bajar al agujero para atar unos cables de acero en las asas de la losa y en los dientes de la pala.
—Está bien, Martin, salgamos de aquí —dijo Harvey, complaciéndose en dar una orden a Martin para variar Subió de nuevo a su máquina Luego, mirando a Jeffrey, a Kelly y a Seibert dijo tendrán que apartarse Tengo que pasar la losa por ahí Los tres se apartaron Cuando estuvieron fuera del paso, Harvey se puso a trabajar de nuevo.
El motor de la retroexcavadora gruñó Luego, con un ruido seco, la tapa de la tumba se separó Jeffrey vio que había sido sellada con una sustancia parecida a alquitrán La pala retroexcavadora hizo oscilar la losa hacia un lado y la descendió a tierra.
Todos se congregaron al borde del agujero En el interior de la sepultura había un ataúd plateado.
—¿No es una belleza? —dijo Chester Boscowaney—. Es uno de los mejores de nuestra linea Nada mejor que un ataúd Millbronne.
—No hay agua —dijo Seibert—. Es otra buena señal.
Los ojos de Jeffrey recorrieron el cementerio Era una vista sobrecogedora Anochecía con rapidez Las lápidas arrojaban sombras estrechas, de color púrpura, en todo el cementerio.
—Bueno, ¿qué quiere que hagamos, doctor? —preguntó Martin a Seibert—. ¿Quiere que saquemos el ataúd o quiere bajar y abrirlo ahí mismo?
Jeffrey se dio cuenta de que Seibert no sabía qué hacer.
—Nunca me ha gustado bajar a estas sepulturas —dijo—, pero sacar el ataúd llevará más tiempo Creo que cuanto antes terminemos, mejor Me espera una buena cena.
A Kelly el estómago se le revolvió otra vez.
—¿Puedo ayudar? —preguntó Jeffrey.
Seibert le miró.
—¿Alguna vez ha hecho algo así? Podría ser un poco horrible, y no puedo garantizarle cómo será el olor, especialmente si dentro hay agua.
—No me pasará nada —dijo Jeffrey, a pesar de sus recelos.
—Es un ataúd Millbronne —dijo Chester Boscowaney con orgullo—. Lleva una junta de goma alrededor No habrá agua.
—Ya he oído eso otras veces —susurró Seibert—. Está bien, adelante.
Jeffrey y Seibert bajaron al borde de hormigón de la sepultura y se colocaron a ambos lados del ataúd Seibert estaba a los pies y Jeffrey a la cabeza.
—Deme la manivela —dijo Seibert.
Chester se la entregó.
Seibert palpó la parte posterior del ataúd hasta que encontró el sitio Entonces insertó la manivela en el agujero y trató de hacerla girar Tuvo que emplear toda su fuerza para que se moviera Por fin, giró con un agonizante chirrido Kelly dio un respingo.El sello del ataúd se rompió con un siseo.
—¿Ha oído ese aire? —dijo Chester Boscowaney—. No habrá agua dentro, créame.
—Meta los dedos debajo del borde —dijo Sebert a Jeffrey—, y empuje hacia arriba.
Con un crujido, la tapa del ataúd se abrió Todos miraron dentro La cara y las manos de Henry Noble estaban cubiertas de una fina telaraña de pelusa blanca Debajo, la piel era gris oscuro Iba vestido con un traje azul, camisa blanca y corbata de cachemira Los zapatos estaban nuevos y relucientes En el satén blanco del interior había una fina capa de moho verde.
Jeffrey trato de respirar por la boca para evitar el olor, pero, para su sorpresa, no olía tan mal Era un olor más bien rancio, como un sótano que no ha sido abierto en mucho tiempo.
—Tiene muy buen aspecto —dijo Seibert—. Mis cumplidos a la funeraria Nada de agua.
—Gracias —dijo Chester Boscowaney—. Y puedo asegurarle que es el cuerpo de Henry Noble.
—¿Qué es la pelusa blanca? —preguntó Jeffrey.
—Algún tipo de hongo —dijo Seibert.
Este pidió a Kelly que le pasara su equipo Kelly le pasó su maletín negro.
Seibert pasó junto al ataúd Apenas había espacio para los pies, pero consiguió pasar Dejo su maletín sobre los muslos de Henry Noble, lo abrió y sacó un par de gruesos guantes de goma Después de ponérselos, empezó a desabrochar la camisa del hombre.
—¿Qué puedo hacer? —pregunto Jeffrey.
—Ahora mismo, nada —dijo Seibert.
Seibert había dejado al descubierto la herida cosida de cuando habían hecho la autopsia al hombre Cogió unas tijeras de su maletín, cortó las suturas y luego separó los lados de la herida El tejido estaba seco.
Jeffrey se irguió El olor ahora era más repugnante, pero Seibert parecía indiferente a él.
Seibert abrió la herida, metió la mano dentro de la cavidad del cuerpo y saco una bolsa de plástico transparente El contenido era oscuro La bolsa contenía una buena cantidad de líquido Seibert sostuvo la bolsa a la luz y, haciéndola girar despacio, examinó su contenido.
—¡Eureka! —exclamó—. Aquí está el hígado. —Se lo señalo a Jeffrey Este no estaba seguro de querer mirar, pero complació a Seibert—. Creo que la vesícula biliar todavía estará.
Seibert dejó la bolsa sobre el torso de Henry Noble y la abrió Un olor muy desagradable llenó el húmedo aire nocturno Seibert metió la mano y sacó el hígado Dándole la vuelta, le enseñó a Jeffrey la vesícula biliar.
—Perfecto —dijo—. Todavía está húmeda Creía que se habría secado. —Palpó el pequeño órgano—. También contiene un poco de líquido.
Dejó el hígado y la vesícula biliar encima de la bolsa de plástico, y sacó de su maletín negro una jeringa y vanos frascos para muestras Pinchó la vesícula y succionó toda la bilis que pudo Metió un poco en cada uno de los frascos.
Todos habían estado contemplando los esfuerzos de Seibert con tanta atención, que no se percataron de otros hechos No habían advertido la llegada al cementerio de un «Chevrolet Celebrity» azul de alquiler con los faros apagados No habían oído que se abrían las puertas ni el ruido de dos hombres que se acercaban.
Para Frank no había sido una tarde fácil Otra vez, lo que creía sería una operación fácil había resultado un buen quebradero de cabeza Tenía ganas de viajar en avión privado, cosa que nunca había hecho Pero después de subir al avión y abrocharse el cinturón del asiento, había sufrido un ataque de claustrofobia Nunca se había fijado en lo pequeños que eran estos aviones privados Y, para empeorar las cosas, no pudieron despegar enseguida debido al volumen del tráfico de Logan Después, el tiempo empeoró.
Al principio, un banco de niebla había sumergido el cabo y las islas, luego, una fuerte tormenta había estallado en el oeste, arrojando sobre la ciudad un granizo del tamaño de las canicas Frank había bajado del avión para esperar a que terminara la tormenta en la terminal general Cuando le dieron permiso para despegar y había una visibilidad adecuada para aterrizar en la isla Vineyard, casi eran las seis.
Entonces, para empeorar las cosas, el vuelo había sido una pesadilla Con la turbulencia, el avión avanzaba dando saltos como un corcho en aguas turbulentas Frank se había mareado y tuvo que vomitar en una bolsa de papel Todo el rato, Vinnie había estado hablando de lo fantástico que era el avión No había parado de comer cacahuetes y patatas fritas. Cuando llegaron a Martha’s Vineyard, Frank se sentía débil. Envió a Vinnie a alquilar un coche mientras él se quedaba en el lavabo. Sólo después de comer unas galletas y beber una «Coca-Cola» empezó a encontrarse bien.
Fueron directamente al hostal «Charlotte». En el mostrador de recepción pidieron por Kelly Everson. Frank utilizó la misma estratagema de decir que era pariente, pero ahora embelleció la historia diciendo que quería dar una sorpresa a su prima. Él y Vinnie intercambiaron un guiño. Sin duda le darían una sorpresa. Ambos llevaban la pistola discretamente escondida en una pistolera de hombro, y Frank llevaba otra dosis de tranquilizante en el bolsillo.
Pero la sorpresa resultó ser para Frank. La mujer de recepción del hostal «Charlotte» les dijo que creía que los Everson se encontraban en el cementerio de Edgartown. Dijo que el señor Everson había pasado cierto tiempo al teléfono junto al mostrador de recepción, estableciendo una cita con Harvey Tabor, el operador de la pala retroexcavadora.
De nuevo en el coche, Frank dijo a Vinnie:
—¿El cementerio? No me gusta esto.
Primero habían dado la vuelta al cementerio. Era grande, pero les resultó fácil ver a un grupo en el centro. Había una luz en un árbol que iluminaba a las cuatro personas que estaban de pie frente a una retroexcavadora.
—¿Qué he de hacer? —preguntó Vinnie. Conducía él.
—¿Qué diablos crees que están haciendo? —preguntó Frank.
—Parece que desentierran a alguien —respondió Vinnie con una carcajada macabra—. Como en una película de terror.
—No me gusta esto —dijo Frank—. Primero aparece Devlin en la Explanada, ahora este médico está en un cementerio por la noche, desenterrando a alguien. No me parece bien. Además, me pone la piel de gallina.
Frank hizo conducir a Vinnie alrededor del cementerio por segunda vez mientras él pensaba qué hacer. Había sido una buena decisión. Desde el otro lado vieron que había otras dos personas, abajo, en la tumba abierta. Por fin, Frank dijo:
Acabemos de una vez. Apaga las luces y entra. Después caminaremos.
Devlin no tuvo mejor suerte que Frank. Había ido en vuelo comercial y pasado casi todo el rato sentado en la pista de Boston. Incluso cuando arrancaron, el avión se había detenido en Hyannis durante cuarenta minutos. Devlin no llegó a Vineyard hasta pasadas las siete. Una vez allí tuvo que esperar a que le devolvieran la pistola, que los agentes de seguridad del aeropuerto le habían impedido llevar en el avión. Cuando llegó al hotel «Charlotte», casi eran las nueve.
—Disculpe —dijo a la mujer de recepción. Esta leía a la luz de una antigua lámpara de latón.
Devlin sabía que tenía peor aspecto que de costumbre con la herida suturada. Como le habían cortado el pelo, no había podido hacerse la cola de caballo. En cambio, había intentado taparse la sutura peinando el cabello desde el otro lado de la cabeza. Tuvo que admitir que el resultado era como mínimo sorprendente.
La mujer levantó la vista y dio un brinco cuando vio a Devlin. Además, Devlin adivinaba que no demasiados huéspedes del hostal «Charlotte» llevaban un pendiente con la cruz de Malta.
—Me gustaría preguntarle por unos huéspedes —dijo Devlin—. Lamentablemente, es posible que utilicen nombres falsos. Pero uno es una mujer joven llamada Kelly Everson. —Devlin la describió—. El otro es un hombre de unos cuarenta años. Se llama Jeffrey Rhodes. Es médico.
—Lo siento, pero no damos información sobre nuestros huéspedes —respondió escueta la mujer.
Se había levantado de la silla y retrocedió un paso, como si temiera que Devlin la agarrara y la sacudiera para que le diera la información.
—Qué pena —dijo Devlin—. Pero quizá podría decirme si un hombre corpulento, más bien con exceso de peso, con el cabello oscuro y abundante y ojos hundidos ha preguntado por la misma pareja. Se llama Frank Feranno, pero no mira mucho qué nombre utiliza cuando está trabajando.
—Quizá debería hablar con el director —dijo la mujer.
—Eso está bien —dijo Devlin—. ¿Está aquí ese caballero? Es más o menos así de alto. —Devlin extendió la mano para indicar una altura de aproximadamente un metro ochenta.
La mujer estaba a todas luces confusa, y cedió, esperando que si lo hacía, Devlin se marcharía.
—Un tal Frank Everson, primo de la señora Everson, ha estado aquí —dijo—. Pero no Frank Feranno. Al menos no mientras yo he estado en el mostrador.
—¿Y qué le ha dicho a este supuesto primo? —preguntó Devlin—. Eso no será decirme nada de un huésped, ¿verdad?
—Le he dicho que los Everson seguramente estaban en el cementerio.
Devlin parpadeó Examinó un momento el rostro de la mujer para ver si vacilaba, pero mantuvo la mirada ¿El cementerio? Devlin no creía que aquella mujer mintiera ¿Se trataba de otro giro extraño de este caso ya extraño?
—¿Cuál es el camino más rápido para ir al cementerio? —preguntó Devlin Fuera lo que fuese lo que ocurría, tenía la sensación de que no le quedaba mucho tiempo.
—Vaya por esta calle y gire a la derecha en la primera —dijo la mujer—. No puede perderse.
Devlin le dio las gracias y fue a su coche tan de prisa como pudo.
Jeffrey observó a Seibert equilibrar el hígado de Henry Noble en la mano izquierda Sosteniéndolo apartado del cuerpo para que el líquido embalsamador no le manchara la ropa, abrió la bolsa de plástico que contenía el resto de órganos internos de Henry Noble en descomposición Jeffrey dio un brinco cuando Seibert, sin ninguna ceremonia, dejó caer el hígado en la bolsa y la tapó para que no se escapara nada de líquido.
Seibert estaba a punto de volver a colocar la bolsa en su lugar, en el cuerpo de Henry Noble, cuando una voz dijo:
—¿Qué demonios está pasando aquí?
Igual que todos los demás, Jeffrey levantó la vista en la dirección de donde procedía la voz Un hombre entró en el círculo de luz Vestía pantalones oscuros, camisa blanca, jersey y un cortavientos oscuro En la mano portaba una pistola
—¡Dios mío! —exclamó Frank con repulsión.
Se quedó transfigurado por la horrible visión de la tumba abierta La náusea que había sentido anteriormente regresó a él con venganza.
Jeffrey reconoció inmediatamente al hombre de la Explanada y de las puertas de la Iglesia del Advenimiento ¿Cómo le había seguido los pasos? ¿Y qué quería?
Jeffrey deseó tener un arma, cualquier medio para defenderse La última vez no se habían parado en barras para drogarle.
Frank se apartó de la horrible vista y el olor ofensivo Se llevó la mano libre a la boca y se volvió para mirar a Kelly, Chester y Martin Con un gesto de la pistola ordenó a Jeffrey y a Seibert que salieran de la tumba Seibert salió a gatas, preguntándose si el intruso tenía algo que ver con Henry Noble.
—Soy el anatomopatólogo —dijo, esperando parecer oficial y estar a cargo de la situación.
Seibert había tratado otras veces con familias airadas A nadie gustaban las autopsias, especialmente a los parientes Se puso entre Frank y los otros.
Jeffrey había observado la reacción de Frank al ver a Henry Noble y le vio volver la cabeza Alargando el brazo, cogió la bolsa de plástico que contenía los órganos de Noble Tenía que pesar quince a dieciocho kilos Salió de la tumba, y mantuvo la bolsa a un lado y ligeramente hacia atrás.
—Usted no me interesa —dijo Frank a Warren, dándole un brusco empujón—. Venga aquí, doctor Rhodes.
Frank se pasó la pistola a la otra mano, hurgó en el bolsillo y sacó una jeringa.
—¡Dese la vuelta! —ordenó a Jeffrey— Vinnie, cubreme.
Jeffrey alzó la bolsa con ambas manos por encima de su cabeza y la bajó sobre la de Frank con toda su fuerza La bolsa se rompió con el impacto, haciendo caer a Frank La jeringa fue a parar a un montón de suciedad La pistola cayó a la tumba y aterrizó en el ataúd.
Al principio, Frank estaba aturdido e inseguro de lo que le había golpeado Entonces vio con horror lo que se había esparcido sobre él y a su alrededor en el suelo Al reconocer el cerebro y los ennegrecidos intestinos, vomitó violentamente Entre arcadas, intentó limpiarse la porquería de los hombros y la cabeza.
Jeffrey todavía sostenía la bolsa de plástico cuando Vinnie entró precipitado en la esfera de luz desde la oscura periferia Tenso y nervioso, sujetaba la pistola con ambas manos.
—¡Que nadie se mueva! —gritó—. ¡El que se mueva, es hombre muerto!
Giro el arma formando arcos convulsivos apuntando a todos de uno en uno.
Jeffrey no había visto al cómplice de Frank De haberlo visto, probablemente no se habría arriesgado a golpear a Frank.
Manteniendo el arma apuntando al grupo, Vinnie se acercó a Frank, que, tembloroso, se había puesto de pie Estaba con los brazos extendidos, sacudiéndose el fluido de las manos.
—¿Estás bien, Frank? —preguntó Vinnie—. ¿Dónde diantres está mi pistola? —fue lo único que dijo Frank como respuesta.
—Ha caído en la tumba —respondió Vinnie.
—¡Cógela! —ordenó Frank.
Se desabrochó la chaqueta y con gran cuidado se la quitó y la tiró al suelo.
Vinnie se acercó a la tumba y, nervioso, atisbo dentro, tratando de localizar la pistola. Esta se encontraba a plena vista, entre las rodillas del cadáver. Henry Noble parecía mirarle.
—Nunca he estado en una tumba —dijo Vinnie.
—¡Coge mi pistola! —gritó Frank. Miró furioso a Jeffrey y dijo—: Tú, hijo de puta. ¿Crees que voy a dejarte escapar con este truquito?
—Que nadie se mueva —repitió Vinnie.
Vinnie se acercó al borde de la tumba. Apartando la vista un momento, saltó. Al instante miró hacia atrás. Su cabeza todavía se encontraba por encima del nivel de la tierra. La pistola de Vinnie apuntaba directamente a Chester, quien se hallaba entre Kelly y Martin, flaqueándole las piernas. Harvey se encontraba a la izquierda de Martin. Jeffrey estaba más cerca de Frank, y Seibert, entre Frank y los otros.
Cuando Vinnie se inclinó para recoger el arma, Jeffrey especuló con dos posibilidades: una, que podía escapar en la oscuridad lo bastante rápido para eludir a Vinnie, y dos, como era él a quien en realidad buscaban, los dos irían tras él y dejarían solos a los demás. Estaba en lo cierto sólo en lo primero.
Mientras Jeffrey corría a lo largo del camino del cementerio en la oscuridad, oyó a Frank que gritaba:
—¡Tírame la pistola, imbécil!
Jeffrey abandonó el círculo de luz y se vio envuelto de inmediato en la oscuridad. Sus ojos tardaron unos momentos en acostumbrarse a ella. Cuando lo hicieron, se dio cuenta de que no era tan oscuro como creía. En la húmeda hierba se reflejaban las luces de la cercana ciudad. Las siluetas de las lápidas servían de fantasmal recordatorio de que se hallaba en la casa de los muertos.
De repente, frente a Jeffrey apareció un coche oscuro aparcado. Se detuvo para ver si las llaves estaban puestas, pero no era así. Miró atrás hacia el punto de luz sobre la tumba de Henry Noble y vio la torpe mole de Frank encaminándose en su dirección. Vinnie se quedó atrás, vigilando a los otros.
Jeffrey corrió, adentrándose en la noche. Recordó que la gordura de Frank era engañosa y que era sorprendentemente ágil y rápido.Jeffrey no confiaba en poder dejarle atrás. Tenía que pensar algo. Algún plan. ¿Podría llegar hasta el centro de la ciudad? Un sábado por la noche, en Edgartown debería haber cierta actividad, aunque no fuera la temporada turística.
Detrás de él, Jeffrey oyó el chasquido de un disparo. Frank le había disparado. Jeffrey oyó pasar silbando una bala junto a su cabeza. Cambió de dirección, giró hacia la izquierda alejándose del camino del cementerio.
Jeffrey se agazapó y avanzó serpenteando entre las lápidas. No quería ser un blanco fácil. Tenía la nauseabunda sensación de que Frank ya no tenía tanto interés en atraparle vivo. Ahora que se encontraba fuera del camino, avanzar era más dificultoso. Las piedras y las señalizaciones de las tumbas le hacían ir más despacio. En un momento dado tropezó y estuvo a punto de caerse. No se cayó porque se agarró de un obelisco de granito. El obelisco se balanceó, amenazando con caerse. Entonces fue cuando Frank disparó por segunda vez.
La bala dio en un lado del obelisco justo debajo del brazo de Jeffrey. Este retrocedió un paso. Mirando en la dirección del destello, vislumbró que Frank se aproximaba a él. Cada vez estaba más cerca.
Jeffrey echó a correr a toda velocidad, aumentando su pánico. Respiraba con pesadez y sentía punzadas en el costado. Se encontraba perdido entre las tumbas. No sabía qué dirección tomar. No estaba seguro de que se dirigiera hacia la ciudad.
Por el rabillo del ojo, Jeffrey vio las siluetas de un grupo de edificios de un solo piso que supuso eran mausoleos. Decidió ir hacia allí. Girando en aquella dirección, fue a parar a otro de los varios caminos del cementerio. Cuando llegó a la hilera de mausoleos, Jeffrey se metió entre los dos primeros. Avanzó por detrás de la hilera, y luego volvió hacia el camino. Atisbo por la esquina y buscó a Frank con la mirada.
El hombre no estaba a más de quince metros. Se había parado en seco frente al primer mausoleo. Vaciló un momento, y echó a andar en dirección a Jeffrey. Este estaba a punto de girar cuando Frank de repente se metió entre dos de las tumbas y desapareció de la vista de Jeffrey.
Jeffrey trató de pensar qué hacer. Un movimiento equivocado, y se encontraría a merced de Frank. Recordó la expresión de Frank después de que le golpeara con la bolsa de órganos en descomposición, y no creyó que Frank tuviera mucha misericordia con él.
Directamente al otro lado de donde Jeffrey se encontraba había un mausoleo que parecía más viejo que los otros. Incluso en la oscuridad, Jeffrey se dio cuenta de que su puerta de hierro estaba ligeramente entreabierta.
Tras mirar otra vez el camino por si veía algún rastro de Frank, Jeffrey se precipitó a la puerta abierta La abrió lo suficiente para introducirse en el frío interior del mausoleo Intentó cerrarla tras de sí, pero cuando la empujó, la puerta arañó el suelo Jeffrey se detuvo inmediatamente No quería arriesgarse a hacer más ruido La puerta todavía estaba abierta unos ocho centímetros, un poquito menos que cuando Jeffrey la había localizado.
Jeffrey examinó el interior de su estrecha celda y vio que la única luz procedía de una pequeña ventana elíptica situada en la parte superior de la pared trasera del mausoleo.
Jeffrey fue a tientas hacia la escasa luz de la ventana, avanzando despacio con el pie derecho y levantando el izquierdo con cada paso Notó unas depresiones cuadradas en la pared y se dio cuenta de que eran para ataúdes.
Cuando llegó a la pared postenor, se agazapó en el rincón Al ajustarse sus ojos a la oscuridad más profunda, pudo distinguir la delgada tira de luz vertical que entraba por la puerta abierta.
Esperó No se oía nada Después de lo que supuso eran cinco minutos, empezó a pensar cuánto debería esperar hasta aventurarse a salir.
Luego, con un agonizante rechinar de metal al arañar la roca, la antigua puerta del mausoleo se abrió Golpeó ruidosamente la pared de piedra Jeffrey se puso de pie.
Un encendedor e ilumino la cara carnosa de Frank Este sostuvo la luz a la distancia del brazo Jeffrey vio que Frank entrecerraba los ojos y sonreía.
—Bien, bien —dijo Frank—. ¿No es práctico? Ya está en una cripta.
Llevaba la camisa manchada y el cabello apelmazado por el líquido embalsamador La sonrisa sardónica de Frank se convirtió en una mueca Penetró en el mausoleo, el arma en una mano y el encendedor en la otra.
Cuando se encontraba a menos de dos metros, Frank se detuvo Apuntó con la pistola a la cara de Jeffrey A la luz de la pequeña llama, las facciones de Frank eran grotescas Sus profundas cuencas de los ojos parecían vacías Los dientes se le veían amarillos.
—Se suponía que tenía que enviarle a St Louis vivo —dijo Frank—, pero golpearme con aquella apestosa bolsa lo ha cambiado todo. Irá a St Louis, sí, pero en una caja de pino, amigo.
Por segunda vez en su vida y en pocos días, Jeffrey se vio obligado a ver, indefenso, la punta de un arma que avanzaba hacia él y se movía ligeramente al ejercerse presión sobre el gatillo.
—¡Frank! —gritó una voz áspera.
El nombre resonó en la pequeña cámara.
Frank apartó el arma de Jeffrey, volviéndose Un disparo sacudió la pequeña cámara Luego, una segunda explosión reverberó dentro del mausoleo Jeffrey cayó al suelo El encendedor de Frank se apagó Un silencio absoluto y la oscuridad total descendieron.
Jeffrey permaneció completamente inmóvil con las manos sobre la cabeza y la cara pegada al frío suelo de piedra Luego oyó el ruido de un encendedor que se prendía.
Jeffrey levantó la cabeza despacio, aterrado por lo que pudiera ver Frank se encontraba frente a él, despatarrado en el suelo, boca abajo Su pistola estaba en el suelo, delante, fuera de su alcance Detrás de Frank había un par de piernas Jeffrey levantó más la cabeza y vio la cara de Devlin O’Shea.
—¡Qué sorpresa! —exclamó Devlin—. ¿No es mi médico favorito?
Sostenía un encendedor encendido en una mano y una pistola en la otra, igual que había hecho Frank.
Jeffrey se puso de pie con dificultad Devlin se acercó a Frank y le dio la vuelta Se agachó y le buscó el pulso en la carótida.
—Maldita sea —dijo—. Tengo demasiada puntería Realmente no quería matarle Al menos, creo que no quería matarle —Devlin se írguió y se acercó a Jeffrey—. Nada de flechas envenenadas, hoy —advirtió.
Jeffrey retrocedió hasta la pared Devlin tenía peor aspecto qué Frank.
—¿Te gusta mi nuevo peinado? —pregunto Devlin, dándose cuenta de la reacción de Jeffrey—. Es gracias a ese gorila del suelo —Devlin señaló a Frank—. Escucha, doctor —dijo—. Tengo una buena noticia para ti y una mala noticia ¿Cuál quieres primero?
Jeffrey se encogió de hombros Sabía que ahora todo había terminado Sólo lamentaba que Devlin hubiera tenido que aparecer entonces, cuando se hallaban tan cerca de obtener la prueba tan necesaria.
—Vamos —dijo Devlin—, no tenemos toda la noche Todavía hay un joven matón ahí fuera vigilando a tus amigos a punta de pistola Bueno, ¿quieres oír la buena noticia o la mala?
—La mala —respondió Jeffrey Se preguntaba si Devlin respondería disparándole a quemarropa La buena noticia, que nunca oiría, sería la de que al fin le había matado—. Habría apostado a que querrías la buena primero Considerando lo que has experimentado, creo que necesitas alguna Sin embargo, la mala noticia es que voy a llevarte a prisión Quiero recoger la recompensa de Mosconi Pero déjame que te dé la buena noticia He descubierto cierta información que probablemente anulará tu condena.
—¿De qué hablas? —preguntó Jeffrey, confuso por esta revelación.
—No creo que este sea el momento o el lugar para una charla amistosa —dijo Devlin—. Ese imbécil de Vinnie D’Agostino todavía está ahí fuera con un arma Ahora voy a hacer un trato contigo Quiero que colabores conmigo Eso significa que no escaparás, no me clavaras ninguna aguja ni me golpearás con ninguna cartera Me ocuparé de Vinnie para que nadie resulte lastimado si tú te molestas en crear alguna distracción Después de quitarle el arma a Vinnie, le esposaré a la tapa de aquella tumba que esta en el suelo Luego, llamaremos a la Policía de Edgartown Esto les resultará más excitante que todo lo que han visto desde hace mucho tiempo Después iremos a cenar ¿Qué dices a eso?
Jeffrey apenas podía respirar, tan confuso se sentía.
—¡Vamos, doctor! —apremio Devén—. No disponemos de toda la noche ¿Hacemos un trato o no?
—Si —dijo Jeffrey—. Trato hecho.
El hostal «Charlotte» tenía un restaurante encantador que daba a un pequeño patio interior con una fuente Las mesas estaban cubiertas con manteles blancos y las sillas eran cómodas Un equipo de solícitos camareros y camareras atendían a las necesidades de los comensales.
Si alguien le hubiera descrito a Jeffrey, unos días antes, la escena que ahora vivía, se habría reído de ello por su imposibilidad Había cuatro personas a la mesa A la derecha de Jeffrey se hallaba Kelly Ella seguía a todas luces ansiosa, pero estaba radiante A la izquierda de Jeffrey estaba Seibert Tampoco estaba particularmente calmado, preocupado por los documentos de exhumación falsificados y el hecho de que el episodio del cementerio fuera investigado Frente a Jeffrey se encontraba Devlin, que era el único a la mesa que parecía completamente relajado En lugar de vino bebía cerveza, y va iba por la cuarta.
—¡Doctor! —dijo Devlin a Jeffrey—. Eres un hombre paciente Todavía no me has preguntado por la información que te he menucionado en el mausoleo y que te liberará.
—Tengo miedo de hacerlo —respondió Jeffrey sinceramente—. Tengo miedo de romper el hechizo bajo el que he estado desde que hemos salido de allí Todo había sucedido como Devlin había dicho.
Jeffrey había fingido tener una pelea con Frank cerca del coche de alquiler Cuando Vinnie se acercó para ver si podía ayudar a su jefe, Devlin fue por detrás y le desarmó en un abrir y cerrar de ojos Después, le esposó.
La única diferencia del plan original era que Devlin no esposó a Vinnie a la tapa de la tumba, sino que le esposó directamente a una de las asas del ataúd.
—Tú y Henry podéis haceros compañía —dijo al aterrorizado muchacho.
Luego, el resto habían ido al hostal «Charlotte», donde, como había dicho, Devlin llamó a la Policía de Edgartown Aunque les habían invitado a cenar, Chester, Martin y Harvey declinaron cortésmente, prefiriendo ir a sus respectivos hogares después de lo sucedido en el cementerio.
—Entonces voy a decírtelo, me lo preguntes o no —dijo Devlin—. Pero déjame hacer antes unos comentarios Primero, quiero disculparme por dispararte en aquel hotelucho. Entonces creía que eras un autentico criminal De una clase a la que he aprendido a odiar Pero a medida que ha ido pasando el tiempo, me he enterado de más cosas de tu caso Mosconi no me ayudó mucho, así que no ha sido fácil De todos modos, supe que pasaba algo cuando dejaste de actuar como el típico que se fuga estando bajo fianza Luego, cuando Frank entro en escena, supe de verdad que algo extraño sucedía, especialmente cuando me dijeron que se suponía que cobraría setenta y cinco de los grandes por enviarte a St Louis Eso no tenía sentido hasta que descubrí que la gente que había contratado a Frank tenía interés en interrogarte por algo de lo que te habías enterado.
—Entonces decidí averiguar quiénes eran esos gastadores de fuera de la ciudad Imagine que, con tanto dinero de por medio, tendría algo que ver con drogas Pero después me enteré de que no Ahora viene la parte que descubrí que te parecerá interesante ¿Qué te parecería si te dijera que el tipo que contrato a Frank Feranno es un tipo de nombre Matt Davidson? ¿Un tal Matt Davidson de St Louis?
Jeffrey soltó la cuchara sobre la mesa Miró a Kelly.
—El Matt que aparecía en la libreta de direcciones de Harding —dijo ella.
—Más que eso —dijo Jeffrey.
Metió la mano debajo de la mesa para coger su bolsa Revolvió en el interior de esta buscando unos papeles y saco las dos copias del libro del acusado/demandante que había hecho en el Palacio de Justicia Las puso sobre la mesa para que todo el mundo las viera.
Jeffrey señaló el nombre de Matthew Davidson que aparecía como abogado demandante en el caso de negligencia del «Suffolk General Hospital».
—Matthew Davidson también fue el abogado demandante en mi caso —les dijo Jeffrey.
Kelly cogió la otra página, que contenía la información del caso del «Commonwealth».
—El abogado demandante de este caso, Sheldon Faber, fue el mismo que en el caso de mi esposo —dijo—. Ahora que lo pienso, era de St Louis.
—Déjame comprobar una cosa —dijo Jeffrey, apartándose de la mesa Añadió, dirigiéndose a Devlin— tranquilo, volveré.
Devlin había hecho ademán de seguirle Jeffrey dejo el grupo para ir al teléfono público Llamó a información de St Louis y pidió los números de teléfono del trabajo de cada uno de los dos abogados ¡Era el mismo!
Jeffrey regresó a la mesa.
—Davidson y Faber son socios Trent Harding trabajaba para ellos Kelly, tenías razón. Era una conspiración Todo este asunto lo dirigían los abogados demandantes, que creaban su propia demanda y sus propios casos.
—Eso es lo que me imaginaba —dijo Devlin Se echó a reír—. He oído hablar de perseguidores de ambulancias, pero estos tipos provocan sus propios accidentes No es necesario que diga que todo esto tendrá un efecto positivo en su apelación.
—Eso me pasa la carga a mí —dijo Seibert—. A mi y a mi cromatógrafo de gas Estos abogados debieron reclutar a Trent Harding para contaminar las ampollas de «Marcaina» y colocarlas en los suministros de las salas de operaciones Lo único que puedo decir es que espero que Henry Noble nos ayude esta vez Tengo que aislar la toxina.
—Me pregunto si estos abogados están implicados en alguna otra ciudad —dijo Kelly—. ¿Cómo será de amplia la operación?
—Sólo son conjeturas —dijo Jeffrey—, pero creo que todo depende de cuántos psicópatas como Trent Harding sean capaces de encontrar.
Meneo la cabeza.
—Nunca me han gustado los abogados —dijo Devlin.
—Kelly —dijo Jeffrey, vencido por la emoción—. ¿Sabes lo que esto significa? Kelly sonrió.
—Nada de Suramérica.
Jeffrey la abrazó No podía creerlo Después de todo, recuperaba su vida Y a tiempo para compartirla con la mujer a la que amaba.
—¡Eh! —Devlin llamó a uno de los camareros—. Tráeme otra «Bud» y ¿qué te parece si traes una botella de champán para los enamorados?