14

Viernes, 19 de mayo, 1989

20.42 horas

—Ah, allá vamos —susurró Devlin para sí cuando vio que la puerta del garaje de Kelly empezaba a subir.

El «Honda» de Kelly vibró cuando el motor se puso en marcha. Luego el coche salió hacia la calle al doble de la velocidad esperada. Dejando la señal de los neumáticos en el suelo, salió disparado hacia Boston.

Devlin puso torpemente el coche en marcha. No esperaba verla salir tan de prisa. Cuando consiguió arrancar, el coche de Kelly casi estaba fuera de la vista. Devlin tuvo que apretar su «Buick» para atraparlo.

—¡Bien, bien! —dijo Devlin cuando se hallaba a varios kilómetros de distancia de la casa de Kelly.

Una segunda cabeza había aparecido misteriosamente en el asiento trasero. Luego, la figura se había colocado en el asiento delantero, al lado de Kelly.

Devlin se advirtió a sí mismo que no se excitase demasiado por este acontecimiento inesperado pero interesante, pero no tenía que haberse preocupado. Cuando Kelly paró en la entrada principal de Copley Place, Jeffrey Rhodes bajó del coche y se apresuró a entrar en la tienda.

—Vaya, vaya —dijo Devlin extasiado mientras se detenía por delante de Kelly junto al bordillo. Pensó que su suerte por fin había cambiado.Jeffrey ya estaba dentro, a medio camino del ascensor, cuando Devlin paró el motor y se deslizó al asiento de al lado. Iba a bajar del coche cuando se percató de que la ventanilla de pronto se había llenado de color azul marino. También había un cinturón de cuero negro y una «Smith and Wesson» del 38 enfundada.

—Lo siento, pero no se puede aparcar aquí —dijo el policía. Devlin miró al agente a los ojos. Parecía tener unos dieciocho años. Un novato, pensó Devlin, pero claro, ¿quién, si no, se tomaría esa molestia un viernes por la noche? Devlin le enseñó la tarjeta que le permitía aparcar en cualquier sitio en la ciudad, pero el novato no quiso mirarla.

—Váyase —le dijo, con menos cordialidad.

—Pero yo… —Devlin iba a explicarle quién era. Aunque ya no tenía importancia. Jeffrey había desaparecido de la vista.

—Me sería igual si fuera el gobernador Dukakis —dijo el joven policía—. No se puede aparcar. Ahora, vayase. —Señaló hacia delante con la porra.

Resignado a cambiar de planes, Devlin volvió a sentarse en su asiento y puso el coche en marcha. Rápidamente dio la vuelta a la manzana. Al ver el coche de Kelly, dejó de preocuparse. El pequeño incidente con el policía podía haber sido para bien. Tal vez Devlin no hubiera perdido a Rhodes en la multitud de la calle. Se detuvo junto a la acera media manzana detrás de Kelly y volvió a parar el motor. Entonces, los dos —Devlin en su coche y Kelly, sin saber nada de él, en el suyo— esperaron a que Jeffrey reapareciera.

Jeffrey se puso los auriculares y el vendedor le indicó que conectara el aparato. Jeffrey giró el pequeño botón. Entonces, el vendedor le dijo a Jeffrey que dirigiera el aparato hacia una pareja que se hallaba en el otro extremo de la tienda.

Jeffrey lo hizo.

—¿No quedaría impresionante en nuestra mesita auxiliar? —preguntó el hombre a la mujer.

La pareja estaba de pie frente a una esfera de cristal que parecía pertenecer al decorado de una vieja película de Frankenstein. Contenía un plasma que emitía luz como pequeños relámpagos azules.

—Sí —dijo la mujer—, pero mira el precio. Con eso podría comprarme unos zapatos Ferragamo.

Jeffrey estaba impresionado. También oía el sordo murmullo de otras voces periféricas, pero había podido entender todas las palabras de la conversación de la pareja.

—¿Conoce la Concha de la Explanada? —preguntó Jeffrey al vendedor.

—Sí, desde luego.

—¿Cree que con esto podría oír desde el puesto de la concesión?

—Incluso un alfiler que se cayera.

Jeffrey compró el artilugio y regresó al coche de Kelly a toda prisa. Estaba en el mismo sitio donde la había dejado.

—¿Lo has comprado? —preguntó ella cuando cerró la puerta.

Jeffrey levantó el paquete.

—Todo a punto —dijo—. Realmente funciona. Me han hecho una demostración.

Kelly se apartó de la acera y puso rumbo a la Explanada.

Ninguno de los dos miró atrás. No se dieron cuenta de que un «Buick Regal» negro les seguía a tres coches de distancia.

Kelly tomó Storrow Drive para llegar a Beacon Hill. Después de salir de un paso inferior, Jeffrey vislumbró la zona herbórea frente a la Concha de la Explanada. El sol se había puesto, pero aún había luz, y Jeffrey pudo ver a mucha gente disfrutando del tiempo primaveral. Eso le hizo sentirse un poco más tranquilo.

Giraron a la derecha en Reveré Street, y después otra vez en Charles. Pasaron por delante de casi todas las tiendas de Charles Street y volvieron a girar a la derecha en Chestnut. Aparcaron cerca del pie de Chestnut Street y bajaron del coche.

Durante los últimos cinco minutos ninguno de los dos había hablado. La excitación de los preparativos y de llegar allí había remitido y la sustituía la ansiedad por si las cosas irían como habían planeado. Jeffrey rompió el silencio pidiendo utilizar las llaves del coche. Kelly se las lanzó por encima de la capota del coche. Acababa de cerrar las puertas.

—¿Olvidabas algo? —preguntó.

—El hierro —dijo Jeffrey.

Fue al maletero y lo abrió. Había una llave de tapacubos y un brazo para hacer funcionar el gato. La llave era una vara de acero de unos cuarenta y cinco centímetros de largo. Jeffrey se dio unos golpes con ella en la palma de la mano. Iría bien si la necesitaba. Un buen golpe en las espinillas detendría a cualquiera. Esperaba no tener que recurrir a ello.

Se encaminaron a la Explanada cruzando el puente para peatones Arthur Fiedler. Era una agradable tarde de mediados de primavera. Jeffrey observó las velas multicolores de unas barcas que se dirigían hacia sus respectivos clubes náuticos. A lo lejos, un tren retumbaba al cruzar el puente Longfellow.

Devlin soltó una maldición. Era muy difícil encontrar un sitio para aparcar junto a una boca de riego en Beacon Hill. Cuando encontró una zona de no aparcamiento libre, en la entrada a Storrow Drive, Jeffrey y Kelly ya cruzaban el puente peatonal hacia la Explanada. Devlin cogió sus esposas del coche y corrió a la base del puente.

Devlin estaba confuso respecto a lo que estaba sucediendo. Le parecía que pasar una tarde en la Explanada era una conducta extraña para un criminal convicto y fugitivo que sabía que era perseguido por un cazarrecompensas profesional. Acompañado de la chica, Jeffrey actuaba como si tuviera una cita. Devlin tenía la fuerte sospecha de que iba a ocurrir algo, y le picaba la curiosidad. Recordaba haberle dicho a Mosconi que creía que Jeffrey perseguía algo, Quizás era esto.

Tras cruzar el puente, Devlin penetró en el verde césped primaveral. No le parecía que tenía que abalanzarse a atrapar a Jeffrey, ya que la ubicación era perfecta. Tenía a Jeffrey arrinconado entre el río Charles a un lado y Storrow Drive en el otro. Además, la prisión de Charles Street estaba situada a un tiro de piedra, justo detrás del Charles Circle. Así que a Devlin no le importó dar gusto a su curiosidad unos minutos para tratar de averiguar exactamente qué pretendía Jeffrey.

Por el rabillo del ojo, Devlin vio que algo se acercaba a él desde atrás y a su derecha. Por reflejo se movió hacia la izquierda, girando rápidamente y agazapándose. Su mano se lanzó a su chaqueta tejana y a la culata de la pistola que llevaba en la pistolera de hombro.

Devlin se sintió enrojecer cuando un plato volador pasó junto a él, seguido de cerca por un perro negro que lo cogió antes de que cayera al suelo.

Devlin se irguió y respiró. No se había dado cuenta de que tenía los nervios tan de punta.

La Explanada estaba ocupada por dos o tres docenas de personas, todas dedicadas a lo suyo a la luz del crepúsculo. Además de los que jugaban con platos voladores, había gente que jugaba al fútbol americano y un grupo que daba patadas a un balón. Directamente al otro lado de la extensión de césped, en el pavimento al ritmo de un cassette, en el sendero de macadán estaban los que practicaban jogging y los ciclistas. Devlin contempló toda la escena, preguntándose qué había traído allí a Jeffrey y Kelly. Ellos no participaban en ninguna de estas actividades. En cambio, se limitaba a permanecer de pie y a hablar en las sombras de los árboles que rodeaban al puesto de la concesión cerrado. Devlin sólo pudo distinguir que Jeffrey ayudaba a Kelly a colocarse un cásete como un walkman.

Devlin se puso las manos en las caderas. ¿Qué demonios pasaba? Mientras observaba, vio que Jeffrey hacía otra cosa inesperada. Vio a Jeffrey inclinarse y besar a Kelly.

—Vaya, vaya —susurró Devlin.

Por un momento, Jeffrey y Kelly mantuvieron sus manos unidas con los brazos estirados. Por fin, Jeffrey se soltó. Entonces se inclinó y cogió del suelo una llave inglesa delgada.

Con la llave inglesa en la mano, Jeffrey echó a correr por el césped hacia el escenario. Devlin iba a ponerse en marcha para seguirle, temeroso de que Rhodes pudiera desaparecer al otro lado de la Concha, pero se detuvo cuando Rhodes corrió hacia el escenario y subió a él por la derecha.

Mientras Devlin seguía mirando, ahora con más curiosidad, Jeffrey fue directamente al centro del escenario. De cara al puesto de la concesión, se puso a hablar. Devlin no le oía, pero sus labios se movían.

Desde el punto de la concesión, Kelly envió a Rhodes un enfático gesto de pulgares arriba. ¿Qué pasaba?, se preguntaba Devlin. ¿Estaba aquel tipo recitando a Shakespeare? Y si era así, ¿qué hacía Kelly? La chica seguía con el walkman puesto. Devlin se rascó la cabeza. Este caso se estaba haciendo extraño por momentos.

Trent se metió su automática del 45 en el cinturón exactamente igual que cuando había ido a casa de Gail Shaffer. Se puso la jeringa, bien tapada, en el bolsillo delantero derecho. Consultó la hora. Era poco más de las nueve. Hora de irse.

Trent fue a pie hasta Charles Circle vía Reveré Street. Para llegar al dique del río Charles, cogió el puente peatonal al oeste del puente Longfellow.

Era la última hora de la tarde cuando avanzaba por el camino flanqueado por balaustradas de granito. Arriba había un denso dosel de árboles con hojas recientes. El río Charles rielaba, brillante con la luz rosada que se reflejaba del cielo del atardecer. El sol se había puesto una media hora antes.

Al principio, Trent se había sentido nervioso e inquieto por lo de Jeffrey Rhodes, pues no sabía lo que aquel hombre quería. Su amenaza de chantaje era inesperada y horrible. Pero ahora que estaba preparado, la ansiedad de Trent había disminuido considerablemente. Quería sus fotos, y quería estar seguro de que Rhodes actuaba solo. Aparte de eso, a Trent no le interesaba aquel hombre y le daría la inyección. Después de haber visto lo que había producido en Gail Shaffer, sabía que funcionaría con rapidez y eficacia. Alguien llamaría a una ambulancia y eso sería todo.

Un par de corredores pasaron junto a Trent a la media luz y le hicieron dar un salto. Le entraron ganas de sacar la pistola y disparar a aquellos bastardos. Lo haría igual que lo hacían en Corrupción en Miami: piernas separadas, brazos tensos, asiendo el arma con las dos manos.

Delante asomaba el enorme hemisferio de la Concha. Trent se acercaba al escenario desde la parte posterior, convexa. Sintió una repentina emoción al correr la adrenalina por su organismo. Tenía ganas de reunirse con el doctor Jeffrey Rhodes. Se metió la mano debajo de la chaqueta y la cerró en torno a la culata de su 45. Puso el dedo en el gatillo. Era una sensación terrorífica. A Rhodes le esperaba una buena sorpresa.

Trent se detuvo. Tenía que tomar una decisión. ¿Debía ir por el lado izquierdo o el derecho de la Concha? Intentó recordar la distribución del escenario, preguntándose si aquello tendría importancia. Decidió que prefería tener el Storrow Drive a su espalda. Después de ocuparse de Jeffrey, si tenía que correr quería hacerlo hacia la carretera.

Jeffrey se paseó nervioso por el escenario, y se quedó a la derecha del centro. Los patinadores que se habían congregado en la pequeña extensión de macadán entre el escenario y el césped también quedaban a la derecha, y Jeffrey quería estar lo más cerca posible de ellos sin que a Trent le pareciera que podían oír. Al principio, los patinadores habían mirado a Jeffrey con suspicacia. Pero al cabo de unos minutos nadie le hacía caso.

Lo que a Jeffrey le sorprendía del dispositivo de escucha era que podía hacer caso omiso de la música de los patinadores. Jeffrey supuso que tenía algo que ver con el hecho de que el cásete estaba a un lado y no dentro de la sombra acústica de la gran superficie cóncava de la Concha. Supuso que ocurría lo mismo con el ruido del tráfico que pasaba tan cerca por Storrow Drive.

La luz ahora desaparecía con rapidez. El cielo aún estaba iluminado, de un tono azul plateado, pero habían empezado a aparecer estrellas y las sombras bajo los árboles se habían vuelto de color púrpura oscuro. Jeffrey ya no podría ver a Kelly. La mayoría de lanzadores de platos voladores habían concluido su juego y se marchaban. Pero aún quedaban unas cuantas personas en el césped. También había algunos corredores que utilizaban el sendero que quedaba lejos, a la derecha, así como algún ciclista ocasional.

Jeffrey consultó su reloj. Eran las nueve y media, hora de que llegara Harding. Cuando pasaba un poco, Jeffrey empezó a preguntarse qué haría si Trent no aparecía. Por alguna razón, hasta aquel momento Jeffrey ni siquiera había considerado esa posibilidad.

Jeffrey se dijo que tenía que calmarse. Trent iría. Por enfermo que el tipo estuviera, se moriría de ganas por recuperar sus fotos. Jeffrey dejó de pasearse y contempló la extensión de césped frente al escenario. Si decidía ponerse duro, Jeffrey tenía mucho espacio para correr. También llevaba la llave inglesa metida en la manga derecha. La tendría a mano aunque sólo la utilizara como amenaza.

Jeffrey miró a lo lejos entrecerrando los ojos. Por mucho que se esforzaba, no podía ver a Kelly en la oscuridad bajo los árboles, cerca del puesto de la concesión. Eso significaba que Harding tampoco podría verla. No había manera de que Trent pensara que había algún testigo de su conversación.

Una sirena lejana sobresaltó a Jeffrey. Este contuvo el aliento y escuchó. Se acercaba. ¿Podría ser la Policía? ¿Harding les había avisado? La sirena se oía cada vez más cerca, pero entonces Jeffrey vio el origen: una ambulancia corría a toda velocidad por Storrow Drive.

Jeffrey suspiró. La tensión le estaba agotando. Se puso a pasear de nuevo, y entonces se detuvo bruscamente. Trent Harding le miraba desde los escalones del escenario, a la izquierda. Tenía una mano a su lado, y la otra detrás de la espalda, debajo de una chaqueta de cuero.

La bravura de Jeffrey se desvaneció cuando miró a Trent, quien por un momento permaneció inmóvil. Trent iba vestido con una chaqueta de cuero negro sin cuello y tejanos lavados con ácido. A la media luz del anochecer, su cabello parecía más rubio que antes, casi blanco. Sus ojos fijos brillaban.

Jeffrey se quedó mirando al hombre del que sospechaba había cometido al menos seis asesinatos. Volvió a preguntarse por las motivaciones de aquel hombre. Parecían insondables. Incluso con la llave inglesa en la manga y todos los testigos potenciales, de repente Jeffrey sintió miedo. Trent Harding era un comodín. No podía predecirse cuál sería su reacción al chantaje.

Trent subió al escenario despacio. Antes de dar el último paso, que le situaría en el mismo plano que Jeffrey, echó un vistazo a su alrededor. Aparentemente satisfecho, fijó su mirada en Jeffrey. Se acercó con paso seguro, una expresión de desdén en el rostro.

—¿Es usted Jeffrey Rhodes? —preguntó, rompiendo por fin el silencio.

—¿No me recuerdas del «Memorial»? —dijo Jeffrey, quebrándosele la voz. Se aclaró la garganta.

—Le recuerdo —dijo Trent—. Ahora quiero saber por qué me molesta.

El corazón de Jeffrey latía con violencia.

—Llamémosle curiosidad —dijo—. Yo soy el que sufre las consecuencias de tu obra. Me han condenado dos veces. Me gustaría saber un poco la motivación.

Jeffrey sentía como si una cuerda de piano se tensara al límite.

—Tenía los músculos tensos, y estaba listo para huir en cualquier momento.

—No sé de qué me habla.

—Y supongo que tampoco sabes nada de las fotos.

—Quiero que me las devuelva. Ahora.

—A su debido tiempo. Todo a su debido tiempo. ¿Por qué no me hablas primero de Patty Owen o de Henry Noble?

—Quiero saber con quién ha compartido sus locas teorías.

—Con nadie —dijo Jeffrey—. Soy un proscrito. Un fugitivo de la justicia. Un hombre sin amigos. ¿A quién se lo diría?

—¿Y ha traído las fotos?

—¿No es por eso por lo que estamos aquí? —dijo Jeffrey evasivo.

—Es todo lo que quería saber —dijo Harding.

Con suavidad pero inesperadamente, se sacó la mano de la espalda y blandió su pistola. Aferrando el arma con ambas manos, tal como lo hacía Crockett en Corrupción en Miami, apuntó a la frente de Jeffrey.

Jeffrey quedó paralizado. Su corazón se saltó un latido. No esperaba que fuera armado. Miró fijamente con auténtico terror el negro agujero del extremo del cañón. La llave inglesa era una broma en comparación con aquella arma.

—Dese la vuelta —ordenó Harding. Jeffrey no podía moverse.

Trent buscó la jeringa, sin dejar de apuntar a Rhodes.

Sostuvo la pistola con la mano izquierda y con la derecha buscó la jeringa en el bolsillo. Jeffrey lo contemplaba con horror. Entonces, en la oscuridad, oyó un grito. ¡Era Kelly! Oh, Dios mío, pensó Jeffrey, imaginando que la joven cruzaría el césped corriendo hacia el escenario.

—Creía que había venido solo —gruñó Trent.

Avanzó un paso y levantó el brazo que sostenía el arma. Jeffrey vio moverse el dedo que tenía en el gatillo.

Antes de que Jeffrey pudiera reaccionar, se oyó un disparo, seguido de gritos de los patinadores que se dispersaron en todas direcciones.

Las piernas le fallaron a Jeffrey. La llave inglesa cayó de la manga con estruendo. Pero no sintió dolor. Creía que le habían disparado, pero en cambio apareció un agujero en la frente de Trent. El nombre se tambaleó. Después hubo una segunda ráfaga, más sostenida, de múltiples y rápidos disparos. Jeffrey percibió que el sonido había venido de detrás, de la derecha del escenario.

Trent fue arrojado hacia atrás por los disparos adicionales que le habían dado en el pecho. Jeffrey miró abajo, mudo de sorpresa, cuando la pistola de Trent cayó al suelo y rebotó para ir a detenerse a sus pies. La jeringa también cayó al suelo de madera del escenario. Era casi demasiado para digerirlo. Jeffrey miró a Trent. Sabía que estaba muerto. Le faltaba un trozo de la parte posterior de la cabeza.

En el momento en que sonó el disparo de rifle y el tipo rubio se tambaleó como si le hubieran dado, Devlin se tiró al suelo. Entonces se encontraba en mitad de la zona de césped. En el instante en que había visto al joven rubio sacar la pistola, Devlin se dirigió hacia el escenario. Había tenido cuidado de permanecer medio inclinado, en un esfuerzo por llegar hasta aquel par por sorpresa. Había oído el grito de Kelly, pero no le había hecho caso. Después se había producido la ráfaga de disparos adicional. Por su experiencia en los días que estuvo en la Policía, pero principalmente en Vietnam, conocía un disparo de rifle cuando lo oía, especialmente si era del tipo de asalto automático de gran calibre.

Devlin no había reconocido al tipo rubio. Supuso que se trataba de uno de los talentos con que Mosconi le había estado amenazando. Devlin estaba decidido a no quedarse sin recompensa. Tendría más que unas palabras con Mosconi cuando le volviera a ver. Pero primero tenía que ocuparse de este asunto, que se estaba convirtiendo en un carnaval. El asunto del rifle significaba que había un tercer cazarrecompensas en escena. Devlin se había encontrado ya en otras ocasiones con competidores, pero no había sabido que ningún cazarrecompensas hijoputa, ni el más duro, hubiese eliminado a un competidor sin una palabra.

Pegado al césped, Devlin levantó la cabeza y miró hacia el escenario. Desde aquel ángulo no podía ver al rubio. El médico estaba allí de pie como un estúpido, con la boca abierta. Devlin tuvo que ahogar el impulso de gritarle que se tirara al suelo. Pero no quería llamar la atención sin saber más respecto al origen de los disparos de rifle.

Con otro grito que claramente no ayudaba a su seguridad, Kelly se recuperó de la ráfaga de disparos y pasó corriendo junto a Devlin dirigiéndose hacia el escenario. Devlin puso los ojos en blanco. Qué pareja esos dos, pensó. Se preguntó cuál de los dos se las arreglaría para que le mataran primero.

Pero al menos los gritos de Kelly parecieron sacar a Rhodes de su trance. Se volvió a ella y, levantando la mano, le gritó que se detuviera. Ella lo hizo. Devlin se irguió y se agazapó. Desde esa posición pudo ver al tipo tendido en el centro del escenario.

Lo que Devlin vio a continuación fue a dos hombres que salieron de las sombras y subieron la escalera del escenario. Uno de ellos llevaba un rifle de asalto. Los dos llevaban trajes de ejecutivo oscuros con camisa blanca y corbata conservadora. Como si dispusieran de todo el tiempo del mundo, se acercaron con calma al médico, que se volvió para mirarles. Devlin creyó que eran cazarrecompensas, aunque su estilo era inusual; pero era efectivo e implacable. Era evidente que iban tras Jeffrey Rhodes.

Sacando su arma de la funda y asiéndola con ambas manos, Devlin corrió hacia el escenario.

—¡Alto! —gritó con autoridad, apuntando su arma al pecho del hombre del rifle de asalto—. ¡Rhodes me pertenece! Me lo llevo yo, ¿entendido?

Los dos hombres se detuvieron en seco, a todas luces pillados por sorpresa por la aparición de Devlin.

—Yo estoy igualmente sorprendido de veros, muchachos —susurró Devlin, medio para sí, medio para los hombres con traje.

Los hombres sólo estaban a seis metros. Era una distancia a quemarropa. Jeffrey se encontraba a la derecha de Devlin, justo en la periferia de su visión. De repente, Devlin reconoció a uno de los hombres. Nc era un cazarrecompensas.

Jeffrey tenía el corazón en un puño, y la boca tan seca que no podía tragar. El pulso le latía con violencia en las sienes. La súbita aparición de Devlin le había sorprendido tanto como la llegada de los dos hombres con traje.

Si al menos Kelly tuviera la sensatez de permanecer lejos de todo aquello. Nunca debía haberla involucrado en este asunto. Pero no era momento para censurarse. Ahora, toda su atención se centraba en Devlin, que estaba en el borde del escenario, sujetando la pistola con ambas manos. Devlin observaba a los hombres con total intensidad. Ninguno habló ni se movió.

—¿Frank? —dijo Devlin finalmente—. Frank Feranno… ¿qué demonio está pasando?

—No creo que debas interferir, Devlin —dijo el hombre del rifle—. Esto no te concierne. Sólo queremos al médico.

—El médico me pertenece.

—Lo siento —dijo Frank.

Los dos hombres lentamente empezaron a separarse.

—¡Que nadie se mueva! —gritó Devlin.

Pero los hombres le hicieron caso omiso. Se separaron.

Jeffrey empezó a retroceder. Al principio sólo daba un paso. Pero cuando vio que, al menos temporalmente, los tres hombres estaban enzarzados en una discusión, decidió aprovechar la ocasión. De momento él no era el objetivo. En el instante en que llegó a la escalera, giró sobre sus talones y echó a correr.

Por encima del hombro Jeffrey oyó a Devlin ordenar a los hombres que permanecieran quietos o dispararía. Jeffrey salió corriendo al césped y se reunió con Kelly donde ella se había detenido, en el punto donde la hierba se juntaba con el macadán. Le cogió la mano y corrieron juntos hacia el puente Arthur Fiedler.

Al llegar a la rampa, subieron corriendo. Unos disparos repentinos procedentes del escenario les hicieron encogerse de miedo, pero no miraron atrás. Al principio sólo fue un disparo, pero fue seguido inmediatamente por el rápido sonido sostenido de un arma automática. Jeffrey y Kelly cruzaron Storrow Drive y fueron por el otro lado. Jadeantes, llegaron al coche de Kelly. Ella buscó las llaves frenéticamente, mientras Jeffrey daba palmaditas al techo del coche con la mano.—¡Las tienes tú! —gritó Kelly, recordando de pronto.

Jeffrey sacó las llaves de su bolsillo. Las tiró por encima del coche. Kelly abrió las puertas y ambos entraron. Kelly puso el coche en marcha y se alejaron, girando en Storrow Drive. Rápidamente puso el coche a cien. Cuando llegaron al final de Storrow, al cabo de pocos minutos, Kelly penetró en un laberinto de angostas calles de la ciudad.

—¿Qué diablos está pasando? —preguntó Kelly una vez recuperado el aliento.

—¡Ojalá lo supiera! —logró decir Jeffrey—. No tengo ni idea. ¡Creo que peleaban por mí!

—Y he dejado que llevaras a cabo este plan —dijo Kelly con irritación—. Una vez más debería haber seguido mi intuición.

—No había manera de prever lo que ha ocurrido —dijo Jeffrey—. No era un mal plan. Algo muy extraño está pasando. Nada tiene sentido excepto que la única persona que podía restaurar mi vida ahora está muerta.

Jeffrey se estremeció, recordando la horrible imagen de Trent Harding con un disparo en la frente.

—Ahora sí que tenemos que ir a la Policía —dijo Kelly.

—No podemos.

—¡Pero hemos visto cómo mataban a un hombre!

—Yo no puedo ir, pero si tienes que ir por ti misma, hazlo —dijo Jeffrey—. Probablemente me acusarán a mí del asesinato de Trent Harding. Eso sería la ironía final.

—¿Qué harás? —preguntó Kelly.

—Probablemente, lo que tenía intención de hacer hace unos días —dijo Jeffrey—. Abandonar el país. Irme a Suramérica. Estando Trent muerto, no creo que tenga muchas alternativas.

—Volvamos a mi casa y pensemos —dijo Kelly—. En este momento ni tú ni yo estamos en forma para tomar una decisión tan importante.

—No estoy seguro de que podamos regresar allí —dijo Jeffrey—. Devlin debe de habernos seguido desde tu casa. Seguro que sabe que me alojo allí. Creo que sería mejor que me dejaras en un hotel.

—Si tú vas a un hotel, yo también voy —dijo Kelly.

—¿De verdad quieres seguir conmigo después de lo que acaba de suceder?

—Me comprometí a llegar hasta el final.

Jeffrey se conmovió, pero sabía que no podía permitirle que corriera más riesgos de los que ya había corrido. Al mismo tiempo, quería que estuviera cerca de él. Sólo hacía un par de días que estaban juntos, pero ya sabía lo que haría sin ella.

Kelly tenía razón en una cosa, él no estaba en forma para tomar una decisión. Cerró los ojos. Se sentía neurótico. Habían ocurrido demasiadas cosas. Estaba emocionalmente agotado.

—¿Y si vamos a alguna pequeña pensión fuera de la ciudad? —sugirió Kelly al ver que Jeffrey no sugería nada.

—Está bien.

Estaba aturdido, y su mente involuntariamente le devolvía a los momentos horribles y tensos pasados en el escenario. Recordó a Devlin al reconocer a uno de los otros hombres. Le había llamado Frank Feranno. Jeffrey supuso que todos eran cazarrecompensas que luchaban codiciosamente por la recompensa que daban por su cabeza. Pero ¿por qué matar a Harding? Eso no tenía sentido, a menos, claro está, que creyeran que era un cazarrecompensas. Pero aun así, ¿los cazarrecompensas se mataban entre ellos?

Jeffrey abrió los ojos. Kelly se abría paso a través del tráfico del viernes por la noche.

—¿Estás bien para conducir? —le preguntó Jeffrey.

—Estoy bien —respondió ella.

—Si tienes algún problema, puedo conducir yo.

—Después de lo que acabas de pasar, creo que deberías intentar relajarte ——dijo Kelly.

Jeffrey asintió. No podía discutir eso. Entonces le contó la idea de que los hombres con traje eran cazarrecompensas como Devlin, y que habían peleado por él por la recompensa.

—No lo creo —dijo Kelly—. Cuando al principio he visto a esos hombres, he creído que estaban con Trent. Han llegado inmediatamente después que él. Pero mientras les observaba, me he dado cuenta de que iban tras él, que no estaban con él. Le han disparado deliberadamente. No tenían que dispararle. Querían hacerlo. Tú no eras el objetivo.

—Pero ¿por qué matar a Trent? —preguntó Jeffrey—. No tiene sentido. —Suspiró—. Bueno, en un aspecto sí lo tiene. Hay algún beneficio. Estoy convencido de que Trent Harding era el asesino, aunque no tengamos ninguna prueba. El mundo estará mucho mejor sin él.

De repente Jeffrey se echó a reír.

—¿Qué puedes encontrar divertido? —preguntó Kelly.

—Me maravilla mi propia ingenuidad. Pensar de verdad que podía hacer que Trent se implicara él mismo si me encontraba con él. Ahora que lo pienso, apuesto a que lo vio como una oportunidad de matarme. No te lo he dicho, pero tenía una jeringa. Supongo que no tenía intención de dispararme. Iba a inyectarme su toxina.

Inesperadamente, Kelly pisó el freno y se puso a un lado de la carretera.

—¿Qué ocurre? —preguntó Jeffrey, alarmado. Casi esperaba que Devlin apareciera en la noche. Las apariciones de aquel hombre siempre le sobresaltaban.

—Se me acaba de ocurrir una cosa —dijo Kelly, excitada.

Jeffrey la miró a la poca luz. Los coches pasaban, iluminando brevemente su coche con los faros.

—¿De qué hablas?

—Quizá su muerte nos proporcione una pista que no tendríamos si no hubiera muerto.

—No te sigo —dijo Jeffrey.

—Esos hombres con traje estaban allí principalmente para matar a Harding, no a ti. Estoy segura. Y no era un gesto humanitario. Eso nos dice algo. —Kelly se estaba animando—. Significa que alguien creía que Harding era una amenaza. Quizá no querían que hablara contigo. Creo que esos hombres con su traje y armas eran asesinos profesionales. —Tomó aliento—. Creo que todo este asunto podría ser más complicado de lo que imaginábamos.

—¿Quieres decir que crees que Harding no era tan sólo un loco que actuaba solo?

—Eso es exactamente lo que quiero decir —dijo Kelly—. Lo que ha ocurrido esta noche me hace pensar en alguna conspiración. Quizá tiene algo que ver con los hospitales. Cuanto más pienso en ello, más creo que ha de haber otra dimensión que hemos omitido por completo al concentrarnos en la idea de un psicópata solitario. No creo que actuara solo, eso es todo.

Los pensamientos de Jeffrey volvieron al intercambio entre Frank Feranno y Devlin. Frank había dicho: «Esto no te concierne. Sólo queremos al médico». Querían a Jeffrey, pero le querían vivo. Sin duda habían tenido oportunidad de dispararle, igual que a Harding.

—¿Qué me dices de las compañías de seguros? —preguntó Kelly. Siempre le habían desagradado las compañías de seguros, especialmente después del suicidio de Chris.

—Y ahora, ¿de qué hablas? —preguntó Jeffrey. Con todo lo que había experimentado, su mente estaba confusa. No podía seguir el hilo de pensamientos de Kelly.—Alguien se beneficia de estos asesinatos —dijo Kelly—. Recuerda, los hospitales fueron demandados junto con los médicos. En el caso de Chris, el seguro del hospital pagó tanto o más que el seguro de Chris. Pero era la misma compañía de seguros.

Jeffrey pensó un momento.

—Parece una idea bastante extraña. Las compañías de seguros se benefician, pero es complicado. A corto plazo pierden, y mucho. Sólo a la larga pueden recuperar el coste de estas liquidaciones exorbitantes aumentando las primas a los médicos.

—Pero al final se beneficiarían —dijo Kelly—. Y si las compañías de seguros se benefician, creo que deberíamos tenerlas en cuenta.

—Es una idea —dijo Jeffrey, poco convencido—. Me desagrada frenar tus ideas, pero estando Trent fuera de escena, todo es teórico. Quiero decir, que no tenemos ninguna prueba de nada. No sólo no tenemos pruebas de que Trent estaba implicado, sino que ni siquiera las tenemos de que existiera una toxina. Y a pesar del interés de Seibert, puede que no encontremos ninguna.

Jeffrey recordó la jeringa con que Trent le había amenazado en el escenario. Si hubiera tenido la presencia de ánimo suficiente en aquel momento para cogerla. Entonces Seibert tendría una cantidad adecuada para sus pruebas. Pero Jeffrey sabía que no podía ser demasiado duro consigo mismo. Al fin y al cabo, en aquellos momentos estaba aterrorizado porque creía que iban a matarle.

Entonces Jeffrey pensó en el apartamento de Trent.

—¿Por qué no se me ha ocurrido antes? —dijo excitado. Se dio un golpe en la frente con el puño cerrado—. Todavía tenemos una posibilidad de demostrar que Trent estaba implicado en las muertes y la existencia de la toxina. ¡El apartamento de Trent! En algún lugar ha de haber alguna prueba que le incrimine.

—Oh, no —dijo Kelly, meneando la cabeza lentamente—. Por favor, dime que no sugieres que volvamos a su apartamento.

—Es nuestra única oportunidad. Vamos, hagámoslo. No tenemos que preocuparnos por si nos pilla Trent. Mañana las autoridades pueden estar allí. Tenemos que ir esta noche. Cuanto antes, mejor.

Kelly meneó la cabeza con incredulidad, pero puso el coche en marcha y se apartó del bordillo.

Frank Feranno se sentía fatal. En lo que a él se refería, era la peor noche de su vida. Y había comenzado de un modo muy prometedor. Él y Tony iban a recibir diez de los grandes por liquidar a un chico rubio llamado Trent Harding y drogar a un médico llamado Jeffrey Rhodes. Después, lo único que tenían que hacer era ir al aeropuerto Logan y meter al médico en un «Learjet» que esperaría. Sería sencillo, ya que el chico y el médico iban a reunirse en la Concha de la Explanada a las nueve y media. Dos pájaros de un tiro. No podía ser más fácil.

Pero no había salido como estaba planeado. Ciertamente no habían planeado que apareciera Devlin.

Frank salió de la farmacia de Phillip en Charles Circle, fue hasta su «Lincoln Town» negro y subió. Utilizó el espejo de la visera del asiento del acompañante para verse al limpiar el arañazo que tenía en la sien izquierda con el alcohol que acababa de comprar. Le escoció mucho, y se mordió la lengua. Devlin casi había acabado con él. La idea de lo cerca que había estado le hizo sentir una náusea.

Rompió el sello del otro artículo que había comprado, un frasco de Maalox, y se metió dos tabletas en la boca. Luego, cogió el teléfono del coche y llamó a su contacto de St. Louis.

Había un poco de estática cuando respondió un hombre.

—Matt —dijo Frank—. Soy yo, Feranno.

—Espera un momento —dijo Matt.

Frank oyó que Matt decía a su esposa que iba a la otra habitación y que colgara cuando él hubiera cogido el otro aparato. Un minuto más tarde, Frank oyó que cogían el supletorio. Hubo un chasquido cuando ella colgó.

—¿Qué demonios pasa? —dijo Matt—. No tenías que utilizar este número a menos que tuvieras problemas. No me digas que habéis estropeado el trabajo.

—Ha habido problemas —dijo Frank—. Un problema muy grande. Han disparado a Tony. Está muerto. Olvidaste decirnos algo, Matt. La cabeza de ese médico debe de tener precio. Uno de los cazarrecompensas más mezquinos que hay en el negocio se ha presentado, y no habría estado allí a menos que hubiera dinero de por medio.

—¿Y el enfermero? —preguntó Matt.

—Ese ya es historia. Ha sido fácil. Coger al doctor ha sido la parte difícil. ¿Cuánto dinero está involucrado con él?

—Fijaron la fianza en medio millón.

Frank emitió un silbido.

—Matt, ese detalle no es insignificante. Deberías habernos avisado. Habríamos podido hacer frente a la situación, de haberlo sabido. No sé lo importante que el médico es para ti, pero tengo que decírtelo: mi precio ha subido. Imagino que tenías que mantener la recompensa al mínimo. Además, he perdido a uno de mis mejores hombres. Tengo que decir que estoy muy decepcionado, Matt. Creía que nos entendíamos. Deberías haberme dicho al principio que había una fianza.

—Lo arreglaremos Frank —dijo Matt—. El médico es importante para nosotros. No tanto como deshacernos de Trent Harding, pero importante de todos modos. Te diré lo que haremos: si puedes conseguirnos al médico, aumentaremos el precio hasta setenta y cinco mil. ¿Qué te parece?

—Setenta y cinco mil suena bien. Parece que ese médico es importante. ¿Alguna idea de dónde puedo encontrarle?

—No, pero eso es parte de la razón por la que estamos dispuestos a pagar tanto. Me has dicho lo bien que trabajas; ahora tienes la oportunidad de demostrarlo. ¿Y el cuerpo de Harding?

—Me gusta que me lo preguntes —dijo Frank—. Afortunadamente, he disparado a Devlin después que él haya disparado a Tony, pero no sé el alcance de mis disparos. No he tenido mucho tiempo. Pero el cuerpo está limpio. Ninguna identificación. Y tenías razón: había una jeringa. La tengo. La pondré en el avión.

—Excelente, Frank —dijo Matt—. ¿Y el apartamento de Harding?

—Es lo siguiente de la lista.

—Recuerda… lo quiero limpio —dijo Matt—. Y no te olvides del escondrijo en el armario de al lado del frigorífico. Sácalo todo y ponlo también en el avión. Y busca la agenda del chico. Era tan estúpido que podría tener algo importante allí. Si puedes encontrarla, ponía en el avión con el resto del material. Después, destroza el apartamento. Haz que parezca un robo. ¿Tienes las llaves?

—Sí, las tengo —dijo Frank—. Ningún problema para entrar en el apartamento.

—Perfecto —dijo Matt—. Siento lo de Tony.

—Bueno, la vida es un riesgo —dijo Frank.

Se sentía mejor, pensando en los setenta y cinco de los grandes. Frank colgó el teléfono y después efectuó otra llamada.

—Nicky, soy Frank. Necesito ayuda. No gran cosa, sólo destrozar un sitio. ¿Qué te parecen unos cuantos billetes? Te recogeré en Hanover Street, delante del «Café Vía Véneto». Tráete tu herramienta, por si acaso.

Al girar a la izquierda en Garden Street, Kelly tuvo una desagradable sensación de déjá vu. Todavía podía ver a Trent Harding persiguiéndoles con el martillo en la mano. Se colocó a la derecha de la calle y aparcó en doble fila. Se asomó a la ventanilla y levantó la vista hacia el apartamento de Trent.

Eh-oh —dijo—, las luces están encendidas.

—Probablemente Trent las ha dejado así, pensando que sólo estaría fuera una media hora.

—¿Estás seguro? —preguntó Kelly.

—Claro que no estoy seguro —dijo Jeffrey—, pero me parece una suposición razonable. No me pongas más nervioso de lo que ya estoy.

—Quizá la Policía ya está allí.

—No creo que hayan tenido tiempo de llegar a la Concha, y mucho menos aquí. Iré con cuidado. Escucharé antes de entrar. Si la Policía llega mientras estoy arriba, toca la bocina y da la vuelta a la esquina en Reveré Street. Si es necesario, atravesaré los tejados y saldré por uno de los edificios de allí.

—La última vez ya toqué la bocina —dijo Kelly.

—Esta vez estaré escuchando.

—¿Qué harás si encuentras algo incriminante?

—Lo dejaré allí y llamaré a Randolph —dijo Jeffrey—. Entonces quizás él pueda hacer venir a la Policía con una orden de registro. Llegado ese punto dejaré la investigación a los expertos. Que el sistema legal ponga sus mecanismos en marcha. Entretanto, creo que será mejor que me marche del país. Al menos, hasta que esté exonerado.

—Lo dices como si fuera muy fácil —dijo Kelly.

—Lo será si encuentro la toxina o algo equivalente —dijo Jeffrey—. Y, Kelly, si me marcho del país, me gustaría que pensaras en ir conmigo.

Kelly iba a decir algo, pero Jeffrey la detuvo.

—Piénsalo —dijo.

—Me encantaría ir —dijo Kelly—. Sinceramente.

Jeffrey sonrió.

—Hablaremos más de ello. Por ahora, deséame suerte.

—Buena suerte —dijo Kelly—. ¡Y date prisa!

Jeffrey bajó del coche y miró hacia la ventana abierta de Trent. Vio que la persiana no había sido sustituida. Eso estaba bien. Le ahorraría tiempo.

Cruzó la calle y se encaminó a la puerta principal del edificio. Pudo entrar por la puerta interior sin dificultad. Se percibía el olor de cebolla frita y el sonido de varios aparatos estéreo simultáneos. Mientras subía la ruinosa escalera, su temor aumentó, pero sabía que no tenía tiempo para dar rienda suelta a su miedo. Armándose de valor, fue hasta el tejado y bajó por la escalera de incendios.Jeffrey asomó la cabeza en la sala de estar y escuchó. Lo único que oyó fue la música de estéreo apagada que había oído en la escalera. Satisfecho de que el lugar estuviera vacío, Jeffrey entró.

Inmediatamente se percató de que el lugar estaba más desordenado que la tarde anterior. La mesa auxiliar, a la que le faltaba una pata, estaba volcada. Todo lo que antes estaba encima ahora se encontraba esparcido por el suelo. Junto al teléfono había un agujero en la pared de yeso. Fragmentos de vidrio estaban desparramados por todo el suelo, cerca de la puerta de la cocina. Jeffrey localizó una botella de cerveza rota entre los cascotes.

Moviéndose con rapidez, Jeffrey se aseguró de que no había nadie. Después, fue a la puerta del apartamento y puso la cadena de seguridad. No quería correr el riesgo de que le sorprendieran. Efectuadas estas tareas, inició su búsqueda. Lo que quería hacer primero era buscar correspondencia. No la leería allí, sino que se la llevaría y la leería cuando pudiera.

El lugar más prometedor para la correspondencia era el escritorio. Pero antes de acercarse a él, entró en la cocina para ver si podía encontrar alguna bolsa vacía donde meter la correspondencia. En la cocina encontró más cristales rotos.

Jeffrey miró los cristales rotos de la cocina. Estaban en el mostrador de al lado del frigorífico. Al parecer, unos cuantos vasos limpios habían sido rotos deliberadamente. Se acercó al mostrador, y abrió el armario que había inmediatamente encima. Dentro, en el primer estante, había más vasos del mismo tipo. En el estante de arriba había platos.

Jeffrey se preguntó qué había pasado en el apartamento antes de que Trent saliera. Entonces, sus ojos captaron una diferencia en la profundidad del armario. La parte del cristal era la mitad de profunda que la parte de los platos.

Metió la mano en el armario, apartó los vasos y golpeó la parte posterior con los nudillos. Al hacerlo, notó que la madera se movía. Intentó hacer palanca en la pared trasera del armario, pero no se movió. Cambiando de táctica, intentó empujar la madera. Cuando empujó la esquina superior derecha, el panel de madera giró, Jeffrey agarró el extremo libre y lo sacó.

—¡Aleluya! —exclamó Jeffrey cuando vio que había una caja sin abrir de ampollas de «Marcaina» de 30 ce, una caja de puros, varias jeringas y una ampolla tapada con goma de un líquido amarillo viscoso. Jeffrey buscó con la mirada una toalla. La encontró, colgada del asa del frigorífico, y la utilizó para coger la ampolla. Parecía de fabricación extranjera. Jeffrey reconoció la ampolla como del tipo utilizado para contener alguna clase de medicación por inyección estéril.

Utilizando la misma toalla, Jeffrey sacó la caja de puros y, después de dejarla sobre el mostrador, la destapó. Dentro había un montón impresionante de billetes de cien dólares. Recordando su propio montón de billetes de cien dólares, Jeffrey calculó que la caja de puros contenía entre veinte y treinta mil dólares.

Jeffrey volvió a dejarlo todo donde lo había encontrado. Incluso limpió el fondo de madera y los vasos que había tocado para no dejar huellas digitales. Se sentía excitado y estimulado. No le cabía duda de que el líquido amarillo de la ampolla era la toxina fantasma, y que su análisis revelaría qué debía buscar Seibert en el suero de Patty Owen. Incluso el dinero le alentó. Lo consideraba como una prueba de la suposición de Kelly de que se trataba de alguna conspiración.

Emocionado por el éxito, Jeffrey quería más. En algún lugar del apartamento tenía que haber algo que sugiriera la naturaleza de la conspiración. Rebuscando con rapidez en los demás armarios de la cocina, Jeffrey encontró lo que había ido a buscar: una bolsa de compra.

Volvió a la sala de estar y registró el escritorio rápidamente, encontrando varias cartas y facturas. Lo puso todo en la bolsa de papel. Luego, fue al dormitorio y empezó a registrar el escritorio de allí. En el segundo cajón encontró un escondrijo de revistas Playgirl. Las dejó. En el tercer cajón encontró varias cartas, más de las que esperaba. Acercó una silla y se puso a efectuar una rápida clasificación.

Kelly tamborileaba nerviosa con los dedos en el volante y se removía en el asiento. Un coche había salido de un aparcamiento a dos puertas del edificio de Trent, y ella había pasado unos minutos aparcando allí. Miró hacia la ventana abierta del apartamento de Trent y se preguntó qué era lo que retenía a Jeffrey. Cuanto más tardaba, más nerviosa estaba ella. ¿Qué hacía allí arriba? ¿Cuánto se podía tardar en registrar un apartamento de una habitación?

Garden Street no era una calle bulliciosa, pero mientras Kelly esperaba, media docena de coches giraron por Revere Street. Los conductores parecían buscar un sitio para aparcar. Así que Kelly no se sorprendió cuando de pronto aparecieron otros dos faros procedentes de Reveré Street y se acercaron a ella. Lo que le llamó la atención fue que el coche se detuvo directamente enfrente del edificio de Trent y aparcó en doble fila. Los faros del coche se apagaron y se encendieron las luces de aparcamiento.

Kelly se giró y vio a un hombre con un jersey oscuro salir del lado del pasajero y caminar hasta la acera. Se desperezó mientras el conductor bajaba. Este vestía camisa blanca con las mangas subidas. Llevaba una cartera. Los dos hombres se rieron de algo. No parecían tener prisa. El más joven se terminó un cigarrillo y arrojó la colilla a la cuneta. Luego, los dos hombres entraron en el edificio de Trent.

Kelly miró el coche. Era un grande y reluciente «Lincoln Town» en cuya parte posterior había varias antenas. El coche parecía fuera de lugar y le produjo mala impresión. Se preguntó si debería tocar la bocina, aunque le desagradaba alarmar a Jeffrey innecesariamente. Iba a bajar del coche, pero decidió quedarse dentro. Volvió a mirar hacia la ventana de Trent, como si sólo mirando pudiera sacar de allí ajeffrey sano y salvo.

—Si me demuestras que puedo contar contigo, tengo grandes planes para ti, Nicky —dijo Frank mientras subía la escalera—. Al no estar Tony, tengo un hueco en mi organización. ¿Sabes a lo que me refiero?

—Sólo tienes que decirme algo una vez, y estará hecho —dijo Nicky.

Frank se preguntaba cómo diablos iba a encontrar a aquel médico. Iba a necesitar a alguien para que deambulara de un lado para otro. Nicky era perfecto, aunque un poco estúpido.

Llegaron a la quinta planta. Frank estaba sin aliento.

—Tengo que reducir la pasta —dijo mientras se sacaba del bolsillo las llaves del apartamento de Harding. Miró la cerradura y trató de adivinar qué llave le correspondía. Incapaz de decidirse, metió la primera en la cerradura y trató de hacerla girar. No hubo suerte. Probó la segunda y esta sí giró. Empujó la puerta, pero la cadena la detuvo bruscamente.

—¿Qué demonios pasa? —preguntó Frank.

Jeffrey había oído la primera llave en la cerradura. Se había incorporado con auténtico terror. Su primer pensamiento fue totalmente irracional: Trent no había muerto. Cuando Frank probó la segunda llave, Jeffrey se precipitaba por delante de la puerta presa del pánico. Cuando Nicky, después de abrir la puerta por la fuerza, entró tambaleándose en la habitación, Jeffrey ya estaba en la ventana.

—¡Es el médico! —oyó Jeffrey que alguien gritaba.Saltó por encima del antepecho como si corriera una carrera de obstáculos. Esta vez salió con un solo salto. En pocos segundos, Jeffrey subía la escalera de incendios.

Al llegar al tejado, siguió el camino del día anterior, saltando a los sucesivos tejados. Pero esta vez pasó de largo de la puerta que había utilizado, temiendo que su candado estuviera como lo había dejado. Detrás de él, oía el ruido de pisadas que le perseguían. Jeffrey supuso que aquellos extraños eran los mismos hombres que estaban en la Concha, hombres que Kelly creía eran asesinos profesionales. Al ir al apartamento de Trent, Jeffrey no había pensado en ellos.

Frenéticamente, Jeffrey probó varias puertas, pero todas estaban cerradas con llave. Hasta que llegó al edificio de la esquina no encontró una entreabierta. Se precipitó por ella, la cerró y buscó la llave o el pestillo. Pero no había ninguna de las dos cosas. Se volvió y empezó a bajar la escalera. Los hombres que le perseguían habían ganado terreno. Cuando se acercaba a la calle, sabía que no les tenía muy lejos detrás.

Cuando llegó a la calle, Jeffrey tomó una decisión rápida. Sabía que no tendría tiempo de llegar hasta Kelly y entrar en el coche antes de que los hombres le atraparan, así que giró y corrió por Revere Street. No iba a poner en peligro la seguridad de Kelly más de lo que ya la había puesto. Trataría de perder a sus perseguidores antes de volver con ella.

Detrás de él oyó que los hombres llegaban a la calle y echaban a correr tras él. No les llevaba mucha ventaja. Jeffrey giró a la izquierda en Cedar y pasó por delante de una lavandería y una tienda de artículos para el hogar. Había varias personas en la acera. Jeffrey empezó a distinguir los pasos del más rápido de sus perseguidores. Al parecer uno estaba en mejor forma que el otro e iba cerrando la distancia.

Jeffrey volvió a girar en Pinckney Street y corrió colina abajo. No estaba muy familiarizado con Beacon Hill. Sólo rogaba que no acabara en un callejón sin salida. Pero Pinckney Street se abría a la plaza Louisburg.

Jeffrey se daba cuenta de que tenía que encontrar una manera de esconderse si quería eludir a sus perseguidores. Jamás podría aventajarles. Al ver la verja de hierro que rodeaba el césped de la plaza Louisburg, corrió directamente hacia allí y trepó por ella, soportando las puntiagudas agujas que quedaban a la altura del pecho. Saltó el césped del otro lado, hundiéndose en él sus zapatos. Corrió hacia delante y se metió entre los densos arbustos, pegándose al húmedo suelo. Entonces contuvo el aliento, esperando.

Oyó a los hombres venir por Pinckney Street. El ruido de sus pies golpeando el pavimento resonaba en las fachadas de los elegantes edificios de ladrillo. Pronto apareció uno de ellos, que entró corriendo en la plaza. Como había perdido de vista a su presa, el hombre inmediatamente redujo el paso y se detuvo. El otro se reunió con él al cabo de unos momentos. Hablaron brevemente entre jadeos.

A la luz de las farolas de gas que rodeaban la plaza, Jeffrey vio que los dos hombres se separaban. Uno iba hacia la izquierda, el otro hacia la derecha. Jeffrey reconoció al hombre de la Concha. El otro le era extraño, y empuñaba una pistola.

Los hombres registraron metódicamente entradas y escaleras, así como debajo de los caches mientras recorrían la plaza. Jeffrey no se movió ni aun cuando los dos hombres desaparecieron de su vista. Tenía miedo de que cualquier movimiento pudiera llamarles la atención.

Cuando supuso que los hombres se encontraban cerca del lado opuesto de la plaza, pensó que podría trepar por la verja y correr hacia Kelly. Pero decidió no hacerlo. Tenía miedo de que le vieran saltar la verja.

El maullido cercano de un gato hizo dar un brinco a Jeffrey. A medio metro de su cara se encontraba un gato atigrado gris. Tenía la cola erguida. El gato volvió a maullar y se acercó más para frotarse en la cabeza de Jeffrey. Se puso a ronronear en voz alta. Jeffrey recordó el susto que Delilah le había dado en la despensa de Kelly. Antes los gatos nunca le habían prestado mucha atención; ¡ahora aparecían cada vez que intentaba ocultarse!

Jeffrey volvió la cabeza y atisbo a través de los arbustos, y vio a los dos hombres conferenciando en el extremo de Mount Vernon en la plaza. Un peatón solitario caminaba por la acera. Jeffrey pensó que podría gritar para pedir ayuda, pero el peatón entró en una de las casas y desapareció rápidamente. Jeffrey pensó entonces que podría gritar de todos modos pidiendo ayuda, pero decidió no hacerlo, creyendo que probablemente sólo conseguiría que se encendieran algunas luces. Aun cuando alguien tuviera la presencia de ánimo de llamar a la Policía, esta tardaría diez o quince minutos en llegar, en el mejor de los casos. Además, Jeffrey no estaba seguro de querer a la Policía.

Los dos hombres volvieron a separarse, regresando hacia Pinckney Street. Mientras caminaban, miraban hacia la zona de césped. Jeffrey sintió que el pánico regresaba. Especialmente estando el gato allí, insistiendo en su demanda de atención. Jeffrey comprendió que no podía quedarse. Tenía que moverse.

Jeffrey salió disparado hacia la verja. Trepó y saltó con la misma rapidez que antes, pero cuando aterrizó al otro lado, se torció el tobillo derecho. Una punzada de dolor le subió por la espalda.

A pesar de su tobillo, Jeffrey corrió por Pinckney Street. Detrás de él oyó a uno de los hombres gritar algo al otro. Pronto sus pasos llenaron Pinckney Street. Jeffrey pasó West Cedar y corrió por Charles. Desesperado por conseguir ayuda, corrió directamente a la calzada y trató de detener a un motorista que pasaba, pero nadie paró.

Sus perseguidores avanzaban rápidamente por Pinckney Street, y Jeffrey cruzó Charles y prosiguió hacia Brimmer, donde giró a la izquierda. Corrió hasta el final de la manzana. Lamentablemente, el más rápido de los dos hombres le iba alcanzando.

Desesperado, Jeffrey se dirigió hacia la Iglesia del Advenimiento, esperando poder esconderse en algún sitio allí dentro. Cuando llegó a la gruesa puerta con su arco gótico, cogió el pesado tirador y tiró de él. La puerta no se movió. Estaba cerrada con llave. Jeffrey se volvió hacia la calle justo en el momento en que aparecía uno de los hombres, el que iba armado. Unos momentos más tarde llegó el otro hombre, más agotado que el primero. Era el que Jeffrey había visto antes. Los dos avanzaron lentamente hacía él.

Jeffrey se volvió hacia la puerta de la iglesia y golpeó con frustración. Oyó al hombre mis agotado decir:

—¡Adiós, doctor!

Kelly daba golpecitos en el salpicadero.

—¡No puedo creerlo! —dijo en voz alta. ¿Qué podía hacerle tardar tanto? Miró hacia la ventana de Trent por enésima vez. No había señales de Jeffrey.

Salió del coche, se apoyó en la capota y pensó qué podría hacer. Podía utilizar la señal de la bocina, pero era reacia a interrumpirle sólo porque estaba ansiosa y aprensiva. Si tardaba tanto, tenía que ser porque había descubierto algo. Estaba medio dispuesta a subir ella misma al apartamento, pero tenía miedo de que si llamaba a la puerta él se asustara y huyera.

Kelly tenía los nervios de punta cuando regresó el reluciente «Lincoln» negro. Menos de diez minutos antes, Kelly había visto a uno de los hombres ir a buscar el coche. Pero había venido de la calle, no del edificio del apartamento de Trent. Kelly observó el coche aparcado en doble fila en el mismo sitio que antes. Luego, los mismos individuos salieron del coche y volvieron a entrar en el edificio de Trent.

Picada por la curiosidad, Kelly se irguió y se acercó al «Lincoln» para verlo mejor. Se metió las manos en los bolsillos cuando se acercaba al coche, esperando parecer un transeúnte indiferente en caso de que alguno de los hombres volviera a aparecer de repente. Cuando estuvo al lado del «Lincoln», miró arriba y abajo la calle como si hiciera algo malo saciando su curiosidad. Se inclinó y miró el salpicadero del coche. Este tenía teléfono portátil, pero por lo demás parecía normal. Avanzó otros dos pasos y miró en la parte posterior, preguntándose por qué el coche tenía tantas antenas.

Kelly se irguió rápidamente. Había alguien enroscado, durmiendo, en el asiento trasero. Inclinándose hacia delante lentamente, volvió a mirar. Una de las manos del hombre estaba torcida de una manera poco natural detrás de la espalda. ¡Dios mío, pensó Kelly, era Jeffrey!

Frenética, probó la puerta. Estaba cerrada con llave. Corrió a las otras puertas. También tenían puesto el seguro. Desesperada, buscó algo pesado, como una piedra grande. Arrancó uno de los ladrillos de la acera. Corrió al «Lincoln» de nuevo y arrojó el ladrillo contra la ventanilla de la puerta trasera. Tuvo que darle varios golpes hasta que por fin se rompió en mil pedazos. Metió el brazo y abrió la puerta.

Cuando se inclinó hacia dentro e intentó despertar a Jeffrey, oyó que alguien gritaba desde arriba. Supuso que era uno de los hombres que habían bajado del coche. Debían de haber oído el estruendo de la ventanilla rota.

—¡Jeffrey, Jeffrey! —gritó ella.

Tenía que sacarle del coche. Al oír su nombre, Jeffrey se movió un poco. Intentó hablar, pero no pudo hacerlo con claridad. Abrió los ojos ligeramente, arrugando la frente con esfuerzo.

Kelly sabía que tenía poco tiempo. Le cogió por las muñecas y tiró de él. Sus piernas flaccidas cayeron al suelo. Su cuerpo era un peso muerto. Parecía desmayado. Kelly le soltó las muñecas; le rodeó el pecho con los brazos en un abrazo de oso y le arrastró fuera del coche.

—¡Intenta ponerte de pie, Jeffrey! —suplicó.

Él seguía como una muñeca de trapo. Kelly sabía que si le soltaba se caería al pavimento. Era como si le hubieran drogado.

—¡Jeffrey! —gritó—. ¡Camina! ¡Intenta caminar!

Reuniendo toda su fuerza, Kelly arrastró a Jeffrey por el pavimento. Él intentaba ayudar, pero era como si fuera cuadrapléjico. No podía poner peso en sus piernas, y mucho menos ponerse de pie.

Cuando estaban frente a su coche, Jeffrey pudo sostenerse un poco, pero estaba demasiado mareado para comprender la situación. Kelly le apoyó en el coche, sosteniéndole con su cuerpo. Abrió la puerta trasera, y logró meterle dentro. Kelly se aseguró de que estaba completamente dentro antes de cerrar la puerta.

Abrió la portezuela del conductor y entró. Oyó que la puerta del edificio de Trent se abría y golpeaba el tope. Kelly puso el coche en marcha, giró el volante a la izquierda y aceleró. Chocó con el coche de delante con suficiente fuerza para arrojar a Jeffrey al suelo.

Puso la marcha atrás y retrocedió, golpeando el coche de detrás. Uno de los hombres había llegado al coche. Le había abierto la portezuela antes de que a ella se le ocurriera poner el seguro. El hombre le cogió el brazo rudamente.

—No tan de prisa, señora —le dijo al oído.

Con la mano libre, Kelly puso una marcha y apretó el acelerador. Se aferró al volante cuando notó que aquel bruto la arrastraba hacia la puerta. El coche avanzó, pasando a pocos centímetros del coche de delante, Kelly giró el volante hacia la izquierda, rozando la puerta los coches aparcados al otro lado de la calle. El hombre que la tenía sujeta por el brazo sólo unos momentos antes gritó de dolor cuando quedó aplastado entre un automóvil aparcado y la puerta abierta de Kelly.

Kelly mantuvo el acelerador apretado. Enfiló Garden Street con la puerta aún abierta. Apretó el freno justo a tiempo de evitar a media docena de peatones que cruzaban en una bulliciosa intersección de las calles Garden y Cambridge. La gente se esparció cuando el coche de Kelly se inclinó a un lado con un rechinar de neumáticos, no atropellando a algunas personas por centímetros.

Kelly cerró los ojos, esperando lo peor. Cuando los abrió, estaba parada, pero el coche había hecho un giro de ciento ochenta grados. Estaba en la dirección contraria en Cambridge Street, de cara a unos motoristas furiosos. Algunas personas ya habían bajado de sus coches y se acercaban. Kelly puso la marcha atrás y se colocó en la dirección correcta. Entonces vio el «Lincoln» negro bajando a toda velocidad por Garden Street, y fue a parar directamente detrás de ella. El coche estaba a pocos centímetros de su parachoques trasero.

La joven decidió que su única esperanza era perder el gran «Lincoln» en las callejuelas de Beacon Hill, donde su pequeño «Honda» sería más maniobrable. Giró por la siguiente a la izquierda. Al girar sin darse cuenta subió al bordillo, golpeando un contenedor de basura. Su puerta se abrió del todo, y luego se cerró con un golpe. Kelly aceleró colina arriba. En lo alto, frenó lo suficiente para girar a la izquierda en la estrecha Myrtle Street. Mirando por el retrovisor vio que su truco funcionaba. El «Lincoln» se había quedado atrás. Era demasiado grande para efectuar aquel giro agudo a tanta velocidad.

Como había vivido varios años en Beacon Hill antes de casarse, Kelly conocía bien el laberinto de callejuelas de una dirección. Girando a la derecha contra el tráfico de Joy Street, Kelly se arriesgó a llegar a Mount Vernon. Allí, giró otra vez a la derecha y se encaminó colina abajo hacia Charles. El plan de Kelly era cruzar la plaza Louisburg y después desaparecer en el tráfico de Pinckney. Pero antes de frenar al llegar a la plaza, vio que las dos calzadas estaban bloqueadas, una por un taxi y la otra por un coche del que descendía un pasajero.

Cambió de opinión y prosiguió por Mount Vernon. Pero la pausa tenía un coste. Por el retrovisor vio que el «Lincoln» volvía a pisarle los talones. Kelly miró al frente y vio que no alcanzaba el verde de Charles Street. Giró a la izquierda en West Cedar.

Torciendo a la derecha en Chestnut Street, Kelly aceleró. El semáforo de Charles Street se puso amarillo, pero ella no redujo velocidad. Salió disparada hacia la intersección y vio un taxi que venía por la derecha. El conductor le hizo luces. Kelly frenó y giró el volante a la izquierda, derrapando de nuevo. En lugar de una colisión directa, Kelly sólo recibió un golpe. El motor siguió funcionando.

Kelly no se detuvo ni cuando el taxista bajó de su vehículo, agitando el puño, furioso, y gritándole. Prosiguiendo por Chestnut, llegó a Brimmer y giró a la izquierda. Mientras giraba vislumbró el «Lincoln» pasando al taxi parado.

Kelly sintió una punzada de pánico. Su estratagema no funcionaba como esperaba. El «Lincoln» seguía detrás de ella. Al parecer, el conductor conocía Beacon Hill.

Kelly se dio cuenta de que tenía que pensar algo fuera de lo corriente. Giró a la izquierda en Byron Street, después de nuevo a la izquierda y entró en el garaje de Brimmer Street. Pasó por delante de la cabina de vidrio del encargado, giró a la izquierda y fue directamente a un ascensor de automóviles.

Los dos encargados que la habían observado estupefactos corrieron al ascensor. Antes de que pudieran hablar, ella gritó:

—Me persigue un hombre en un «Lincoln» negro. ¡Tienen que ayudarme! ¡Quieren matarme!Los dos hombres se miraron sin saber qué hacer. Uno alzó las cejas y el otro se encogió de hombros y se alejó del ascensor. El que se quedó levantó el brazo y tiró de la cuerda. Las puertas del ascensor se cerraron como las mandíbulas de un animal enorme. El ascensor se elevó con un gemido.

El encargado retrocedió y se inclinó hacia la ventanilla de Kelly.

—¿Cómo es que alguien quiere matarla? —preguntó con calma.

—No lo creería si se lo contara —dijo Kelly—. ¿Y su amigo? ¿Hará marchar al hombre si entra en el garaje?

—Supongo que sí —dijo el encargado—. No cada noche podemos rescatar a una dama en apuros.

Kelly cerró los ojos, aliviada, y apoyó la frente en el volante.

—¿Qué le pasa al tipo del suelo, ahí atrás? —preguntó el encargado.

Kelly no abrió los ojos.

—Está bebido —dijo simplemente—. Demasiados margaritas.

Cuando Frank llamó la segunda vez, tuvo que esperar a que Matt hiciera el mismo galimatías de cambio de teléfonos que antes. Frank estaba sentado en su casa entonces, y la línea era mucho mejor que cuando había llamado desde el teléfono del coche.

—¿Más problemas? —preguntó Matt—. No me estás impresionando, Frank.

—No podíamos prever lo que ha ocurrido —dijo Frank—. Cuando Nicky y yo llegamos al apartamento de Trent, el médico estaba allí.

—¿Y el material del armario? —preguntó Matt.

—No hay problema —dijo Frank—. Estaba allí. No lo habían tocado.

—¿Tienes al médico?

—Ese es el problema —dijo Frank—. Le hemos perseguido por todo Beacon Hill. Pero le teníamos.

—¡Magnífico! —dijo Matt.

—No del todo. Hemos vuelto a perderle. Le hemos drogado con lo que nos enviaste en el avión, y ha funcionado como un ensalmo. Luego, le hemos cargado en mi coche y hemos vuelto al apartamento a coger lo que querías. Hemos pensado, ¿por qué hacer dos viajes a Logan? Bueno, la amiguita de ese tipo ha llegado y ha roto una ventanilla del coche con un ladrillo. Naturalmente, hemos bajado volando para detenerla, pero el apartamento de aquel tipo estaba en la quinta planta. Nicky, uno de mis socios, ha corrido a la calle para detenerla, pero ella ha sido más rápida. Le ha roto un brazo a Nicky. Yo la he perseguido con el coche, pero la he perdido.

—¿Y el apartamento?

—Ningún problema allí —dijo Frank—. He vuelto y lo he destrozado, y he puesto lo que querías en el avión. Así que todo está hecho menos coger al médico. Pero creo que puedo atraparle si tú usas alguna de tus influencias. Tengo el número de la matrícula de la amiguita. ¿Crees que podrías conseguirme su nombre y dirección?

—No será ningún problema —dijo Matt—. Te llamaré por la mañana para decírtelo; será lo primero que haga.